Sor Pistolas, la extraordinaria conversión de una ex pandillera
Ha regresado a las pandillas, pero ahora con una misión
A los 17 años, María Julieta Ávila Pérez sintió el llamado de Dios a la vida religiosa y decidió ingresar al convento de las Hermanas Marcelinas
Hasta aquí, su historia podría parecerse a la de miles de mujeres que deciden abandonar el mundo para consagrarse al Señor, pero la de Julieta es una historia muy distinta
A los 17 años, María Julieta Ávila Pérez sintió el llamado de Dios a la vida religiosa y decidió ingresar al convento de las Hermanas Marcelinas.
Hasta aquí, su historia podría parecerse a la de miles de mujeres que deciden abandonar el mundo para consagrarse al Señor, pero la de Julieta es una historia muy distinta.
Una adolescencia con drogas y pandillas
Su mundo era la calle, entre drogas y pandillas. “En mi región había bandas callejeras. Salíamos a jugar; me empezaba a meter en círculos que empezaban a drogarse y a beber”, dijo hace tiempo en una entrevista con Aleteia.
Sor Julieta es originaria de Veracruz. En el barrio donde vivía, muchos de sus amigos vendían droga y ella misma, aunque nunca se involucró con el tráfico de estupefacientes, llevaba un arma a la escuela.
“Algunos vivían armados, y yo cargué un arma siendo adolescente, porque estaba siempre a la espera de si salía alguien al encuentro y así podía defenderme”.
«No era un arma de fuego sino una navaja, aunque en la universidad, ya siendo religiosa, la bautizaron como ‘Sor Pistolas'»
No era un arma de fuego sino una navaja, aunque en la universidad, ya siendo religiosa, la bautizaron como “Sor Pistolas”.
“Mis amigos me admiraban, me querían mucho; tenía muchos amigos varones, más que chicas, teníamos muchas carencias, y este grupo nos afianzaba y a mí me gustaba porque me sentía parte, hacíamos como un centro de pertenencia”.
¿Qué la hizo acercarse a Dios?
Era la tercera hija de una familia de nueve y tuvo que madurar pronto para ayudar a sus papás en la crianza de los más pequeños, pero con el tiempo se rebeló, hasta que Dios comenzó a tocar su puerta.
«Cuidaba perros y limpiaba casas, en semáforos, haciendo comida, lavando trastes, hacía todo lo posible»
“No lo hice yo. Cómo me dolió ver a mi madre llorar. Llegó mi mamá y me dijo: ‘Hay un citatorio; es una denuncia de robo, y dicen que fuiste tú’”.
Entonces, decidió cambiar. Aún era adolescente y tuvo al que quiso mucho, pero lo terminó porque comenzó a sentir la vocación por la vida religiosa, una inquietud que se mantuvo hasta que terminó la escuela secundaria.
«No lo hice yo. Cómo me dolió ver a mi madre llorar. Llegó mi mamá y me dijo: ‘Hay un citatorio; es una denuncia de robo, y dicen que fuiste tú'»
“Terminé la secundaria, hice mi examen de admisión para entrar a la prepa. Estando en Banderilla, Veracruz, me visita una amiga y me dice: ‘¿Sabes qué?, vengo de visitar un convento, tú también podrías, pues es para todos (…) No, no me gusta -respondió Julieta- no quiero ser eso, yo no quiero a los sacerdotes”.
Pero la semilla ya esta sembrada. Ya en la preparatoria un día fue a buscar a su madre al trabajo y le dijo: ¡Mamá, quiero que me ayudes; quiero buscar un convento y quiero hacer una experiencia!”.
La decisión de ser religiosa
Después de dos años de discernimiento en el que entró y salió del convento, decidió finalmente abrazar la vida religiosa. Viajó a Italia para comenzar su formación primero como seglar y finalmente como hermana.
Volvió a México y, en Querétaro, estudió pedagogía. Después la enviaron a la Ciudad de México para trabajar con los jóvenes de zonas marginadas. Sor Julieta regresó a las pandillas, pero ahora con una misión: ayudar a los jóvenes marginados, justo como ella lo había sido.
«La gente se saca de onda porque no creer que uno cambie de vida»
“La gente se saca de onda porque no creer que uno cambie de vida. La visión que tenía la gente cuando me veía con las pandillas era mala”.
Yo regresé a mi comunidad con un hábito y la gente me vio y se empezó a interrogar y a acercar. ¿Por qué te fuiste? ¿Por qué dejaste tu familia?”.
Años después de una adolescencia complicada, recuperó la relación con sus hermanos, con su papá y con su mamá.
«Ya no soy la chica rebelde que ellos tenían en casa. Pero ha sido una gran sorpresa»
“Ya no soy la chica rebelde que ellos tenían en casa. Pero ha sido una gran sorpresa, ¡vaya sorpresa el tener una hija religiosa!”, finalizó.