Muere Henry Kissinger, figura central de la política exterior de EE.UU. en el siglo XX
Judío y nacido en Alemania, huyó de los nazis en 1938, un año antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial
Henry Kissinger, el gran Maquiavelo de la política internacional del siglo XX, falleció este miércoles en su residencia de Kent, en Connecticut. El pasado mayo, el que fue secretario de Estado de EE.UU. en la década de 1970 había cumplido cien años y todavía seguía implicado en asuntos internacionales: en julio visitó China, donde logró su gran éxito hace cincuenta años, el establecimiento de relaciones diplomáticas entre EE.UU. y el gigante asiático.
Kissinger deja un siglo de huella y de protagonismo sin parangón en los grandes asuntos internacionales del siglo XX: huyó como adolescente judío de la Alemania nazi a EE.UU., participó en la Segunda Guerra Mundial, negoció un acuerdo de paz para la guerra de Vietnam, logró estabilizar las relaciones de Israel con sus vecinos árabes tras la guerra de 1973 y forjó la ‘détente’ con la Unión Soviética. Admirado y odiado, popular y poderoso, hizo y deshizo a su antojo en todo el mundo, desde Chile a Pakistán.
Kissinger deja un legado de hombre de Estado incomparable para algunos, de criminal de guerra para otros. Lo cierto es que nadie determinó más que él, para bien o para mal, la política internacional en la historia moderna. Y los poderosos siempre quisieron escucharle: asesoró a doce presidentes -desde John Fitzgerald Kennedy a Joe Biden-, alternó con todos los líderes de China -de Mao Zedong a Xi Jinping- y, cuando dejó el Gobierno, le pagaron fortunas como consultor.
Kissinger nació en Furth, Alemania, en 1923, en una familia judía de clase media. La situación se volvió insostenible con los abusos del régimen nazi a los judíos y huyeron a EE.UU. en 1938, tres meses antes de la Noche de los Cristales Rotos, que dio paso a una persecución masiva. Kissinger, nacido Heinz Alfred, se cambió el nombre a Henry cuando su familia se estableció en Nueva York.
Estudiante brillante y ambicioso
Aprendió inglés rápido y no tardó en destacar en los estudios, pero nunca se despojaría de su acento alemán, que se convirtió en elemento central de su imagen pública. Fue llamado a filas en el final de la Segunda Guerra Mundial y condecorado por sus dotes organizativas con el conflicto terminado. Ingresó en Harvard tras colgar el uniforme y despuntó como un estudiante brillante y ambicioso, con especial interés en la diplomacia internacional.
Se doctoró con una tesis sobre la relación entre el austriaco Klemens von Metternich y el británico Robert Stewart, vizconde de Castlereagh, para reconstruir Europa tras las guerras napoleónicas. Dejó su plaza de profesor en Harvard para acercarse a Washington. Pronto fue requerido como asesor por presidentes demócratas: Kennedy y su sucesor, Lyndon Johnson. Pero fue gracias a sus conexiones republicanas -sobre todo, Nelson Rockefeller- como entró por la puerta grande de la Casa Blanca: nada más convertirse en presidente en 1969, Richard Nixon le nombre asesor de seguridad nacional, un puesto de gran poder que él hizo todavía más decisivo.
Breve pero intenso paso por el Gobierno
Su presencia en el Gobierno de EE.UU. solo fue de 1969 a 1977, pero tuvo una intensidad inusitada. Él fue el motor del acercamiento a China, una prioridad para Nixon que Kissinger desarrolló a espaldas del secretario de Estado, Williams Rogers, al que acabó por quitarle el puesto. Tras el éxito en Pekín, Nixon, con quien tuvo una relación volcánica, acabó por nombrarle secretario de Estado. Fue un nombramiento histórico: el primer judío al frente de la diplomacia de EE.UU. Kissinger, insaciable de poder, se quedó también con el cargo de asesor de seguridad nacional, por primera y última vez en la historia de EE.UU.
Con Nixon acosado por el escándalo de Watergate nada más ganar su reelección a finales de 1972, Kissinger fue el dueño absoluto de la política exterior de EE.UU. Además del establecimiento de relaciones diplomáticas con China, dentro de un acuerdo sobre Taiwán que todavía rige las relaciones entre EE.UU. y el gigante asiático, Kissinger supervisó asuntos del máximo calado. Llegó a un acuerdo en 1972 con el régimen comunista del norte de Vietnam que les valió a él y su homólogo vietnamita, Le Duc Tho, el premio Noble de la Paz. Tras la guerra de Yom Kippur en 1973, en la que Siria y Egipto -con el apoyo de multitud de países árabes- atacaron a Israel, Kissinger se fajó en una intensa actividad diplomática para estabilizar la región. Desde enero de 1974, estableció lo que en EE.UU. se bautizó como ‘puente diplomático’ en la región, a la que viajó once veces. Una de sus visitas duró 34 días y le llevó 16 veces a Jerusalén y 15 a Damasco.
Distensión con la URSS
Kissinger también inauguró el periodo de ‘détente’ o distensión con la Unión Soviética tras los años de tensión máxima en la década de 1960 y cerró acuerdos de armamento pioneros con Moscú.
En 1974, con Nixon asediado por las investigaciones de Watergate, Kissinger era el hombre más poderoso de la primera potencia mundial. En junio de aquel año, dos meses antes de que Nixon dimitiera, la revista ‘Newsweek’ le colocaba en una ilustración en la portada, convertido en Superman y sobrevolando el mundo. El sucesor de Nixon, Gerald Ford, le mantuvo en el puesto de secretario de Estado hasta que perdió las elecciones ese 1976 frente al demócrata Jimmy Carter.
En aquellos años, Kissinger fue el arquitecto de la última etapa de la ‘Pax Americana’, pero también de una ‘realpolitik’ cuestionable, en la que se miraba para otro lado respecto a los valores y derechos democráticos que se tenían por sagrados dentro de las fronteras de EE.UU.
Sin más principios que los necesarios
Kissinger demostró en muchas ocasiones o tener más moral ni principios que los necesarios para mantener los intereses de EE.UU. en el concierto internacional y en su pugna con la Unión Soviética por el dominio global. En su historial queda el bombardeo indiscriminado de Camboya, un país neutral, donde la guerra de Vietnam, que acabó por facilitar la llegada al poder de los Jemeres Rojos; el apoyo al golpe de estado militar contra Salvador Allende en Chile; la ayuda a Pakistán en la campaña brutal contra Bangladesh; o la connivencia en el golpe de estado en Chipre de 1974.
«La mayor parte del tiempo, los hombres de estado deben encontrar un equilibrio entre sus valores y sus necesidades», escribió en 2003 en su libro sobre la guerra de Vietnam. Kissinger, defienden sus críticos, pareció inclinarse más por las segundas.
Durante aquellos años de estrellato en la década de 1970, fue más que un hombre de Estado. Fue una celebridad, un personaje ‘pop’ que atraía a los medios, que seducía mucho -y engañaba más- a los periodistas, que alternaba con actrices de Hollywood. Sus gafas gruesas, el pelo rizado, los ojos saltones, la cara ancha, fueron una imagen famosa en todo el planeta. «El ‘sex symbol’ más improbable del mundo», le definió uno de sus biógrafos, Walter Isaacson.
Tras el poder y la fama, llegó el dinero. Una vez fuera del Gobierno, Kissinger se hizo rico con negocios de consultoría y con la publicación de abundantes libros. No ha parado de escribir hasta su muerte, ni de influir en presidentes, ni de viajar por el mundo, como en su visita a China. Este miércoles falleció con un legado cada vez más cuestionado, pero con un protagonismo histórico indiscutible.-
Realmente enriquecedor el intercambio de opiniones de estos...
Estimado Sr Editor: leo diariamente vuestros excelentes, obj...
Nosotros somos la semilla enviada por el Gran Espiritu a tra...
“el pueblo está harto de sufrir y hay que escucharlo”, dice...
Ya que he leído este artículo de Oswaldo Páez Pumar y siendo...