Cultura y Vida
Rafael María de Balbín:
Bien se podría decir que la cultura, en abierta distinción con la naturaleza no humana, es una proyección del obrar humano sobre la naturaleza y las demás personas, y una interacción con ellas. <<La realidad cultural es global y compleja, aunque puede entenderse como un sector de la realidad, a la par de lo económico, lo social, lo político y lo ético-religioso. Este Concilio Plenario la asume tal como la desarrollan Gaudium et spes, Puebla 837 y Juan Pablo II. La cultura expresa ese modo particular según el cual los hombres y los pueblos cultivan su relación con la naturaleza y con sus hermanos, con ellos mismos y con Dios, a fin de lograr una existencia plenamente humana (Cf. Gaudium et spes, 53)>>. (CONCILIO PLENARIO DE VENEZUELA, Documento 13, n.1).
Se trata, pues, de un panorama muy amplio. <<Es decir, la cultura tiene que ver con todo el quehacer humano, lo cotidiano y popular, lo sectorial y más refinado; lo instrumental, lo institucional y lo ideal-valorativo-artístico. “Abarca toda la actividad del hombre, su inteligencia y su afectividad, su búsqueda de sentido, sus costumbres y sus recursos éticos”. Cuando hablamos de la cultura venezolana hacemos hincapié en lo que tiene de común y unificador y, al referirnos a las culturas venezolanas, subrayamos la diversidad>> (Idem, n.1).
El Concilio Plenario de Venezuela expresaba así su intención de promover una cultura en función del perfeccionamiento de las personas y de su acercamiento a Dios: <<La Iglesia en Venezuela, consciente de que “es propio de la persona humana el no acceder a su plena humanidad sino a través de la cultura (Gaudium et spes, 53) se propone reflexionar el mensaje de Cristo y su presencia en la compleja realidad cultural venezolana, a través de una racional y eficaz pastoral de la cultura, abordando y orientando la actitud creyente, personal y eclesial, hacia la encarnación efectiva del Evangelio. De este modo, contribuirá a la tan necesaria y esperanzadora evangelización de la cultura o, más exactamente, de las culturas. La Iglesia en Venezuela “fiel a su misión y abierta a todos los creyentes, así como a todos los hombres de buena voluntad … ha asumido la apasionante tarea de la Nueva Evangelización, que tiene como meta renovar la vida según el mensaje de Jesucristo y hacer de los valores evangélicos savia y fermento de una nueva sociedad, favoreciendo en los fieles cristianos la coherencia entre la fe y la vida, así como la superación de todas las injusticias y fallas sociales, el fomento de la dignidad humana y de una recta conducta familiar, laboral, política y económica”>> (Idem, n.2).
En el centro de toda la problemática cultural: familiar, laboral, política, económica, etc., está la persona humana hacedora y receptora de la cultura. <<Todo ello con miras a generar una pastoral de la cultura de la vida, la solidaridad, la fraternidad y la esperanza, en una Iglesia viva que hace suyas las angustias y anhelos del pueblo venezolano, iluminándolos y transformándolos con la fuerza renovadora del Espíritu Santo. Aspiramos a que las propuestas e iniciativas que surjan se integren a las de los otros documentos conciliares y contribuyan a configurar una pastoral global de la Iglesia, poniendo en práctica “un nuevo tipo de diálogo que le permita introducir la originalidad del mensaje evangélico en el corazón de la mentalidad actual. Hemos de encontrar de nuevo la creatividad apostólica y la potencia profética de los primeros discípulos para afrontar las nuevas culturas” y proponer un nuevo humanismo cristiano>> (Idem, n.4).
Es bastante evidente el avance, a nivel mundial, de la que San Juan Pablo II, en su encíclica Evangelium vitae, llamó Cultura de la muerte. La apología del aborto y la eutanasia, el desconocimiento de la complementariedad entre varón y mujer, así como los ataques a la familia; las redes de terrorismo, narcotráfico, pedofilia y pornografía, el tráfico de personas y de armas, la extorsión y la corrupción; la marginación de los débiles y la depredación de la naturaleza. Éstas y otras muchas son señales del avance de la Cultura de la muerte.
Frente a ella hay que proclamar y vivir la Cultura de la vida, en favor de la persona humana, su dignidad y su libertad; su desarrollo material y espiritual; su maduración humana y cristiana. En todos los ámbitos: familiar, educacional, profesional, económico, político, etc.
El Concilio Plenario de Venezuela se hizo eco de estas necesidades y requerimientos:
<<Se percibe hoy la tensión de una sociedad “repartida” entre pre-moderna, moderna y posmoderna. Somos culturalmente nuevos y vulnerables a la seducción de culturas extranjeras, porque nos falta valoración de las raíces profundas que marcan nuestro ser y devenir culturales>> (Idem, n.16).
<<El movimiento hacia la modernización, con su vertiente secularizada y hacia la postmodernidad, con su religiosidad sin religación trascendente, el cual no obtuvo oportuna respuesta en las últimas décadas, se ha agudizado en los años recientes en Venezuela, con un marcado tinte político y está provocando una fractura significativa con el pasado reciente. Este cambio, proceso o revolución, no se limita a los aspectos socio-económicos, políticos y jurídicos, sino que tiende a constituirse en una profunda transformación cultural, con influjo en los símbolos y el lenguaje religioso y la institucionalidad cristiana. Para el cristiano y para la Iglesia presenta particulares desafíos desde una perspectiva evangélica>> (Idem, n. 19).
No hay que pasar por alto la riqueza de nuestra cultura tradicional. <<El sustrato católico venezolano se fraguó en el largo período anterior a la aparición del petróleo. La religiosidad popular venezolana, con sus múltiples facetas según regiones y lugares, tiene su expresión más bella en el ámbito de las fiestas, tradiciones y costumbres unidas a las celebraciones del Señor, de la Virgen o de los santos. Lo vemos en la arquitectura, escultura, pintura, música, artesanía y gastronomía. El calendario festivo venezolano, que marca el ritmo de la vida en tiempos como la navidad, la semana santa, las fiestas patronales o las celebraciones de la vida y la muerte, no escapa a los efectos secularizadores de la modernidad. En buena parte, los bienes culturales que constituyen la identidad del pueblo están marcados por el sello de lo católico (p.e. templos, capillas, aguinaldos, bailes tradicionales) y de lo patriótico (p.e. plazas, monumentos, desfiles, Himno Nacional)>> (Idem, n. 20).
Se echa de menos una consideración más positiva y generalizada de la importancia del trabajo. <<La fuerte creencia en el mito de El Dorado, que acompañó nuestra historia inicial y ha renacido con la abundancia del petróleo, mina la cultura del trabajo y ha abierto caminos a la búsqueda del poder, mediante la corrupción y la mentira, como vías engañosas para la prosperidad y la justicia>> (Idem, n. 25).
A nivel político: <<La fragilidad institucional a todos los niveles y su correlativa provisionalidad, constituyen nuevos retos para una sociedad que quiere ser democrática, formada por personas libres y auténticas, ciudadanos conscientes y responsables, participativos en un Estado de derecho y justicia>> (Idem, n.32).
Asistimos a un cambio de época. <<La modernidad ha consolidado la racionalidad, la criticidad y el sentido de autonomía; la postmodernidad ha privilegiado lo intrascendente, lo útil y lo placentero. Ello, conjuntamente con el secularismo y el relativismo, debilitan el valor fundamental de la trascendencia. En Venezuela, en particular, se pretende equiparar a la Iglesia Católica con diversos cultos, sectas e iglesias, en nombre de un pluralismo mal entendido>> (Idem, n. 42).
<<En el ámbito socio-económico: El marcado contraste entre, por una parte, el empobrecimiento generalizado de las personas, y por la otra, el notable aumento de la riqueza concentrada en el Estado y en algunos sectores económicos, plantean una serie de interrogantes concernientes a la dignidad de la persona humana y a sus correspondientes derechos y deberes, así como al papel del Estado en cuanto gestor y garante del bien común>> (Idem, n. 54).
En el ámbito ético–religioso. <<La Iglesia, al proponer la Buena Nueva, denuncia y corrige la presencia del pecado en las culturas; purifica y exorciza los desvalores. Establece, por consiguiente, una crítica de las culturas… crítica de las idolatrías, es decir, de los valores erigidos en ídolos, de aquellos valores que, sin serlo, una cultura asume como absolutos>> (Idem, n.60).
No hay que olvidar que todas las construcciones culturales deben de estar en favor del hombre. <<El misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado, pues Cristo, el nuevo Adán, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación (Cf. Gaudium et spes 22). El misterio de la Encarnación nos lleva a asumir todo lo humano susceptible de ser llevado hacia Dios. La Encarnación del Verbo postula una actitud positiva de la Iglesia ante el mundo, pues todo lo humano es asumido en Jesús, menos el pecado (Cf. Gaudium et spes, 2>> (Idem, n.61).
Tenemos planteada una verdadera evangelización de la cultura. La evangelización de la cultura es un imperativo para la Iglesia en la Venezuela de hoy. <<La evangelización busca alcanzar a la persona con miras a su conversión y renovación en el “hombre nuevo” (Cf. Ef 5, 8-10) así como a la transformación de su entorno cultural: “una fe que no se convierte en cultura es una fe no acogida en plenitud, no pensada en su totalidad, no vivida en fidelidad” (JUAN PABLO II). La evangelización de la cultura ha de ir en profundidad. Evangelio y evangelización se insertan en las culturas, pero no se identifican con ellas, las trascienden. Ejercen sobre ellas, por lo tanto, una función crítica y transformadora >> (Idem, n. 69).
<<La dimensión estética de la experiencia humana encuentra en la fe cristiana una acogida trascendente porque Dios es la fuente de la belleza (Cf. Sal 26, 8). Por esa razón la Iglesia reconoce y alienta toda expresión genuinamente artística, exaltadora de lo más noble de la creación humana, particularmente en las expresiones de la palabra litúrgica, la música sacra y en la belleza de los lugares de culto. En una cultura marcada por la primacía del tener, es sorprendente constatar el creciente interés por la belleza. El arte, la estética, los bienes culturales de la Iglesia, atestiguan una fecunda simbiosis de cultura y de fe>> (Idem, n 71).
Atentos al hoy de la Historia. <<Nunca antes había experimentado el ser humano tan fuertemente su capacidad de transformación del mundo y de sí mismo: “hoy el ser humano se encuentra en una nueva era de su historia, caracterizada por la expansión a nivel mundial de cambios rápidos y profundos. Estos cambios, nacidos de la inteligencia y el trabajo creador, recaen sobre el mismo hombre y sus acciones…, de ahí que podamos hablar de una auténtica transformación social y cultural, que influye también en la vida religiosa” (Gaudium et spes, 4). El propio Concilio Vaticano II, asumiendo la pluralidad del mundo contemporáneo, expresó que “…somos testigos de que nace un nuevo humanismo, en el que el hombre queda definido principalmente por la responsabilidad hacia sus hermanos y ante la historia” (Gaudium et spes, 55)>> (Idem, n.74).
<<La realidad del trabajo es un elemento primario y humanizante de la cultura, a imitación de Jesús, ya que a través de él, los hombres y mujeres transforman la naturaleza, se educan en valores personales y sociales y colaboran, como co-creadores, a la obra divina hacia la plenitud del reino de justicia, amor y paz>> (Idem, n. 75).
<<El ser humano engreído por sus conquistas y su poder se siente, sin embargo, solo, insatisfecho, inseguro, dividido, mortal (Cf. Gaudium et spes, 10). Pueblos pobres, mujeres trabajadoras, campesinos, niños en la calle, o a quienes se les niega el derecho de nacer, reclaman los beneficios de la civilización moderna y, con ello, una vida plena (Cf. Gaudium et spes, 9). La fe descubre al creyente, cuyo modelo es Maria pobre, virgen y madre, por siempre en la presencia del Padre, que la historia actual se abre a un futuro de esperanza en que “transformada ya la creación entera en los cielos y la tierra nueva en los que habita la justicia (2 P 3, 13). Allí alcanzaremos la comunión perfecta del cielo en el gozo de la visión eterna de la Trinidad… Entonces Cristo recapitulará y reconciliará plenamente la creación, todo será suyo y Dios será todo en todos (Cf. 1 Co 15, 28)”>> (Idem, n. 77).
Destaquemos tres desafíos importantes:
- <<Promover una auténtica cultura de la vida, de la solidaridad y de la fraternidad, mediante la educación en valores, la participación en experiencias de reconocimiento mutuo y convivencia social, acciones en defensa de los derechos humanos y el respeto a la naturaleza. Al mismo tiempo, encarar la deshumanización en las condiciones de vida y el sentido de la trascendencia provocada por la violencia, la corrupción, la impunidad y la manipulación de cosas, servicios y personas, así como por todo atentado a una auténtica libertad religiosa y a un sano cultivo de la vida espiritual>>.
- <<Dar testimonio de la persona y el mensaje de Jesucristo en la vida cotidiana, particularmente en los ámbitos donde se diseñan, comunican y organizan las matrices culturales. Al mismo tiempo, estructurar una acción evangelizadora-institucional más coherente y efectiva ante el cambio cultural, por medio de una pastoral de la cultura>>.
- <Impulsar desde las diócesis la creación, en las universidades, de una cátedra por la promoción y defensa de la vida>>.