Lecturas recomendadas

Sin arrogancias ni pesimismos

Rafael María de Balbín:

En nuestros días mucha gente tiene principalmente en la mira la realización de una tarea exitosa que goce de la aprobación e incluso de la admiración de los demás. Se aspira a dejar una buena huella en el ámbito que a cada uno corresponde.

Pero habría que señalar que la eficacia y los  buenos frutos es Dios quien los mide, y no coincide necesariamente con la propia satisfacción ni con el brillo externo y la publicidad. Requieren un corazón humilde. Quien desea mejorar el mundo ha de comenzar por sí mismo, con exigencia propia. Jesús nos advierte: ¿Por qué miras la paja en el ojo de tu hermano, y no reparas en la viga que tienes en el tuyo? ¿O cómo puedes decir a tu hermano: Déjame, hermano, sacarte la paja de tu ojo, no viendo la viga que hay en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo, y después verás para sacar la paja del ojo de tu hermano.

Para dar buenos frutos, reales y no simplemente aparentes, es necesaria la rectitud de corazón: la humildad del conocimiento propio, el abnegado afán de servicio; el trato personal con Dios en la oración y los Sacramentos, que facilite la acción suave y fuerte del Espíritu Santo en nuestra alma. No es buen árbol el que da malos frutos, ni mal árbol el que da frutos buenos; pues cada árbol es conocido por sus frutos. Porque ni se cosechan higos de los espinos, ni se vendimian uvas de las zarzas. El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca el bien; y el hombre malo, del mal tesoro saca el mal; porque de la abundancia del corazón habla la boca.

Una de las deformaciones de la esperanza,  es la presunción o arrogancia. Ésta lleva a menospreciar ingenuamente las dificultades que encuentra a su paso el caminante. Las heridas del pecado de origen se han visto aumentadas por los pecados personales, y por eso se requiere el reconocimiento humilde de nuestros errores y de nuestras culpas, a la par que el empeño por superarlos.

Una vez reconocidos los obstáculos de dentro y de fuera, evitando así la presunción, hay que apoyarse en la ayuda de Dios, soslayando el pesimismo o la desesperación. El Hijo de Dios nos perdonó en la cruz, intercede continuamente por nosotros en el Cielo, nos reconcilió con Dios por el Bautismo, y nos ofrece una y otra vez el sacramento de la Penitencia.

Es el amor de la criatura, que responde al Amor del Creador. Es la esperanza del caminante, que procede del Amor y se dirige hacia el Amor.-

(rbalbin19@gmail.com)

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