Jesús Cotta: «Dios se me cuela en los versos»
En esta entrevista, Jesús Cotta, profesor de griego, poeta y católico, nos habla sobre su tradición familiar poética, el rechazo de Dios que se encuentra en muchos ámbitos, el hecho de que España es el país de Europa con mejores poetas y su manía de poner «a bailar y a cantar las cosas» en sus versos, intentando que cada poema sea «un puente entre el cielo y la tierra, porque «a Dios le encanta la poesía»
El poeta malagueño Jesús Cotta, filólogo clásico, trabaja como profesor de Instituto y algunos de sus versos acaban de aparecer en la segunda edición de 400 poemas para explicar la fe, publicado por la editorial Vita Brevis. También es autor de numerosas publicaciones en prácticamente todos los géneros, entre las que destacan los poemarios A merced de los pájaros, Menos la luna y yo, Niños al hombro, Digno del barro, Gorriones de acera (2022, XXV Premio Internacional de Poesía Oliver Belmás) y Acogido a Sagrado (2023). En sus versos, el lector y el poeta, juntos, celebran el mundo a pesar del sufrimiento y encuentran en él «las luminosas huellas dactilares de Dios o del Misterio que todo lo sostiene». Como ensayista, en 2015 mereció el primer premio Stella Maris de Biografía Histórica, por la obra Rosas de plomo. Amistad y muerte de Federico y José Antonio (2015)
Dicen José Julio Cabanillas y Carmelo Guillén que cuando acometieron su antología Dios en la poesía actual, contaban con que sería difícil encontrar poetas católicos, y que su primera sorpresa fue darse cuenta de la cantidad y calidad de poetas católicos vivos que, además, hacen profesión de su fe en su quehacer poético. No deja de ser significativa esa sorpresa: tal vez no se les presta atención ni siquiera en los medios especializados. ¿Ha experimentado en algún momento ese arrinconamiento o ninguneo que los católicos padecemos en tantos otros ámbitos?
Es normal que estos dos consumados poetas pensaran que lo tendrían difícil; vivimos en una época en que la palabra «Dios» es hoy un tabú y, entonces, autores que, como yo, no tengan empacho en utilizarla cuando les viene en gana no son bien recibidos en muchos sitios (y lo he sufrido varias veces), pero, a cambio, en otros, como éste tan estupendo, sí que son bien recibidos; además, por fortuna, hay un ámbito literario donde no existen tantos prejuicios contra las cosas del buen Dios, y ése es la poesía, donde los buenos poetas valoran en general la buena poesía, ya la haya escrito un ángel o un demonio. De hecho, mi penúltimo libro, Gorriones de acera, fue premiado por un jurado muy heterogéneo, y eso que no me mordí la lengua en mis poemas; uno de ellos incluso relata todas las peripecias que han sufrido a lo largo del mundo las imágenes de la Virgen.
En la poesía hay menos corrección política a la hora de escribir y de leer, porque quien quiere ser políticamente correcto no escribe poesía, sino un panfleto, que es justamente lo contrario de la poesía.
En su familia, que yo sepa, hay al menos dos poetas excelentes. Me he permitido incluir en la antología 400 poemas para explicar la fe, poemas suyos y de su hermano Daniel, que es también un poeta enorme. Da cierta envidia su familia. ¿Qué les daba de desayuno su madre, o es que los Cotta lo llevan en algún gen? Ya fuera de bromas, ¿hay precedentes en su familia, ha habido algún aspecto de su educación y en su formación que les haya llevado por el camino de la poesía?
Ah, mi madre… su amor es pura poesía, y mi padre nos leía poemas, y componía sus coplas en las fiestas de verdiales de Málaga, y tengo una tía poeta, Ana Cotta, y en las tertulias familiares se leían o se declamaban poemas que iban desde «Abenámar, Abenámar» a «Verde que te quiere verde»… Uno de mis seis hermanos, cuando se enamoró, no hacía más que leerme en voz alta poemas de Bécquer, y yo me recuerdo oyéndolo extasiado, pensando: «Yo quiero decir cosas tan grandes como esas». Total, que mi hermano Daniel y yo tuvimos la fortuna de nacer poetas en una casa donde la poesía tenía la puerta abierta. Nascuntur poetae, fiunt oratores, decían los romanos: los poetas nacen y los oradores se hacen. A esa inclinación natural se suma que tuvimos una buena formación literaria en los institutos y, además, mi hermano Daniel, desde niño, fue un lector ávido e inteligente del Siglo de Oro, lo que unido a su talento ha dado lugar a un gran poeta.
Su poesía es jubilosa, creo que esa es la palabra que me sugieren todos sus poemas. En sus diversos registros, desde los aforismos hasta los poemas más largos de tono más discursivo, incluso en los poemas que parten del dolor, se transparenta una vivencia jubilosa, y es más, agradecida. ¿Es esto consecuencia de ser un poeta católico?
Me parece a mí que, si yo hubiera nacido en la antigua Grecia, también sería un poeta jubiloso y vitalista, al estilo del Homero cuando canta la belleza de las cosas concretas: en Homero el agua es voraginosa, los ojos centellean de un modo terrible, la rienda es de plata, el látigo da un tremendo chasquido, el caballo trota gozoso, la princesa levanta su cabeza por encima de las demás doncellas, la madre hila lana púrpura… Lo que ocurre es que, siendo poeta y católico (más que poeta católico), lo hago con la fe y la esperanza que a él le faltaban, porque veo en las cosas concretas un balbuceo del Hacedor, un atisbo de Su simpatía, veo el amor tremendo que el Cielo tiene a las criaturas de la tierra, y entonces, como poeta, no me queda más remedio que ponerlas a bailar, a cantar, a hacer lo que todas ellas saben muy bien hacer porque están bendecidas a pesar del dolor del mundo, salvadas para siempre de la nada.
El Magisterio de los últimos papas destaca la via pulchritudinis y se dirige a los artistas exhortándolos a seguir ese camino de acercamiento a Dios, de sí mismos y del público que goza de sus obras. En este sentido, ¿qué lugar le parece que ocupa la poesía frente a las artes plásticas o la música, por ejemplo?
Yo creo que las cosas y las experiencias de las cosas están tocadas de la mano de Dios y por eso nos parecen poéticas, es decir, nos seducen para que intentemos decirlas con palabras; para esa labor tan difícil, el lenguaje poético se vale también del ritmo y de la música, todo con tal de lograr decir algo que esté a la altura de lo poético, es decir, de la huella de Dios en las cosas.
Esa es mi concepción de la poesía, y por eso, sin darme yo cuenta, Dios se me cuela en los versos con las más estrategias más variopintas. Una vez estaba componiendo un poema donde los árboles hablaban unos con otros, y Dios se me convirtió en abedul. A Dios le encanta la poesía y, a través de las Musas o del Espíritu, que tal vez sean lo mismo, nos lanza el relámpago de la inspiración para que veamos de pronto iluminado lo que estaba a oscuras y así lo dejemos iluminado para siempre en un poema y aumentemos el número de cosas bellas del universo.
¿Cuáles, entre los poetas que se reconocen como católicos, son los que han ejercido mayor influencia en su obra? He leído reseñas suyas a varios poetas católicos, en las que percibo un generoso entusiasmo por la obra de otros, y cabe imaginar esas mutuas influencias.
De entre los poetas ya muertos me reconozco muy especialmente en san Juan de la Cruz, Bécquer, García Lorca, Gloria Fuertes, Pablo García Baena…, y de los actuales, muy especialmente, en José Julio Cabanillas: lo considero uno de los poetas más inspirados, que escribe como por un rapto del cielo, pero entre las cosas de la tierra. También admiro y leo a Miguel d’Ors, Pedro Sevilla, Eloy Sánchez Rosillo, Vicente Gallego, Luis Alberto de Cuenca y otros muchos, algunos de ellos más jóvenes que yo. No los nombro a todos porque sé que en la lista cualquier olvido sería imperdonable. Marie Christine del Castillo, que, como traductora y editora de poesía sabe mucho de esto, me dijo que España es el país de Europa con más y mejores poetas actualmente y, dentro de España, Andalucía.
¿Qué lee un profesor de griego (que lo ha sido también de filosofía), qué está leyendo ahora?)
He leído mucha novela, pero ahora sólo leo poesía y ensayo. De poesía estoy leyendo Conversión de la estatua de sal de Javier Gato, y Senderos de gloria, de Lutgardo García Díaz; y de ensayo Gracia de Cristo, de Enrique García-Máiquez, Jesús de Klaus Berger, Imperios de crueldad de Manuel Alejandro Rodríguez y Qué es el universo, de Soler Gil. Seis libros a la vez. Cada uno ofrece algo distinto.
Usted es «aforista» y con una pericia envidiable en el género. ¿Está de moda el aforismo? ¿Cómo se consigue esa concentración de sentido en la que nada sobra y nada falta?
Sí, está de moda, y creo que, gracias a ella, el aforismo quedará asentado como un género con derecho propio. Hay muy buenos editores de aforismos, como José Luis Trullo, y muy buenos aforistas, que no escriben sólo meras ocurrencias, sino auténticos relámpagos de sabiduría y poesía.
No sé muy bien a qué se debe el esplendor del género; tal vez a que ahora se lee menos y se está más ávido de experiencias, y el aforismo entonces ofrece la ventaja de brindarnos una microexperiencia intensa, sin exigirnos demasiado; o tal vez a que, cuando se pierde Dios del horizonte, se necesitan muchas estrellas para tanta noche.
Su último poemario, Acogido a sagrado, produce una sensación de plenitud poética y personal. Se organiza en trípticos (Tres búsquedas, Tres preguntas, Tres señales, Tres veces Cristo, etc…) y casi al final, fuera de esas series, incluye un delicioso canto de alabanza, en el que un verso da un toque certero al lector. Dice el poeta a Dios: «vistes de azar tu amor». ¿Puede decir a los lectores de InfoCatólica algo que explique este verso y que les anime a leer toda la obra?
Cada uno de los trípticos de Acogido a sagrado son momentos de la vida y espacios del alma, donde apelo a una luz, a una autoridad, a un amor que no sea una cosa más de este mundo, porque este mundo, con ser maravilloso, no es suficiente; así que con cada poema establezco un puente entre el cielo y la tierra. Me acojo a sagrado porque el mundo, aunque puede seducirme, no puede acogerme. En el mundo hay encanto, poder, belleza, muchos atractivos, pero no hay, o al menos yo no lo encuentro, gracia ni salvación ni sentido. Eso lo saben muy bien los que están desesperados o sufren terribles adicciones o enfermedades, provocadas precisamente por el mundo. Ni psiquiatras ni viajes son suficientes. Solo Dios y lo que más se Le parece: el amor. Acogerse a sagrado es como alzarse y abrir el cielo con las manos para pedir auxilio y, claro, también para dar las gracias.
El verso que usted dice pertenece al poema «Transfiguración», y en él vengo a decir que el mundo y sus criaturas son tan sumamente bellos y seductores, que es fácil olvidarse en ellos del Autor al que todo se lo deben; y que, dado que todas las bendiciones que nos llegan de Su mano invisible se nos presentan como procedentes de su obra, la naturaleza, acaban pareciéndonos fruto del azar y, por eso, es tan fácil ser ingrato con Él, siempre tan discreto, y acabar buscando la plenitud en Sus criaturas, que no nos la pueden otorgar porque ellas también la están buscando, sin saberlo, en Él, el Gran Poeta que las ha compuesto.-
(Yolanda Obregón/InfoCatólica)