Lecturas recomendadas

El Concilio Plenario Venezolano

La emergencia de un modo de proceder sinodal en la Iglesia del tercer milenio

Rafael Luciani:

 

En julio de 1996, la Conferencia Episcopal Venezolana aprobó la celebración de un Concilio Plenario. En enero de 1998 se publica la Carta Pastoral «Guiados por el Espíritu» con la cual se convoca al Primer Concilio Plenario de la Iglesia en Venezuela. El proceso se realizó en tres fases. La fase ante-preparatoria (1996-1998), la preparatoria (1998-2000) y la celebrativa que se inició con la primera sesión del Concilio el 26 de noviembre del año 2000. Durante esta última fase se realizaron seis sesiones de una semana de duración, una cada año, desde el año 2000 hasta el 2005. La conclusión se tendrá el 7 de octubre de 2006 luego de recibir la recognitio del Papa.

 

Fueron convocados, además de todos los obispos del país, todos los vicarios episcopales y dos representantes de cada diócesis, representantes de las religiosas y religiosos, laicas y laicos, movimientos eclesiales, un grupo de expertos y peritos, incluyendo a teólogos y teólogas de distintas tendencias, y también miembros no católicos y voceros de distintos ámbitos de la sociedad civil. Eran más de doscientas cincuenta personas, en las que había más mujeres que obispos, y más laicas y laicos que obispos.

 

Después del Concilio Vaticano II ninguna Iglesia local había convocado a un Concilio Plenario para plantearse un camino de reformas de su mentalidad y sus estructuras a la luz de una relectura de todos los documentos del Vaticano II. El Concilio Plenario Venezolano es el primero caso en esta línea. Esto quedó expresado en sus 16 documentos. Tal vez su mayor contribución haya sido el haber logrado que se produjera un cambio de mentalidad que facilitara la integración y la escucha de distintos sujetos eclesiales y sociales con el fin de llegar a consensos en función de un proyecto común de Iglesia y una visión de sociedad compartida.

 

El método que se siguió fue el de la Iglesia latinoamericana. Ver y escuchar: presentación de los datos de realidad tratando de precisar los núcleos problemáticos; juzgar y discernir: iluminación de la realidad desde el Evangelio y el magisterio; y actuar: desafíos y líneas de acción. Lo novedoso en la vivencia de este método se apreció en el ambiente en el que se desarrolló, que fue dando paso a un acontecimiento eclesial caracterizado por la emergencia de un auténtico espíritu sinodal.

 

Aún cuando hubo resistencias iniciales, especialmente provenientes de visiones piramidales y clericales, hay que reconocer que se fueron dando condiciones apropiadas para el intercambio sincero y la apertura de las mentalidades que permitieron la escucha y la comprensión mutuas. Esto facilitó un ambiente de trabajo, y una cierta capacidad personal y comunitaria, para lograr redacciones compartidas y consensuadas en todos los documentos. Se puede afirmar que, al final, se logró establecer una práctica ambiental horizontal en las relaciones cotidianas que facilitó la superación de cualquier forma de clericalismo.

 

La discusión nacía de la base, de las comisiones y los grupos, donde todos los sujetos eclesiales y sociales participaban por igual —laicado, vida religiosa, presbiterado y episcopado. Sobre estas discusiones se apoyaron los redactores y los asambleístas para proponer instancias concretas a través de las cuales la institución eclesiástica venezolana pudiera emprender un camino de renovaciones y reformas como fruto de todo el pueblo de Dios, y no sólo de la jerarquía. Podemos decir que el evento conciliar pretendía pensar en conjunto —entre todos los fieles— el ser y la misión de la Iglesia en Venezuela para el tercer milenio.

 

Ante esta emergencia de un modo de entenderse como una Iglesia inserta en el pueblo de Dios y a partir de un modo de proceder sinodal —aunque todavía incipiente y ambiental—, aún nos queda el reto de institucionalizar de modo permanente muchas de las propuestas elaboradas en los 16 documentos. Entre las instancias que se han venido instituyendo, con el paso de los años y lentamente, están tres nuevas estructuras eclesiales que, por ser inspiradas en la teología y la práctica sinodal, merecen una especial atención y seguimiento, tanto en su implementación como en su funcionamiento. Ellas son el Consejo Nacional de Pastoral, el Instituto Nacional de Pastoral y la Asamblea Nacional de Pastoral. Tres instancias de escucha, discernimiento y elaboración de decisiones en conjunto con representatividad de todos los sujetos y organizaciones eclesiales del país.

 

Como fruto del Concilio Plenario en Venezuela se asumió, como estilo y modo de proceder institucional, la realización de procesos permanentes de consulta, escucha y discernimiento a nivel nacional. Esto, con la finalidad de elaborar entre todos los fieles —laicas y laicos, religiosas y religiosos, presbíteros y obispos— el horizonte teológico inspirador y los planes de acción socio-pastoral de la Iglesia en Venezuela. Actualmente, se celebra la II Asamblea Nacional de Pastoral que ha movilizado una consulta nacional en estos dos últimos años, aún en medio de las dificultades de la pandemia, para discernir el tema de la institución parroquial en estos nuevos tiempos.

 

La celebración y los frutos del Concilio Plenario Venezolano, vivido en clave sinodal, merece mayor atención y estudio. Ha sido un acontecimiento eclesial singular en nuestra región latinoamericana y caribeña, cuyo modo de proceder puede contribuir a los procesos de sinodalización de la Iglesia en este tercer milenio.

Sobre el autor:

Teólogo laico venezolano. Profesor de eclesiología y teología latinoamericana. Miembro de la Comisión Teológica de la Secretaría del Sínodo. Experto del CELAM y miembro del Equipo Teológico Asesor de la Presidencia de la CLAR. El artículo más completo sobre el tema lo ha escrito Mons. Raúl Biord en el siguiente libro: Rafael Luciani, Serena Noceti y Carlos Schickendantz (eds.), Sinodalidad y reforma. Un desafío eclesial, PPC, Madrid 2022.

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