Iglesia Venezolana

Cardenal Porras con El Nazareno: «Los días santos coinciden con la agenda electoral en la que no podemos ser invitados de palo»

No podemos sentirnos desvalidos y abandonados. El profeta Isaías nos anima porque “el Señor nos ha dado una lengua experta, para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento”. El Señor nos ayuda para no quedar confundidos ni condenados

HOMILÍA DE MIÉRCOLES SANTO EN LA CONMEMORACIÓN DEL NAZARENO DE SAN PABLO, A CARGO DEL CARDENAL BALTAZAR PORRAS CARDOZO. Plaza Diego Ibarra, Caracas, 27 de marzo de 2024.

 

 

Queridos hermanos:

 

Nos une de nuevo, queridos hermanos, la veneranda imagen del Nazareno de San Pablo que durante siglos ha acompañado las penas y los gozos de los caraqueños. En la Basílica de Santa Teresa se han desgranado desde el amanecer un sinnúmero de misas a las que han asistido y participado devotos ansiosos de la compañía y custodia de Jesús Nazareno, ejemplo de entrega total y desinteresada por la vida de todos los que a él se acercan con fe y confianza. Esta tarde, concluyen las santas misas en esta explanada de la Plaza Diego Ibarra para dar cabida a esta multitud que fervorosa ofrece promesas y agradecimientos por la intercesión benéfica del Jesús sufriente que sigue dando su vida para la salvación de todos nosotros.

 

Rememoramos hoy la hermosa tradición del aguacero de plegarias regado con flores, orquídeas del jardín del corazón afligido por la peste que azotaba la capital. La fuerza de la oración trajo el milagro del limonero del Señor curando a los apestados. Revivimos esta tarde el vigor de la oración de todos los que estamos aquí presentes, pidiendo al Señor su presencia en medio de las vicisitudes y estrecheces de la vida que tienden a acogotarnos, pero no nos roban la alegría y la esperanza de un futuro mejor.

 

Se trata de una escena de la pasión de Cristo que evidencia el terrible sufrimiento que el Señor tuvo que padecer por nuestra salvación. Para los judíos o los no creyentes, demuestra de la derrota y el fracaso de Jesús en el deseo de intentar cambiar el mundo, pero para nuestra fe, cristianos o indiferentes de hoy, es signo concreto de su fiel obediencia al proyecto de Dios para la humanidad.

 

El papa Francisco nos ha emplazado a ser apóstoles y misioneros intrépidos, pero nos ha dicho también que antes debemos ser discípulos, pues el discipulado es la condición ineludible para la misión. Ser discípulo exige seguir al Señor, imitarlo, ser hombres y mujeres de oración, estar profundamente enraizados en Él, vivir la comunión con él, gustar de su intimidad y gozar con su amistad. Del encuentro diario con Jesucristo vivo, presente en la Eucaristía, nacerá el deseo y el compromiso de anunciarlo, de compartir con nuestros hermanos el tesoro que nosotros hemos descubierto. Pero no basta, no es suficiente. De aquí debemos salir dispuestos a ser testigos fieles en la vida ordinaria, donde nos azotan las tentaciones del desánimo o de acomodarnos para no preocuparnos de los demás. El Evangelio de estos días nos recuerda que el domingo de ramos aclamamos jubilosos al Señor que llega, y el viernes santo, sin rubor, pedimos crucifícale, crucifícale.

 

Vivimos en zozobra por las muchas carencias materiales y espirituales por las que atraviesa nuestro país. Los valores positivos de la convivencia pacífica y la fraternidad se opacan ante el lenguaje de confrontación e insultos; la libertad cercenada por disposiciones a quienes disienten; la falta de información veraz y oportuna provoca un clima de desconfianza que nos hace dudar los unos de los otros. Gritamos como el salmo de hoy “por tu bondad, Señor, socórreme”. No podemos sentirnos desvalidos y abandonados. El profeta Isaías nos anima porque “el Señor nos ha dado una lengua experta, para que pueda confortar al abatido con palabras de aliento”. El Señor nos ayuda para no quedar confundidos ni condenados.

 

Los días santos coinciden con la agenda electoral en la que no podemos ser invitados de palo, ajenos a un acontecer en el que debemos ser protagonistas de primera línea de lo que anhelamos y soñamos para vivir en paz y con serenidad. Transitar por vías pacíficas y racionales. No le demos pábulo a la violencia y a la manipulación. Inscribirse, revisar la condición de ciudadanos para ejercer el derecho al voto sin presiones indebidas, es parte de un proceso que nos deje realizar las obligaciones cotidianas sin sobresaltos. El salmo de hoy nos anima: “la afrenta me destroza el corazón y desfallezco. Espero compasión y no la hallo; busco quien me consuele y no lo encuentro… pero en mi cantar exaltaré tu nombre, proclamaré tu gloria, se alegrarán los que sufren, porque quienes buscan a Dios tendrán más ánimo, porque el Señor jamás desoye al pobre, ni olvida al que se encuentra encadenado”.

 

Somos, debemos ser, ciudadanos y creyentes que cultivamos la esperanza como virtud motor de lo que queremos no solo individualmente sino como miembros de una sociedad que nos necesita a todos, con las diferencias propias de la condición humana, en la que, si estamos atentos, es más lo que nos une que lo que nos separa. Llave indispensable para ser creativos e inclusivos en todo aquello que redunde en beneficio de todos, primeramente, de los excluidos, los marginados, los que se encuentran en la cuneta de la vida y tienen derecho a una vida más plena y justa.

 

No nos llamemos cristianos de palabra sin el consiguiente testimonio de vida. Jesús nos tiende la mano y nos sienta a comer con los discípulos, pero no le demos la espalda y lo neguemos a la vuelta de la esquina. Releamos el evangelio de hoy y preguntémonos donde estamos. Si somos discípulos distraídos, o fogosos pero timoratos como Pedro, o cercanos de veras como el discípulo amado, o como la Virgen María, madre al fin, cercana y atenta con el corazón adolorido por la incertidumbre que se cernía sobre su hijo querido.

 

Ante Jesús Nazareno traemos hoy, este ramillete hermoso de orquídeas, promesa filial y generosa de muchos de ustedes que no dudaron en quitarse a lo mejor el pan de la boca para darle al Señor la belleza y esplendor que contemplamos en su paso y lo acompañaremos en la procesión para que en la esquina de Miracielos se renueve el milagro de la curación de todos nuestros males.

 

Concluyo agradeciendo el testimonio de todos ustedes, que hoy como peregrinos, en medio de estos días calurosos, acuden a este encuentro sanador con el Nazareno, hermano y custodio de nuestra ciudad. Oremos juntos:

 

Nazareno de San Pablo, que obraste con prontitud y misericordia en la esquina de Miracielos, con la señal en aquel limonero que extinguió la peste, ahora también acudimos confiados ante los sufrimientos de quienes con fe y esperanza clamamos a ti. Tú bien sabes que no podemos subsistir por nuestra fragilidad, asediados por tantos peligros. Concédenos la salud del alma y del cuerpo para superar con tu ayuda los peligros que nos acosan. Cura a los enfermos e impedidos, dale la libertad a los encarcelados, conforta a los afligidos, acuérdate de los que emigran, fortalece nuestras debilidades, y danos la paz. En unión de María Dolorosa intercede por nuestra Patria Venezuela. Amén.-

 

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