El Yelmo de la Salvación

Rosalía Moros de Borregales:
Sin lugar a dudas, el campo donde se libran las batallas más feroces de la vida es la mente. Los psiquiatras describen la mente como un sistema complejo, producto de la interacción del cerebro, el cuerpo y el entorno. Al hablar de la mente se incluyen facultades como la percepción, el pensamiento, la memoria y las emociones. La mente es fundamental en el proceso de interacción con el mundo, en la toma de decisiones y en el desempeño en la vida diaria. El bienestar de la mente incluye el bienestar emocional, psicológico y social.
Agregado a lo anterior, desde el punto de vista cristiano, nuestra mente debe ser protegida de las asechanzas del enemigo. Según el apóstol Pablo, nuestra lucha de cada día no es directamente con las personas que nos rodean; se trata de una lucha espiritual: “Porque no tenemos lucha contra sangre y carne, sino contra principados, contra potestades, contra los gobernadores de las tinieblas de este siglo, contra huestes espirituales de maldad en las regiones celestes.” Efesios 6:12. Y la manera de estar siempre preparados para enfrentar esta lucha es estar vestidos con diferentes piezas que conforman una protección espiritual a la que Pablo llamó “La Armadura de Dios”.
Escribiendo la carta a la iglesia en Éfeso, desde su encarcelamiento en Roma, Pablo se inspiró en la armadura del soldado romano. Y de una manera magistral fue dándole a cada pieza de esa armadura su correspondencia en el mundo espiritual de la fe cristiana. De tal manera que hoy, al arribar al yelmo o casco, podemos notar que el nombre otorgado ha sido el de Yelmo de la salvación: “Y tomad el yelmo de la salvación…” Ef. 6:17. Una de las piezas más determinantes, precisamente, por su capacidad de proteger el espacio más vulnerable del ser humano.
El yelmo o casco era elaborado de materiales como el bronce o el hierro, con placas que protegían la cabeza, el cuello y a veces hasta la frente y las mejillas. Su función era clara: preservar la vida del soldado ante golpes que podían ser fatales, protegiendo su cerebro. En el mundo espiritual, nuestra mente es ese centro vital, en el cual el creyente va siendo transformado al renovar su pensamiento de acuerdo a la Palabra de Dios. En pocas palabras, los pensamientos de cualquier ser humano que se acerca a Dios son iluminados por la luz de Cristo. Sin la salvación de nuestro redentor no hay protección. Así como un soldado sin casco no podía presentarse para ningún propósito; de la misma manera, en un cristiano sin el yelmo de la salvación, los pensamientos de duda, temor y mentira del enemigo predominarán y le desviarán del plan para cumplir con la voluntad de Dios para su vida.
La Biblia dice: “No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.” Rom. 12:2. La transformación en el carácter de una persona para integrar en su ser las virtudes de Cristo está dada por la renovación del entendimiento (pensamientos). El pecado oscurece la mente: “Esto, pues, digo y requiero en el Señor: que ya no andéis como los otros gentiles, que andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos de la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza.” Ef. 4:17-19. Mas, la Palabra de Dios la ilumina: “Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi camino” Salmo 119:105.
Muchas veces, al despertar, nos asaltan pensamientos de toda clase que solo nos traen preocupación. Si perseveramos en esos pensamientos, pronto aparecen la angustia, la ansiedad y el temor. Pero es allí donde entra en juego el yelmo de la salvación. Si confiamos en que hemos sido salvados del pecado y de la muerte eterna, entonces podemos traer con confianza todas nuestras preocupaciones a Dios, entregándole nuestros pensamientos antes de que el enemigo tome ventaja. Isaías 26:3 nos recuerda: “Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera; porque en ti ha confiado.” Y Pablo añade en Filipenses 4:6-8: “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, guardará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús. Por lo demás, hermanos, todo lo que es verdadero, todo lo honesto, todo lo justo, todo lo puro, todo lo amable, todo lo que es de buen nombre; si hay virtud alguna, si algo digno de alabanza, en esto pensad.”
Porque aquello que ocupa nuestra mente termina gobernando nuestra vida. Cuando el pensamiento se centra en lo negativo, o lo fabrica debido a la cantidad de miedos infundados y aprendidos con los que cargamos, entonces cosechamos ansiedad. Pero cuando perseveramos en Dios, y llevamos delante de Él nuestras peticiones, entonces recibimos paz. Esta debería ser nuestra experiencia cotidiana: Al ser asaltados por un pensamiento oscuro, deberíamos llevarlo cautivo a la obediencia de Cristo, como nos enseña II Corintios 10:5: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altivez que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo.”
En otras palabras, vivimos en estos cuerpos mortales, pero nuestras armas espirituales no son de nuestra naturaleza, sino poderosas en Dios. He vivido muchos momentos en los que, al elevar a Dios una oración, exponiendo los pensamientos que batallan en mi mente, su luz ha disipado la sombra de la angustia. Es un ejercicio diario de comunión, que requiere enfoque, perseverancia y coraje. Cuando dejamos que los pensamientos negativos se acumulen sin llevarlos a Cristo, es como si el enemigo fuera tomando terreno en nuestra mente. Pero cuando lo llevamos en oración a Dios, el Espíritu Santo ilumina la oscuridad y la mente queda guardada en paz.
El yelmo nos recuerda quiénes somos a través de la salvación otorgada en la cruz: Somos hijos de Dios, perdonados y redimidos. La mente anclada en la certeza de la salvación no se deja arrastrar por la condenación ni por la desesperanza. El diablo nos acusa y nos hunde en la culpa, la cual sólo conduce a más pecado; mientras que el Espíritu Santo nos redargüye, nos muestra nuestro pecado y nos expone la salvación, poniendo en nosotros la tristeza que nos conduce al arrepentimiento. Por esa razón, Pablo también habla del yelmo como “la esperanza de la salvación”: “Pero nosotros, que somos del día, seamos sobrios, habiéndonos vestido con la coraza de fe y de amor, y con la esperanza de salvación como yelmo.” I Tes. 5:8.
¿Con qué pensamientos te está atacando el enemigo de tu alma hoy? ¿Temores por el futuro, culpas del pasado, ansiedad del presente? No luches sin protección.
El llamado es imperativo: ¡Tomad el yelmo de la salvación! .-




