Trabajos especiales

El extraño hongo que redujo la población de Irlanda a la mitad en apenas cinco años del siglo XIX

La conocida como 'Gran Hambruna' sorprendió a los campesinos irlandeses en septiembre de 1845, cuando las hojas de las plantas de la patata se volvieron negras de repente

Lo ocurrido durante aquellos cinco años a mediados del siglo XIX fue tan brutal, que la prensa española lo contó en sus páginas con todo detalle. No pasaba una semana sin que se publicase un nuevo artículo sobre el ‘Hambre en Irlanda’, como titulaba, por ejemplo, el ‘Diario constitucional de Palma’ el 22 de enero de 1847. El reportaje incluía una carta enviada a la redacción por un irlandés, en la que describía la situación de aquella región de la siguiente manera:

«Esto es un catálogo fúnebre de hambre y muerte, desde el principio hasta el fin. En esta desgraciada ciudad, los pobres mueren como las bestias envenenadas. Una apatía horrorosa como la que caracteriza a los individuos tocados por la peste les tiene aletargados. El hambre ha destruido todos los gérmenes de las generosas simpatías, la desesperación ha sumido en la inanición a los habitantes; todos aguardan la muerte con indiferencia y sin temor alguno. No hay una sola cabaña en la que no haya entrado la muerte.

Se ven familias enteras tendidas sobre miserables jergones de paja podrida, devoradas por la fiebre, y nadie llega a humedecer sus labios ni a prestarles el socorro más pequeño. El marido muere al lado de su mujer y esta le sigue al poco tiempo. El mismo paño cubre a los cadáveres y a los vivos sin que esto lo sepan o lo deploren. Los ratones acuden a buscar su presa en medio de tantos horrores y nadie turba su festín. Los padres entierran a sus hijos en algún rincón oculto exhalar un suspiro. ¡Tumbas ignoradas que nunca serán regadas con las lágrimas de una madre o un amigo».

Desde 1939 a 1952 en que se puso fin al racionamiento, cientos de informes internos del régimen denunciaron la escasez de alimentos en todo el país, mientras los españoles echaban mano de la picaresca e imaginación

Todo comenzó en 1845, el primer año de aquel desastre alimentario del que no logró salir durante los siguientes cinco años, cambiando permanentemente el panorama demográfico, político y cultural de la isla. Se la conoció como la «Gran Hambruna de Irlanda», que acabó con la vida de cerca de dos millones de personas y empujó al exilio a otro millón y medio. De los 8,5 millones de habitantes que tenía esta región que formaba parte del Reino Unido y carecía de un gobierno propio sobrevivieron únicamente los 4,5 millones que, aproximadamente, mantiene en la actualidad. Es decir, que pereció casi la mitad.

Indígenas americanos

La hambruna fue tan prolongada que, cuando el empobrecido pueblo nativo de los Choctaw, en Estados Unidos, tuvo noticia de ella, quedó tan conmovido que reunió todo el dinero que pudo y se lo envió a los irlandeses, aunque a ellos no les sobrara. Solo fueron 170 dólares de la época, unos 5.000 actuales según la revista ‘Time’, pero fue suficiente para que, desde entonces, Iralan esté hermanada con las comunidades indígenas americanas. Una medida muy diferente a la propuesta realizada por la Reina Victoria el 25 de marzo de 1847, que ‘El Católico’ recogía así:

«Memorable será el día de hoy. La carestía de los artículos de primera necesidad, el hambre horrorosa y la desoladora peste que reina, especialmente, en Irlanda han sido la causa de que la Reina de Gran Bretaña haya expedido este singular mandato, de acuerdo con su consejo privado, de un ayuno general de todos sus súbditos con objeto de humillarse en presencia de Dios y aplacar así su justa cólera».

Pero, ¿qué provocó esta tragedia que cada 16 de mayo se conmemora en Irlanda con el Día Nacional en Memoria de la Gran Hambruna? En realidad, comenzó de manera bastante misteriosa en septiembre de 1845, cuando las hojas de las plantas de la papa se volvieron negras y rizadas y, a continuación, se pudrieron. En octubre, la noticia de esta extraña plaga llegó a Londres y el primer ministro británico, Robert Peel, estableció rápidamente una Comisión Científica para examinar el problema. La primera conclusión fue alarmante: más de la mitad de la cosecha del principal alimento de los campesinos irlandeses podría perecer debido a esta «podredumbre húmeda», tal y como la llamaron al principio.

Los hongos

La situación era mucho más compleja, pero desde Londres no se hizo mucho para ayudar a los irlandeses. En aquel momento, los terratenientes ingleses eran los únicos que podían obtener beneficios de las tierras irlandesas, que cultivaban principalmente cereales. El problema es que estos los exportaban directamente a Inglaterra, protegidos por las leyes impuestas desde la capital del Reino, mientras que a los campesinos de aquellas tierras se les dejaba abastecerse única y exclusivamente de patatas y leche.

Antes de que fueran forzados a mantener esta dieta a base de patatas, la alimentación tradicional irlandesa se basaba no solo en cereales, sino en carne, verdura y frutas, pero todo estos alimentos de primera necesidad partían diariamente desde los puertos irlandeses hacia Inglaterra en grandes cantidades. De esta forma, la plaga de la patata de 1845 fue mortal para el común de los mortales en Irlanda, es decir, para más del 95% de la población, de manera que, a medida que se acercaba el invierno y el hongo avanzaba, un número creciente de familias empezó a perder sus cosechas.

Como consecuencia de ello, se destruyeron empleos, desaparecieron los alimentos y los campesinos empezaron a perder sus viviendas y a deambular por el campo en busca de un sitio donde dormir. Las casas de trabajo se convirtieron en refugios improvisados. Cuando se saturaron, los comercios y los edificios antiguos abandonados por la primera emigración se ocuparon rápidamente. Se calcula que 150.000 irlandeses buscaron cobijo en estos inmuebles fantasma, mientras el Gobierno de Londres se quedaba de brazos cruzados.

«Tizón tardío»

Poco después se supo que la terrible plaga estaba provocada por el llamado «tizón tardío» (Phytophthora infestans), que se extendió a toda velocidad por los cultivos de papa, mientras los de trigo seguían su ritmo normal. Este hongo de la papa había llegado desde América del Norte en las bodegas de los barcos y, una vez allí, fueron exportados por los vientos del sur hasta los alrededores de Dublín. Las esporas se depositaron sobre las hojas y se multiplicaron. En condiciones de humedad ideales, se calcula que una sola planta podía infectar a otras miles en unos pocos días. Lo más extraño de todo, además de que era un hongo completamente nuevo, es que por fuera no se podía detectar al principio si la planta esta afectada.

La única medida que se tomó desde Londres fue enviar a Irlanda 200.000 soldados para mantener la situación bajo control y evitar el levantamiento de aquella población irlandesa cada vez más hambrienta. Como era de esperar, pronto comenzaron los enfrentamientos. El 17 de octubre de 1846, contaba de nuevo el ‘Diario Constitucional de Palma’: «El hambre que desola a Irlanda ha dado ya lugar a escenas muy tristes. En Dungarvan ha ocurrido un conflicto entre el pueblo y la tropa, habiendo sido acometido a pedradas un destacamento de dragones. En otro punto tuvo lugar otro suceso semejante, del resultó que disparando la tropa contra el paisanaje hirió a varios, de los cuales dos sucumbieron al día siguiente».

«Jamás la ciudad de Youghal había visto días de fermentación y de ansiedad como los que actualmente están pasando. Desde esta mañana en ambas orillas del río Blackwater se ve una inmensa reunión de hombres armados de garrotes y decididos a saquear a la población […]. La tropa permanece aún sobre las armas. Las casas y tiendas se hallan cerradas. No se ve en las calles más que algunos amotinados del condado de Waterford que aguardan refuerzos, pero sus esperanzas han salido frustradas, porque lejos de esto, las embarcaciones que van a llegar son las lanchas armadas del vapor de guerra Myrmidon que suben el río para escoltar un buque cargado de grano. Sin la llegada de este socorro, Dios sabe lo que aconteciera», podía leerse en una carta enviada a la revista ‘Time’ durante aquellos mismos días.

Muerte y exilio

Los índices de mortalidad alcanzaron cifras dramáticas. El mundo entero estaba pendiente de Irlanda y hasta la Reina Victoria cambió de opinión y envió una ayuda de 2.000 libras, aunque no aceptó por orgullo el dinero que ofrecía el sultán otomano, 10.000 libras, ni el barco Sorciere enviado por Estados Unidos con toneladas de alimentos. Al hambre se añadió después el frío y la expulsión de miles de familias más de sus casas que no podían pagar el alquiler de los arrendatarios ingleses. Se impuso un toque de queda para evitar cualquier rebelión y se impusieron penas de hasta tres años de cárcel o quince de destierro para todo aquel que no lo acatara, lo que incluyó, por insólito que parezca, a todos aquellos que habían sido desahuciados.

Un influyente ensayista británico protestante, Thomas Carlyle, llegó a plasmar todo su odio a los católicos en la siguiente declaración: «Irlanda es como una rata medio muerta de hambre que cruza el camino de un elefante. ¿Qué debe hacer el elefante? Aplastarla, por los cielos, aplastarla». La emigración fue la única salida de los irlandeses, aunque ello también conllevara muchos riesgos, como quedó constatado en el nombre que se dio a las embarcaciones en las que se realizaba el viaje: los «barcos ataúdes».

Un episodio que recuerda mucho a la actualidad, con mafias que embarcaban a la mayor cantidad posible de pasajeros a precio de oro, para realizar la travesía del Atlántico con la mínima cantidad de agua y comida. Tras varias semanas hacinados como animales, muchos fallecían durante el viaje, cuando los buques no se hundían por el exceso de peso. Se calcula que un 30% de los irlandeses que se atrevían a realizar aquel viaje morían antes de llegar a su destino. Y los que lo hacían, no tenían una vida mejor, pues eran igualmente pobres, analfabetos y sufrían el rechazo de la población estadounidense.

«Las páginas de los periódicos ingleses no bastan para contener tanta miseria y desventura como pesan desde hace meses sobre la infeliz Irlanda. Un sentimiento de dolor profundo, aún debiéramos decir de horror, se apodera del ánimo. Ese largo catálogo de desgracias, esa fúnebre procesión de seres escuálidos, ancianos, niños y mujeres los demás, vencidos todos de un mismo sentimiento, el hambre, unen su voz para lanzar desde su isla el mismo grito: ‘Pan o venganza’», podía leerse en ‘El Español’ el 14 de enero de 1847.-

ISRAEL VIANA

Madrid/ABC

Publicaciones relacionadas

Botón volver arriba