Trabajos especiales

De Alejandro Magno a los mayas: la explicación histórica de miles de años de terror a los eclipses

Desde el siglo XI a.C. han sido sinónimo de desgracias y malos augurios, aunque es cierto que un personaje como Cristóbal Colón se valió de ellos para evitar ser masacrado por sus enemigos

El de este 8 de abril no ha sido el único. Los eclipses han sido siempre fuente de pavor y desagrado. Ya en la Babilonia del 1062 a.C. quedó patente el temor que sentía la sociedad: «Se transformó el día en la noche el 26 del mes de Sivan, en el séptimo año del reino, y hubo un fuego en medio del cielo». Tres siglos después, el 19 de marzo del 721 a.C., las tablillas mesopotámicas dejaron constancia de uno de los más tempranos: «El 14 del mes tendrá lugar un eclipse; desgracias para los países de Elam y Siria, fortuna para el rey; el rey esté tranquilo».

China y el dragón

En la antigua China también había cierto miedo a los eclipses. En una serie de textos encargados en el siglo XIX por Nemesio Fernández Cuesta sobre la cultura asiática, quedaba claro el pavor que despertaban a la sociedad: «Los chinos creen todavía que el Sol está perseguido por un gran dragón que trata de devorarlo; y, cuando ocurre algún eclipse, se reúnen en gran multitud en las plazas y calles, cada cual con los instrumentos sonoros que puede haber a la mano y hacen con ellos un ruido infernal a fin de espantar al monstruo y obligarle a abandonar su presa».

Según el mismo texto, las tradiciones chinas más antiguas hablaban de un «dragón enorme que fue destruido por uno de los espíritus celestes que gobernaban el mundo en las primitivas épocas, bajo la dirección de un ser supremo».

Eclipse contra Alejandro

Pero el más destacado en este sentido se sucedió, según recoge nuestro compañero Pedro Gargantilla en el reportaje ‘Batalla de Gaugamela, cuando una luna negra salvó a Alejandro Magno‘, en el 331 a.C. Once días antes de que se librara la batalla de Gaugamela entre Alejandro Magno y el persa Darío III, ambos campamentos se sumieron en la absoluta oscuridad después de que la Luna se escondiera. Para los unos y los otros, aquello fue un augurio pésimo; implicaba que la derrota estaba cerca. En palabras de Gargantilla, «el pánico fue mayor entre las filas macedónicas que en aquel momento vadeaban el río Tigris en busca de las tropas de Darío III. La soldadesca interpretó que la Luna Negra simbolizaba el advenimiento del caos frente al orden celeste, por lo que hubo una marcada reticencia a continuar».

Pero los griegos supieron darle la vuelta. Los augures insistieron en que el Sol, el símbolo de Macedonia, iba a eclipsar a la Luna, insignia de los persas. Fue una buena idea. El mismo Alejandro, tras consultar a varios sacerdotes, decidió salir a combatir. Y la batalla se contó por una victoria clave para su imperio.

Temor maya

Los mayas fueron una de las culturas que más impulsó la observación de la bóveda celeste; hasta el punto de crear su propio calendario. Así lo confirma Marta Ilía Nájera, del Centro de Estudios Mayas de la UNAM, en el dossier ‘El temor a los eclipses’: «Dentro de la cosmovisión indígena, el Sol y la Luna ejercen fuerte influencia sobre la vida de los seres. Sendos astros son dioses, fuerzas sobrenaturales, y, como tales, a la vez que benevolentes e imprescindibles para la vida, causan graves daños; cualquier alteración que sufran provoca desconcierto». El temor más grand era que se apagasen. Y por eso, entendían los eclipses como «tremendamente angustiantes»; una manifestación de lo sagrado y una fuerza que atemoriza y que el hombre era imposible de controlar.

Desde tiempos prehispánicos, los sacerdotes calculaban la fecha de los eclipses solares. El ejemplo más claro es el ‘Códice Dresde‘, uno de los pocos ensayos de la época que recogen datos y estudios astronómicos con una exactitud envidiable. El conocimiento científico, no obstante, era exclusivo del religioso; al resto de la sociedad le inspiraba pavor. El ‘Chilam Balam de Chumayel‘, un recopilatorio de textos anónimos escritos entre los siglos XVI y XVII, se zambulle de forma pormenorizada en cómo eran vistos este tipo de fenómenos en la época y cómo debían interpretarse:

«A los hombres les parece que a sus lados está ese medio círculo en que se retrata cómo es mordido el Sol. He aquí que es el que está en medio. Lo que lo muerde, es que se empareja con la Luna, que camina atraída por él, antes de morderlo. Llega por su camino al norte, grande, y entonces se hacen uno y se y muerden el Sol y la Luna, antes de llegar al tronco del Sol. Se explica para que sepan los hombres mayas qué es y lo que le sucede al Sol y la Luna. El eclipse de Luna no es que sea mordida. Se interpone con el Sol, a un lado de la Tierra. El eclipse de Sol no es que sea mordido. Se interpone con la Luna, a un lado de la Tierra».

En la práctica, el pueblo sentía terror al suponer que el dios moría. Basta con leer una de sus profecías: «Y fue mordido el rostro del Sol. Y se oscureció y se apagó su rostro. Y entonces se espantaron arriba. ‘¡Se ha quemado, ha muerto nuestro dios!’, decían sus sacerdotes». La forma de superar aquel pavor era «hacer una pintura de la figura del Sol». Además de que los astros se tragaran entre sí, creían que habría unas consecuencias nefastas. Entre ellas, la llegada de escarabajos, «aquellos animales que nacen de una bola de estiércol», que «se comerán los árboles, se comerán las piedras y se perderá todo sustento». Con estos mimbres, no parece extraño que el eclipse cuente, todavía hoy, con cierto halo de oscurantismo.

El eclipse de Cristóbal Colón

El ejemplo más claro del temor que causaban en los nativos los eclipses se sucedió en 1504, durante el cuarto viaje de Cristóbal Colón. El almirante no podía estar peor: había encallado en Jamaica, no tenía vituallas y la relación con los nativos era pésima. Según Bartolomé de las Casas, en mitad de aquella situación se valió de su ingenio para salvar la vida de sus hombres: «Sabía el almirante que desde a tres días había de haber un eclipse de Luna, y envió a llamar los señores y caciques y personas principales de la comarca diciendo que les quería hablar de algo».

Colón les dijo que «ellos eran cristianos y vasallos y criados de Dios» y que este estaba dispuesto a castigar «lo malo». En sus palabras, enviaría hambre, enfermedades y «otro tipo de daños» si les atacaban. La llegada del eclipse les afectó tanto que «comenzaron los indios a temer, y tanto les crecía el temor que vinieron con grandes llantos, dando gritos, cargados de comida a los navíos» para entregarla a los españoles.-

MANUEL P. VILLATORO/ABC

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