Iglesia Venezolana

Cardenal Baltazar Porras en la Misa de la Esperanza

Identifiquémonos con aquellos personajes, aquellas figuras que encarnaron la esperanza del pueblo elegido

HOMILÍA DE LA ESPERANZA, PRIMER DOMINGO DEL ADVIENTO, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO. Caracas, Parque del Oeste, sábado 26 de noviembre de 2022.

 

Queridos hermanos:

 

Nos reúne de nuevo, por quinto año consecutivo, la apertura del tiempo del adviento y la navidad con esta celebración que congrega a todas las parroquias de la Arquidiócesis de Caracas, para abrir este hermoso tiempo litúrgico que es el que se parece más a la vida cotidiana, por la sincronía del mensaje bíblico con lo que sucede a nuestro alrededor en la vida diaria.

 

Qué mejor lema que la primera frase de la carta a los Romanos que acabamos de escuchar: “Tomemos en cuenta el momento que vivimos”. Son tantas las calamidades y angustias que azotan al mundo y a nuestro entorno cercano que tenemos la tentación de huir, de buscar un sucedáneo que mitigue nuestro miedo. En efecto, a nivel mundial, la guerra de Ucrania: no acabamos de percatarnos que no se trata de algo lejano y ajeno, sino presente, gravitando con graves consecuencias que insensiblemente modifican la vida social y la de cada uno de nosotros.

 

En segundo lugar, el drama nacional con la arista humanitariamente angustiosa de la migración multitudinaria permanente a través del tapón del Darién, nos coloca ante una tragedia de dimensiones todavía desconocidas, aunque de indudable gravedad y significación cristiana ineludiblemente interpelante. Pero en la realidad cotidiana solo nos estremece si alguna de las víctimas es cercana a nuestra familia o vecindad. Y nos olvidamos de las causas que la originan. No podemos contentarnos con quejarnos o ver ese drama como una noticia más entre las muchas calamidades que nos trasmiten a diario los noticieros o las redes.

 

En tercer lugar, este año hemos tenido un invierno largo, con lluvias torrenciales que han ocasionado deslaves e inundaciones que han arrasado con barrios y conglomerados urbanos, dejando incomunicadas a muchas comunidades, pérdidas en las cosechas, escasez por la imposibilidad de trasladar los insumos necesarios para la vida, tales como el combustible, alimentos o medicinas. El conjunto ha venido a agravar nuestra ya calamitosa situación física (ej. servicios básicos), social (ej. carencias, nivel de vida), humana en una palabra (ej. conciencia de la dignidad personal, vigencia del bien común, resignación, desesperanza) en contraste flagrante con mensajes y campañas de optimismo falaz, alejado del realismo necesario para cualquier iniciativa promisoria de cambio, reconstrucción y reconciliación efectivos y durables. Todo ello incide en forma negativa en la estimación que debemos hacer para que los acontecimientos ajenos a nosotros no desquicien nuestros valores humanos, espirituales y cristianos, llevándonos al disparadero de no encontrarle sentido a seguir viviendo, o a consolarnos ingenuamente porque aunque desmejoran nuestra existencia nos permite seguir sobreviviendo.

 

El adviento que estamos iniciando, es un tiempo de espera y esperanza, no para la desesperación y la búsqueda de construirnos una falsa felicidad en el olvido de cuál es nuestra responsabilidad personal y social ante la realidad que nos toca vivir. La palabra de Dios nos invita a “tomar en cuenta el momento en que vivimos”. Es decir, a vivirlos de manera distinta y consciente. Es el mensaje de las lecturas de hoy que se convierten en hoja de ruta para el tiempo presente y el porvenir.

 

El adviento no se puede reducir a recordar el acontecimiento de la espera y llegada de Dios a nosotros, haciéndose hombre en el seno de una joven sencilla y pobre, llamada María. Somos seres históricos, o sea, vivimos en un tiempo concreto, en el que “adviene” la novedad de la libertad, y a la que hay que encontrarle y darle sentido. Necesitamos abrir nuestro corazón y avivar nuestra sensibilidad para que la verdad que conmemoramos, desde los profetas hasta el nacimiento de Jesús, esa verdad siga teniendo vigencia, vaya llegando con nuestro compromiso, sostenido y avivado por la Gracia, para construir el cielo prometido desde el hoy de nuestra existencia.

 

Identifiquémonos con aquellos personajes, aquellas figuras que encarnaron la esperanza del pueblo elegido. Los profetas, y entre ellos Isaías, que llena este primer domingo de adviento y nos arroja la sombra de María. Y la actitud de Jesús en el Evangelio que nos invita, al igual que el apóstol Pablo, a estar despiertos, vigilantes, atentos para que el vaivén de los acontecimientos naturales o sociales no nos muevan como una veleta que no sabe a dónde dirigirse.

 

Ahora bien, la época que nos toca vivir, humana y cristianamente, no tiene solo signos de desesperación y de muerte. Hay que despertar. Isaías nos recuerda que “en días futuros, la casa del Señor está firme”. Hay que convertir las espadas en arados y las lanzas en podaderas. No se lograrán los éxitos humanizadores perdurables si nos preparamos para la guerra, y convertimos el odio en la solución de las diferencias que tenemos los humanos.

 

Hay que caminar despiertos, con alegría, como nos pide el salmo de hoy, para construir la paz en medio de tantas contradicciones. No se trata de un deseo sin sentido. No hay que asumir el tiempo con miedo, con indiferencia. Nos toca trabajar con esfuerzo y dolor por la edificación de un mundo mejor, abierto a todos, promesa y preludio de la Jerusalén celestial, donde todo será júbilo y felicidad. Para ello tenemos que espabilarnos, no encerrarnos en nosotros mismos, o en los intereses de mi grupo más cercano o afín, sino abrirnos a los demás, a los más lejanos, a los excluidos, a los olvidados, con las obras de misericordia que transforman, primero nuestra propia vida, antes que la de aquellos a los que tratamos de ayudar samaritanamente, fraternalmente.

 

Para ello tenemos que descubrir que el tiempo de Dios, el de la fe y de la esperanza, está ya aquí y toca a mi puerta. No podemos estar como en los tiempos de Noé, ajenos a la realidad, pues nos llevará el vendaval, andaremos del tumbo al tambo, buscando consuelos o respuestas que no solucionan nada, porque no tienen en cuenta el mensaje bíblico que nos invita a estar preparados ya que no sabemos ni el día ni la hora. No es tiempo de asustarnos, ni sentir escalofríos, porque estamos ante un monstruo al que no podemos dominar, como lo que nos señalan tantas películas o series tan de moda en los medios o en la manipulación interesada de grupos que intentan dominarnos y domesticarnos, para ir por donde ellos quieren. Convertirnos en esclavos sumisos a beber en las seguridades de hoy que conducen a mayores inequidades y pérdidas de sentido de la justicia y la verdad.

 

Busquemos en la ayuda de cada una de nuestras comunidades el trabajar juntos, el tejer experiencias positivas de servicio y superación personal. Es el llamado del Papa Francisco a sentirnos iguales, porque, como bautizados, no tenemos preeminencia los unos sobre los otros; estamos llamados a caminar juntos, y juntos ser creativos, pendientes los unos de los otros por la superación de cada día en las mejoras por una vida digna, serena, pacífica que nos conduzca a la verdadera igualdad de oportunidades para todos.

 

El mejor ejemplo de este adviento y navidad es descubrir el valor de la fragilidad. Dios se hace uno de nosotros, con la debilidad de un niño, nacido de una mujer, en un pueblo olvidado y dominado por las potencias, viviendo en un villorrio insignificante. Las hermosas tradiciones venezolanas de este tiempo poseen la fuerza enorme de que en lo pequeño, en lo aparentemente superfluo, está el vigor de la pobreza y austeridad que enriquecen. ¡Qué valor tienen nuestros aguinaldos, los pesebres o nacimientos familiares, las misas de la novena de preparación a la navidad! sino descubrir que en los pequeños gestos se gestan las primicias del amor, del afecto desinteresado, auténticas expresiones de un mundo más fraterno, “en salida”, en peregrinación constante en el descubrir la estrella de Belén que nos ilumine en medio de la oscuridad de un futuro desconocido que solo se hará presente desde lo que seamos capaces de sembrar y cultivar a partir de ahora.

 

Tomar en cuenta el momento que vivimos es la invitación urgente que, desde la fe, se le puede dar sentido, y ayudar a recobrar la alegría de ser cada uno de nosotros, en comunidad, no en solitario, los que hagamos posible que el país que soñamos aparezca un día, no por obra de un golpe de suerte, sino por la constancia y esperanza que somos capaces de ir construyendo, poniendo las bases de una sociedad más justa, más fraterna y más solidaria con las lámparas de las virtudes y buena obras que llevamos en nuestras alforjas.

 

Sigamos el ejemplo de María Santísima a la que le cantamos con alegría en el camino a Belén. Si decimos que si la Virgen fuera andina y San José de los llanos, el Niño Jesús sería un niño venezolano, no se trata solo de un bello canto producto de la imaginación. ¡No! se trata de encarnar, de hacer de nuestra vida cotidiana, aquí y ahora, que el mensaje del adviento y la navidad no nos es ajeno ni extraño. Por el contrario, se convierte para nosotros en tarea de todos los días. Con los acordes de este aguinaldo, pidamos que sea verdad: Niño Lindo Ante Ti me rindo, Niño Lindo, eres Tú mi Dios. Esa tu hermosura; Ese tu candor, el alma me roba, el alma me roba, me roba el amor.

 

Que el Niño Dios, la compañía de María y José, y el entusiasmo de cada una de nuestras parroquias y movimientos de apostolado nos lleven a ser, en este tiempo de adviento, los que vayamos con júbilo al encuentro del Señor en la alegría de compartir y revitalizar la fe, la vida y la pertenencia a la Iglesia y el gozo de ser tenidos en cuenta en el servicio a nuestros hermanos más necesitados para que tomemos mayor conciencia del momento en que vivimos. Que Dios los bendiga es mi mejor deseo en este tiempo litúrgico que comenzamos desde este oeste de nuestra ciudad, pueblo sencillo y creyente. Que así sea.-

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