Ni que le pongan guayas
Un patrimonio solo es patrimonio si tiene quien lo defienda
La estética de una ciudad habla (grita, diría yo) la conformación emocional, simbólica, e inconsciente de sus habitantes. Inclusive, aquellos que se toman el trabajo de observar acuciosamente los espacios públicos de un determinado lugar, pueden entrever los miedos y las sombras (como diría Carl Jung) de la totalidad de los ciudadanos de una región. Por eso no es una banalidad la preocupación legítima por el cuidado de las obras de arte que se imponen en un espacio que pertenece a todos.
Hoy nos ocuparemos de una de esos accidentes urbanos impuestos por un puñado de funcionarios que no vacilaron clavar en nuestra ciudad de Caracas un abyecto puñal de estulticia. Se trata de la escultura Gran Cacique Guaicaipuro, ubicada en una pequeña isla en la autopista que lleva el mismo nombre, y que no hace mucho tiempo detentaba el nombre del sanguinario colonizador Francisco Fajardo.
Pero vamos por el tema que nos ocupa, y para ello voy a enumerar cada renglón, al mejor estilo de Luis Britto García, nuestro querido, respetado y admirado INTELECTUAL, así, con mayúsculas bien grandotas.
1. Comencemos por lo estrictamente técnico.
Es evidente que la construcción de la pieza no posee un adecuado estudio estructural. Para mitigar su inestabilidad, debieron ponerle guayas de refuerzo que evitaran su eventual caída, algo que en ese lugar de la ciudad pondría en peligro la vida de mucha personas. Esos suplementos de contención no sólo no cumplen ninguna función estética dentro del conjunto escultórico, sino que además parecieran no ser suficientes. El peso y la altura de la escultura, en comparación con la pequeña base, podría generar un lamentable accidente, muy a pesar de los cables de acero que momentáneamente la contienen. Por lo tanto, se trata de un objeto cuya seguridad debe ser evaluada por especialistas en la materia.
2. Entre gustos y colores.
Más allá de los gustos, que siempre son subjetivos, existen ámbitos estrictos para la conformación de una obra plástica con motivaciones figurativas. Estamos hablando de color, dimensiones, armonía, equilibrio y proporción. El Guaicaipuro, pintado de oro brillante, mientras que las figuras que están alrededor son de múltiples colores mate, crea una contradicción en la fundación del mundo estético que trata de conferir el conjunto escultórico. Si la figura principal y las palmeras son de color oro, buscando, qué sé yo, una monocromía para subrayar la forma como elemento principal, ¿por qué el tigre y los demás elementos del follaje contienen múltiples colores para acercarlos precariamente a la figuración? Un acto casi escolar. Las proporciones de todo el conjunto asemejan a nuestros tradicionales y pintorescos nacimientos venezolanos, donde el Niño Jesús recién nacido es tres veces más grande que el pastorcito, la mula y el buey. Confieso que guardaba cierta esperanza de lucidez de parte del autor, que dijera algo así como _me inspiré en los belenes venezolanos_. Pero ni siquiera un hálito de eufemismo nos regala este individuo. En cuanto a la proporción, los pies del Guaicaipuro son del mismo tamaño que sus pantorrillas, y los puños son casi del tamaño de su cabeza. El tigre, o ese animal felino, evoca a un perro salchicha, alargado y de patas cortas. En fin, no quiero extenderme más en este punto, el que tenga ojos, que vea.
3. La simbología.
El _Homo sapiens_ es el único animal que simboliza. Todo cuanto hacemos tiene una carga simbólica. Veamos que nos dice el Guaicaipuro dorado: un cacique aguerrido representado sin sus genitales, una especie de eunuco indígena con el cuerpo hecho de franjas de metal, cuyo interior es vacío, excepto por ciertos elementos sólidos como los pies gigantescos y las manos cerradas y enormes, además de algunos elementos en el pecho y la espalda que imagino como manchas o heridas mortales proferidas al héroe indígena. Por su parte, la falda _hawaiana_ y ese adminículo que lleva cargado en el hombro nos impulsa a preguntar, ¿en cuál pueblo indígena venezolano se habrá inspirado nuestro flamante autor? Definitivamente, esa representación está muy lejos de simbolizar a nuestro Cacique Guaicaipuro. Es más, menosprecia no sólo la lucha de Guaicaipuro, sino que echa por la borda su legado y se burla de todos nuestros indígenas. Es una escultura endorracista, y no existe guaya que sostenga esa realidad.
4. La mamarrachada como imposición.
Todos tenemos derecho de hacer mamarrachadas. El problema radica en legitimar e imponer las mamarrachadas a todo un país, a cuenta de tener poder en las decisiones urbanas de una ciudad. No vivimos en la época de Calígula, el Cesar orate que impuso la construcción de templos romanos dedicados a su esposa muerta y a él como un dios vivo. Es inaceptable que se nos imponga un elemento urbano peligroso estructuralmente y peligroso simbólicamente, sólo porque los decisores no saben nada de arte ni nada de urbanismo. La ignorancia no exime el delito estético.
5. Proposición.
Como aún creo y confío en la democracia protagónica, propongo una salida para evitar que sigan ocurriendo estos desmanes estéticos. Una propuesta que no es mía, ya existe en muchas ciudades del mundo, precisamente para evitar monstruosidades como el Guaicaipuro de oro. Se trata de democratizar y llevar a concurso cada una de las propuestas escultóricas y muralísticas, o cualquier otra intervención artística en cualquier ciudad o pueblo de nuestro amado país. Todos los artistas que hacen vida en Venezuela podrían participar y las votaciones se harían en el ámbito de los comunes de ese espacio específico. Que se oiga la voz y la opinión de los vecinos de ese municipio. Eso no sólo permitiría democratizar las oportunidades, también desarrollaría en el ciudadano un sentido de pertenencia absoluta y un compromiso de preservación con esa obra pública, y por supuesto con su espacio urbano. Un patrimonio solo es patrimonio si tiene quien lo defienda.-
Artista – Morella jurado