Iglesia Venezolana

Bajar de la Cruz al pueblo crucificado en Venezuela

  
Alfredo Infante, SJ, del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco:
San Ignacio de Loyola, en la experiencia de los Ejercicios Espirituales, nos invita a colocarnos delante de Cristo crucificado y preguntarnos: ¿Qué he hecho? ¿Qué estoy haciendo? y ¿Qué he de hacer por Cristo crucificado? Se trata de una triple pregunta que busca iluminar nuestra memoria, nuestro presente y nuestro futuro, a fin de ordenarlos para «en todo amar y servir».

Este cuestionamiento es propio de la primera semana de Ejercicios Espirituales, cuando el ejercitante medita el pecado y sus consecuencias en la persona, en la convivencia, en la historia humana y en la ecología, y a la luz de la misericordia y el perdón de Dios, se presenta el proceso de reconciliación como un camino activo de rehabilitación para sanar y resignificar la memoria, curar y restablecer la condición humana presente, y despertar la imaginación para abrir un nuevo camino de vida que apunta a «vencer el mal a fuerza de bien».

El jesuita Ignacio Ellacuría, profeta y mártir de la fe y la justicia, elaboró con mucha agudeza -para la teología y la espiritualidad- la noción de «pueblo crucificado», presente en las orientaciones pastorales surgidas de las conferencias episcopales latinoamericanas de Medellín (1968) y Puebla (1979).

Desde la perspectiva de la Encarnación, Ellacuría nos mostró la correlación entre Cristo crucificado y pueblo crucificado. Así, desde nuestra fe, una auténtica relación con Cristo crucificado nos lleva a contemplar y adentrarnos solidariamente en el pueblo crucificado; por su parte, el caminar con el pueblo crucificado nos lleva a la experiencia mística de la pasión de Cristo, a tocar sus llagas, enjuagar su rostro y a orar y trabajar para bajarlo de la cruz, con la confianza y la esperanza de que caminamos hacia la resurrección, que se expresa históricamente, como signo, en hacer más humana la humanidad, reducir la desigualdad, la pobreza y todo tipo de injusticia que atenta contra la dignidad humana, la convivencia y la sostenibilidad de nuestra casa común, la Madre Tierra.

Por eso, es oportuno que contemplemos y nos adentremos en el pueblo crucificado, para tomar conciencia de la pasión y muerte de Jesús hoy, en Venezuela. Los datos son muchos, he aquí algunos:

  • La Oficina de Asuntos Humanitarios de las Naciones Unidas (OCHA) recién publicó un informe que registra, entre enero y febrero de 2022, 1.179 casos de desnutrición en niños y niñas menores de cinco años en 20 estados el país. [1]
  • Los pensionados y jubilados han salido a las calles, una y otra vez, para denunciar el calvario que viven con unas pensiones de menos de 30 dólares al mes, que los coloca por debajo del umbral de la pobreza extrema establecido por la ONU y no alcanzan ni siquiera para comprar la canasta alimentaria básica y, mucho menos, para adquirir medicinas. [2]
  • La violencia de género no se detiene y crece en medio de la impunidad. A mediados de marzo, la ONG Cofavic presentó un informe según el cual, entre 2017 y 2021, 1.821 mujeres fallecieron violentamente, es decir, 38 cada mes; del total de decesos, 53 % correspondieron a feminicidios. [3]
  • Las ejecuciones extrajudiciales por parte de los organismos de seguridad del Estado también se han multiplicado. La plataforma Lupa por la Vida (creada por Provea y el Centro Gumilla) detalló, en su más reciente reporte, que durante 2021 se registraron 1.414 asesinatos por esta causa en todo el país. 98 % de los casos ocurrieron en barrios populares y 66 % de las víctimas eran hombres entre 18 y 30 años, lo que muestra una política de criminalización de los jóvenes más pobres. [4]
  • A esto hay que sumar el viacrucis de los migrantes. Pese a que voceros de gobierno están impulsando la narrativa del “Venezuela se arregló”, para hacer creer que el país se está recuperando y que están aumentando las oportunidades, el éxodo de venezolanos no se detiene. La Agencia de Naciones Unidas para Refugiados registra, hasta marzo, que 6 millones de venezolanos han abandonado el territorio “sin perspectivas de retorno a corto y mediano plazo” y muchos de ellos “se enfrentan a graves peligros en el camino de huida”. [5]

Estas situaciones y rostros no nos pueden paralizar; por el contrario, se trata de un acercamiento místico, a la luz de la triple pregunta de San Ignacio. Ante este desafío cristiano invoquemos al Espíritu Santo para que nos conceda la fortaleza y la sabiduría, y nos lleve a una praxis de fe que nos comprometa a bajar al pueblo crucificado de la cruz y discernir los «signos de los tiempos», apostar por la vida, la dignidad humana y el bien común, con la mirada puesta en el corazón resucitado de Cristo, donde plenamente se consumará y revelará «la fraternidad universal de los hijos e hijas de Dios». (Rm 8)

Teniendo en el corazón la triple pregunta que San Ignacio nos propone, acompañemos también al papa Francisco, quien nos recuerda que «delante de la imagen de Dios crucificado llevaremos, en la oración, los muchos, demasiados crucificados de hoy, que solo desde Él pueden recibir el consuelo y el sentido de su sufrimiento».

*Foto: El Estímulo
Boletín del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco
1 al 7 de abril de 2022/ N
° 140

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