El problema político que vislumbró Ratzinger
Benedicto XVI, la religión y la política
La profundidad y originalidad del pensamiento de Joseph Ratzinger (Benedicto XVI) le hizo ser malinterpretado e incomprendido, su libertad para pensar fuera de las modas intelectuales, le convertirán en un clásico, de esos que con el pasar de los siglos siempre nos dicen cosas nuevas y no dejan de enseñarnos.
En varias conferencias y escritos Ratzinger abordó la importancia de los límites del Estado y de las iglesias para una sana laicidad y una mayor protección de la libertad y los derechos humanos. Advirtió sobre los peligros de la sacralización del Estado, porque este no abarca la totalidad de la existencia humana ni es capaz de dar respuesta a los problemas fundamentales de la existencia humana, pero también sobre las patologías de la religión cuando esta da la espalda a la razón y se convierte en fanatismo, superstición y fundamentalismo. «La supresión del totalitarismo estatal ha desmitificado al Estado, liberando al hombre político y a la política» (1995). «El Estado no puede imponer la religión, pero debe garantizar su libertad y la paz entre los seguidores de diversas religiones» (2009).
Estado e Iglesia son dos esferas distintas e independientes
Una sana laicidad se aleja del clericalismo y del laicismo. Entendía la laicidad como la autonomía de la esfera civil y política de la esfera religiosa y eclesiástica, pero sin renunciar al patrimonio común de los valores fundamentales de la civilización occidental, porque de lo contrario el puro positivismo jurídico y el relativismo moral llevarían nuevamente a la sacralización del Estado y a nuevas formas de fundamentalismos religiosos y políticos.
«El reconocimiento de los derechos civiles y políticos, y la administración de servicios públicos no pueden ser condicionados por convicciones o prestaciones de naturaleza religiosa por parte de los ciudadanos. El Estado debe garantizar la libertad religiosa: promover que cada hombre pueda profesar su fe públicamente» (2003).
En su visita a Escocia en 2010, en su homilía en Bellahouston Park (Glasgow) afirmó: «Hoy en día algunos buscan excluir de la esfera pública las creencias religiosas, relegarlas a lo privado, objetando que son una amenaza para la igualdad y la libertad. Sin embargo, la religión es en realidad garantía de auténtica libertad y respeto, que nos mueve a ver a cada persona como un hermano o hermana…. La sociedad actual necesita voces claras que propongan nuestro derecho a vivir, no en una selva de libertades autodestructivas y arbitrarias, sino en una sociedad que trabaje por el verdadero bienestar de sus ciudadanos y les ofrezca guía y protección en su debilidad y fragilidad», llamando así a los laicos a comprometerse en la vida pública en fidelidad a su vocación bautismal.
Estado, religión y democracia
Ratzinger no dejó de recordar insistentemente que la moral laica asumida por el Estado no se origina en el Estado, sino que este se nutre de los fundamentos morales de la misma civilización, cuyas raíces se encuentran en las religiones. Algo que el mismo filósofo Jürgen Habermas ha ido asintiendo cada vez más, después de su debate con Ratzinger. Esto se refleja especialmente en su última obra. Los valores que defienden las sociedades laicas occidentales son los valores de la tradición judeocristiana, aunque no hagan referencia a Dios.
«El Estado no es fuente de verdad ni de moral», ni a través de una ideología, ni a través de la mayoría, puede producir la verdad por sí mismo. El Estado no es absoluto.
«El Estado tampoco puede garantizar la mera libertad sin contenido. Para establecer un orden de convivencia razonable en el que se pueda vivir, el Estado precisa un mínimo de verdad y de conocimiento del bien que no se puede someter a manipulación”. Por ello el conocimiento de la verdad sobre el bien el Estado deberá recibirla desde fuera, que podría ser la pura evidencia de la razón, custodiada por una filosofía independiente. “Pero en la práctica es imposible una filosofía independiente. La razón moral sólo es eficaz en un contexto histórico del que depende… Todos los Estados han reconocido y aplicado fácticamente la razón moral de las tradiciones religiosas anteriores a ellos, las cuáles servían también para la educación moral».
Basados en una racionalidad común pueden llegar a un consenso fundamental las tradiciones religiosas y las organizaciones estatales. Y entiende que la fe cristiana se ha revelado como la cultura religiosa más universal y racional, lo que le ha permitido constituir el fundamento moral de sociedades laicas de occidente.
«Cuando los hombres no tienen otra cosa que esperar que lo que les ofrece este mundo, cuando deben y tienen que exigírselo todo al Estado, se destruyen a sí mismos y destruyen al Estado. Si no queremos caer de nuevo en las garras del totalitarismo tenemos que mirar más allá del Estado, que es una parte, no el todo».
El relativismo y la crisis de occidente
Ratzinger ha visto con claridad que en la crisis que atraviesa occidente, las dos tentaciones más nefastas para la civilización y para las sociedades democráticas son el fundamentalismo y el relativismo. SI bien el relativismo se erigió como respuesta al fundamentalismo, es igualmente dogmático afirmando que «todo es relativo».
Así el relativismo califica de fundamentalista y totalitario a quien intenta buscar la verdad o establecer niveles de verdad en el conocimiento. En una sociedad donde la libertad individual es entendida como orientada solo al bienestar particular, es una deshumanización de la libertad: «Una libertad cuyo único argumento consistiera en la posibilidad de satisfacer las necesidades no sería una libertad humana… la libertad necesita una trama común, que podríamos definir como fortalecimiento de los derechos humanos… Uno no puede querer la libertad solo para sí mismo. La libertad es indivisible y debe ser considerada siempre como conectada al servicio de la humanidad entera. Eso significa que no puede haber libertad sin sacrificio y renuncia. La libertad requiere velar para que la moral sea entendida como un lazo público y común» (1992).
Ratzinger critica el positivismo estricto, que termina en puro pragmatismo y relativismo, el cual se expresa en la absolutización del principio de las mayorías, que puede atentar contra la libertad y los derechos humanos fundamentales.
¿No deberíamos contar con mínimos éticos no negociables? ¿No es la dignidad humana un límite ante el cual los caprichos individuales deberían detenerse? Le preocupaba incesantemente que, si las sociedades democráticas occidentales se apartaban de las grandes fuerzas morales de su tradición, podrían estar suicidándose culturalmente y poniendo en peligro las libertades y el bien de las personas, abriendo la puerta a nuevas formas de totalitarismos. La crisis de valores en la política es la punta del iceberg del problema que vislumbró Ratzinger como consecuencia de la imposición de un pragmatismo y relativismo radical, especialmente en el campo de la ética y el derecho.
*Los textos citados se encuentran en el libro de Joseph Ratzinger: “Verdad, valores, poder: piedras de toque de la sociedad pluralista” (Rialp. 2012).