La Navidad es la necesidad un nuevo nacimiento en el cristiano
Navidad es la participación activa de todos y de cada uno de los hombres en el nacimiento del Niño-Dios
Nelson Martínez Rust:
¡Bienvenidos!
De manera inexorablemente el tiempo pasa y con él transcurre también el período del Adviento abriéndole paso a la solemnidad de “La Navidad”. De esta manera el misterio de la liturgia introduce al fiel cristiano en la celebración de los misterios que le dieron “nueva vida”. Y es que “La Navidad” no es un mero “recordar”, a la manera del pensamiento griego que postulaba el eterno retorno del tiempo, donde el hombre venía a ser un “juguete” del capricho, de las veleidades y contradicciones de los dioses; y donde al tiempo se le representaba de manera circular. Para el creyente, por el contrario, el tiempo es una realidad representada de manera lineal cuyo inicio tiene lugar en los albores de la creación – la Promesa (Gn 15,18-21) -, su realización en el Misterio Pascual – pasión, muerte y resurrección (Mt 26,1-28,8; Mc 14,1-16,20; Lc 22,47-24,8; Jn 18,1-20,29) -, y alcanza su plenitud al final del tiempo con el reinado universal de “Cristo, Rey del Universo” (Ap 21,1-22,21). De esta manera el ser humano y toda la creación, por su intermedio, se encuentra involucrado en la realidad del tiempo lineal. En efecto, en ese transcurrir del tiempo el hombre, en unión con la divinidad, se vuelve protagonista de su futuro. Construye – es artífice – de su “mañana”. Es en esta realidad en donde se inscriben los diversos tiempos litúrgicos; y, si el hombre torna a su pasado – hace memoria -, es para reconocerse como amado de Dios, conocedor de la voluntad divina y cooperador con Él en la construcción de ese mundo por venir – escatología -: es la “anamnesis”. Por lo tanto, “La Navidad” no es solo un recuerdo frío y descarnado de un acontecimiento pasado, como tampoco un momento aislado en el acontecer del tiempo. Él está integrado a un todo que reclama la participación activa de todos y de cada uno de los hombres en el nacimiento del Niño-Dios que nació en Belén para la salvación de la humanidad. Este significado del hecho litúrgico brinda un sentido a todo el “Año Litúrgico”. Teniendo esta introducción de fondo adelantémonos en la reflexión sobre “La Navidad”.
1.- El hecho histórico
Junto con el proceso de expansión de la celebración anual de la Pascua del Señor resucitado, llevado a cabo en el siglo IV, se fueron desarrollando otras fiestas que siguieron el calendario solar y, por este motivo, gozan de una fecha fija en el calendario. Estas celebraciones en un primer momento nacieron de manera independiente y sin relación con la celebración anual de “La Pascua”. En Occidente, por el contrario, con el paso del tiempo, se unieron para formar una unidad. De esta manera se constituyó el tiempo conocido como el tiempo de “Adviento-Navidad-Epifanía” que pasó a conformar la otra columna que soporta todo el “Año Litúrgico” junto con la solemnidad de “La Pascua”. En el actual ordenamiento del “Año Litúrgico” del Vaticano II, el tiempo de “Navidad” se inicia con las primeras vísperas de la solemnidad navideña y termina el domingo después de Epifanía (Norme Generali 33-38).
La noticia más antigua que tenemos de la celebración de la Navidad en el día 25 de Diciembre es de origen romano. El documento que proporciona la fecha es el “Cronografo”, escrito que data del año 354. Es una especie de calendario que contiene numerosas indicaciones de orden civil junto con dos listas de las sepulturas, una de los obispos romanos y la otra de los mártires con indicaciones de los respectivos cementerios. En la lista de los obispos romanos se habla del 25 de diciembre como fecha del nacimiento de Cristo. Nos preguntamos: ¿Cómo se explica la escogencia de la fecha del 25 de Diciembre? Una hipótesis, entre otras muchas, inspirada en la apologética y en la historia de las religiones, afirma que la Iglesia Romana habría contrapuesto a la fiesta pagana del Natalis Solis Invicti – fiesta al dios sol – establecida en el año 275 por el emperador Aureliano en el solsticio de invierno, el nacimiento de Jesús. Cristo pasaría a ser el verdadero “sol de justicia” = “una luz de lo alto” (Ml 3,20 // Lc 1,78). Se puede observar con cierta claridad que la institución de una tal fiesta natalicia estaría en sintonía con la concepción sincretista del emperador Constantino, bajo cuyo gobierno, en el 321, también el domingo o “el día del sol” llegó a ser “día civil de reposo”. A favor de esta hipótesis se puede citar un mosaico cristiano datado del siglo III que se encuentra en el museo del cementerio vaticano, en donde se representa a la figura de Cristo como “El Sol de Justicia” sentado en su carro triunfal. De esta manera Cristo pasaba a ser el verdadero sol de justicia esperado por la humanidad y nacido un 25 de Diciembre. Existen otras dos hipótesis que no vamos a tratar por el momento.
2.- Desarrollo de la Solemnidad de la Navidad
En los inicios del siglo V, San Agustín afirma que la fiesta de la Navidad es un simple aniversario, una simple memoria. La celebración de la Pascua, por el contrario, es para el santo un sacramentum, es decir, una celebración que aun cuando conmemora un acontecimiento pasado, lo hace proponiendo “a nuestra inteligencia el signo de una realidad santa que es necesario recibir santamente” (Epist. 55). San Agustín, al concentrarse en el único misterio de la Pascua – pasión, muerte y resurrección – en el que se lleva a cabo para el cristiano el paso de la muerte a la vida, olvida que la celebración de la Navidad contiene los mismos elementos constitutivos del sacramentum, aun cuando de manera distinta e independiente de la Pascua. La Navidad se constituye – viene a ser – como el inicio, el preámbulo – de la celebración del misterio pascual.
Para San León Magno la Navidad sí es un sacramentum y la considera como el inicio de la Pascua. Lo propio, lo característico, de la Navidad es la renovación de los comienzos de la salvación. La celebración de la Navidad en el contexto anual de la celebración del Misterio Pascual, destaca – pone de relieve – la necesidad un nuevo nacimiento en el cristiano, nuevo nacimiento que lo ha de conducir a la redención (Tractatus 28 [De Natale Domini].
Los textos más antiguos de la celebración de la solemnidad de la Navidad lo encontramos en el Sacramentarium Veronese. En esta obra se nos narra cómo la comunidad renueva el misterio de Belén en donde Cristo, luz del mundo, disipa las tinieblas del pecado. De esta manera se lleva a cabo una auténtica renovación del hombre ya que recupera “en” y “por medio de” Cristo su verdadera imagen, y es recreado y regenerado en el Verbo encarnado. La reforma llevada a cabo por el Concilio Vaticano II ha recogido todo este contenido teológico y nos lo ha presentado enriquecido con variados textos bíblicos y vinculándolo a la Santísima Virgen María.
3.- Contenido teológico y pastoral de la Navidad
A.- Contenido teológico
1.- Se debe tener idea clara de que los tiempos de Adviento, Navidad y Epifanía constituyen una unidad que contemplan el mismo misterio desde punto de vistas diferentes: El Adviento en cuanto preparación, la Navidad en cuanto celebración y la Epifanía en cuanto manifestación gloriosa al mundo de la realidad del Hijo de Dios que se ha hecho hombre.
2.- Esta misma unidad se constituye en uno de los dos pilares fundamentales del “Año Litúrgico”. Este tiempo, al relacionarlo con el tiempo de Pascua, su preparación y prolongación – Cuaresma, Triduo Pascual y los domingos subsiguientes –, fundamenta el conocimiento, la celebración y la vivencia de los misterios centrales de nuestra redención. En torno a ellos gira toda la actividad litúrgica de la Iglesia.
3.- Tal como lo ha querido la reforma litúrgica llevada a cabo por el Concilio Vaticano II, la mariología
encuentra su lugar en la teología dogmática partiendo de estos dos pilares del “Año Litúrgico”. En el tiempo de Navidad, María se nos muestra como la mujer que, al aceptar cumplir con la voluntad divina, engendra y nos entrega al Redentor, convirtiéndose así en modelo de aceptación del designio salvífico trazado por Dios desde el inicio para todo bautizado. En el tiempo de Pascua, María se nos muestra como la fiel cristiana que, al seguir a Cristo hasta la muerte, nos lo entrega para nuestra salvación. Todas las fiestas marianas debieran hacer referencia a estos dos momentos de la “Historia de la Salvación”, y en función de este criterio reformular el culto debido a María, Madre de Dios. De esta manera se evita la sobrevaloración de la mariología en la vida de la Iglesia y pasa a ocupar el lugar que le corresponde. En este aparte es necesario remitir a la lectura atenta de “Lumen Gentium” 52-69 y de la encíclica “Marialis Cultus” de Pablo VI.
B.- Contenido pastoral
Debemos tener bien claro que la manifestación del Hijo de Dios hecho hombre en el pesebre debe conducir al hombre a plantearse la posibilidad de su participación en la vida divina. La espiritualidad a la cual nos invita el tiempo de Navidad es a la de sentirnos y ser hijos de Dios. Por consiguiente, puesto que Dios nos hace hijos suyos en Cristo, al injertarnos como miembros en el cuerpo de la Iglesia, la gracia de la Navidad exige como respuesta de parte de cada bautizado una vida de comunión fraterna. Hacia estos dos aspectos deben tender las fiestas decembrinas.
La pastoral de este tiempo debe valorar la dignidad del hombre: “Realmente, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado. Pues Adán, el primer hombre, era figura del que había de venir, es decir, de Cristo, el Señor. Cristo, el nuevo Adán en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le descubre la grandeza de su vocación. Así pues, no es nada extraño que las verdades ya indicadas encuentren en Él su fuente y alcancen su culminación” (GS 22). No aceptar la realidad de un Dios hecho carne por nuestra salvación hace del hombre un ser incomprensible en sí mismo que navega en un mar de desesperación, arbitrariedad, barbarie e intranquilidad.
Valencia. Diciembre 11; 2022