Lecturas recomendadas

En la tragedia, Dios nos pregunta: ¿Dónde está tu hermano?

La tragedia tiene causas naturales, pero su desigual impacto no se debe a la naturaleza, sino a lo que los seres humanos hacemos unos con otros, unos a otros

P. Alfredo Infante, sj:
El paradigma de progreso global, consumidor compulsivo de energía fósil, ha acelerado el cambio climático y nos enrumba a la autodestrucción como humanidad, si no frenamos a tiempo su derrotero. “Las consecuencias del cambio climático son, entre otras, sequías intensas, escasez de agua, incendios graves, aumento del nivel del mar, inundaciones, deshielo de los polos, tormentas catastróficas y disminución de la biodiversidad”. [1]

Dicho de otro modo, las recurrentes tormentas que hemos vivido estas semanas de octubre y que han vestido de luto a muchas familias, en El Caribe y en nuestro país, pudieran leerse como un pase de factura de la naturaleza a la pretensión humana de dominarla y vivir irresponsablemente de ella, sin cuidarla.

Estas tragedias no nos tocan a todos por igual. Quienes más sufren este fatal dinamismo son las poblaciones más vulnerables, las que viven en zonas de alto riesgo, quienes no son responsables directas de este modelo de desarrollo, sino sus víctimas. En enero del año 2000, el teólogo jesuita Jon Sobrino subrayaba, a propósito del desastre humanitario provocado por el terremoto en El Salvador, algunos puntos que dolorosamente siguen vigentes entre nosotros: “La tragedia tiene causas naturales, pero su desigual impacto no se debe a la naturaleza, sino a lo que los seres humanos hacemos unos con otros, unos a otros. Es la injusticia que configura el planeta de forma masiva, cruel y duradera. La tragedia es en buena parte obra de nuestras manos”. [2]

En nuestro país es escandaloso que, después de la bonanza petrolera que se vivió en la primera década del siglo XXI y a pesar de haber vivido la tragedia de Vargas en diciembre de 1999, quienes han gobernado no hayan invertido de manera estructural en políticas de prevención de desastres, para evitar que la vida de tantos hermanos y hermanas se pierdan. Como bien sabemos, la mayoría de la población de nuestras ciudades vive en zonas de alto riesgo y vulnerabilidad, y es responsabilidad del Estado implementar políticas públicas para reducir los daños ante estos fenómenos provocados por el cambio climático, los cuales -por cierto- serán cada vez más recurrentes.

En la ciudad de Caracas, por ejemplo, alcaldes como Freddy Bernal y Érika Farías -dicho por ellos mismos- se dedicaron a la revolución y no a la gestión urbana. La actual alcaldesa Carmen Meléndez, quien en comparación con los anteriores está gestionando la ciudad, se encuentra con problemas estructurales que requieren inversión sistemática y de largo aliento, justo cuando el presupuesto del Estado se ha encogido. Lo que queda claro es que el Estado tiene una gran responsabilidad en la reducción de daños y, si no actuamos de manera preventiva con planes estructurales, seguiremos perdiendo vidas.

Por otro lado, es indignante que, en un escenario preelectoral, quienes ostentan el poder diseñan el márquetin político para sacar provecho de la tragedia social y humanitaria; se habla de atención integral a las víctimas, pero no se visibiliza su situación, se controla la información y no se les abren los micrófonos a sus voces. La tragedia se está atendiendo con la misma política con que se atendió la pandemia del coronavirus: militarizar, ocultar, desinformar y hacer propaganda de la supuesta “respuesta integral por parte del Estado”. Los gobernantes visitan los lugares con gran despliegue de efectivos de seguridad y medios de comunicación oficial, con el lente empañado ante el dolor y los micrófonos sordos a las voces de las víctimas.

Nuestras condolencias y solidaridad con las familias que están sufriendo esta tragedia, quienes han perdido todo, incluso a sus seres queridos, en un país que vive una emergencia humanitaria compleja. Oramos para que la solidaridad social, eclesial y de quienes tienen responsabilidad de gobierno, tanto local como nacional, sea auténtica y se priorice la dignidad humana. Que resuene en nuestra conciencia la voz de Dios a Caín: “¿Dónde está tu hermano?”.-

Alfredo Infante, S.J.

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