Inteligencia contextual: multiplica el talento en tiempos inciertos
“Es la habilidad para entender los límites de nuestro conocimiento sabiendo adaptarlo a un ambiente diferente de aquel en el que se desarrolló“
¿Inteligencia contextual? Piensa en entornos inciertos, complejos, cambiantes, multiculturales y globales. En ellos una gran habilidad indiscutible es la capacidad de empatizar con el contexto, comprenderlo y saber responder y adaptarse adecuadamente a él. Es lo que se llama Inteligencia Contextual. Ser capaz de poner en cuarentena nuestra experiencia, conocimientos, buenas prácticas e, incluso, nuestras habilidades antes de aplicarlas. Valorar cómo podrían funcionar e impactar en el contexto en el que interactuamos y debemos intervenir.
La inteligencia contextual nos ayuda a detectar y reconocer las novedades sociales y contextuales, a comprender mejor la realidad y tomar las mejores decisiones. Se trata de una característica crucial para adaptarnos con solvencia a los cambios que vivimos a diario.
Cuando comencé a trabajar en Perú en el año 2018, como formadora, consultora y mentora, percibí muy rápido que mi estilo de asertividad —español tirando a germano—, no iba a funcionar allí. En una cultura afiliativa, como la peruana, se da mucha importancia a la relación, al vínculo, al cultivo de ambas, a la armonía.
Esto implica que el lenguaje no es tan directo, que el tiempo que se le otorga a la parte relacional, frente a la dedicada a la tarea o el objetivo, es alta y siempre va primero. El disenso y el desacuerdo se expresan de forma muy matizada, nada confrontacional y directa, con mucha suavidad y sutileza. Incluso la forma de proporcionar feedback es diferente.
Muchas personas dotadas de un buen nivel de inteligencia abstracta, analítica, alta creatividad, con grandes conocimientos, experiencias y habilidades diversas naufragan en la vida personal y profesional por carecer de inteligencia contextual.
Sin ella no saben adaptarse a las demandas del entorno. Se frustran cuando las cosas no son como están en su cabeza. Suelen tener el empeño en hacer las cosas como ellos creen y saben. No son realistas porque, a pesar de tener habilidades sociales y relacionales, viven encerrados en su mente y de espaldas a la realidad en la que deben lograr sus fines. En muchos casos, acaban culpabilizando al mundo de sus fracasos, viviendo resentidos y aislados. Todo ello porque no han sabido leer adecuadamente el contexto, interpretarlo y adaptarse a él de forma creativa sin anular su esencialidad.
La inteligencia contextual es una metacompetencia. Imprescindible para desarrollar otras competencias y convertir nuestras capacidades en talento con resultados exitosos comprobables.
Tarun Khanna, profesor de la Escuela de Negocios de Harvard y autor de “Contextual Intelligence” relata en una entrevista que: “los problemas más difíciles de la vida no son los relacionados con la ciencia dura, sino los que tienen que ver con el comportamiento humano y la mentalidad de la gente.” Para este tipo de problemas, el conocimiento técnico se queda corto y es necesario un conocimiento experiencial y contextual.
Como dice Joseph Nye, profesor en la Kennedy School of Government de la Universidad de Harvard:“en algunas situaciones, los conocimientos de la calle son mucho más importantes para el éxito que los conocimientos de la escuela.”
La Inteligencia Contextual, según el citado Tarun Khanna, “es la habilidad para entender los límites de nuestro conocimiento sabiendo adaptarlo a un ambiente diferente de aquel en el que se desarrolló“. Todo ello implica aprehender la realidad de la manera más amplia posible. Ser capaz de verla desde diversas perspectivas, captar las diferencias en los distintos contextos culturales, temporales, organizacionales y sociológicos. Diría, incluso, que también en los diferentes contextos relacionales en los que estamos inmersos. Apreciar los matices, las sutilezas, los patrones, lo que une y lo que diferencia en cada uno de ellos.
Este tipo de inteligencia nos ayuda a desarrollar lentes más amplias para ver lo que ocurre ahí fuera, en la sociedad, a las personas, y qué influye en sus decisiones que tomamos a nivel personal y organizacional. Y lo que es más importante, qué impacto tiene todo ello en nuestros resultados presentes y futuros. No es algo nuevo, el psicólogo Robert Stenberg, uno de los mayores expertos en el tema de la inteligencia, considera que es una de las tres patas de una inteligencia exitosa.
La define como la capacidad de generar intencionalmente conductas adaptadas al mundo real, lo que vendría a ser “saber dónde estamos parados y actuar en consecuencia”.
La contextual es una inteligencia práctica que nos hace bajar a tierra y confrontar nuestros objetivos, sueños, ideas, ideales, conocimientos y habilidades con la realidad, ayudándonos a realizar los ajustes pertinentes para que nuestras aspiraciones no se vean frustradas. En algunos casos nos ayudará a adaptarnos al contexto, otras a moldearlo y también a seleccionar los contextos favorables a nuestras metas.
La pandemia ha sido una gran prueba de fuego para la inteligencia contextual, nos ha obligado a entender los límites de nuestro conocimiento y experiencia, pues los que teníamos no siempre resultaban idóneos para resolver problemas totalmente desconocidos.
Nos hemos visto compelidos a reformular ese conocimiento, experiencia y habilidades para adaptarlo a la nueva realidad y buscar formas efectivas de responder a ella. Algo que ya nos había enseñado la globalización. Porque en ocasiones muchas ideas, negocios, herramientas, técnicas, estrategias y mensajes que utilizamos en un contexto cultural no resultó acertado aplicarlos a otros.
La inteligencia contextual implica saber trabajar con información del pasado, del presente y del futuro pues requiere integrar de forma eficaz 3 tipos de inputs:
- Conocimiento de eventos relevantes del pasado
- Control de las variables contextuales que afectan al presente
- Aplicación de la intuición sobre eventos futuro
Es una inteligencia que puede ahorrarnos muchos disgustos derivados de una tendencia exacerbada a la innovación y a la disrupción o un apego excesivo a la tradición y el estatus quo. No todo se tiene que cambiar, hay elementos del pasado a mantener para asegurar que el cambio sea efectivo, y la respuesta al reto presente la correcta.
El pasado es una fuente de aprendizaje y conocimiento sin el que no se puede desarrollar un buen pensamiento crítico. El presente nos condiciona porque demanda una respuesta y una solución y dependiendo de las características del contexto las opciones serán diferentes. En algunos casos las estrategias empleadas en el pasado pueden funcionar. Y en otros no funcionan. La clave para saberlo es una buena lectura contextual. También debemos contemplar cómo la solución actual afectará al futuro, lo que implica intuir por dónde evolucionará. En caso contrario, podemos tomar una decisión que resuelva nuestra necesidad presente pero comprometa nuestras aspiraciones futuras.
La inteligencia contextual es imprescindible para saber adaptarse a los cambios, para gestionar la diversidad, la complejidad y para navegar en la interdependencia que propicia la globalidad.
Como señalan Tony Mayo y Nitin Nohria, en su libro En su tiempo: el éxito en un tiempo y contexto determinado no garantiza el éxito en el futuro. Por ello, entrenar la inteligencia contextual es esencial en el liderazgo y también en el desarrollo del talento. Permite evitar su desactualización y obsolescencia. La virtualización del trabajo nos obliga a adaptar nuestras habilidades y formas de hacer a esta nueva realidad.
El mundo virtual es un nuevo contexto en el que las reglas del juego cambian. Sin ir más lejos la duración de las reuniones o los talleres formativos no pueden ser las mismas en el contexto físico que en el virtual. Lo mismo ocurre con las formas de gestionar equipos, ejercer el liderazgo o impartir formación. El mundo interconectado a través de internet y la irrupción de las redes sociales, han sido otro ejemplo de adaptación de muchas habilidades. Sobre todo aquellas que tienen que ver la comunicación: las imágenes, los mensajes han tenido que ser modificados en estilos, longitud y frecuencias. No es lo mismo comunicarse en twitter que en facebook, instagram o linkedin.
Cada uno de nosotros vive en dos realidades paralelas, la del mundo exterior y la de nuestro mundo interior. En esta última se aloja la interpretación que le damos al contexto y cómo nos afectan las interacciones y experiencias que tenemos en él.
El autoconocimiento y el conocimiento contextual son las dos piezas clave para tomar decisiones sabias, que no solo nos permitirán responder a las demandas del presente sino también construir el futuro que queremos.
Si queremos hacer florecer y aportar todo nuestro talento, además del autoconocimiento necesitamos cultivar la lectura contextual. Detectar oportunidades constantemente para lograr nuestros objetivos, aprender, innovar y mejorar. Saber interpretar los tiempos que se viven, estar al día y estar alineado con las nuevas tendencias. Y, además, saber identificar las nuevas necesidades y demandas que aparecen para redefinir nuestras estrategias.
La inteligencia contextual desarrolla el olfato para presentir oportunidades y evitar amenazas, obteniendo una visión más amplia, profunda y de largo alcance. Despierta la creatividad y educa una actitud vigilante del contexto para saber cómo se está moviendo y fluir con él. Saber integrar la observación externa, lo que pasa a nuestro alrededor, con la observación interna, quiénes somos, qué queremos y qué podemos hacer es una habilidad que no todo el mundo domina. De ella surge la capacidad de adaptación y el aprendizaje inteligente: saber combinar de forma óptima lo individual y lo contextual para lograr objetivos y avanzar en la vida.
Sin inteligencia contextual no hay flexibilidad, ni emocional, ni cognitiva, ni conductual.
El contexto es una fábrica productora de estímulos e información diversa que no solo hay que saber captar, filtrarla. También se precisa analizar e interpretar adecuadamente. La clave es utilizar el contexto como dispositivo de escucha, dejar que nos enseñe lo que se valora, espera o incluso se permite. De esta forma podremos fluir ágil y efectivamente en él.
Para ello la lectura contextual debe ser empática, centrada en observar y escuchar con genuino interés al otro. Especialmente a quienes son diferentes a nosotros por edad, sexto, cultura o ideología.
Se trata de comprender más que de saber, de ser sensible a las formas de pensar de otros, a sus necesidades y circunstancias, a sus costumbres y rituales. Como señala Joseph Nye “sin sensibilidad hacia las necesidades de los demás, el análisis cognitivo puro y la experiencia extensa pueden resultar insuficientes”.
Esa sensibilidad comienza cuando adaptamos nuestro lenguaje, sentido del humor o rituales a los del entorno y a las personas con las que estamos interactuando. Como una muestra de acercamiento, de conexión, de profundo respeto. También cuando preguntamos y nos interesamos por conocer cómo son, qué quieren o necesitan, en lugar de avasallar con lo que nosotros somos o hacemos. La sensibilidad no es intentar convencer desde el minuto uno de que lo nuestro es lo mejor o que tenemos la solución a lo que necesitan sin, ni siquiera, haber dedicado tiempo a explorar en profundidad qué necesitan realmente.
También es importante aclarar significados para trabajar sobre conceptos claros y no sobre interpretaciones. Conocer cómo lo están haciendo ya y con qué experiencia parten. Y, a partir de ahí, construir, sin cortar el lazo de unión con el pasado.
Si algo enseña la inteligencia contextual es que una misma palabra cobra significados diferentes. No sólo en el contexto cultural sino en el contexto particular de cada persona. Las diferencias de significados no captadas son fuentes de muchos malentendidos, conflictos, pérdidas de tiempo y fracasos. Si no observamos y escuchamos con empatía, caeremos en el riesgo de actuar sobre creencias, suposiciones, intereses y maneras prefijadas de ver el mundo.
La inteligencia contextual nos ayuda a observar y escuchar para comprender en lugar de para suponer. Si la inteligencia contextual no es empática puede acabar derivando en lo que Bauman describe como “ceguera moral”.
La inteligencia contextual forma parte de la «mentalidad mundana». El propio Henry Mintzberg la considera una de las 5 mentalidades clave de un directivo y líder. Su desarrollo pasa por exponerse a experiencias diversas y personas diferentes. Porque con cada nueva situación o persona se pone a prueba nuestra empatía, nuestra capacidad de captar las diferencias y saber gestionarlas. La capacidad que tenemos de negociar y saber adaptarnos a ella.
Para una buena inteligencia contextual es importante también poner a punto nuestra conciencia política, esa habilidad social consistente en saber interpretar las corrientes emocionales de un colectivo, las relaciones de poder, las influencias y la red de relaciones que se dan en los grupos y las organizaciones.
Para entrenar la inteligencia contextual resulta útil buscar distintas ópticas para resolver un problema o reto. Acudir a diferentes profesionales, perfiles de personas y roles. Otra estrategia que aporta grandes beneficios en este aspecto es ejercer como mentor/a de personas de distintas edades, culturas, condición social o económica, que nos supongan un reto de inmersión cultural. Con este tipo de actividades podemos ser vez más conscientes de nuestro “etnocentrismo” y cómo limita nuestra visión, aprendizaje, conocimientos o nuestras relaciones.
El primer paso para la inteligencia contextual es abrirnos a explorar cómo nuestra propia cultura nos afecta e influye en la forma de mirar, de interactuar con otros y de comportarnos.
Aprender a conducirnos por las muchas capas de nuestra identidad cultural y al mismo tiempo conocer las de los demás es una habilidad esencial en el siglo XXI, según Jacqueline Novogratz, autora de Manifiesto para una Revolución Moral.
A medida que vamos experimentando con más personas y lugares, nuestra identidad se ve más matizada. Descubrimos que cada parte de ella es una oportunidad para conectar con otros mundos y ampliar nuestras habilidades y talentos. En un futuro próximo, como señala Violeta Serrano, autora de Poder Migrante, las identidades transnacionales serán la norma y no la excepción. Quizás para desarrollar esa mentalidad mundana de la que hablaba Mintzberg y para fortalecer nuestra inteligencia contextual todos debamos volvernos migrantes y nómadas[1].
La inteligencia contextual es imprescindible para liderar personas diferentes y gestionar organizaciones multiculturales y diversas. También para gestionar las diferencias de forma integradora, adaptar nuestro talento a los cambios y actualizar nuestras competencias para comunicarnos de una forma empática con nuestro público y entorno. Esto permite hacer llegar nuestro mensaje e influir de forma más eficaz y convertir al contexto en un aliado de nuestros procesos de aprendizaje, cambio y desarrollo.
Vivimos inmersos en un “torbellino de contingencias”. Necesitamos pensar a fondo, con reflexión crítica, creatividad y asociación pluridisciplinar. En diferentes escalas temporales, espaciales e históricas[2]. El talento que exige nuestros tiempos no sobrevivirá si no está asentado en una buena inteligencia contextual, una mirada multifocal que nos aporte la amplitud cognitiva que requieren la complejidad, la volatilidad, la ambigüedad y la incertidumbre.
[1] Maria Luisa de Miguel. “Ser nómade en el siglo XXI, una nueva forma de liderar la vida.” Aquavitacoaching. Septiembre 2016.
[2] Alberto González Pascual. “Cultura holística para la empresa de 2030: diversidad y amplitud cognitiva”. Harvard Business Review (Núm. 306). Diciembre 2020