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Marcelino Miyares: Una Bitácora cubana (LXXX)

Llegamos a la Bitácora cubana número ochenta. Son ochenta meses, ochenta ocasiones, poco más de seis años y medio produciendo esta hoja de análisis de la realidad de mi país. Y seguiremos adelante con la misma convicción y el permanente deseo de informar

Una palabra inicial: llegamos a la Bitácora cubana número ochenta. Son ochenta meses, ochenta ocasiones, poco más de seis años y medio produciendo esta hoja de análisis de la realidad de mi país. Y seguiremos adelante con la misma convicción y el permanente deseo de informar.  

 

Amelia Calzadill

La cubana Amelia Calzadilla rompe el silencio: ¿Qué iba a hacer? ¿Morderme la lengua?

1– Quisiera comenzar esta Bitácora haciendo mención a una situación reciente, que es un verdadero símbolo de la actual tragedia humanitaria que están viviendo los ciudadanos de la Isla: la explosión en las redes sociales de una joven madre, Amelia Calzadilla, quien no aguantó más y les cantó sus verdades como dice ella “no a los funcionarios de nivel bajo o incluso medio”, que al igual que la mayoría también está atravesando una tormenta socio-económica que no parece tener fin; no, ella se dirige a los jerarcas, a los que viven como en el primer mundo a costa del sufrimiento de millones condenados a vivir en una miseria tercermundista.

El video de Amelia, del pasado 9 de junio, se hizo viral inmediatamente. Lo pueden ver aquí:

 

 

Era un mensaje para el ministro de energía. Recordándole, de entrada, que su deber es servir al pueblo. Luego le reclama porque el precio de la luz -cuando hay- es sencillamente insoportable. Dentro de todo, como buena cubana, brota el sentido de humor característico: “no dicen ustedes que le van a poner corazón? Pues pónganle cerebro también, para que la cosa funcione”.

Obviamente, ella fue llamada a declarar, por tres horas, en las oficinas del gobierno municipal de Cerro, en La Habana. Para ese momento, la prensa internacional estaba apostada frente a dichas oficinas. Calzadilla, a la salida, agradeció las manifestaciones de solidaridad recibidas, las cuales -al igual que la mencionada notoriedad internacional- seguramente influyeron en el trato recibido.

 Yoani Sánchez acertadamente mete baza analítica en el caso:

“Un día estallas. El motivo puede ser un corte eléctrico, la mala calidad del pan o los desmanes de un policía. Poco importa la gravedad o intrascendencia de lo ocurrido, porque llevas capa tras capa de malestar sedimentadas dentro de ti y en un segundo dejas de poder contenerlas. Salen entonces disparadas hacia todas partes. Amelia Calzadilla, una madre cubana con tres hijos, sabe lo que se siente en ese instante en que los años de tragarse el enojo se terminan.

Residente en La Habana y graduada de una licenciatura en lengua inglesa, esta semana Calzadilla se plantó frente a una cámara y lanzó una diatriba de un poco más de ocho minutos contra los funcionarios, ministros y jerarcas cubanos. Con el combustible inagotable de la indignación hizo un detallado recorrido por las penurias que enfrentan cada día las familias para poner un plato sobre la mesa, calzar a sus pequeños o pagar la cuenta de la electricidad. Y lo hizo con una sinceridad y una desesperación que ya están provocando un aluvión de mensajes de respaldo a sus palabras.

El mensaje de Calzadilla empieza dirigido al ministro de Energía y Minas, a quien exige que actúe como un servidor de la ciudadanía y no como cómplice de la abusiva subida de precios de la tarifa eléctrica, que ha hecho prácticamente imposible la cocción de alimentos para quienes no disfrutan de un servicio de gas. Pero a medida que avanza en su catarsis aparecen otros nombres: el gobernante no elegido en las urnas, Miguel Díaz-Canel; el autómata repetidor de lo mismo que tenemos como canciller, Bruno Rodríguez; la primera dama, Lis Cuesta, a la que no se le puede llamar así pero disfruta de los lujos de una reina, y la periodista oficialista Cristina Escobar. A todos les reclama esta habanera, que anuncia que la transmisión a través de Facebook podría ser la última que haga, conocedora de la represión que recorre todo el país. (…)

La tensión social que alcanzó su clímax en las protestas del pasado 11 de julio no ha desaparecido, a pesar de la violencia desencadenada contra aquellos manifestantes y los posteriores juicios ejemplarizantes que buscaban enviar un mensaje de terror al resto de la población. La ira solo se agazapó, pero siguió creciendo, y brota en las palabrotas a un uniformado que lanzan los que llevan horas haciendo una fila para comprar pollo, en los gritos de «¡Libertad!» en un concierto, en un dibujo sobre un pulóver, en una etiqueta en Twitter y en una madre que dice por lo claro lo que tantos sentimos: «No aguantamos más».

La crispación en la calle se percibe por todos lados. Si hubiera un instrumento para medir esa irritación, los cubanos habríamos roto hace mucho rato los límites del «enojómetro». Estamos hartos hace mucho tiempo de esta recua de incapaces y mentirosos que han convertido a nuestro país en un sitio mísero del que nuestros hijos quieren escapar a toda costa. Estamos hastiados del saqueo que han hecho de nuestros recursos, de las falsas promesas incumplidas, del ridículo rol diplomático que nos han obligado a representar a nivel internacional, de sus cuellos gordos y sus memorias flacas.

Por todas partes se escucha: «¡Váyanse ya!» Porque la cólera de gente como Amelia Calzadilla está llegando a un punto en el que el miedo ya no funcionará para detenerla”. 

Amelia Calzadilla es un símbolo. Uno nuevo, que se une a tantos otros a lo largo de estos últimos meses, luego del parteaguas histórico de las protestas del 11 J, a punto ya de cumplirse un año.

Otro hecho significativo: las inhumanas represión y reforma penal, para castigar severamente la protesta, lo único que han logrado es cambiar las formas de la protesta. Pero el pueblo cubano está cada día más claro que quienes tienen sesenta años siendo el problema, no podrán nunca producir la solución.

“Los años de tragarse el enojo se terminan”.

 

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2–Yoani Sánchez: Crisis y autofagia en La Habana, el ciclo que no termina

 Yoani Sánchez ha publicado otra excelente nota (en 14ymedio) en la línea de la denuncia sobre la escasez,  el aumento del costo de la vida, las plagas que se han apoderado una vez más de nuestro país.  Dice La periodista:

Hay un hambre que no se sacia con comida ni disminuye aunque se consigan alimentos y no vuelvan a faltar por largo tiempo. Es el hambre que queda en la memoria y hace arder el estómago aunque esté lleno. Esa sensación crónica de vacío recorre la historia de un joven en la Cuba del Período Especial que ha publicado el escritor Enrique del Risco con Plataforma Editorial”.

Ella hace referencia a un libro reciente, “Nuestra hambre en La Habana”. Afirma Sánchez:

“Nuestra hambre en La Habana es un testimonio que hay que comenzar a leer después de cenar y, aun así, provocará en el lector intensas ráfagas de ansiedad por llevarse algo a la boca, viajes constantes al refrigerador y a la cocina. El volumen, de un poco más de 300 páginas, se sumerge en la crisis de los años 90 y retrata con crudeza la obsesión nacional alrededor del plato y de las cazuelas”.

 

Para algunos de los lectores el título les traerá a la memoria una película basada en una exitosa novela del escritor británico Graham Greene, “Nuesto hombre en La Habana” (1959). Un relato con mucho humor e ironía, ambientado en los finales de la dictadura de Batista, antes de la llegada de los tiranos comunistas. El filme es protagonizado por Alec Guinness, quien es un vendedor de aspiradoras que termina rocambolescamente transformado en el mejor espía británico de todo el hemisferio occidental (o así creen en Londres…).

Sigamos con extractos de la nota de Sánchez:

“Del Risco muestra las costillas afuera de una sociedad reducida al ciclo de la supervivencia más básica, donde transportarse, hacer colas y tratar de masticar cualquier cosa ocupaban la mayor parte del tiempo. Con un estilo directo, irónico y, muchas veces, apelando al humor más descarnado, el escritor nos permite acompañarlo por la ruta de la voracidad que se adueñó de toda la Isla.

Así, de la mano de un joven recién graduado de Historia, asistimos al momento en que empieza a resquebrajarse la falsa burbuja de prosperidad que el subsidio soviético permitió en Cuba durante los años 80. Como un nubarrón que se avecina, empiezan los primeros síntomas de una crisis económica a la que Fidel Castro le colgó el eufemismo de «Período Especial en tiempos de paz».

Mientras intenta saciar el inmenso apetito de un veinteañero, el protagonista de Nuestra hambre en La Habana debe lidiar también con el deterioro ético de una sociedad dispuesta a hacer casi cualquier cosa por poner algo en el plato. (…) 

Sin embargo, a pesar de la descripción puntual de toda esa carestía colectiva que nos hizo quedarnos con harapos como ropa interior, nos sacó las clavículas hasta que parecían que iban a reventar la piel y nos obligó a convivir con el gruñido apagado del cerdo al que le habían hecho una cirugía para que no sonara en la bañadera del apartamento en que lo criaban, nada de eso deja una sensación tan apabullante como el retorno de aquella pesadilla.

Leer Nuestra hambre en La Habana ahora mismo dentro de Cuba es como desplegar el mapa de la escasez que se ha apoderado otra vez de nuestro país para revisar cuáles estaciones hemos transitado y cuáles nos faltan por vivir de nuevo. El guiño del título a la novela del escritor británico Graham Greene adelanta que esta vez no se trata de seguir la pista de espías ni de descubrir conspiraciones, sino más bien de perseguir la jama por los intrincados caminos de un sistema disfuncional.

Mientras mis ojos recorrían las páginas de este libro de Enrique del Risco, el gallo que cría el vecino en el balcón apenas me dejaba concentrarme. Cuando ya iba por la mitad del volumen tuve que interrumpirlo por dos días porque una amiga me llamó para salir «al campo a comprar comida» que después escondimos en el maletero de un viejo vehículo y así logramos meterla en la ciudad. Apenas terminaba de procesar los últimos párrafos y un pariente me contó que había convertido en leña el escaparate de caoba de su abuela porque en su pueblo «ya no hay apagones sino alumbrones».

Existe un hambre que no se quita nunca porque siempre se teme que regrese. Aunque tengas un plato a mano y mastiques durante un rato, intuyes que todo ha sido una ficción de bonanza y que pronto el hambre saltará desde una esquina y se adueñará de tu mesa. (…)

Hemos vuelto a aquel punto que Del Risco detalla en su texto: a la autofagia nerviosa de todo un pueblo dispuesto a no dejar nada donde se pueda hincar el diente”.

Como dice Yoani Sánchez: la Cuba de Díaz-Canel es simplemente el retorno de aquella pesadilla. Aumentado en el tamaño de las carencias, y en el nivel de rabia y de protestas que se incuba y crece en el corazón de cada cubano.

 

 

3–  Carlos Alberto Montaner: Pan para hoy y hambre para mañana

 

Ya finalizada la Novena (¿quizá la última?) Cumbre de las Américas, en Los Angeles, no puede negarse la existencia de un gran sentimiento de frustración ante el talante y la conducta de algunos de sus participantes (y de algunos ausentes).

Lo cierto es que en América Latina está volviendo una ola de gobiernos socialistas que al parecer tienen entre sus objetivos servir de mensajeros, de servidores y de lacayos de los gobiernos autodenominados “socialistas revolucionarios”, o sea de las tiranías cubana, venezolana y nicaragüense. De eso trató el berrinche del mexicano López Obrador; de eso habló con un mensaje lleno de cinismo y de abandono de todo decoro democrático, el argentino Alberto Fernández.

Para Carlos Alberto Montaner, López Obrador se ha convertido en el “Santo Patrón” de las tiranías. La realidad es que estos dos presidentes de dos países influyentes e importantes en América Latina, son un ejemplo perfecto del estado de las democracias en la región. Una auténtica desgracia.

En la ausencia, por razones diversas, los acompañaron los presidentes de Guatemala, El Salvador y Honduras.

Concluye su nota Montaner recordando unos hechos históricos importantes que vale la pena recordar:

“Los cubanos y venezolanos eran receptores de inmigrantes antes de 1959 y del siglo XXI. Cuba conoció una pequeña emigración tras la Segunda Guerra Mundial: de 1945 a 1955 se «fueron» 35.000 personas, pero en ese mismo periodo «llegaron» 211.000 inmigrantes. Me contaba Fernando Bernal, diplomático de la Revolución, y luego exiliado, que sólo en el consulado de La Habana en Roma había 11.000 solicitudes de peticiones de emigración a la Isla. En cuanto a Venezuela, lo que ha ocurrido en ese país no tiene nombre: de contar con un número creciente de inmigrantes (portugueses, italianos y centroeuropeos), hoy tienen seis millones de exiliados.

¿Por qué se marchan? Esencialmente, porque no tienen cómo ganarse la vida y carecen de movilidad social. La idea de que no puedes mejorar tu calidad de vida, no importa lo que hagas, es un acicate para largarse. El tipo de régimen político en abstracto sólo le importa a un mínimo de personas. Si Estados Unidos quiere restituir en Cuba y en Venezuela la movilidad social tiene que derrocar al régimen que la provoca. De lo contrario, es pan para hoy y hambre para mañana.

 

Mientras, en El Nacional (Caracas), en una nota publicada en América 2.1, Antonio de la Cruz señala que

“Un evento con una visión similar a la de la Cumbre ocurrió hace tres semanas en Japón. La administración Biden se reunió con Australia, Brunéi, India, Indonesia, Japón, República de Corea, Malasia, Nueva Zelanda, Filipinas, Singapur, Tailandia y Vietnam ―representan 40% del PIB mundial― para lanzar el Marco Económico Indo-Pacífico para la Prosperidad (MEIP).

Los gobiernos del MEIP creen que gran parte del éxito en las próximas décadas dependerá de la forma en que aprovechen la innovación ―especialmente las transformaciones que se están produciendo en los sectores de la energía limpia, digital y de la tecnología―, al tiempo que fortalecen sus economías contra una serie de amenazas, desde las frágiles cadenas de suministro hasta la corrupción y los paraísos fiscales.

El marco se centra en cuatro pilares clave: la economía conectada, la economía resiliente, la economía limpia y la economía justa que permite establecer responsabilidades de alto nivel para consolidar el compromiso económico en la región Indo-Pacífico.

Los gobiernos del MEIP alinean sus esfuerzos para reducir la desigualdad con el mismo vigor en el ámbito internacional que en el nacional; mientras que los gobiernos latinoamericanos se aíslan, fortaleciendo el proteccionismo, buscando agendas bilaterales. Y en la Cumbre de las Américas perdieron la oportunidad de elaborar un marco económico para la región. Se enfrascaron en una lucha entre izquierdas, “la carnívora” contra “la vegetariana”, con lo que seguiremos teniendo décadas perdidas en las que la desigualdad seguirá siendo endémica en América Latina y la mayor del mundo”.

 

¿Cuándo aprenderemos las latinoamericanos que o nos unimos en regímenes pluralistas y democráticos o seguiremos siendo invitados de segunda fila en el escenario internacional?.-

 

Marcelino Miyares, Miami, 23 de junio 2022.

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