14 de octubre de 1943. Dos oficiales alemanes llaman a la puerta de la abadía de Montecassino y piden entrevistarse con el abad. Tienen una desconcertante petición: que los monjes accedan a trasladar todos los tesoros artísticos y documentales, incluyendo las reliquias de san Benito, fuera de la abadía, para ponerlos a salvo.
Por supuesto, el abad al principio se niega, pues sabe que los alemanes han saqueado obras de arte por toda Europa; y se siente seguro con las garantías que le han dado, tanto el mariscal Kesselring como los Aliados, de que la abadía no será blanco militar en caso de ataque.
Pero, como relata el interesante portal de historia militar El Gran Capitán, sus interlocutores, el teniente coronel de la Wehrmacht Julius Schlegel (católico) y el capitán médico Becker (protestante), que actúan por su cuenta, sin saberlo sus superiores, no están tan seguros. Los Aliados desembarcaron en Salerno hace apenas un mes, y avanzan hacia Roma. Los oficiales saben que Montecassino está en plena Línea Gustav, y que en la guerra nadie está seguro, como los hechos confirmarían, desgraciadamente, pocos meses después.