Opinión

El extremismo chavomadurista

Gehard Cartay:

En la medida en que fue obteniendo mayor control del Estado venezolano, el chavomadurismo profundizó igualmente su extremismo como fuerza política abriendo así paso al autoritarismo inicial hasta desembocar en las prácticas dictatoriales que hoy ejecuta desembozadamente.

Así hemos llegado a este momento crucial y difícil cuando el régimen controla todas las instituciones del Estado venezolano e impone a través de ellas su dominio político y partidista, como lo acabamos de constatar con el proceso de inscripción de candidatos presidenciales, donde el chavomadurismo vetó a Corina Yoris, postulada a su vez por María Corina Machado –“inhabilitada” también sin justificación constitucional–, impidiéndole a ambas su participación y conculcándole sus derechos políticos y ciudadanos.

Esta situación configura un cuadro antidemocrático. No puede ser que el régimen escoja los candidatos opositores, tal como ha sucedido al impedirle a algunos postularse y permitírselo a otros, con lo cual sólo pueden ser candidatos aquellos aceptados por el régimen, a través del CNE. Esa es una perversión política y electoral, condenable desde todo punto de vista, incompatible con la democracia y el derecho a elegir y ser elegido.

Ya se sabe que este panorama inconstitucional y arbitrario se ha repetido contínuamente durante casi todo este proceso neototalitario que dura ya un cuarto de siglo, donde la moderación y la racionalidad políticas han sido las grandes ausentes, con la excepción de su oportunista e hipócrita estrategia electoral de 1998, especialmente en su tramo final, caracterizada por la piel de oveja que se puso el candidato para atraer y darle confianza a los electores y a sus financistas.

Por desgracia, y desde hace tiempo, el Estado controla todo el poder en detrimento del ciudadano y su iniciativa particular. Se trata de la misma receta de la dictadura castrocomunista cubana, según la cual el Estado debe ser el dueño de todo o casi todo. Mientras menos influencia tuvieran los particulares y más la estructura estatal, sería factible imponer un proyecto de poder autoritario y neototalitario. Por supuesto que, no siendo Venezuela otra Cuba, este propósito –si bien siguió su curso– no ha podido consolidarse por nuestra particular realidad.

Todos estos hechos los conocemos de sobra, pero nunca está demás insistir en ellos. “Hay cosas que por sabidas se callan y por calladas se olvidan”, reza un viejo adagio. Las repito en este texto para explicar la falta de moderación del chavomadurismo y su insistencia en radicalizarlo todo, sin importarles que tal política haya liquidado el proyecto democrático instaurado en 1958 y terminado convirtiendo a Venezuela en un país arruinado y saqueado como nunca en su historia.

Ha sido precisamente su ausencia de moderación y de racionalidad política uno de los errores más protuberantes y tal vez el que los ha conducido a su fracaso monumental al frente del Estado venezolano en estos 25 años. Sus políticas extremistas, sin tender puentes hacia sectores importantes de la vida nacional y su actuación manu militari, dirigida siempre a someter a la disidencia y, cuando no ha sido posible, a perseguirlos y juzgarlos por sus tribunales, han terminado por convertirlos en una experiencia de fracaso y pesadilla, condenada por los gobiernos democráticos del planeta.

La historia nos muestra ejemplos de cómo movimientos radicales como el fascismo y el nazismo tuvieron, sin embargo, en su seno tendencias moderadas, minoritarias al principio, pero que, finalmente, pudieron influir en el curso de los acontecimientos. Recordemos el caso del Gran Consejo Fascista de Italia, reunido en julio de 1943 –dos años antes de culminar la Segunda Guerra Mundial–, que exigió la renuncia a Mussolini y luego lo envió a prisión, en un intento por abandonar su alianza con el nazismo y acercarse a los gobiernos que combatían a Hitler. Y en el caso de este último, hay profusa documentación de las diversas conspiraciones de altos oficiales contra el Fürher tratando de evitar la derrota final del III Reich y de negociar con las Fuerzas Aliadas su rendición.

Por supuesto que aquellas fueron medidas dramáticas en momentos excepcionales, pero demostraron que la moderación siempre es un elemento necesario y conveniente en cualquier situación. En el caso venezolano, el régimen nunca lo ha apreciado de tal manera y los escasos dirigentes moderados –Luis Miquilena, entre ellos– resultaron defenestrados y echados a un lado desde el inicio.

Hoy una lamentable realidad alimenta el extremismo y la falta de moderación de la cúpula del régimen: la ausencia de un sector moderado y equilibrado en su seno, que, si existiera, podría haber morigerado la tendencia autoritaria y neototalitaria que continúa liquidando la democracia y llevando al país por un precipicio.

Este razonamiento contra el extremismo y la falta de moderación también es válido para la oposición democrática, si en verdad aspira cambiar nuestra dramática realidad actual. En cumplimiento de este objetivo debe unificarse sin complejos ni resquemores en torno a una sola candidatura y mediante una lucha inteligente, realista y hábil, capaz de aprovechar los intersticios que se vayan abriendo para conducir al país hacia una transición ordenada y pacífica.-

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