HOMILÍA DE LA MISA CRISMAL DEL JUEVES SANTO, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO, ARZOBISPO DE MÉRIDA Y ADMINISTRADOR APOSTÓLICO DE CARACAS. Catedral metropolitana de Caracas, 14 de abril de 2022.
Queridos hermanos:
Proclamemos sin cesar la misericordia del Señor. Hoy, jueves santo por la mañana se nos concede la gracia de reunirnos de nuevo en este templo catedralicio, pues la pandemia nos aconsejó, por razones de bioseguridad, realizar la misa crismal en el templo de Don Bosco en Altamira y en el santuario de la Coromoto en El Paraíso. Volvemos a la catedral por la importancia de esta singular misa durante la semana mayor.
El jueves santo es una fecha cargada de simbolismos. El misterio de la pasión, muerte y resurrección de Jesús llega a su culmen. El producto del amor de Dios a la humanidad se plasma en la entrega de su Hijo por el bien de la humanidad. La misa crismal renueva el amor de Dios a la Iglesia, representada en la presencia de esta iglesia local, obispo, sacerdotes, religiosos y bautizados para renovar la fuerza sacramental a través de los óleos bendecidos para los enfermos y los catecúmenos; y en el sagrado crisma,mezcla de aceite y perfumes consagrado para fortalecer a los nuevos cristianos y ungir a los ministros del altar. La primera tarea que el Señor Jesús encomendó a sus discípulos, predicar el evangelio, para suscitar la escucha de la fe en todos los pueblos. Así, proclamaremos sin cesar la misericordia del Señor, por el testimonio de palabra y obra, en la que se manifiesta la misericordia que hemos recibido gratuitamente.
La renovación de las promesas hechas el día de la ordenación por los presbíteros quiere ser un gesto de unión más íntima con el Jesús que esta tarde nos da ejemplo, siendo maestro, de lavarnos los pies, y de entregarnos su cuerpo y sangre en las especies de pan y vino para alimentar nuestro espíritu. La presencia del pueblo de Dios, nos insta a cuidar de los hermanos más débiles más enfermos y más sufridos. Portar los óleos solemnemente a cada una de las parroquias y vicarías es un acto de alabanza y vigilancia, así renovamos la Iglesia según la imagen de la misma misiòn de amor de Cristo, para ser luz del mundo.
El profeta Isaías, en este pasaje que hemos escuchado y que se repite en diversas ocasiones en la liturgia, evoca en nosotros en esta ocasión la unción recibida para que seamos de nuevo conscientes de que el Espíritu del Señor está sobre nosotros, pero no en vano, sino para que seamos portadores de la buena nueva a los pobres y a los de corazón quebrantado. Cómo no hacerlo en estas circunstancias del mundo en las que la vida vale poco. La delincuencia desatada, la violencia institucional, la guerra absurda entre pueblos donde la mayor parte de los muertos son personas inocentes, el desprecio a la vida naciente y a los que están en situación terminal… normalmente nuestra primera reacción es la de la vindicta y la justicia, no la del perdón y la misericordia.
Pensemos que Dios haga lo mismo con nosotros. Cuando le causamos dolor con nuestras acciones, Él sufre y tiene un solo deseo: poder perdonarnos (Papa Francisco). El Señor nos envía, continúa el profeta para consolar a los afligidos, a cambiar sus lágrimas en aceite perfumado de alegría. La evangelización nos invita a saber festejar. “La evangelización gozosa se vuelve belleza en la liturgia en medio de la exigencia diaria de extender el bien” (EG 24). Recordemos la enseñanza evangélica de dejar la ofrenda en el altar e ir primero a reconciliarnos con el hermano. Es válida esta exigencia para todo bautizado pero de manera más urgente para quienes presidimos la celebración. Que nuestra actitud sea bálsamo, óleo santo en la piel de quien se acerca a compartir la eucaristía o el perdón sacramental.
La misa crismal es una bella ocasión para recordar la enseñanza del Apocalipsis: El Señor es el Alfa y el Omega, es decir, el centro de todo. Fue Él qien nos amó y nos purificó de nuestros pecados con su sangre y ha hecho de nosotros un reino de sacerdotes para su Dios y Padre. Así como necesitamos de un buen ungüento cuando sufrimos algún percance, los óleos santos son invitación permanente a ofrecer el buen olor de nuestras obras con el suave masaje de la ternura, el afecto, el respeto y la solidaridad para con todos, en particular para los más pobres, los excluidos y desechados de la sociedad.
Hoy, de manera sacramental, pero real y actual, el evangelio nos dice que los pasajes de la Escritura que acabamos de oír, se cumplen, se deben cumplir en nosotros. Es el sentido memorioso de la celebración, la reactualización del mensaje bíblico que le da vigencia a la esperanza escatológica, a la construcción del cielo en la liberación permanente de toda atadura.
Renovemos juntos, queridos hermanos sacerdotes y queridos bautizados aquí presentes, junto a nuestro presbiterio, que la Cruz está presente en la vida del Señor y en la nuestra en todas las etapas de la vida. Como lo estuvo en la turbación de María ante el anuncio del ángel; en el insomnio de José, en la persecución de Herodes, en las penurias de la sagrada familia, como la de tantas familias que deben exiliarse, salir de su patria, a buscar paz y trabajo, acogida y afectos. La cruz no depende de las circunstancias, es parte de la condición humana, del límite y de la fragilidad. Es allí donde está la fuerza indetenible de la cruz, de la gracia. El Señor nos da siempre lo que pedimos, pero a su modo divino, por amor hasta el final.
Hoy, jueves santo, de la misa crismal a la cena del Señor, del compartir la mesa eucarística al camino del Gólgota, al abandono, la traición y la soledad. Pero allí está el Señor, nuestra esperanza. Pidámosla hoy y siempre, con confianza y temor de no responder suficientemente al llamado amoroso de Jesús, en la compañía siempre presente de María, la Dolorosa y la de Pentecostés. Que ella nos bendiga y acoja. Que esta misa crismal aumente la sinodalidad de nuestra iglesia local, caminando juntos, abriendo surcos nuevos para la paz y la justicia. Que así sea.-