P. Alberto Reyes Pías, desde Cuba:
Hay dos países que se reservan un día completo para dar gracias a Dios: Canadá, que lo celebra el segundo lunes de octubre, y los Estados Unidos, que lo celebra el cuarto jueves de noviembre. Yo creo que es una tradición que todos los países deberían hacer propia.
En la vida es necesario hacer paradas. Paradas diarias que nos permitan zafarnos, aunque sea brevemente, de la vorágine cotidiana, para ofrecernos espacios de paz, de recuperación de la armonía que evita que los días se conviertan en frenéticas carreras de superación de obstáculos. Paradas frecuentes, más largas, que por unas horas nos ayuden a tomar distancia de problemas, responsabilidades, asuntos pendientes, y nos posibiliten recuperar las fuerzas que necesitamos para seguir enfrentándolos. Y paradas especiales, menos frecuentes pero más largas, que nos ayuden a atender con calma las raíces de la vida.
Un día de acción de gracias a Dios es una parada especial, no sólo hermosa, no sólo beneficiosa, sino necesaria.
¿Cuántos dones hemos aprendido a ver como “normales” y no solemos detenernos a agradecer? Vida, familia, educación, instrucción, amigos, la fe… ¿Cuántas cosas disfrutamos día a día sin entender que son regalos? Ver, oler, escuchar, saborear, tocar, sonreír, andar… salud, gestos de cariño, la bondad de otros… ¿Cuántos bienes han llegado a nuestra vida sin darnos cuenta de que han sido obsequios especiales? Momentos en los que hemos sido escuchados, consolados, perdonados, aconsejados, valorados…, personas que nos han dejado llorar sin juzgarnos, que nos han abrazado en medio de nuestros vacíos, o que nos han dicho de mil modos: “yo estoy aquí para ti”.
¿Cuánto hemos tenido y tenemos como si todo el mundo lo poseyera? Agua, comida, medicamentos, electricidad, posibilidades de comunicación, transporte, un techo, una cama…
Hacer un alto para agradecer permite ver cómo el bien supera al mal, cómo hemos sido y somos bendecidos, cómo los dones desbordan nuestra existencia. Agradecer alimenta una alegría capaza de tocar los tuétanos, y al hacer que pongamos el foco en lo que tenemos y en lo que hemos logrado, el presente se hace más confortable y el futuro más esperable.
Tomar conciencia de lo recibido nos ayuda también a mirar al otro, al que tiene menos, al que carece y sufre: de hambre, de soledad, del sinsentido de sus días.
Hace bien darse un tiempo para dar gracias. Los momentos y los modos son decisión de cada uno, pero es buena idea parar, y reunirse con otros, para poner sobre una misma mesa la comida compartida y la existencia bendecida.-