Iglesia Venezolana

Cardenal Porras en el Centenario del Colegio San Ignacio

HOMILÍA EN OCASIÓN DEL CENTENARIO DE LA FUNDACIÓN DEL COLEGIO SAN IGNACIO DE CARACAS A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR ENRIQUE PORRAS CARDOZO. Caracas, Cancha del Colegio, 8 de enero de 2023.

 

Muy queridos hermanos

 

“En todo amar y servir”.

 

Hoy en la fiesta del bautismo de Jesús, en ambiente de alegría y agradecimiento, nos unimos en el compartir y celebrar, teniendo como centro la Eucaristía, para, más que conmemorar de manera un tanto ritual, re-memorar un hecho singular: la fundación del Colegio San Ignacio en la ciudad de Caracas en el ya lejano 1923. Reconforta, en efecto, ver la multitud que se congrega para hacer memoria viva de un acontecimiento que ha marcado un hito importante en la presencia de la Iglesia en el campo de la educación en lo que es hoy Venezuela.

 

Durante los tres siglos de la colonia, las pocas escuelas y colegios que hubo en nuestro territorio estuvieron en manos de la Iglesia jerárquica. Resistieron los embates de la guerra de independencia y el naciente espíritu republicano de tinte anticlerical, solamente los colegios-seminarios de Caracas y Mérida, cunas de nuestras dos primeras universidades.

 

La preocupación por la educación formal no estaba entre las prioridades de los primeros gobiernos, en parte, porque la de mantenerse en el poder, y las continuas asonadas de guerras intestinas, dejó en manos de unos pocos la atención al estudio y la superación de las masas populares, en su mayoría analfabetas. Recordemos a pensadores como Andrés Bello, Simón Rodríguez, Fermín Toro, Cecilio Acosta, Juan Vicente González, Juan Manuel Cagigal, Rafael María Baralt, Valentín Espinal, Luis D. Correa y José Antonio Maitín, entre otros. Esta generación tuvo un papel muy destacado dentro de la política y las letras venezolanas, a pesar de contar muchos de ellos únicamente con una formación autodidacta.

 

Antonio Guzmán Blanco,en 1870, decretó la instrucción pública, gratuita y obligatoria, bajo la ideología “positivista” que postulaba la educación laica, ajena, cuando no contraria al pensamiento religioso cristiano y centrada u orientada desde la “creencia Ilustrada” en la primacía de la ciencia, de facto, en las ciencias naturales, descartando la “larga historia” humanística, cuyos ejes, a todos los efectos, son la filosofía y la teología. Las escuelas episcopales, sustituto de los seminarios prohibidos y suspendidos por el poder, y algunas iniciativas particulares, fueron los que propiciaron educación de calidad para un grupo reducido de personas. El colegio Villegas en Caracas, fundado en 1875 por el abogado Guillermo Tell Villegas, donde estudió nuestro beato José Gregorio Hernández, el Colegio Sagrado Corazón de Jesús, en La Grita, de manos del Padre Jesús Manuel Jáuregui Moreno y el Padre Aleixandre en Valencia, fueron hitos importantes, nacidos del interés particular, con poco o nulo apoyo del poder imperante.

 

La llegada de las órdenes y congregaciones religiosas, desde finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX, centró sus prioridades en la atención a la salud y a la educación, campos poco atendidos por los gobiernos de entonces. Esa es una de las principales razones por las que son muy pocas las instituciones de educación primaria y secundaria que hayan llegado a cumplir el centenario de su fundación. Esto da una dimensión mayor a los cien años del Colegio San Ignacio de Caracas y a la vocación docente de la Compañía de Jesús, que logró obtener el placet gubernamental para establecer el colegio en el que nos encontramos. Seguirán en los próximos años, fechas jubilares centenarias de colegios de la Iglesia, en Caracas y en otras poblaciones del interior, superando las trabas  ideológicas y más de un resabio anticlerical y de crispación política anacrónicos, y hasta de nacionalismo miope o mal entendido para que la educación privada, de calidad y competencia, tenga asiento en nuestra patria.

 

Hacer memoria del pasado, y sobre todo, vernos en el escenario de postración de la educación formal, a todos los niveles, en nuestra patria, ayer y hoy, nos debe hacer caer en cuenta de que, ustedes y nosotros, somos, hemos tenido un privilegio, del que todavía hoy, pero ya como un derecho, millones de nuestros niños y jóvenes carecen: el de la oportunidad de prepararse mejor para la vida, pasando por las aulas de nuestras escuelas, liceos, colegios y, tal vez, centros de educación superior para ser hombres y mujeres, útiles para sí mismos y para la sociedad toda.

 

Ser privilegiados no nos da derecho a privilegios, sino conlleva la responsabilidad de servir, como nos repite con frecuencia el Papa Francisco. Tenemos el reto y la obligación, morales y cristianos, de recuperar la dignidad de vida de nuestra juventud. Y eso pasa por la multiplicación de centros de formación. Fe y Alegría, los colegios de la AVEC, las escuelas parroquiales, los centros de capacitación para el trabajo, la educación superior en todas las ramas, forman parte concreta de la tarea educativa fundamental del Estado, pero también de cada uno de nosotros como personas o miembros de diversas instituciones tanto como servicio de común pertenencia cívica al destino de Venezuela como nación, como de responsabilidad cristiana, bautismal, de ofrecer el don gratuito recibido: la salvación cristiana como sentido de vida personal e histórica.  Se puede educar bien a los más pobres sin dejarse llevar por el desaliento o las dificultades que nunca faltarán.

 

No es este ni el momento ni el lugar para una amplia reflexión que pueda suscitar orientaciones y propuestas concretas tanto para encarar la tremenda crisis en la que está sumida nuestra educación como para renovarla en función de los grandes desafíos planteados a la conciencia cristiana en el mundo de hoy. Ello, de cara a la formación de personalidades auténticas, enraizadas en la savia de las respectivas historias fundantes, y partícipes protagónicos en la renovación de las culturas para enfrentar los novísimos y profundos desafíos tanto provenientes de los desarrollos científico-tecnológicos como los de una convivencia incierta, lastrada por profundas injusticias y desigualdades, en libertad, solidaridad, paz y conciencia climática responsable, para las generaciones futuras, pero que ya son presente. Es una invitación sincera, pero apremiante, no exenta de ansiosa inquietud, pero enraizada en una gran esperanza, venezolana y cristiana.

 

Es hora, por tanto, de reclamar el establecimiento, con voluntad política auténtica y eficaz, de criterios realistas y a largo plazo, que orienten la distribución equilibrada del presupuesto educativo, con mayor atención a los niveles primarios y secundarios; que limiten la gratuidad a los que realmente no puedan pagar, suscitando justa corresponsabilidad por el Bien Común, criterio último de legitimidad en toda sociedad humanamente digna y cristianamente orientada ; que se diseñen reformas educativas, sin ideologías malsanas, que respeten la condición personal de los alumnos, y tomen en cuenta a los docentes, a los padres y representantes y a la comunidad educativa. Rescatar la vocación docente, con buena preparación y remuneración justa con ventajas socioeconómicas. Los presupuestos educativos, tanto los oficiales como los de las familias no pueden seguir siendo las cenicientas que apenas aportan migajas a la educación de los hijos. Las modernas tecnologías pueden ayudar, sin convertirse exclusivamente en instrumentos para la distracción, el juego, la adicción y hasta la pornografía. Estimular el conocimiento y dominio de la propia lengua y la apertura enriquecedora a otras; el cultivo de la lectura como indispensable para la expresión oral y escrita, así como el razonamiento matemático y lógico. Pensemos en los efectos de que la población venezolana infantil y juvenil capaz de leer y con hábitos de lectura, y de comunicarse con pertinencia crítica, es reducida. Se convierten, así, nuestros jóvenes en marionetas fáciles de manipular y seducir, pues la capacidad de discernir es mínima.

 

Estas son sólo algunas de las inquietudes que en una tarde como hoy, nos deben convertir en los constructores del futuro que deseamos y soñamos para nuestros muchachos. Permítanme dibujar este panorama en una fecha tan particular, para Uds. como familias, pero también para nuestra patria y nuestra Iglesia, pero creo sinceramente que es una buena manera de “celebrarla” al margen de los convencionalismos, pues la situación del mundo, la de nuestro pueblo y la de nuestra Iglesia lo requieren.

 

El profeta Isaías nos recuerda en la primera lectura que el Señor nos ha tomado de la mano, formado y constituido para abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan en tinieblas; entendamos no sólo las carencias y limitaciones físicas y materiales, sino también las estructurales, políticas, éticas y espirituales. Como Jesús, en quien creemos, hecho niño y débil como cada uno de nosotros, que nos ha acompañado en este tiempo de navidad y epifanía, pasemos haciendo el bien, sanando a los oprimidos por el mal, porque Dios está con nosotros. Descubramos como Juan Bautista en el Jordán, que cada uno de nosotros, vamos en búsqueda del bautismo, del agua que nos purifica y limpia, estando atentos que quien se nos acerca, anda él mismo o nos interpela a hacerlo como Jesús, realizando la justicia plena, la igualdad que dignifica, la solidaridad que nos promueve a una vida de plenitud.

 

Que en esta celebración, hagamos nuestra la consigna de “en todo amar y servir”, para que la herencia ignaciana que nos reúne se convierta en el motor que nos ayude a caminar juntos, a ser creyentes comprometidos, capaces de orar con San Ignacio: “Toma, Señor, y recibid toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber”. Que así sea. –

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba