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Juan Vicente Gómez

¿Era Juan Vicente Gómez ese monstruo de maldad que tantos describen?

Alicia Álamo Bartolomé:

Mucho he hablado del Gral. Gómez en mis Memorias, pero no le he dedicado una visión o apreciación mía sobre él. Ciertamente estuvo presente en mi infancia y representó mucho para la carrera de mi padre, además es un trozo de historia y bien merece una visión sobre él. Para ser sincera, yo no puedo evitar una cierta simpatía por el dictador. A veces, en ciertas conversaciones un poco en broma pero tal vez con algo de cierto, he dicho: Yo soy gomecista. En una reunión de la directiva de la Orquesta Sinfónica  Municipal, donde él y yo éramos miembros, me contestó Inocente Palacios: Sí, tú eres gomecista por herencia.¿Será?

Es posible que estas cosas se transmitan en los genes, pero lo más probable es que influyan las conversaciones y comentarios que uno escucha en la infancia, que van conformando como una plataforma de ideas que se asimilan, son objeto de reflexión y,según la autoritas de quienes las expusieron, se termina por creer más o menos en ellas, hasta hacerlas o no propias. En mi infancia, mis 10 primeros años de vida, Juan Vicente Gómez era la figura patriarcal del país, jefe máximo del gobierno y de papá. Punto. Yo no sabía nada de sus opositores, enemigos, presos políticos, perseguidos o exiliados. Mucho menos de cárceles y torturas. Ciertamente en mi casa y en casa ajena jamás oí una palabra contra el tirano, podría haber captado algo de miedo, pero no, más bien de respeto y admiración. Las personas salían como locas a las puertas y ventanas cuando pasaba el general con su comitiva, gritaban,¡el Gral. Gómez!, y corrían a verlo pasar como si fuera un espectáculo de carnaval o de regocijo público.

El 17 de diciembre de 1935, a las 11.45 pm., falleció en Maracay Juan Vicente Gómez. Muchos lo dudaron, decían que habían hecho coincidir con la fecha la de la muerte del Libertador, porque las del nacimiento ya coincidían: 24 de julio. ¿Casualidad, ironías del destino o arreglo? Lo cierto es que el general murió con varios eminentes médicos en su habitación y ninguno desmintió la fecha. Su entierro, el 19 de diciembre,  aniversario de su acceso al poder, fue un acontecimiento. Gente de mi familia que lo presenció decía que jamás habían visto una manifestación igual. Sólo en la tarde de 19 de diciembre, cuando en el país se tuvo la seguridad de que el dictador estaba bajo tierra, fue que empezaron en Caracas los primeros gritos de celebración. Entonces comencé a enterarme de que el hombre era tan temido y odiado. Los acontecimientos que siguieron fueron para mí como telones que se abrían para ir hacia la juventud enterrando mi infancia.

No sé cuándo regresó papá de Ciudad Bolívar. No fue para el entierro. Seguramente tuvo que permanecer al frente del estado hasta que Eleazar López Contreras -Ministro de Guerra y Marina del régimen de Gómez- a la cabeza del gobierno provisional, mandara su reemplazo. Sólo recuerdo que se vino a nuestra casa en Los Teques y todos los días bajaba en su carro con chofer a Caracas, supongo que para ver cómo se desenvolvían los hechos políticos, hasta que un día en la carretera, de regreso a casa, le dispararon. No volvió más, hasta que salió en la madrugada del  13 febrero de para esconderse en casa de un amigo en la capital. Lo volví a ver en julio de ese año, cuando pasamos por Cartagena en el trasatlántico alemán Cordillera, rumbo a exilio en Costa Rica y el se montó allí junto con mamá y Antonio, que nos había precedido un mes para estar con él en la ciudad colombiana, donde esperaba su pasaporte, al fin concedido.

Juan Vicente Gómez no es una figura fácil de definir. Para sus enemigos, víctimas y descalificadores, es un dictador, déspota, inmisericorde, que llenó las cárceles con sus opositores y a muchos los sometió a torturas. Lo extraño es que unos han tratado de hacer una obra de denuncia en su contra y les ha salido el tiro por la culata. Bolívar Films concibió un documental muy exhaustivo, con entrevistas a varios perseguidos por el régimen de Gómez, que sufrieron prisión y otros vejámenes, sin  embargo, a la salida de su presentación en estreno, a la cual llevé a mamá, yo tenía una sensación positiva, le pregunté a ella qué le había aparecido y le había  gustado mucho. Esta apreciación de dos  supuestas “gomecistas” me llamó la atención. Entonces pregunté a jóvenes desconocidos que también salían de la función, su contestación fue inaudita: Muy bueno, un tipo chévere.¡El Gral. Gómez recibía un calificativo positivo y aprobatorio, nuevo en el lenguaje venezolano! Esto me animó a recomendarle el documental a Florencio Gómez, hijo del general: ¿Pero no nos dejan muy mal? Le aseguré que no, que lo viera,le iba  gustar. No sé si lo hizo.

Otra prueba fue la serie de José Ignacio Cabrujas por televisión, con el primer actor Rafael Briceño encarnando magistralmente a Juan Vicente Gómez. Con un amigo común, Elías Pérez Borja, les mandé a decir a ambos: Diles que el personaje se les saldrá de las manos. Dicho y hecho. La serie fue un gran éxito, pero lo fue también para el dictador, no sólo por la magnífica interpretación de Rafael Briceño, sino porque el personaje demostraba una fuerza, una autoridad paternal, en contraposición a la debilitación de éstas en la sociedad actual. Hubo más de uno que admiró y envidió a Juan Vicente Gómez bajo la convincente actuación de Briceño. Y éste, “antigomecista” apasionado, porque su padre, enemigo de Gómez, había muerto en Los Andes sin asistencia médica por miedo al caudillo, contaba, que en una escuela en Barquisimeto, los niños lo recibieron con banderitas de Venezuela y la exclamación, ¡Viva el Gral. Gómez! Además tuvo que interpretarlo por años, porque donde aparecía o era reclamado para alguna actuación, siempre le pedían fuera la de Juan Vicente Gómez. Hasta en la película sobre el Dr. José Gregorio Hernández, protagonizada por Mariano Álvarez, caracterizó al dictador. Ambos excelentes actores se nos fueron ya de este mundo.

Una noche tuve la oportunidad de hablar aquí en Caracas con el famoso torero Luis Miguel Dominguín. No nos conocíamos. Me llamó la atención su conocimiento del nativo de La Mulera. Me dijo que en una librería en Bogotá le llamó la atención el libro Juan Vicente Gómez, un fenómeno telúrico, del peruano José Pareja y Paz Roldán. Lo compró y le interesó tanto el personaje que siguió adquiriendo literatura sobre él. Para unos la figura del déspota es tan despreciable como para otros apasionante. ¿Por qué?

Hijo de una familia de hacendados, en plena cordillera andina, Juan Vicente Gómez, sin ser de las elites sociales, tampoco fue un pata en el suelo analfabeta. Sus padres eran campesinos honestos y trabajadores, Juan Vicente, el mayor de sus hermanos, seguramente tuvo la oportunidad de asistir a una pequeña escuela primaria en La Mulera, su pueblo natal. Lo más interesante para la formación de su personalidad, según mi criterio, no es lo que una escuela pudo darle, sino su propio entorno. Tierra montañosa de desfiladeros y nieblas, en una época azarosa de nuestra historia, cuando soldados desajustados de las recientes guerras de independencia se convirtieron en delincuentes, de inestabilidad política y luchas por el poder, en cualquiera de estos pasos de montañas acechaba un peligro. Los andinos se convirtieron en seres recelosos, alertas, reservados, acuciosos de miradas y gestos en los demás para adivinar intenciones, desconfiados. Aun hoy son así. He tenido amigos andinos que me ocultan cosas sin necesidad, con una exagerada reserva que me desconcierta.

Ese hombre que se alió con su compadre Cipriano Castro, dejando su hacienda para hacerse militar en las montoneras revolucionarias del Cabito, hasta llegar a grado de general, no dejó nunca su reserva y perspicacia andinas. Desconfiaba de los centrales y con razón. Vio a Castro dejarse arrastrar por vaho de adulancia y oportunismo de las cortes caraqueñas. Desarrolló un espíritu de observación, casi adivinatorio, de las intenciones ajenas. Observaba, reflexionaba y sacaba conclusiones. Por eso era callado, reservado, taciturno, pero sus achinados ojos de indio brillaban y lo captaban todo. Llegaron a decir que era brujo. No. simplemente sagaz. Formó una formidable red de información que le adelantaba los acontecimientos, los posibles atentados y cambiaba de ruta.

Cuando le llegó su turno en el poder, entre las cosas que hizo fue trasladarse a vivir a Maracay, cerca de los cuarteles y lejos de la vida cortesana caraqueña.  Fuera de los halagos. Aunque algunos creen lo contrario, detestaba la adulancia. Cuando a un conocido político andino, de cargos bajos, se le ocurrió proponer levantar en La Mulera una estatua al padre de Gómez, la mandó  decir que se dejara de tales… (aquí una palabrota). Alguien, intrigante de profesión, le hizo ver que Antonio Álamo se presentaba inadecuadamente sin chaleco -¡chaleco en Maracay!- para rendirle cuentas, le contestó: Prefiero al Dr. Álamo sin chaleco a mucho enchalecado.

Y qué cosa, fue el sin chaleco quien le hizo un favor a la nación y al propio Juan Vicente Gómez. Éste, en un momento dado, contento de tener su residencia en la Ciudad de los Jardines, que él mismo había embellecido, tuvo la “feliz” idea de trasladar la capital de la república allí. Nadie se atrevía a contradecirlo, pero fue el Dr. Álamo quien lo disuadió con el siguiente argumento: Tenga en cuenta de que si la capital se traslada a Maracay, se trasladarán también las embajadas extranjeras y usted tendrá que recibir a los embajadores cuando presenten credenciales. Santo remedio, no estaba el general para esas necias ceremonias. Se canceló el asunto.

Menos felices nosotros. No tuvimos en estos tiempos quien aconsejara sabiamente al sátrapa, ni a su sucesor, sobre los cambios de nombres a la república, fuerzas armadas, ministerios, etc. ; ni las alteraciones a los símbolos patrios. Todo lo cual ha representado un desperdicio inútil y estúpido de grandes cantidades de dinero y tiempo.Es que en este régimen al sentido común se lo ha llevado de calle la adulancia.

Eso pasa también porque no hay interés patriótico sino de beneficio personal. No se le ocurre a los de ahora rodearse de gente valiosa, acudir a los que saben, justamente para evadir la falta de conocimientos, sino todo lo contrario: buscan a los ineptos. Juan Vicente Gómez actuó muy diferente. Claro, para eso hay que tener la inteligencia de aceptar la propia ignorancia y remediarla con la capacidad ajena. Gómez apeló a los mejores. Los técnicos que trabajaron en obras encargadas por él, lo hicieron en libertad de sus conocimientos, sin presiones de otros intereses. Por eso son tan buenas y todavía perduran, como las carreteras de impecable acabado. ¿Que las hicieron los presos, muchos de los estudiantes del 28? Sí y se les hizo un favor: la oportunidad de salir de las siniestras mazmorras y trabajar al aire libre, fortaleciendo los músculos y en beneficio de su salud.

¿Quién puede no reconocer la gran labor del Dr. Román Cárdenas Silva en materia de hacienda pública? Fue hombre de confianza de Juan Vicente Gómez. Primero lo tuvo en su gabinete como Ministro de Obras Públicas; luego lo envió a Londres para un corto período de estudios e investigación sobre los problemas tributarios y otros del Estado. En 1913 lo nombró Ministro de Hacienda. Es Cárdenas quien hace toda la reforma tributaria, organiza la hacienda pública y las leyes correspondientes, cuya vigencia en algunos casos perdura. Sin duda, a su preparación y capacidad se debe el gran legado del gobierno de Juan Vicente Gómez: la cancelación absoluta de las deudas externa e interna del país. Esta herencia la recibieron la democracia y las dictaduras subsiguientes, pero no supieron aprovecharla.

Es verdad que Juan Vicente Gómez miró  a Venezuela como una hacienda propia. Compraba tierras de buena o mala manera -no lo sé- para aumentar sus propiedades, pero jamás puso un centavo en el exterior. Al morir, todo ese caudal de riquezas le quedó al Estado venezolano.

Fue el gran pacificador. Bajo su régimen se prohibió el porte de armas. El pueblo aprendió a vivir pacíficamente, sin temor a revolucionarios de montoneras, a saqueadores de bienes, se acostumbró al trabajo tranquilo. Si no te metías con el tirano, éste no se metía contigo. Hasta los desafueros carnavalescos cambiaron, al menos en Caracas, donde eran famosos por sus bromas pesadas desde la época colonial. Nada de carnaval con agua, sólo desfiles de carrozas, bonitas comparsas, papelillo, serpentinas, caramelos y fiestas en plazas y clubes. Tampoco cohetes ni fuegos artificiales ruidosos en Navidad y otras fiestas. Podían disimular disparos.

Buen criollo y telúrico, como lo describe Pareja y Paz Roldán, a Juan Vicente Gómez le gustaban ciertas distracciones populares, tales los toros coleados, las corridas de toros y muy especialmente, las peleas de gallo. Había galleras por todo el país.  Un cierto adulador o pedigüeño se presentó un día en Maracay, con la intención de halagar al dictador, regalándole una pareja de gallos de pelea, muy singular: soltados éstos, lucían su plumaje en saltos, pero sin hacerse daño. Gómez observó la escena y dijo a uno de sus escoltas: Denle cincuenta bolívares a ese tipo,pero que se lleve a su animales. A mí no me gustan gallos maricos.

Gómez tuvo muchos hijos naturales, algo también telúrico. Andino sin querida no se estima como andino. Aunque no se casó nunca, tuvo dos parejas fijas, no a la vez sino sucesivamente, por largos años: doña Dionisia Bello, que trajo de Los Andes y doña Dolores Amelia Núñez de Cáceres, caraqueña de estirpe. A la prole de ambas les dio el apellido, no a  los hijos habidos a destajo fuera de la cama principal. Parece que nunca pasó la noche en la casa o alcoba de su compañera de turno, decía: A las mujeres como a los toros, se les lidia de día.Quien dormía en una colchoneta a la puerta de su habitación, era el indio Tarazona, fiel guardián de su poderoso amo.

La familia prima de los Gómez Bello cayó en desgracia tras la muerte del hermano del general, Juan Crisóstomo (Juancho) Gómez, que fue asesinado a puñaladas una noche mientras dormía en el Palacio de Miraflores. Era el primer vicepresidente de la república; el segundo, José Vicente, su sobrino, hijo de doña Dionisia. Todavía hoy, sin saberse realmente la verdad, se culpa a estos allegados del crimen, por un problema familiar. Lo cierto es José Vicente fue enviado con un cargo diplomático a Europa, allí mismo se exilio doña Dionisia y el cargo de vicepresidencia de la república fue eliminado por el congreso. Sí recuerdo que  siendo muy pequeña, cuando las personas hablaban del asesinato de Juancho Gómez, bajaban la voz como para que no oyeran las paredes. Yo nací 3 años después de su muerte, que fue en junio de 1923, de manera que, para darme cuenta de estas conversaciones, deberían haber pasado por lo menos 6 años del hecho, ¡y todavía se temía hablar! Hubo una búsqueda implacable de culpables, cayeron y murieron, varias personas probablemente inocentes. Esa ola de terror conmovió al país silente.

Da la casualidad que, cuando cayó en desgracia la familia Gómez Bello, acababa de incorporarse al grupo médico que atendía al general, el eminente Dr. Adolfo Bueno. La chispa popular y clandestina, con una licencia ortográfica, comenzó a llamarlo “el depilatorio”.

Juan Vicente Gómez no se casó pero no permitía deslices a sus hijos. Un anciano se presentó un día a pedirle justicia, porque uno de sus hijos Gómez Bello, Gonzalo, había engañado a una hija suya. El general le dijo que inmediatamente haría que Gonzalo se casara con la muchacha. El digno anciano le contestó: No, general, yo no vine a pedir eso, sino justicia. Entonces el padre mandó a su hijo preso. Quizás por ese tiempo de prisión Gonzalo Gómez se casó tarde, probablemente en el exilio, con una extranjera, creo que portorriqueña, también de apellido Gómez. Conocí a una hija suya-que podía haber sido su nieta- compañera de colegio y muy amiga de una sobrina mía. Y antes lo había conocido a él en Burdeos, Francia.

En los últimos meses de 1956 mi hermana Iginia, una amiga. Aura Clavier y yo, salimos de pueblo castellano natal de mi abuelo materno, Quintanar de la Sierra, rumbo a Francia donde en París tomaríamos el avión para regresar a América, después de un largo y grato viaje de trismo por el Viejo Continente. Se presentó el problema del Canal de Suez y Europa se quedó sin gasolina. Un familiar en Quintanar, que regentaba una estación del precioso líquido, me facilito dos bidones, pero con eso no llegábamos a París en nuestro Citroen. Cuando entramos a Francia no vimos colas en las ventas de gasolina e inocentemente pensamos que el problema había pasado, hasta que, antes de dirigirnos a Lourdes, nos detuvimos en una bomba y estaba cerrada, como lo estaban todas. Era una imprudencia seguir y nos fuimos a la urbe más cercana, Burdeos, donde había consulado de Venezuela, no sólo para buscar orientación, sino para visar nuestros pasaportes, pues en esa época de dictadura perezjimenista, los venezolanos teníamos que hacerlo para regresar a nuestro país. Una  vez instaladas en el hotel, nos fuimos al consulado. Allí nos informaron que a los turistas con automóvil nos iban a dar en las alcaldías de los pueblos los tickets para adquirir gasolina hasta llegar a nuestro destino. Allí estaba un señor que nos observaba y preguntó quiénes éramos; cuando dijimos nuestro apellido, preguntó: ¿Qué son del Dr. Antonio Álamo? Al contestarle que hijas, dijo que nos acompañaba al hotel. Una vez allí, llamó al gerente: Las señoritas necesitan gasolina para llegar a París, parece que les van a dar bonos en las alcaldías para esto, pero si no es así, usted sabe cómo conseguirla, ¿no es así? Muy solícito, el tipo contestó enseguida: Sí, sí, no se preocupe. Yo me dije: ¡Caracoles los Gómez mandan hasta en Francia! Porque el desconocido era Gonzalo Gómez.

Afortunadamente, no hubo necesidad de apelar lo buenos oficios de Gonzalo porque, con eficacia de país europeo desarrollado, el gobierno francés tenía perfectamente arreglado el problema de los turistas. Llegué a París con los dos bidones de Quintanar de la Sierra. Se los ganó quien compró el vehículo.

No conocí a familiares de Juan Vicente Gómez sino después de su muerte y nuestro exilio en Costa Rica. Mamá nunca estuvo en Maracay ni en nada social en torno a Gómez. Se guardaban las distancias entre los legítimos y lo ilegítimo, sólo los adulantes cruzaban la raya. Por eso cuando mi hermana Berenice, niña aún, calladita y obediente, expresó un deseo inusitado, mamá estuvo dispuesta a complacerla, pero no acompañándola  ella.

En los últimos años de su vida y ya construido e inaugurado el Pabellón del Hipódromo de El Paraíso, Juan Vicente Gómez acostumbraba a sentarse allí un buen rato, después de las carreras de caballos de los días festivos, no sólo para gozar de la vista de la gente bailando y divirtiéndose,  sino también para recibir saludos y parabienes. La primogénita de la pareja Álamo Bartolomé, pidió un día que quería darle la mano al Gral. Gómez. Nunca pedía nada, mamá quiso complacerla y la envió la tarde del 25 de diciembre con una joven prima, Judith Alvarado. La muchacha se asustó ante el protocolo, no se atrevió a cumplir su cometido y Berenice regresó a casa frustrada. Mamá le prometió que la volvería a mandar el 1º de enero. Así fue, pero fue con Úa -María Teresa Alvarado Dávila, prima de papá, ángel guardián de los Álamo Bartolomé. Esta vez Berenice si llegó hasta el general. Úa le explico a éste que la niña no había podido saludarlo el 25 de diciembre y él contestó: Mejor así, porque siendo hoy primer día del año, va a saludarme todo el año.

Al regreso del exilio conocí en Barquisimeto a Rosa Amelia Gómez Núñez de Méndez Llamozas, hija del dictador y esposa de un médico muy querido en la ciudad, por eso escogieron vivir después del exilio, como nosotros, en la de los Crepúsculos. Bella y simpatiquísima mujer. Luego, en la sociedad caraqueña, tuve contacto con Florencio Gómez. En el autobús del centro de Caracas a El Paraíso, me tocaba a menudo sentarme al lado de otro hijo de Gómez: Juan Vicente Ladera. Empresario de corridas toros y por supuesto, gran taurino. Yo también y hablábamos mucho sobre el tema.

¿Era, pues, Juan Vicente Gómez ese monstruo de maldad que tantos describen? Sinceramente creo que no, algo de humano y de caridad tendría. No era un dictador demoníaco. No todos los tiranos están cortados por el mismo molde. Los hay verdaderamente diabólicos, pero hay otros más parecidos a hombres, a pesar de sus desmanes. He observado cómo mueren: los unos, fuera de sus camas, trágicamente en la calle, colgados de postes, en el suelo; los otros, tranquilamente en las suyas. Juan Vicente Gómez murió en su cama.-

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