¿Dignidad de la Persona?
Rafael María de Balbín:
La dignidad de la persona humana está potenciada por la fe y a los sacramentos. “Lo que se profesa en el Símbolo de la fe, los sacramentos lo comunican. En efecto, con ellos los fieles reciben la gracia de Cristo y los dones del Espíritu Santo, que les hacen capaces de vivir la vida nueva de hijos de Dios en Cristo, acogida con fe” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n.357).
«Cristiano, reconoce tu dignidad» (San León Magno).
Toda persona humana tiene una común dignidad con las demás personas. Cada persona es alguien, frente a Dios y para siempre. “La dignidad de la persona humana está arraigada en su creación a imagen y semejanza de Dios. Dotada de alma espiritual e inmortal, de inteligencia y de voluntad libre, la persona humana está ordenada a Dios y llamada, con alma y cuerpo, a la bienaventuranza eterna. (Idem, n. 358).
Bienaventuranza es lo mismo que felicidad, a la que todos los hombres aspiran. ¿Cómo llegar a ella? “El hombre alcanza la bienaventuranza en virtud de la gracia de Cristo, que lo hace partícipe de la vida divina. En el Evangelio Cristo señala a los suyos el camino que lleva a la felicidad sin fin: las Bienaventuranzas. La gracia de Cristo obra en todo hombre que, siguiendo la recta conciencia, busca y ama la verdad y el bien, y evita el mal” (Idem, n.359).
¿Qué importancia tienen para nosotros las llamadas Bienaventuranzas? “Las Bienaventuranzas son el centro de la predicación de Jesús; recogen y perfeccionan las promesas de Dios, hechas a partir de Abraham. Dibujan el rostro mismo de Jesús, y trazan la auténtica vida cristiana, desvelando al hombre el fin último de sus actos: la bienaventuranza eterna” (Idem ,n. 360).
Nadie aspira a la desgracia, sino a la dicha. “Las Bienaventuranzas responden al innato deseo de felicidad que Dios ha puesto en el corazón del hombre, a fin de atraerlo hacia Él, el único que lo puede satisfacer (Idem, n. 361
l Las bienaventuranzas son promesa y anticipo de una felicidad perenne. “La bienaventuranza consiste en la visión de Dios en la vida eterna, cuando seremos en plenitud «partícipes de la naturaleza divina» (2 P 1, 4), de la gloria de Cristo y del gozo de la vida trinitaria. La bienaventuranza sobrepasa la capacidad humana; es un don sobrenatural y gratuito de Dios, como la gracia que nos conduce a ella. La promesa de la bienaventuranza nos sitúa frente a opciones morales decisivas respecto de los bienes terrenales, estimulándonos a amar a Dios sobre todas las cosas” (Idem, n. 362).-
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