Lecturas recomendadas

Pecado, culpa y responsabilidad

Nelson Martínez Rust:

 

Es tradición viva en nuestros ambientes el hecho de que por la celebración de los días santos – Triduo Pascual – y aún de manera previa, durante la Cuaresma, el cristiano devoto se confiese. Sin embargo, desde algún tiempo para acá se ha podido comprobar la disminución de la práctica sacramental. No es extraño escuchar la siguiente expresión: “se ha perdido el sentido o la noción del pecado” o “ahora nadie se quiere confesar”. Con esta expresión se desea indicar una actitud de despreocupación o indiferencia ante determinados comportamientos que son irregulares tanto para la fe cristiana como para la convivencia civil. Paralelamente se observa también un fenómeno que, de cierta manera, va unido a la afirmación anterior. Se comprueba el nacimiento de un sentido morboso de culpa. Dicho de otra manera: Pareciera que junto con la pérdida progresiva del sentido genuino de pecado nace un sentido de culpa, no muy bien definido, que tiene consecuencias en la vida espiritual y en lo material. Es como si, por querer eludir el reconocimiento de la culpa, esta viniera a llenar, de muchas maneras, la vida del hombre repercutiendo en las reacciones de su conciencia, a la que es imposible callar. Esta situación da origen a un estado de ansiedad, de tristeza, de abatimiento, de no saber dónde buscar el perdón del pecado, de psicosis que, puede llegar, en algunos casos, hasta la desesperación o la pérdida del sentido de la vida.

En la búsqueda de una respuesta partamos de la afirmación siguiente: El pecado, la culpa y la responsabilidad están muy interrelacionados entre sí. El pecado supone siempre la responsabilidad, ya que solo hay pecado cuando se actúa de manera consciente y libre, y el sentido de culpa nace cuando se asume la responsabilidad. Es en este momento cuando se debe hablar de un genuino sentido de “culpa”. Se dice entonces: “soy culpable, actué de manera consciente y libre, por lo tanto, asumo mi responsabilidad”. Esta es la actitud propia del hombre que ha alcanzado la madurez. Por lo tanto, de este principio se deduce que es la responsabilidad la que unifica y coordina el sentido de la culpa con el sentido del pecado.

En la cultura contemporánea se dan elementos que rompen esta fundamental trilogía, causando el resquebrajamiento de la responsabilidad. Veamos algunos de estos elementos.

1º.-  LOS CONOCIMIENTOS PSICOANALITICOS

Este factor ha vuelto frágil el concepto de responsabilidad ya que pone en duda la posibilidad de obrar libremente del hombre. De esta manera el psicoanálisis ha despertado muchas sospechas en cuanto a la realidad de la libertad del hombre, y, por lo tanto, sobre la responsabilidad de ciertos comportamientos. Su enseñanza señala que existen comportamientos o vivencias condicionados por alteraciones psíquicas del subconsciente que pueden ser más o menos graves o pecaminosos de las cuales el ser humano no es responsable.

2º.-  EL NACIMIENTO DE UNA MENTALIDAD

Relacionada con la anterior, se ha difundido una mentalidad según la cual no hay que reconocerse nunca como responsable de determinados hechos: todo se debe a circunstancias que escapan a la comprensión o a la posibilidad de superarlas. Esta mentalidad se refuerza por la natural propensión a negar incluso ante sí mismo y ante los otros los propios errores – no reconocerlos -, atribuyendo a terceros la causalidad de aquellos.

3º.-  LAS CIENCIAS DE LA PSICOLOGICA SOCIAL, SOCIOLOGIA Y ESTADISTICAS

Estas ciencias han puesto en crisis el sentido de responsabilidad personal para con los demás al confundir el pecado con la inadaptación social – se habla de un “pecado social” – clasificando como tal el comportamiento de las minorías o el comportamiento contrario a la ley de determinados grupos. En el fondo de lo que se trata es de justificar, muchas veces, conductas no-correctas. De esta manera se desdibuja la responsabilidad que cada persona pueda tener y se le traslada al “grupo” que es una identidad anónima. El trayecto de este modo de pensar al relativismo moral solo hay un paso. A su vez, el relativismo moral hace desaparecer el sentido de responsabilidad personal creándose una sociedad en donde nadie es culpable de nada, porque, en definitiva, en donde todo se considera relativo, también todo es subjetivo, y los otros no cuentan o cuentan muy poco.

4º.-  LA SECULARIZACION

La secularización y el indiferentismo religioso prevalentemente en el mundo occidental, que ha influido en la pérdida del sentido de responsabilidad ante Dios, en cuanto que Él es “El bien absoluto” en su consistencia objetiva y en su plenitud absoluta, como punto de referencia imprescindible para el conocimiento de todo lo que puede llamarse “bueno” o “malo” en vista de la orientación de la libertad humana. La realidad de Dios no tiene importancia para el hombre que se cree llamado a realizarse en el mundo construyendo su propia historia al margen de lo trascendente. Por el contrario, el bien por alcanzar se reduce y se encuentra en el logro solo de lo que promueve o favorece la autorrealización de sí mismo y el progreso de la propia historia en una perspectiva meramente humana. Nace así una visión antropocéntrica en la cual no tiene cabida la realidad de Dios o de un Ser Supremo y trascendente, como tampoco tiene valor real “el otro”. Este sólo adquiere valor en la medida en que proporciona los medios para la realización personal – nace el utilitarismo -.

La Iglesia está llamada, por vocación divina, a fomentar y a llevar a cabo la reconciliación de la humanidad con Dios-Padre y la reconciliación de los hombres entre sí. Este objetivo precede a todos los demás y su logro se sitúa por encima de la solución de los problemas sociales meramente humanos. Estos deben ser solucionados por las autoridades competentes de turno a los cuales se les debe exigir la premura en su solución.

5º.-  EVANGELIZACION ECLESIAL

Ciertamente, se afirma una vez más, la Iglesia debe, por mandato divino, servir a la causa de la reconciliación del hombre con Dios. Es uno de sus inalienable y principales fines. Desde este punto de vista tanto los obispos como el sacerdote tiene la obligación de formar con competencia y correctamente en la noción de pecado en cuanto acto contrario a Dios, el cual nos invita en Cristo, mediador entre Dios-Padre y el hombre pecador, a la reconciliación con Él. Gracias a Dios Juan Pablo II ha marcado un camino claro a seguir con su exhortación apostólica “Reconciliatio et Poenitentia”. Toca ahora a la pastoral – evangelización – cumplir con la doctrina papal.

Semejante panorama, brevemente esbozado, repercute de manera negativa en el cristianismo al dejar en suspenso uno de los puntos fundamentales, que es el de la salvación como redención del pecado. No debe olvidarse que la redención es un don de Dios al hombre que, por su parte, debe reconocer y confesar su condición de pecador para obtener el perdón.

Teniendo en cuenta el clima cultural expuesto, la Iglesia debe plantearse con seriedad y competencia el replantear la reflexión teológica sobre el pecado como un acto libre del hombre, y por tanto como un acto que hace intervenir la responsabilidad del hombre en su compleja orientación para con Dios – Ser Supremo -, para consigo mismo y para con los otros – todo pecado tiene una dimensión social -. Todo esto en el contexto de la Revelación divina cristiana, la única que puede justificar en sentido pleno el discurso sobre el pecado, porque sólo ella proclama el sentido verdadero del perdón.-

 

Valencia. Marzo 17; 2024

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