Lecturas recomendadas

El Cardenal Quintero y Don Mario

"igo siendo idealista. Creo que los hombres demasiado realistas hacen más daño que los soñadores"

Beatriz Briceño  Picón:

Desde la eternidad y a pocos días del inicio del año jubilar de Don Mario, 15 de septiembre, esos  dos grandes amigos deben mirarme con afecto paternal para insinuarme que  deje a otros hablar de esa amistad. Y tienen razón.  Pero  mi afecto por ambos  hace posible que pueda agradecer  a Dios esa cercanía  que me permitió ser testigo de varios momentos inolvidables.

Después de la muerte de Don Mario, mi padre,  y hasta la marcha del Cardenal en 1984, la cercanía cambio de ángulo. Por una parte estaba el hogar de María y Miguel Ángel Burelli, que era casa permanente de Quintero y la relación personal, que fui tejiendo con mi Arzobispo de Caracas, como  hija  de su amigo desde los tiempos merideños y periodista inquieta por la vida de la Iglesia.

Y pensando en esa relación tan cargada de preocupación por el país, he pensado proponer a los seminaristas que estudien y reflexionen en los escritos de ambos y sobre todo en la amplia correspondencia de ida y vuelta, en parte recogida en el volumen 23 de las Obras Completas de MBI editadas por el Congreso de la República. También propondré  la lectura del volumen 7 de la Biblioteca Biográfica Venezolana (El Nacional) sobre el Cardenal de Mucuchíes y entre su extensa producción le dediquen un tiempo a Palabras de Justicia que siempre he admirado como modelo de relaciones con las autoridades civiles.

El Cardenal y Don Mario vivieron arraigados en su fe y en su cultura, en su amor a Venezuela y su pasión de patria. Don Mario encontró en Quintero un confidente con quien pudo desahogar su angustia por la Iglesia y por el mundo. El futuro Cardenal fue un paciente amigo, cinco años menor, con una inteligencia y formación que pudo comprenderlo y serenar sus ímpetus de converso.  Siempre se ha dicho que los que se han alejado de Dios y luego reciben luces de gracia suelen ser exigentes y hasta poco tolerantes. Pero apenas voy a compartir breves párrafos del epistolario publicado desde 1934  hasta 1955, con el fin de descubrir el tono de esas misivas que son lecciones para el acompañamiento espiritual  que todos necesitamos.

Recogeré en primer lugar algunas notas de Quintero. No se trata de selección.

Muy gratas me han resultado las explicaciones que acerca de tu proceder has querido exponerme, con caudalosa amplitud, en tu carta de mayo. Jamás he abrigado dudas sobre la rectitud de tus intenciones. En contra de lo que supones puedo asegurarte que  ´el buen Padre Pablo no se ha arrepentido de haberte ofrecido reclinatorio´ en la oportunidad que tu recuerdas…La especie que tú me dices haber corrido contra ti en esta taciturna ciudad de los caballeros, no llegó a mis oídos, aunque ello no es raro, pues llevo vida eremítica, aunque mi casa esté en el centro del poblado

 Si recuerdas mis discursos, advertirás que en ellos, cuando he tratado de algún personaje ilustre, he procurado siempre poner de relieve la parte que el dolor tuvo en sus vidas, porque el dolor es la verdadera e infalible balanza de los grandes (…) Cristiano sincero como eres, no dudo que sabrás aprovechar sobrenaturalmente el presente dolor. Mi simpatía y mi oración te acompañan desde la lejanía.

Tres días después don Mario al responderle largamente anotó:

“Los términos de tu carta amabilísima los he recibido con infinita complacencia. Me haces el honor de decir que sólo me falta un poco de sufrimiento para aquilatar cualidades  que no tengo. ¡Pero es que ni eso he sabido aprovechar en la vida¡ Yo no he sido hijo de la suerte sino de la contradicción y del dolor.  Justamente acabo de escribir a un joven amigo y al hacerle referencia a los 56 años que cumpliré mañana, le digo que aún lloro la falta de mi padre y que lloro, también, por mi juventud huérfana de mentores espirituales, como huérfana de buen consejo y mejor ejemplo estuvo toda mi generación”.

“Cuando me examino a mí mismo, me siento  cristiano cuya alma ha sido infiel  a su calidad divina, pero me siento, a la vez, sincera y vigorosamente vinculado al camino de la Cruz. Caracciolo Parra León me motejaba de excesivo idealismo. Sigo siendo idealista. Creo que los hombres demasiado realistas hacen más daño que los soñadores. Jamás he pecado con mis sueños de justicia, de amor, de paz, de comprensión social…”

Dos mínimos párrafos de cartas muy densas y fuertes.  Pero en cada uno aflora  la amistad, la  confianza  y la esperanza  del amor cristiano entre dos grandes  hombres.-

Beatriz Briceño  Picón

Periodista UCV/CNP

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