Impacto de la migración venezolana en Chile
En algunos círculos venezolanos se dice: «desde que se vino la ‘malandrera’ estamos pagando justos por pecadores»
P. Alfredo Infante, S.J.*:
Chile ocupa el cuarto lugar entre las naciones receptoras de migrantes venezolanos en América Latina. Según el reporte de mayo de 2024 de la Plataforma de Coordinación Interagencial para Refugiados y Migrantes de Venezuela (R4V), en el país austral viven alrededor de 532.700 connacionales, de los 7.7 millones que se encuentran esparcidos en el mundo.[1]
En los últimos años ha venido creciendo la xenofobia hacia la población de nuestro país residente en ese territorio. Algunos medios de comunicación mantienen una campaña constante asociando la criminalidad, la inseguridad y el surgimiento de nuevos patrones delictivos a la migración venezolana.
Está percepción también está arraigada en un sector de la misma comunidad de compatriotas residentes en esa nación, en particular entre aquellos que se asentaron en la primera oleada migratoria, han logrado estabilizarse y ven con cierta desconfianza el impacto en la convivencia social con los que ahora arriban. En algunos círculos venezolanos se dice: «desde que se vino la ‘malandrera’ estamos pagando justos por pecadores», «Nos meten a todos en un mismo saco», entre otros comentarios.
Un ejemplo emblemático del creciente rechazo es que cerca del Santuario San Alberto Hurtado, en la Comuna Central de la ciudad de Santiago, la capital chilena, hay unos grandes edificios parecidos a los de la Misión Vivienda, donde residen chilenos y personas de distintas nacionalidades; el lugar ha sido bautizado como «pequeña Caracas» porque el desorden, las fiestas con alto volumen, el comercio informal, el hacinamiento y los actos delictivos son el pan nuestro de cada día. Sin embargo, poco se dice que son edificios que fueron construidos violando los criterios más básicos de urbanismo y que, en gran parte por esta razón, son caldo de cultivo para el caos urbano.
Este clima xenófobo se ha visto reforzado después del secuestro, desaparición y muerte, en febrero de 2024, del exmilitar venezolano Ronald Ojeda, disidente político, quien se encontraba refugiado en Chile. También por el cacareo mediático de la presunta presencia de la banda criminal Tren de Aragua, a la que se le señala de estar involucrada en trata de personas y otros negocios ilícitos.
Ahora bien, la otra cara de la moneda nos la presenta el estudio Impacto positivo de la migración venezolana en Chile, publicado por la Organización Internacional para las Migraciones (OIM), organismo de Naciones Unidas. La investigación se basó en una muestra de 535 hogares venezolanos, tomando en cuenta sus tendencias de consumo, generación de ingresos y su estatus migratorio. Según los datos de este reporte, «se calculó un impacto fiscal de aproximadamente USD $409,7 millones en 2022. Se estima que ese monto podría ascender a USD $510,1 millones si se regulariza a aquellos/as que participaron del proceso de empadronamiento en 2023». También reseña el documento que «un 51,2 % de las personas venezolanas cuenta con niveles educativos superiores a la educación media chilena (36,8 % cuenta con estudios en educación superior y un 15,3 % con educación técnica)», aunque no todos ejercen su profesión.[2]
A nivel eclesial, también es visible cómo la migración venezolana, por su religiosidad, devoción mariana y compromiso, ha renovado y rejuvenecido el rostro de la Iglesia chilena. En un país que camina aceleradamente hacia una descristianización, descatolización y envejecimiento eclesial, la presencia de los migrantes procedentes «de esta ribera del Arauca vibrador» ha refrescado y revitalizado la vida en parroquias y movimientos cristianos.
Ante las políticas migratorias restrictivas y la creciente xenofobia en Chile -y siguiendo al papa Francisco, que nos dice: «Los animo a desarrollar propuestas concretas para promover una migración regular y segura»- recientemente el arzobispo electo de Concepción, monseñor Sergio Pérez de Arce, pidió a las autoridades y a otros actores políticos y sociales que «favorezcan estrategias eficaces que permitan la regularidad migratoria de las personas que hoy están en condición irregular y no tienen problemas penales o delictuales».[3]
Este 20 de junio se celebró el Día Mundial del Refugiado. La fecha es oportuna para recordar la palabra de Dios: «Cualquier migrante que vive con ustedes debe ser tratado como si fuera uno de los ciudadanos. Deben amarlos como a ustedes mismos» (Lv 19,34).-
[1] https://www.r4v.info/es/
[3] https://www.vaticannews.va/es/
Signos de Los Tiempos/Edición N° 233 (14 al 20 de junio de 2024)
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*Alfredo Infante, S.J., es provincial de la Compañía de Jesús en Venezuela y director del Centro Arquidiocesano Monseñor Arias Blanco
Imagen: El Diario