Lecturas recomendadas

Encuentros 40

El Concilio Vaticano II significó para la Iglesia católica un punto de llegada como también un punto de partida

 

Nelson Martínez Rust:

I

 

¡Bienvenidos!

El Concilio Vaticano II significó para la Iglesia católica un punto de llegada como también un punto de partida. Esta afirmación nos permite ubicarnos en la necesidad de su estudio y comprensión, pero, al mismo tiempo, lo convierte en un instrumento de lectura de lo que actualmente ocurre en la vida de la Iglesia de nuestros días. El Vaticano II no puede ser olvidado. Si algunas cosas no son tan actuales como cuando se formularon, no obstante, él señala un camino nuevo. Significó un “cambio en el camino” de la historia de la Iglesia.

Intentaremos no sólo recordar ese acontecimiento trascendental que se inició el once de Octubre del año 1962 bajo el pontificado de Juan XXIII y finalizó el ocho de Diciembre del año 1965 bajo el gobierno de Pablo VI, sino que además trataremos de señalar las líneas maestras de sus documentos. Ese deseo ocupará nuestros próximos escritos semanales. Cuando el Concilio finalizó, se habían aprobado cuatro “Constituciones”, nueve “Decretos y tres “Declaraciones, contentivos de toda la doctrina conciliar; todo ello a lo largo de cuatro períodos con un total de diez sesiones públicas y ciento sesenta y ocho congregaciones generales.

Antecedentes

a.-   Todo cuanto ocurre tiene un “porqué”. Nada es producto del “acaso y la necesidad”. Podemos aplicar esta afirmación a la realidad conciliar. Efectivamente, al Concilio debe entendérsele como “punto de llegada” de un proceso complejo, cuyo inicio podría ser ubicado con mucha antelación. Nos atreveríamos a afirmar que el mismo día en que se clausuró el Vaticano I nacía la idea de la realización de un Concilio. En efecto, el Vaticano I tuvo como finalidad el retomar, el plantear y el estudiar de manera sosegada las interrogantes suscitadas por La Reforma. Sin embargo, este cometido histórico no se alcanzó, dadas las condiciones históricas que se vivían para el momento.

Es un hecho evidente para cualquier historiador perspicaz, que La Reforma había planteado problemas que habían dejado inquieta a la Iglesia. Efectivamente, el concilio de Trento no respondió a las interrogantes de los reformadores, por el contrario, su finalidad fue, en gran manera, la reafirmación y sistematización de la fe de la Iglesia que exigía, en esos momentos, claridad y precisión. Y lo logró. Sin embargo, las inquietudes planteadas quedaron en el sopor del tiempo y no fueron contestadas. Esta podría ser una primera aproximación de entendimiento, lectura y de ubicación en el tiempo y en la historia del Vaticano II.

b.-  Otro dato a tener en cuenta, es el hecho de que con el movimiento de la Reforma y con el Concilio tridentino se  dejaba atrás, de manera evidente, la época medieval y, con ella, un modo de hacer teología. Al mismo tiempo, se admitía y se le daba la “bienvenida”, a lo que se ha dado en llamar “La Modernidad”, hecho que se había venido gestando de mucho tiempo atrás. Esta afirmación podría ser materia para un trabajo de investigación teológico-histórico, dadas las consecuencias que desde entonces se han venido suscitando y que, aún, en la actualidad padecemos con virulencia.

Además de esta posible ubicación temporal, creemos necesario hacer algunas acotaciones previas que, de cierta manera, nos permiten justificar las afirmaciones anteriores y al mismo tiempo comprender mejor lo que a continuación diremos. Estas aclaraciones son:

a.-   La Iglesia es heredera de un pasado.

Hubo un tiempo en la historia de la Iglesia en el cual, debido a la influencia de la filosofía platónica, el cristianismo dio la impresión de no dar la suficiente importancia a las realidades temporales. Hoy en día conocemos las críticas que se le hacían a la Iglesia por esta actitud. Se le acusaba de una posición evasiva y de hacer de los fieles cristianos personas indiferentes a las necesidades concretas y a las llamadas angustiosas de la humanidad. Se fundamentaba esta posición en los hechos denunciados y conocidos por la Iglesia, pero que a los cuales nunca se les terminaba de brindar una respuesta adecuada. Al obrar de esta manera, daba la impresión de ocultar o minimizar ante la historia su verdadero contenido: El ser portadora de unos Principios y de una Verdad mucho más profundos y dignos de los hombres, realidades capaces de logar una profunda y real transformación permanente de las realidades mundanas.

b.-  La realidad de un mundo en constante cambio.

Hoy en día vivimos en un mundo en pleno cambio, caracterizado por mutaciones profundas que se producen a una velocidad vertiginosa. Muchas veces, no se ha tenido el tiempo suficiente y la capacidad necesaria para lograr la comprensión y la asimilación necesaria de los cambios realizados con anterioridad cuando ya se producen nuevas mutaciones que exigen, a su vez, una nueva asimilación y comprensión. Así tenemos que, si en los albores del siglo XX se hablaba de una aceleración de la historia, hoy en día es fundamental reconocer que desde el año 1945, y en los años inmediatamente posteriores a la segunda guerra mundial, a nuestros días, estas mutaciones han alcanzado una aceleración con características de progresión geométrica y no solo aritmética. El mundo ha conocido una acelerada transformación no solo en la concepción de las ciencias concernientes a la naturaleza humana – psicología, sociología, economía – sino también en el mundo de las ciencias exactas, que no ha dejado de influir de manera determinante sobre la misma concepción del ser humano y de su visión de las realidades sobrenaturales. En efecto, el hombre, al mismo tiempo que es el artífice de estas mutaciones desenfrenadas que hacen de él un “superhombre” o un “dios” digno habitante del olimpo, sufre la inestabilidad, la ansiedad y la insatisfacción de una ausencia de respuesta espiritual a multitud de interrogantes que los mismos cambios le producen. Se crea, de esta manera, un problema antropológico no resuelto.

c.-   El mensaje cristiano no es un mero acontecimiento verbal que se acepta con un simple acto de fe al margen del “hecho histórico.

El mensaje cristiano se lleva a cabo tanto mediante palabras como por el acontecimiento de hechos históricos. En el caso de la Revelación tanto las palabras como los hechos están intrínsecamente relacionados entre sí. La palabra brinda un sentido, un significado, una interpretación a los acontecimientos históricos, a la manera de una exigencia establecida por Dios. Pero también, como palabra eficaz que es, debe poner en marcha la historia, recreándola, transformándola, al hacerla siempre nueva. De esta manera la palabra se concretiza – se hace “realidad” – mediante el acontecimiento histórico (Dei Verbum, 2). La Palabra reveladora que se hace “persona” en Jesucristo, lleva a cabo – es contentiva – de una promesa para todo el acontecer histórico, ya que ha sido pronunciada por Dios-Padre de una vez para siempre. Por consiguiente, no está referida solo a la historia de la salvación del pasado, sino también a la historia de la salvación del presente y de la que se desarrollará en el futuro.

Esta afirmación nos conduce a otra: La Palabra de salvación, que es históricamente singular – única -, debe ser interpretada como un mensaje no solo realizado, sino también realizable y verificable en la actualidad y en el futuro. Cada generación tiene la obligación de preguntarse por el hecho de Dios revelado en Cristo y brindar una respuesta. Frente a esta doble realidad ¿qué significado tiene hacer teología hoy? Es una pregunta para la próxima semana.

 

Valencia. Octubre 9; 2022

 

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba