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¿Es eficaz el Espíritu Santo?

 

Rafael María de Balbín:

 

Cuando hablamos del Espíritu Santo no estamos hablando del espíritu en general, como una característica de las realidades distintas de la materia. Nos referimos en concreto a una Persona. “Creer en el Espíritu Santo es profesar la fe en la tercera Persona de la Santísima Trinidad, que procede del Padre y del Hijo y «que con el Padre y el Hijo recibe una misma adoración y gloria». El Espíritu Santo «ha sido enviado a nuestros corazones» (Ga 4, 6), a fin de que recibamos la nueva vida de hijos de Dios” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 136).

Hay una misión o envío del Espíritu Santo a los hombres. “La misión del Hijo y la del Espíritu son inseparables porque en la Trinidad indivisible, el Hijo y el Espíritu son distintos, pero inseparables. En efecto, desde el principio hasta el fin de los tiempos, cuando Dios envía a su Hijo, envía también su Espíritu, que nos une a Cristo en la fe, a fin de que podamos, como hijos adoptivos, llamar a Dios «Padre» (Rm 8, 15). El Espíritu es invisible, pero lo conocemos por medio de su acción, cuando nos revela el Verbo y cuando obra en la Iglesia” (Idem, n. 137).

El Espíritu Santo recibe diversos apelativos. “«Espíritu Santo» es el nombre propio de la tercera Persona de la Santísima Trinidad. Jesús lo llama también Espíritu Paráclito (Consolador, Abogado) y Espíritu de Verdad. El Nuevo Testamento lo llama Espíritu de Cristo, del Señor, de Dios, Espíritu de la gloria y de la promesa” (Idem, n.138).

Algunas imágenes nos ayudan a conocer algo de su riqueza. “Son numerosos los símbolos con los que se representa al Espíritu Santo: el agua viva, que brota del corazón traspasado de Cristo y sacia la sed de los bautizados; la unción con el óleo, que es signo sacramental de la Confirmación; el fuego, que transforma cuanto toca; la nube oscura y luminosa, en la que se revela la gloria divina; la imposición de manos, por la cual se nos da el Espíritu; y la paloma, que baja sobre Cristo en su bautismo y permanece en Él” (Idem, n. 139).

En el Credo decimos que el Espíritu  Santo nos habló  por los Profetas. “Con el término «Profetas» se entiende a cuantos fueron inspirados por el Espíritu Santo para hablar en nombre de Dios. La obra reveladora del Espíritu en las profecías del Antiguo Testamento halla su cumplimiento en la revelación plena del misterio de Cristo en el Nuevo Testamento” (Idem, n. 140).

El Espíritu Santo preparó  la venida de Jesucristo a la tierra. “El Espíritu colma con sus dones a Juan el Bautista, el último profeta del Antiguo Testamento, quien, bajo la acción del Espíritu, es enviado para que «prepare al Señor un pueblo bien dispuesto» (Lc 1, 17) y anunciar la venida de Cristo, Hijo de Dios: aquel sobre el que ha visto descender y permanecer el Espíritu, «aquel que bautiza en el Espíritu» (Jn 1, 33)” (Idem, n. 141).

Su intervención cumbre se realiza con la Encarnación. “El Espíritu Santo culmina en María las expectativas y la preparación del Antiguo Testamento para la venida de Cristo. De manera única la llena de gracia y hace fecunda su virginidad, para dar a luz al Hijo de Dios encarnado. Hace de Ella la Madre del «Cristo total», es decir, de Jesús Cabeza y de la Iglesia su cuerpo. María está presente entre los Doce el día de Pentecostés, cuando el Espíritu inaugura los «últimos tiempos» con la manifestación de la Iglesia” (Idem, n. 142).

El Espíritu Santo actúa conjuntamente con el Hijo. “Desde el primer instante de la Encarnación, el Hijo de Dios, por la unción del Espíritu Santo, es consagrado Mesías en su humanidad. Jesucristo revela al Espíritu con su enseñanza, cumpliendo la promesa hecha a los Padres, y lo comunica a la Iglesia naciente, exhalando su aliento sobre los Apóstoles después de su Resurrección” (Idem, n. 143).

Algo muy importante sucedió el día de Pentecostés. “En Pentecostés, cincuenta días después de su Resurrección, Jesucristo glorificado infunde su Espíritu en abundancia y lo manifiesta como Persona divina, de modo que la Trinidad Santa queda plenamente revelada. La misión de Cristo y del Espíritu se convierte en la misión de la Iglesia, enviada para anunciar y difundir el misterio de la comunión trinitaria” (Idem, n . 144).

«Hemos visto la verdadera Luz, hemos recibido el Espíritu celestial,

hemos encontrado la verdadera fe: adoramos la Trinidad indivisible porque

Ella nos ha salvado»

(Liturgia bizantina. Tropario de las vísperas de Pentecostés).

El Espíritu Santo continúa, a través del tiempo, su acción en la Iglesia. “El Espíritu Santo edifica, anima y santifica a la Iglesia; como Espíritu de Amor, devuelve a los bautizados la semejanza divina, perdida a causa del pecado, y los hace vivir en Cristo la vida misma de la Trinidad Santa. Los envía a dar testimonio de la Verdad de Cristo y los organiza en sus respectivas funciones, para que todos den «el fruto del Espíritu» (Ga 5, 22)” (Idem, n. 145).

Y también en cada uno de los bautizados. “Por medio de los sacramentos, Cristo comunica su Espíritu a los miembros de su Cuerpo, y la gracia de Dios, que da frutos de vida nueva, según el Espíritu. El Espíritu Santo, finalmente, es el Maestro de la oración” (Idem, n. 146).-

(rbalbin19@gmail.com)

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