Rafael del Naranco: Lo ineludible, hablar de periodismo
Un semiólogo – especialista en signos – es un poseedor de seguridades que se introduce dentro del mundo de la psicología humana y va por la vida, como otros oliendo flores o tirando guijarros al río, pero con más enjundia.
Esa imagen poseíamos del admirado Umberto Eco, aquel profesor de una de las universidades más antiguas del mundo, la de Bolonia, Italia, y autor de textos sesudos y de dos novelas extrañas y esotéricas, una de las cuales, “El nombre de la rosa”, es una aventura fascinante sobre las detectivescas, ingeniosas y escabrosas acciones del fraile benedictino Guillermo de Baskerville, una especie de Sherlock Holmes del siglo XIV. El otro tomo es “El péndulo de Foucault”.
Por donde iba. Eco hablaba con ardor de la televisión, la prensa y los libros, casi por ese orden, y como era un especialista del tema que exponía, los dictámenes que expresaba asumían sustento y hasta una pícara gracia, y uno, lego en la materia, pero embelesado por sus genialidades, cata – es un decir – el sabor de esa fuente pasmosa.
El “professore” decía – y de ello he departido alguna vez en estas columnas semanales – cuantiosas y valoradas reflexiones, y una de ellas es que el conjunto de los medios están faltos de raciocinio, y de algo muy primordial a la hora de informar: autenticidad y sentido común. Y uno añadiría en justicia: salvando excepciones.
Cuando a Eco se le preguntó en una conferencia centrada en los medios de comunicación, cuál sería su diario preferido de los cientos o miles editados en el planeta, exteriorizó en profundidad:
“Siempre suelo recordar satisfactoriamente la historia del diario “Fidji Journal”. En 1990 me encontraba en la isla de Fidji. Allí circula un tabloide de ocho páginas. Cuatro son de publicidad, dos de eventos locales – por ejemplo, el nacimiento de una vaca con dos cabezas – y dos de informaciones internacionales. Ese día comenzaba la guerra del Golfo. A través de ese pequeño diario supe todo lo que era necesario saber sobre el tema. Lo importante estaba en dos páginas”. Y finalizó recalcando:
“Mi alucinación es un “Fidji Journal” en cada país.”
Eso, en nuestro entorno venezolano, sería imposible… aún siendo una tabla de salvación ante el costo de los bobinas de papel. Y más amplio nos explicamos:
Antes – solemos unirnos al pasado cual tabla de salvación – en mis tiempos cada vez más lejanos de Caracas, los domingos los periódicos caraqueños le llenaban a uno de papeles inservibles y “cuerpos” de relleno, y el lector o lectora debía llevarse a casa toda esa bagatela. Los diarios, salvo honrosas excepciones, se han convertido en una industria más de la extraña situación económica, insensible en cierta manera, a los intereses cotidianos de los lectores. Apostilla: cada vez más mermados.
En medio algo hay certero: si algo en años ha evolucionado en la información del ciudadano, es el periodismo, y aún así no se ha regenerado en calidad.
Los diarios son cada vez más utilizados por crecientes intereses foráneos, y en ese aspecto el muy admirado Humberto Eco poseía una respuesta inmediata y espaciosa: “Como la noticia ya fue dada por la televisión el día anterior, a los periódicos sólo les queda repetirla. Podrían profundizarla, pero suelen alargarla, coreándola.”
Es sabido que las páginas de la historia son el molde que sitúa su bagaje sobre la posteridad, pero el periodismo lo debe hacer en la acción permanente de escarbar, al ser un detective de los ciudadanos ante los errores o malas mañas del poder político de turno.
Uno no es un sabueso indudablemente, ni lo desea, no obstante tengo años en esta profesión de malestares y partos diarios, para sentir como una vibración extraña y profunda, cuando una noticia “está coja”, es decir, cuenta con “vacíos”.
La ambición personal es muy proterva consejera para el periodismo, y el deseo del medio de mantenerse contra viento y marea en la cresta de la ola informativa, puede ser peor, y eso, de una forma u otra, está sucediendo con alta frecuencia en los sectores de comunicación masivos.
Hay demasiada manipulación, errores intencionados y abusos generados por esa malsana idea de que el periodista es un ser privilegiado y se alza por encima del resto de los mortales.
Lo cuenta, y es algo digno de conocer, el ruso Aleksandr Solzhenitzyn, autor facundo del “Archipiélago Gulag”.
En un patio un niño tiene encadenado a su perrito. Lo cuida así desde que era un cachorrito. “Una vez – expresa el autor ruso – fui a llevarle huesos de caldo humeantes y aromáticos, pero justo en ese momento el niño soltó al pobrecito can”.
La nevada en el patio era copiosa y blanca.
“El sabueso lleno de júbilo, da vueltas, salta como una liebre, el hocico lleno de nevisca; corre por todos los rincones, del uno al otro… Se aproxima, todo velludo y brinca alrededor del escritor. Huele los huesos y vuelve a correr.
“No necesito yo sus huesos… denme solamente la libertad”.
Sin el libre albedrío de pensamiento, cuya base es la escritura y la palabra, la humanidad estaría en los albores de la Baja Edad Media. Y si hoy nos hallamos en medio de un progreso de valores sostenidos, es porque hombres y mujeres imbuidos de coraje han abierto rendijas con sus propias manos entre los siglos más oscuros, para enseñarnos la luz de la emancipación, uno de cuyos soportes es la libertad de prensa.-
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