Humanidad más humana
¿Qué es la libertad? Pequeño es el cerebro humano para entenderla
Alicia Álamo Bartolomé:
“El 25 de Octubre se conmemora el reconocimiento al derecho a la inclusión social, la igualdad y el respeto a los derechos humanos de las personas afectadas por alguna forma de enanismo, un padecimiento que puede originarse en patologías de distinto tipo, incluyendo algunas desconocidas en sus orígenes para la ciencia. Hay aproximadamente 200 índoles de tipologías de personas de talla baja, la mayor parte de causas no establecidas aun científicamente.
La iniciativa nació en 2013, en México y la fecha recuerda al actor estadunidense William John Bertanzetti, mejor conocido como Billy Barty, una de las primeras personas en trabajar en pro de los derechos de las personas de talla baja. Fue además el fundador de la sociedad Little People of America, la más amplia hasta el momento a nivel internacional, impulsando la igualdad de derechos y oportunidades como principio de los derechos humanos.
Los términos “enanismo”, «enano» y «enana», son considerados agresivos y peyorativos para estas personas que son iguales a todos los demás, reciben constantes muestras de desprecio, sufriendo exclusión social, escolar, cultural y laboral. Debemos referirnos a ellas como niñas, niños, mujeres y hombres de talla baja”. (Wikipedia)
Parece mentira que se haya llegado hacer una declaración como la del párrafo anterior, en un mundo liderado por la cultura occidental cristiana. Habría que llamar a ésta así: cultura occidental discriminatoria, pues a las muchas que ya sabemos que desgraciadamente existen, como la racial, religiosa, política, ideológica, de tendencia sexual, habría que agregar esta del enanismo. Y no me cohíbo en emplear los términos correspondientes, como enano o enana, tampoco cuando me refiero a colores de la piel: negro o negra, me parece que afrenta más el implementar un nuevo término, como afroamericano o de talla baja. Las palabras no son peyorativas, lo son las actitudes.
Me duele comprobar que todavía vivimos en la prehistoria del amor. No hemos aprendido a amar al otro en toda su otredad. Porque otro significa una persona distinta a mí, como ser, pero no diferente como filiación divina y humana. Todos somos hijos de Dios, hasta los ateos, aunque no reconozcan a este como padre. En la filiación divina no hay jerarquía, no hay duques ni marqueses, sólo hijos. Es la igualdad del amor. Dios ama y punto. En nuestra respuesta a ese amor es que está la desigualdad. Somos libres de amar o no, de amar más o menos. Es el libre albedrío, el que Dios nos dotó. Es el don más grande, el de la libertad.
¿Qué es la libertad? Pequeño es el cerebro humano para entenderla. Dios arriesgó lo que más desea, nuestra felicidad eterna, para darnos derecho a ejercerla. Luego…, su valor escapa a nuestro razonamiento. El don de la libertad es inconmensurable.
Desgraciadamente, empleamos mal el don de la libertad. Usamos esta más para dividir que para unir. Nos sentimos libres para ofender y atados para perdonar. Una frase común en nuestro vocabulario, sin considerar su trágica trascendencia, es esta: “Nunca te perdonaré”,
así la ofensa haya sido pequeña. Tenemos el alma enquistada en rencores.
Así no es posible abrirnos a tolerancias. Cada día parece que nos enroscamos más en nuestras debilidades ahogando el amor. El egoísmo es centrípeto, la caridad centrífuga. El uno se niega, la otra se da.
Parece mentira que tengamos que inventar días para reparar desigualdades: Día de la Mujer, Día de las personas de talla baja… ¡Dios, esto sí es peyorativo, no las palabras! Me discriminan cuando me ofrecen pertenecer a una asociación de mujeres por mujeres. Soy una persona, me asocio por profesión u oficio junto a hombres y mujeres que los ejercen como yo y, asociados, buscamos fortaleza para el gremio. No me gusta cuando me hablan de literatura, dramaturgia o arquitectura femenina; estas son actividades intelectuales, espirituales y no veo en ellas diferencias por sexo. Las veo en actividades físicas, como el deporte, porque no hay la misma fuerza corporal entre hombre y mujer.
Hombre y mujer tienen igualdades como variedades, por eso somos dos formas de ser de la especie humana. Dios nos hizo personas complementarias. Si el hombre es más fuerte físicamente, la mujer tiene más reciedumbre espiritualmente. Bonito equilibrio vital, sobre todo para la vida matrimonial.
Escribí lo de “inventar días para reparar desigualdades”. No las reparan, las aumentan. Un día especial para tal condición, sea talla baja, mujer, obesidad, tendencia sexual, etnia o creencia, para mí, acentúa la discriminación.
Hay un solo día para celebrar: el día en que la humanidad sea más humana.-