Lecturas recomendadas

Adviento

P. Pedro Trigo, sj:

 

El adviento, que es el tiempo litúrgico anterior a la Navidad y como preparación a ella, celebra a los que en tiempos de Jesús esperaban con esperanza la venida de la salvación de Dios. Y lo celebran desde dentro los que siguen esperando con esa misma esperanza activa.

 

El adviento en tiempos de Jesús: los que no esperaban o esperaban algo ilusorio

En tiempo de Jesús no esperaban los satisfechos y los resignados. Los que estaban satisfechos por su riqueza, por su influencia, por su poder, lo que querían es que todo siguiera como estaba. Decían: “si así llueve, que no escampe”. También querían que todo siguiera los que vivían en la normalidad religiosa: los celosos cumplidores de la ley, sobre todo los fariseos, y los que la representaban e interpretaban, los maestros de la ley, y los encargados de los ritos del templo, los sacerdotes y sobre todo la aristocracia sacerdotal, y los que vivían centrados en su cumplimiento. Como estaban satisfechos con lo que vivían, aunque, como en el caso de los fariseos, supieran que había otra vida, porque creían en la resurrección, no estaban vueltos hacia ella, sino hacia el cumplimiento actual, que, cuando viniera la hora, les daría derecho a la otra vida; pero no suspiraban por ella porque estaban absorbidos por la que llevaban.

Tampoco esperaban los que vivían muy mal porque no tenían lo necesario y además se sentían despreciados, marginados y explotados. Al contrario de los anteriores, se sentían completamente insatisfechos; pero no esperaban nada porque creían que no había nada que esperar, que así eran las cosas y que no había remedio. Tanto a nivel económico, como político, como social, como religioso, les parecía que la suerte estaba echada y que a ellos les había tocado la mala suerte y que no había nada que hacer. En la esfera religiosa se sentían desamparados por Dios.

Había otros que estaban insatisfechos; pero lo que esperaban era una ilusión. Por ejemplo, los apóstoles y bastantes más esperaban que viniera el Mesías, es decir el Ungido definitivo con el Espíritu, que ellos interpretaban con todo el poder de Dios para echar fuera a los romanos y a los judíos colaboracionistas y fundar el reino eterno de los santos de Dios, que sería la consumación de la alianza. No un reino como los demás, sino de santos, es decir de los del partido de Dios, que guardarían la alianza, pero que por eso mismo se impondrían sobre todos.

Por eso reprendió Pedro a Jesús cuando les dijo que lo iban a matar, pero que su Padre lo iba a resucitar. Como no creían en la resurrección, se quedó con la muerte y atribuyó esa expectativa a falta de fe, porque si él era el ungido con el Espíritu, que es el poder de Dios, no podía ser vencido porque el que lo venciera tenía que tener más poder que Dios, lo que es absolutamente imposible. Por eso mismo se regresaron a casa los dos discípulos a quienes se les apareció Jesús como un caminante, porque ellos caracterizaban a Jesús por el poder y por eso esperaban que los liberaría de los romanos, pero se alejan decepcionados porque, en vez de eso, los romanos lo crucificaron. Esa misma esperanza fue la que llevó a los judíos tres décadas después a levantarse en contra de Roma; pero no la vencieron, sino que la ciudad y el templo fueron arrasados (año 70).

Así pues, se puede tener esperanza, incluso esperanza nacida de la interpretación de textos de la Biblia, pero una esperanza que se revela finalmente ilusoria.

 

El adviento en tiempos de Jesús: los que esperaban la salvación de Dios

Pero en tiempos de Jesús también había gente que tenía una esperanza genuina en que Dios iba a enviar un salvador definitivo.

 

Es el caso de María y José que se abrieron con fe total al designio del Padre de que el Salvador naciera de ella y él actuara como su padre. Es el caso de los pastores que se alegraron de que el salvador definitivo no viniera por arriba, como los anteriores, sino que naciera de ellos para que ellos, en concreto, y no sólo la Nación como estaba estructurada, fueran sus destinatarios. También se alegraron los magos, que tuvieron que cambiar de expectativas al comprobar que el Mesías no había nacido en el palacio del rey y por eso lo reconocieron con alegría en brazos de esa mujer popular. Es el caso del viejo Simeón que le había pedido tanto a Dios que visitara y consolara a su pueblo que había recibido la promesa de que no moriría sin ver al ungido por Dios. Y como estaba completamente abierto al modo como Dios quisiera salvar a su pueblo, inspirado por el Espíritu, fue al templo y fue capaz de reconocer a ese salvador esperado en el niñito que llevaba en brazos esa mujer campesina. Y se contentó tanto que alabó a Dios por haberle cumplido la promesa y haber tenido en sus brazos al salvador de todos los pueblos. Pero, cayendo en cuenta de que ese salvador no se iba a imponer, le vaticinó a su madre que una espada de dolor le iba atravesar el corazón porque él estaba puesto como una bandera discutida y así la actitud con él iba a revelar el secreto de cada corazón. También la vieja Ana, que no se apartaba del templo, no estaba satisfecha con lo que hacía allí, sino que su permanencia en el templo le servía, al contrario de los sacerdotes, para avivar el deseo y la esperanza en la liberación de Israel, y por eso, al ver, como Simeón, al niñito en brazos de María, hablaba de él a todos los que esperaban la liberación de Israel, una liberación obviamente no política ni militar sino humana, con la humanidad insuperable del Hijo de Dios, y por eso humanizadora.

Así pues, esperaron con fe y reconocieron a Jesús los que esperaban de modo abierto, dejándole a Dios ser Dios y aceptando por eso la salvación que él quisiera enviar.

Esperaba activamente Juan, que aceptó el encargo de Dios de predicar un bautismo de conversión para que cuando viniera “el que tenía que venir” no tuviera que condenar a nadie. Y, en efecto, todo el pueblo acudió a él, es decir, fue capaz de sembrar la esperanza, una esperanza activa ya que acudieron a él y estuvieron dispuestos a cambiar de vida los que se habían resignado a su postración. También acudieron gente de toda clase y condición, incluso sacerdotes, recaudadores de impuestos y soldados.

Y también acudió Jesús que sintió que Dios sí pedía ese bautismo. Y por eso confesó sus pecados con más dolor que todos los pecadores juntos de la historia. Los confesó en primera persona de plural porque no los puedo confesar en primera persona de singular, porque no tenía ningún pecado. Por eso se pudo solidarizar hasta meter realmente en su corazón a todos y pedir perdón a su Padre como Hermano universal.

Al subir del río vio que el cielo se abrió: que su Padre aceptó su petición de perdón. Y por eso en adelante su misión fue proclamar esa buena nueva de que por su Padre ya estábamos perdonados, que lo que faltaba era que nosotros respondiéramos a su sí con nuestro sí. Esa fue la conversión que pidió Jesús: convertirse a esa buena noticia que consiste en que respondamos con nuestro sí al sí incondicional que nos había dado su Padre, al tenernos Jesús en su corazón. Mientras no nos eche de él, por Dios ya estamos salvados. Pero como la salvación tiene la forma de la alianza, porque no es digna ni de Dios ni del ser humano una salvación unilateral, se requiere nuestro sí, es decir nuestra relación filial y fraterna, respondiendo a la fraternidad de Jesús, en la que va incluida la acogida de su Padre. Ya Dios nos ha manifestado su salvación. Nos falta acogerla cada uno.

 

¿En qué consiste el adviento hoy?

Primero, como hemos dicho, consiste en esperar con esperanza. Para eso no se puede ni vivir satisfecho ni resignarnos a nuestra desventura. Hoy el orden establecido nos dice que no hay nada que esperar, que se ha desvelado el armazón de la historia comandada por la lógica liberal, que proclama la libertad de los individuos para conseguir sus fines y el Estado para que la competencia no se transforme en guerra total sino que se mantenga en cauces legales, una sociedad regida por las corporaciones globalizadas y los grandes financistas y, recalcamos, con la lógica de capacitarse cada individuo para ser lo más productivo posible y subir lo más posible en la escala social y encuadrarnos todos en Estados que promuevan la libre iniciativa. Ese era el misterio oculto de la historia que ya se ha desvelado. Cada quien sabe a qué atenerse. Hay que jugar el juego con la mayor perspicacia. Ya están todas las cartas sobre la mesa. No hay nada más que esperar.

Los que están arriba no necesitan esperar nada porque viven de una manera satisfactoria, aunque nunca puedan dormirse en los laureles, ya que la lucha por la competencia no cesa, aunque ellos la han puesto a su favor por la ventaja adquirida. Tampoco esperan los que, teniendo mucho menos, se conforman con lo que tienen porque les parece que merece la pena vivir así. Tampoco esperan muchos que no alcanzan lo mínimo necesario, pero comparten la idea establecida de que así es la vida y no se puede hacer nada que para cambiarla y por eso no merece la pena intentarlo, como proponen algunos.

Sin embargo, sí esperan los que, teniendo poco o más o menos o aun bastante, sienten que no es humanizador vivir como meros individuos, como lo establece la lógica dominante, y que por eso hay que superarla viviendo como personas, es decir en relaciones de entrega de sí horizontal, gratuita y abierta, responsabilizándose, no sólo de sí mismos como individuos sino de estas relaciones y de los implicados en ellas, que tendencialmente se aspira que sean todos.

Así pues, vivir el adviento hoy consiste, ante todo, en esperar, venciendo todos los motivos de desesperanza, en que nos vamos a poder realizar como seres humanos, y, en concreto para los cristianos, en que vamos a poder vivir la fraternidad de las hijas e hijos de Dios, que instauró Jesús, y que en el ejercicio de esa fraternidad vamos a cambiar las reglas de juego para que las estructuras e instituciones sean buenos conductores de esa fraternidad y ese ejercicio no tenga que ser tan cuesta arriba y a contracorriente como es hoy.

Como se ve, trabajar por cambiar las estructuras y los convencimientos y la lógica en el sentido de una alternativa superadora sólo tiene sentido si vivimos efectivamente la fraternidad de las hijas e hijos de Dios. Éste tiene que ser nuestro principal empeño. El trabajo en el cambio de estructuras y mentalidades es precisamente para facilitar esas relaciones y más elementalmente para que no tengan que realizarse a contracorriente.

Dios quiera que no vivamos ni satisfechos ni resignados sino en una espera activa y esperanzada en que la humanidad va a triunfar sobre la inhumanidad, tanto en nosotros mismos como en los ambientes en los que vivimos, como en todo el mundo. Y la esperanza de fondo de que, en todo caso, Dios, el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, va a tener la última palabra y va a ser de salvación para todos los que se abran a ella. Y por eso la esperanza en que el Espíritu de Jesús va a triunfar en nosotros y vamos a acabar por definirnos realmente como seguidores de Jesús y en él como hijos de Dios y como hermanos de todos. Ya que, si estas relaciones no nos dan vida y no son para nosotros lo más deseable ¿cómo vamos a tener esperanza de estar relacionándonos con ellos por toda la eternidad?.-

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