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Dios y el mundo

La civilización moderna se resiste a dejar entrar a este niño en sus casas, en sus ciudades, en sus naciones y en cualquier lugar habitado de la tierra

Nelson Martínez Rust:

 

Durante este transcurrir del tiempo continúan a resonar en nuestros oídos los cantos navideños y permanece en nuestros corazones una cierta mezcla de nostalgia unida a la alegría de las noches decembrinas. Es que todavía permanecemos en el tiempo litúrgico de “La Navidad”; tiempo que se prolonga hasta el siete de enero, fiesta del “Bautismo del Señor”. La permanencia en este tiempo nos motiva a reflexionar una vez más sobre el nacimiento de nuestro Redentor.

El Evangelio de Lucas nos sirve de trasfondo para nuestra reflexión. Ensena el Evangelista: “No teman. Miren, les doy una Buena Noticia, una gran alegría para todo el pueblo: Hoy les ha nacido en la ciudad de David el Salvador, el Mesías y Señor” (Lc 2,10-11). En la noche de navidad, nosotros, hemos vuelto a escuchar el anuncio del ángel que, en aquel entonces, dirigía a los pastores pero que ahora nos lo dirige a nosotros. También es muy posible que hayamos revivido el clima que se vivió en aquella noche santa, la noche de Belén, cuando el Hijo de Dios se hizo hombre y, naciendo en una pequeña gruta, ha querido morar entre nosotros. Es que el anuncio del ángel nos invita hoy, a hombres y mujeres del tercer milenio, a acoger al Salvador del mundo, nacido en una pesebrera.

En efecto, la civilización moderna se resiste a dejar entrar a este niño en sus casas, en sus ciudades, en sus naciones y en cualquier lugar habitado de la tierra.

Es una realidad palpable el hecho de que durante el transcurrir del milenio próximo pasado y, de manera especial, en los siglos finales del mismo han sido innumerables los progresos realizados por la humanidad en el campo de la técnica y de las ciencias; de que han sido inmensos los recursos materiales de los cuales podemos disfrutar para nuestro bienestar y comodidad. Sin embargo, no obstante, todo ello, el hombre de la era de la tecnología y de las ciencias arriesga ser víctima, él mismo, de los mismos alcances de su inteligencia y de los riesgos de su capacidad operativa. Sin darse cuenta va camino al encuentro de una atrofia espiritual, hacia un inmenso abismo al tener su corazón vacío. Es por ello que es importante que abra su mente, pensamiento y espíritu al Nacimiento de Cristo, acontecimiento de salvación capaz de imprimir en el corazón del hombre una renovada esperanza a su existencia.

San Agustín, ya en el siglo IV, brindaba a sus fieles del norte de África la siguiente reflexión: “Despiértate, hombre, porque por ti y para ti Dios se ha hecho hombre” (Sermón, 185). Hoy también resuena en nuestras mentes la palabra de Agustín de Hipona: ¡Despierta, hombre del tercer milenio! ¡En la Navidad Dios se ha hecho niño y pide ayuda y protección! La manera de ser Dios pone en entredicho nuestra manera de ser hombre; el hecho de tocar a nuestra puerta nos interpela. Interpela nuestra libertad y nos ruega que examinemos nuestra relación con la vida, con los demás hombres y con el modo cómo los concebimos.

A la edad moderna a menudo se la representa como el despertar del sueño de la razón que se encontraba sumergida en el abismo de la ignorancia, como el encontrar, por parte de la humanidad, la luz que emerge del abismo de la decadencia en la cual estaba sumergida, en parte, por la idea de Dios y de la Iglesia. Es aquí en donde el Evangelista Juan muestra una perenne actualidad: “…vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Pero a los que lo recibieron, a los que creen en ella, los hizo capaces de ser hijos de Dios…” (Jn 1,11-12). La Iglesia no se cansa ni se cansará de repetir este mensaje cincuenta y ocho años después de haber finalizado el gran acontecimiento del Concilio Vaticano II: “Cristo es el Camino, la Verdad y la Vida” (Jn

El hombre moderno que arrastra la contradicción de creerse adulto y, al mismo tiempo, goza de la conciencia de ser débil y quebradizo en el pensamiento y en la voluntad, inducido a una eterna búsqueda como la figura mitológica de Prometeo, debe dejarse tomar de la mano por el Niño de Belén. No debe temer. Por el contrario, debe dejarse guiar por Él. La humanidad unida a Él podrá afrontar con éxito los tan variados problemas del momento presente: el terrorismo, la desigualdad exasperante de la pobreza en la cual viven millones de seres humanos, el hambre, la creciente ignorancia, la proliferación de las armas nucleares, las enfermedades y la degradación ambiental que pone en gran riesgo la misma existencia del planeta.

Con los pastores debemos entrar en la gruta de Belén bajo el cuidado amoroso de María, silencioso testimonio de un nacimiento prodigioso. María nos ayuda a vivir la Navidad; nos enseña a guardar en el corazón el misterio de Dios que por nosotros se ha hecho carne; nos guía en el dar testimonio ante el mundo de la Verdad, del Amor y de la Paz que porta el Niño-Dios.

Para finalizar, en un mundo bullicioso, deseo volver mi atención hacia la figura de San José. San Lucas presenta a María como “una Virgen prometida a un hombre llamado José, de la familia de David…” (Lc 1,27). Sin embargo, es Mateo el que resalta la figura de José al subrayar que, por su medio, el niño recién nacido se entroncaba con la descendencia de David y, por lo tanto, con toda justicia, debía ser llamado “hijo de David”. No obstante, el papel de José no debe reducírsele solo a la justificación de un título real. Él es modelo del hombre “justo” (Mt 1,19), que en perfecta sintonía con su esposa acoge al Hijo de Dios hecho hombre y lo acompaña en su crecimiento humano. Esta es la razón por la cual en los días navideños como en los días sucesivos, es oportuno establecer una suerte de conversación y meditación sobre la figura de San José en nuestras vidas ya que Él nos ayuda a vivir plenamente este gran misterio de la fe.

¡Dejémonos contagiar por el silencio de San José! Tenemos mucha necesidad del “silencio” en nuestro tiempo lleno de vaguedad y vaciedad. El ruido y el diálogo sin contenido no favorecen el recogimiento y la escucha de la voz de Dios. En este tiempo de Navidad cultivemos el recogimiento interior para acoger y custodiar a Jesús que nace en nuestras almas.-

 

Valencia. Diciembre 31; 2023

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