Humanismo Cristiano para Cuba: ayer, hoy, ¿y mañana?
Este trabajo HUMANISMO CRISTIANO PARA CUBA, AYER Y HO. ¿Y MAÑANA? Lo escribió Roberto Méndez Martínez, uno de los intelectuales que más respeto en la Isla. Allá sigue, como Dagoberto y muchísimos cubanos más, tratando de buscar un camino de libertad, justicia y solidaridad para todos los cubanos.
Roberto es profesor del Instituto Félix Varela en La Habana, ya reconocido como universidad católica (no por el régimen, por supuesto). Le he publicado varios libros, poesía y una novela histórica cubana.
Saludos,
Juan Manuel Salvat Roque
Ediciones Universal
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HUMANISMO CRISTIANO PARA CUBA: AYER, HOY, ¿Y MAÑANA?
Dr. Roberto Méndez Martínez
El 23 de noviembre de 2021 el Santo Padre Francisco se dirigió a la Asamblea Plenaria del Consejo Pontificio de la Cultura a través de un videomensaje. Miembros, consultores e invitados habían reflexionado en esta reunión sobre el tema El humanismo necesario. A propósito de esto el papa reclamó: “una nueva perspectiva humanista, basada en la Revelación bíblica, enriquecida por la herencia de la tradición clásica, así como por las reflexiones sobre la persona humana presentes en las diferentes culturas”[i]
Así mismo evocó como antecedente fecundo el discurso de San Pablo VI en la clausura del Concilio Vaticano II en el que llamó a reconocer un “nuevo humanismo” cristiano en el que la religión del Cristo encarnado se encuentra con el humanismo secular con el que el hombre procura sustituir a Dios. No se trataba de enfrentar a uno contra otro sino de buscar con el espíritu del “buen samaritano” los puntos de contacto, las esperanzas y angustias comunes.
Francisco, casi seis décadas después procuró actualizar y enriquecer aquella invitación. Con gran agudeza destacó la crisis o casi desaparición del humanismo laico profano a causa del fin de las ideologías, la revolución informática y el inicio de una era “de la liquidez o de lo gaseoso” donde los valores tradicionales tienden a una aparente quiebra y el relativismo se adueña de todos los ámbitos de la sociedad.
Con el vigoroso optimismo que lo caracteriza, el Pontífice llamó a retomar el humanismo de fundamento bíblico en fusión con los logros del pensamiento clásico, sólo que ahora con un carácter más amplio, más universalista:
Sin embargo, el humanismo bíblico y clásico hoy debe abrirse sabiamente para acoger, en una nueva síntesis creativa, también las aportaciones de la tradición humanista contemporánea y de otras culturas. Pienso, por ejemplo, en la visión holística de las culturas asiáticas, en la búsqueda de la armonía interior y la armonía con la creación. O en la solidaridad de las culturas africanas, para superar el excesivo individualismo típico de la cultura occidental. También es importante la antropología de los pueblos latinoamericanos, con su vivo sentido de la familia y la fiesta. Así como las culturas de los pueblos indígenas de todo el planeta. En estas diferentes culturas existen formas de un humanismo que, integrado en el humanismo europeo heredado de la civilización grecorromana y transformado por la visión cristiana, es hoy el mejor medio para hacer frente a las inquietantes preguntas sobre el futuro de la humanidad.[ii]
Desde el inicio de su pontificado el Santo Padre ha trabajado en esa síntesis con ajustes esenciales en el enfoque del humanismo cristiano. Baste con citar los planteamientos de su encíclica Laudato si sobre la ecología concebida como cuidado de la Creación que se convierte en un mandato ético y modifica la visión tradicional del ser humano como monarca absoluto por encima de la naturaleza. Por otra parte, en materia de cultura, doctrina social y hasta en liturgia, ha procurado sustituir la óptica eurocentrista por una apertura al saber y la tradición de otros continentes: América, Asia, África. Se trata de una visión holística sobre los grandes problemas de la humanidad actual que rompe atrevidamente con las trazas dejadas por el colonialismo, el racismo y la discriminación de las culturas no europeas. En ese sentido debe considerarse, por ejemplo, su iniciativa del Sínodo para la Amazonia como un gesto profético.
Estamos ante un pensamiento abarcador y atrevido que parte del conocimiento de otras expresiones de humanismo religioso en el siglo XX pero que toma de ellas lo que requieren las circunstancias actuales y deja al margen otras aristas que el paso del tiempo ha desgastado. No es mi propósito centrarme en las numerosísimas fuentes que nutren el pensamiento de Francisco, pero no puedo sustraerme a un par de cercanías o convergencias con pensadores que le precedieron en el tema.
En primer término es preciso recordar el “humanismo integral” de Jacques Maritain (1882-1973), que tanto influyó sobre la “Declaración Universal de los derechos humanos” como sobre la “civilización del amor” formulada por San Pablo VI. Desde una posición neotomista en filosofía y un conocimiento exhaustivo de la tradición cultural occidental procuró enfrentar las posiciones políticas del laicismo, el materialismo y los totalitarismos.
Maritain es fermento de un humanismo cristiano que cuestiona y procura corregir la modernidad en crisis y refundarla en los años difíciles que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial a través de una democracia inspirada en la ética del Evangelio y distante tanto de la tiranía del mercado como de los gobiernos autoritarios.
Frente al humanismo antropocéntrico nacido con el Renacimiento y el antihumanismo de su época reclamaba:
Lo que el mundo necesita es un nuevo humanismo, un humanismo “teocéntrico o integral” que considere al hombre en toda su grandeza y en toda su debilidad naturales, en la totalidad de su ser herido y habitado por Dios, en toda la realidad de su naturaleza, de su pecado y de su santidad. […]. La obra principal de este nuevo humanismo consistiría en hacer que el fermento y la inspiración del Evangelio penetraran en las estructuras seculares de la vida; sería, pues, una obra de santificación del orden temporal.[iii]
Su modelo de una sociedad personalista, comunitaria y pluralista, estarían en perfecta comunión con el pensamiento de Francisco, aunque su sueño de una sociedad plenamente cristiana o al menos teísta -como una actualización de aquella Edad Media que él idealizó como “civilización cristiana sacra”- podría traducirse mejor en términos actuales como la aspiración a impregnar valores cristianos en la sociedad, pero a través de tradiciones y expresiones culturales diversas.
Algo más cerca de nosotros en el tiempo está el filósofo belga Jean Ladriére (1921-2007), profesor de la Universidad de Lovaina, quien en 1993, apenas tres años después del fin del socialismo real europeo, impartía su conferencia “El humanismo contemporáneo” en el Congreso Mundial de Filosofía en Moscú. Su disertación estaba centrada en la importancia de la esperanza para el mundo donde debería imperar un nuevo humanismo. Su mensaje estaba cargado de optimismo respecto a las perspectivas de refundación de este:
El humanismo no es una doctrina, sino una tarea y como tal él reclama una responsabilidad, que debe inscribir un ser siempre por venir, en contextos siempre limitados. Pero la inspiración que la debe portar sería demasiado corta si se limitase al presente de las situaciones. Ella debe ser escucha de lo que viene de más lejos, de aquello de lo que no se puede hacer ni representación ni proyecto; de lo que solamente se puede esperar.[iv]
Lo más interesante de la propuesta del papa Francisco sobre el nuevo humanismo es su carácter abierto y múltiple. Está fundada sobre la palabra divina y se apoya en la tradición de la Iglesia desde los aportes de los Padres – bastaría con citar a San Justino y a San Agustín- pero resulta abierta en tanto al diálogo con los humanismos de ascendencia no cristiana y amplifica su campo de acción al abrirse a la diversidad cultural. La fe es una, pero sus expresiones son múltiples. Muestra un aprecio por la raíz clásica pero no la establece con centro único irradiante sino que la hace dialogar con otras tradiciones.
Esta actitud desprejuiciada es la que concede un valor práctico a su pensamiento que se traduce en la posibilidad de edificar proyectos humanistas en diferentes latitudes a partir de las circunstancias sociales y políticas de cada lugar, sin por eso romper la religación con la unidad eclesial. Su pensamiento no funciona como “izquierda” de nada, ni como “progresismo”, mucho menos como un cosmopolitismo intelectual, sino como una actitud ecuménica y en última instancia profética que para algunas mentes conservadoras ha sido escándalo y locura.
El pontífice, como San Pablo, está dispuesto a desafiar los viejos odres del humanismo al remover la noción de que ciertas lógicas y tradiciones no son necesariamente las que deben dominar la trasmisión e interpretación del Evangelio: “Así, mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los gentiles”. (I Cor 1, 22-23)
UN HUMANISMO PARA CUBA
La invitación del Papa a trabajar en la conformación de un nuevo humanismo atañe también a Cuba, donde el propio término humanismo ha tenido significaciones diversas a lo largo de su historia.
El arribo a las costas de nuestra Isla del humanismo europeo fue un proceso conflictivo. En el siglo XVI junto con los conquistadores españoles llegó el humanismo renacentista, pero en la lógica general de este ni la cultura local merecía el nombre de tal ni los primitivos habitantes merecían ser consideradas como personas. Impusieron un proceso de sujeción forzosa a un reino y la base de todo era la rápida obtención de riquezas a través de la esclavitud generalizada. La propia religión era apenas un requisito impuesto junto con la cultura del ocupante.
Una excepción notoria fue Fray Bartolomé de las Casas quien polemizó con Juan Ginés de Sepúlveda en 1550 para defender la condición de seres humanos de los aborígenes, denunció los abusos y la deformación del cristianismo en aquel proceso de conquista y colonización en su Historia de las Indias. No solo fue desoído por las autoridades del Imperio sino que se procuró ocultar su mensaje y llegaron a declararlo demente, hasta el punto de que hoy mismo muchos lo consideran una especie de impostor.
Sin embargo, lo más complicado del asunto es discernir que de ese humanismo europeo, frecuentemente traicionado y pervertido en sus bases, comenzó a formarse en la colonia una cultura que era síntesis del cristianismo y el liberalismo occidental trasplantado a una geografía y una manera de vivir y comprender la realidad de manera diferente de este lado del Océano. Era el surgimiento de una cultura criolla.
Hacia los albores del siglo XIX el crecimiento económico de la colonia favoreció el desarrollo intelectual y el iluminismo europeo propició el desarrollo de un pensamiento modernizador, que se dio en llamar nuestra Ilustración. Una élite impulsó la educación, la impresión de libros, en las aulas se polemizaba sobre filosofía, sobre derecho, sobre política.
Pero, tras el liberalismo de los que disertaban sobre el utilitarismo de Bentham o sobre las supuestas bondades del eclecticismo de Victor Cousin estaban los intereses del sistema de plantación basado en la esclavitud de los africanos. Todo lo pagaba el azúcar: los seminarios, los periódicos, las temporadas de ópera y hasta los proyectos benéficos de la Iglesia. Algunos sencillamente buscaron justificaciones intelectuales para considerar la esclavitud “un mal necesario” y se le llegó a otorgar una lógica civilizatoria como hicieron Francisco de Arango y Parreño y el sacerdote Juan Bernardo O’Gavan.
En otros casos algunos intelectuales que procuraban reformar la condición colonial como José Antonio Saco y Domingo del Monte, cayeron en flagrantes contradicciones entre su liberalismo de marca europea y su actitud ante las realidades cubanas, por una parte su labor intelectual estaba sostenida por los grandes hacendados azucareros y por otra ellos veían la esclavitud como un mal, pero desconfiaban de la población no blanca y no creían que esta, una vez emancipada, pudiera contribuir a sus proyectos civilizatorios.
Para colmo una parte de la intelectualidad, fuertemente crítica de la Iglesia por su dependencia del Estado español y por tanto cómplice del colonialismo derivó hacia posiciones anticlericales, deístas, agnósticas o sencillamente ateas.
Una excepción en medio de este ambiente fue el presbítero Félix Varela, cuyo pensamiento ilustrado no solo tiene como fuente a pensadores modernos sino que hunde sus raíces en la filosofía y el pensamiento social cristiano desde la Patrística. Fue el primero en explicar en Cuba una cátedra de Constitución que en realidad eran lecciones de cívica para formar ciudadanos y no vasallos. Pasó después del reformismo social a una actitud separatista frente a la Metrópoli. Sin relación alguna con la oligarquía azucarera fue enemigo de la esclavitud cuya abolición reclamó. Aunque crítico del fanatismo y el conservadurismo religioso nunca se apartó del magisterio de la Iglesia y reclamó en sus Cartas a Elpidio a las jóvenes generaciones criollas la edificación de una Patria cimentada sobre la virtud y la piedad cristianas. Fue nuestro primer humanista católico y uno de los pilares de la nación cubana.
Durante el resto de siglo XIX mientras Cuba mantiene su condición de colonia española hasta 1898, hay otras expresiones de humanismo que aunque separadas de la práctica religiosa no desechan la raíz cristiana, es el caso del maestro José de la Luz y Caballero fundador del colegio laico más importante de la época, El Salvador. Crítico de la Iglesia como institución, basó sin embargo su ética en las enseñanzas de los evangelios y en las cartas paulinas. Algo semejante ocurre con una figura fundamental como José Martí, crítico del catolicismo conservador pero admirador del cristianismo primitivo y del legado humanista de la prédica de Jesús. Ellos y algunos pocos más ayudaron a nutrir la intelectualidad cubana con raíces cristianas en un momento doloroso de extrema polarización entre una iglesia integrista fuerte enemiga del liberalismo y las expresiones de la modernidad y del otro lado los grupos intelectuales y políticos que desde la masonería o desde el positivismo querían hacer tabula rasa de la herencia intelectual cristiana.
En 1902 Cuba inicia su vida como república. La Iglesia, separada del Patronato español debe reconfigurarse como iglesia cubana en circunstancias nuevas. El Estado es laico y en el mundo político e intelectual predomina el anticlericalismo. No solo es preciso reconstruir los templos dañados por la guerra de independencia, hay que rediseñar su entramado pastoral y preparar laicos capaces de ser líderes en la sociedad. La educación religiosa y las asociaciones laicales son las claves de esta labor.
Muy pronto estos propósitos comienzan a dar frutos. La iniciativa del jurista y escritor Mariano Aramburo (1879-1941) de crear una Academia Católica de Ciencias Sociales es apoyada por la Orden de Predicadores en 1919. Este intelectual, devenido rector de la misma tiene conciencia de la necesidad de reflexionar sobre los problemas de la sociedad cubana y desplegar iniciativas cristianas para su remedio. De su labor en ese espacio derivan varios empeños de la institución como el Código del Trabajo para la protección de los trabajadores (1920), el proyecto de viviendas económicas para obreros (1920) y los proyectos de leyes de protección a la mujer y al niño (1921).
El sucesor de Aramburo en la presidencia de la Academia fue otro jurista, el doctor Manuel Dorta Duque, católico consecuente, quien en 1940 fue delegado a la Asamblea Constituyente, donde apoyó la invocación al favor de Dios en la Carta Magna y defendió la libertad de culto y de enseñanza, así como el derecho de los padres a decidir la educación de sus hijos. Elaboró un proyecto de Código Cubano de Reforma Agraria para el beneficio del campesinado cubano aunque este nunca pudo ser discutido por el Legislativo.
A partir de la tercera década del siglo XX hay una serie de elementos que favorecen el desarrollo de un humanismo cristiano: la consolidación de una amplia red de instituciones de enseñanza religiosa a lo largo del país; la conformación de la Acción Católica como un modo organizado de promover el apostolado de los laicos que incluyó su presencia en los espacios públicos; la fundación por el P. Felipe Rey de Castro de la Agrupación Católica Universitaria destinada a formar hombres cristianos con una preparación espiritual muy exigente, unida a una alta educación intelectual, con lo que debían insertarse en las más altas posiciones de la sociedad. Algunos de los agrupados se destacaron como políticos, economistas, profesores universitarios, periodistas y hombres de negocios. Tanto en la Agrupación como en el Colegio de Belén se promueve el estudio de la Doctrina Social de la Iglesia, guiado por una figura considerada la principal promotora por entonces de esta disciplina no solo en Cuba sino en esta región del mundo, el jesuita Manuel Foyaca de la Concha.
La fundación de la primera universidad católica, Santo Tomás de Villanueva, en 1946, por los padres agustinos norteamericanos, fue durante sus tres lustros de existencia el laboratorio donde los estudios de humanismo clásico y formación científica iban creando las condiciones para un auténtico humanismo integral.
Por otra un grupo de escritores notables se destacaron en la creación alimentada por su fe religiosa que se manifestó en sus poemas, ensayos, narraciones y conferencias, entre ellos se destacaron: José María Chacón y Calvo, Raimundo Lazo, Dulce María Loynaz, José Lezama Lima, el P. Ángel Gaztelu, Octavio Smith, Eliseo Diego y Fina García Marruz por sólo citar algunos.
Hacia 1950 comienza a madurarse un pensamiento social cristiano que intenta devolver al país al rumbo democrático y cristianizar las estructuras de poder. Así, miembros de la Acción Católica junto a otros católicos y cristianos evangélicos fundan el Movimiento Humanista que intenta dialogar con los que han decidido tomar las armas contra el gobierno de facto, aunque la balanza acabará inclinándose hacia la violencia, mientras que José Ignacio Rasco procura impulsar un Movimiento Demócrata Cristiano en 1959 destinado a convertirse en partido para las posibles elecciones que debían celebrarse, convocadas por el nuevo gobierno provisional. Pero las nuevas circunstancias no le permitieron funcionar.
No puede negarse que las primeras seis décadas del siglo XX mostraron una diversidad de expresiones valiosas de humanismo cristiano, lo que faltó fue unidad, coordinación, síntesis, una voluntad común por encima de enfoques particulares y diferencias de personalidades y temperamentos para dar una respuesta cristiana integral a los problemas sociales de Cuba.
HUMANISMO PARA NUEVOS TIEMPOS
Si se revisan las declaraciones de miembros de la jerarquía, laicos e instituciones católicas en 1959, es común en ellas saludar algunas medidas de beneficio social tomadas por el nuevo gobierno como expresiones de un “humanismo cristiano”, sin embargo avanzado este año comienza una preocupación de buena parte de la Iglesia por el aumento de la presencia de miembros del Partido Comunista en el gobierno y por los acercamientos a gobiernos comunistas de Europa y Asia. Estas circunstancias se hacen especialmente críticas en el verano de 1960 tras la Circular Colectiva del Episcopado Cubano, cuando los obispos manifiestan su radical oposición a una identificación del gobierno con el marxismo y en abril de 1961, cuando el jefe de estado declara públicamente que el gobierno es socialista se produce una franca ruptura.
En pocos meses las circunstancias eclesiales cambian: son intervenidas sus instituciones educativas, buena parte de sus obras asistenciales, así como sus medios de comunicación. De manera libre o coactiva emigra un alto número de clérigos, religiosos y laicos. La propaganda del “ateísmo científico” domina todo el espacio público.
Una vez más la Iglesia cubana tuvo que reconstruirse, limitada esta vez solo al interior de los templos donde además de la celebración del culto se impartían impartir las catequesis y se procuraba formar el reducido número de laicos que se reunían allí.
En 1969, a raíz de la participación de obispos cubanos en la Asamblea de Medellín y a tenor con la otspolitik de Pablo VI, se procura cambiar la posición de enfrentamiento a las autoridades por otra de cooperación en aquellos asuntos de interés público donde no se comprometían los valores cristianos. Dan fe de ellos los dos comunicados promulgados por la Conferencia de obispos el 10 de abril y el 3 de septiembre de ese año. El primero condenaba “el bloqueo económico a que se ha visto sometido nuestro pueblo” y el segundo ofrecía un modelo de cristiano adecuado a los tiempos y al país: centrado en la familia, orante, unido al magisterio eclesial y a su comunidad y que da testimonio de su fe.
Estas serían las bases para la reformulación de un tipo de humanismo diferente al preconizado al comenzar esa década. Este busca encontrar el modo de vivir la fe en una sociedad marxista y oficialmente atea y cambiar la actitud defensiva y de encierro por otra de cooperación y apertura. Algunos signos de esto pueden hallarse en la elaboración por el sacerdote francés P. René David Rosset de una “teología de la reconciliación” para Cuba, así como en los esfuerzos de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes García Menocal, por propiciar un diálogo con religiosos de varias confesiones, intelectuales de ideologías diferentes y hasta figuras vinculadas a las autoridades del país para encontrar puntos en común a través de la cultura, las tradiciones históricas y la ética social. Con algunos matices ese es el tono de diversos documentos de la jerarquía a lo largo de la década de los 70 de las que se hará eco en 1986 el documento final del Encuentro Nacional Eclesial Cubano.
El inicio del pontificado de san Juan Pablo II y la crisis y desaparición del campo socialista europeo al cierre de la década de los 80, que tiene graves consecuencias económicas y sociales para Cuba produce un cambio y diversificación del pensamiento en el seno de la Iglesia. Si bien no se renuncia al diálogo con distintas figuras e instituciones de la sociedad civil y del Estado, surge un tono profético de denuncia de los problemas en la sociedad cubana en medio de una importante crisis. Un ejemplo evidente de ello es el mensaje de los obispos “El amor todo lo espera” de 1993.
A la vez, se produce un proceso de reanimación de la prensa católica del país, en el que ganan extensión y relieve algunas publicaciones existentes y surgen otras nuevas cuyo interés va más allá de las comunidades parroquiales. En ellas, junto a informaciones sobre la vida eclesial en el país y temas de catequesis, liturgia, doctrina social y textos sobre arte y literatura aparecen materiales críticos sobre cuestiones políticas y sociales que son reafirmaciones del derecho de la Iglesia a tener una palabra pública sobre los problemas de la sociedad.
El nacimiento de centros culturales en La Habana, Santiago de Cuba, Holguín y otras diócesis han significado espacios de diálogo intelectual entre creyentes y personas de buena voluntad de cualquier orientación, a través de exposiciones de arte, proyecciones fílmicas, conferencias y paneles sobre temas sociales, históricos, literarios y el funcionamiento de sus bibliotecas.
Un signo muy visible de la presencia social católica ha sido el desarrollo de diversos proyectos educativos, que incluyen materias de diferentes ramas del saber, unidas a la formación humana. Merece destacarse la fundación en 2013 del Instituto de Estudios Eclesiásticos “Félix Varela”, primer centro de nivel universitario que la Iglesia abre en la Isla después de 1959, que forma fundamentalmente laicos en un Bachillerato en Humanidades y una Licenciatura en Ciencias Sociales, con lo que se honra una tradición nacida con los padres del pensamiento ilustrado cubano.
En el último lustro, el agravamiento de la situación económica del país ha provocado no solo un aumento preocupante del éxodo de población especialmente la más joven, sino también manifestaciones públicas de inconformidad social que han sido enfrentadas por las autoridades de manera drástica. Esto ha tendido a polarizar dos actitudes distintas de concebir el mensaje humanista de la Iglesia.
Por un lado hay una línea marcada por la prudencia, la actitud diplomática y la búsqueda de conciliaciones, que fundamenta su actividad en el diálogo con la sociedad y en mediaciones con las autoridades como lo hiciera en décadas anteriores el cardenal Jaime Ortega. Con ello procuran defender los derechos de la Iglesia y la legitimidad de su voz en el espacio público, procurando que sus reclamos no corten los puentes de comunicación con el gobierno de modo, que sea posible no solo preservar sino acrecentar los proyectos pastorales y a la vez mediar para obtener determinadas reformas en beneficio del pueblo.
Por otra parte, hay un sector crítico, centrado en el mensaje cristiano, pero de creciente radicalidad, que tiene como antecedente la labor del Centro Cívico de Pinar del Río, fundado por Dagoberto Valdés, que ha prolongado su labor desde la Centro de Estudios Convivencia y la revista del mismo nombre; a esto se pueden añadir los empeños de Oswaldo Payá Sardiñas fundador del Movimiento Cristiano Liberación quien procuró con su Proyecto Varela modificar legalmente la orientación socialista del gobierno, con un pensamiento demócrata cristiano. En tiempos más recientes varios miembros del clero, religiosos y algunos laicos, a través de mensajes y gestos cívicos ha criticado la conducta de las autoridades y denunciado los serios problemas antropológicos y estructurales que agobian a la familia cubana y exigen cambios fundamentales en el manejo de los asuntos públicos.
¿Cómo conciliar ambas tendencias dentro de una Iglesia pequeña que tiende al envejecimiento – como la población cubana en general- y con una disminución continua de su laicado más comprometido? Los llamados recientes de Francisco a la sinodalidad deben ayudar no solo a conciliar en conjunto planes de pastoral sino a madurar un diálogo al interior de la Iglesia local sobre la cuestión social y cómo manejarlos de la manera más fraternal y efectiva.
Si queremos edificar un pensamiento humanista nuevo y cubano no podemos trabajar con recetas de otro tiempo, aunque hay elementos que no deben faltar. El pensamiento de Varela debe ser una de las columnas que sostengan su estructura, a la vez que cualquier reclamo de renovación social para Cuba debería conservar aquellos atributos que Maritain reclamó para la civilización cristiana: personalista, comunitaria, pluralista y centrada en un consenso ético entre cristianos y ciudadanos de buena voluntad, que promueva el respeto a la convivencia común y la defensa de los derechos humanos. Negociación, mediación, prudencia no son negaciones de la sinceridad crítica y de la promoción de los valores cívicos y cristianos. Solo habría que excluir toda forma de violencia o de rechazo del diálogo.
No debe esperarse que este humanismo se resuma en un proyecto único. Diversas personas e instituciones pueden contribuir con él según su talante, pero creo que sería muy positivo llegar a consensos sobre algunas directrices básicas, entre las que me atrevería a proponer:
- Trabajar en la restauración de la dignidad humana en la sociedad, para superar lo que unos han llamado “crisis de valores” y otros “daño antropológico”.
- Sostener una educación nutrida por la esperanza cristiana.
- Abrirse al mundo como recomendó san Juan Pablo II, a su diversidad y riqueza de pensamiento. Ningún humanismo puede fundarse solo sobre lo local y autorreferencial.
- Estimular el diálogo con intelectuales de pensamiento diverso, para un debate franco sobre los más urgentes problemas planteados por la ciencia, la cultura y la sociedad cubana.
- Propiciar en el espacio eclesial una sana diversidad de pensamiento basada en la amplitud del conocimiento y en la libertad responsable.
- Evangelizar la política desde una actitud de servicio cuya catolicidad se basa en la comprensión desde la compasión.
LAS RUINAS Y LA ESPERANZA
Al final de su videomensaje el papa Francisco hizo una cita que resultó enigmática tanto para los presentes en aquella asamblea como para los periodistas que después la comentaron. Se trata de un verso del canto primero del poema épico Eneida, escrito por el poeta latino Publio Virgilio Marón alrededor de treinta años antes del nacimiento de Cristo. Se trata de un verso de difícil traducción: “Sunt lacrimae rerum et mentem mortalia tangunt”.[v] Según uno de sus mejores traductores, el jesuita ecuatoriano Aurelio Espinosa Pólit debe decir así en español: “lágrimas hay por nuestras cosas, / y algunos que ante la muerte y el dolor se inmutan”.
La cita se nos hace más clara cuando vamos directamente a ese pasaje del poema. Eneas, príncipe troyano tiene que huir de la ciudad cuando esta, tras un largo asedio, es tomada y saqueada por los griegos. Él y sus compañeros llegan a Cartago y en esa tierra extraña para ellos encuentran en medio de un bosque un gran templo con una estancia cubierta de pinturas que representan exactamente lo que acaban de dejar atrás: los hechos heroicos y las pérdidas que marcan los últimos días de Troya. El poeta acude a ese recurso para referirse a la memoria de los que sufren grandes dolores. Contemplar después de un tiempo lo que han padecido les permite conocer mejor su circunstancia y seguir adelante.
Eso fue lo que quiso decirnos el Santo Padre. En un mundo marcado por la desigualdad social, la discriminación, las guerras, la emigración, que son reiteraciones de los sucesos de Troya, el humanismo debe reflexionar con serenidad sobre esos hechos dolorosos y buscarles remedio. No se trata solamente de llorar sobre ruinas, sino hay que hacer como Eneas: proteger la familia, defender la esperanza y aun en tierra ajena reverenciar la patria primordial y la virtud heredada de los antepasados. Precisamente el verso que continúa: “solve metus; feret haec aliquam tibí fama salutem”[vi] era el que debía despertarse en la memoria de sus oyentes y en quienes recibiéramos su palabra en el mundo: “No tengas miedo, a la esperanza alienta este renombre». Y alentar la esperanza es lo que hoy nos corresponde.
A propósito de la esperanza, quiero concluir con unas palabras de la filósofa andaluza María Zambrano, quien tras la Guerra Civil Española vivió algunos años en Cuba. Ella publicó en 1951, en la revista Lyceum, el ensayo “Una metáfora de la esperanza: las ruinas”, allí nos advertía:
Pues toda “cultura” es la realización, el intento más bien de realizar un sueño, uno de esos sueños que inexorablemente persiguen al hombre y de los que no se puede librar, porque nacen del fondo indestructible de la esperanza que busca su argumento, y al par su realización. No todos los sueños piden realizarse, mas hay algunos más dotados de exigencia que no permiten a la conciencia humana que los alberga descansar, que lanzan al hombre a no importa qué aventuras. La realización es siempre una frustración. En ese sentido toda la historia, aun la más espléndida es un fracaso. Un fracaso que en sí mismo lleva su triunfo: el renacer incesante de la esperanza humana simbolizada por la yedra. La yedra metáfora de la vida que nace de la muerte, del trascender que sigue a todo acabamiento. A todo acabamiento de algo que fue lejos en la esperanza. Y si Calderón dijo “obrar bien que ni aun en sueños se pierde” cabría entenderlo pensando que de toda realidad lo único que quede será su sueño. Que el soñar bien ni aun muriendo se pierde.[vii]
[i] SS. Francisco: Videomensaje para la Asamblea Plenaria del Pontificio Consejo de la Cultura. Boletín de la Oficina de prensa de la Santa Sede, 23 de noviembre de 2021. Consultado el 24 de mayo de 2024 en https://www.vatican.va/content/francesco/es/messages/pont-messages/2021/documents/20211123-videomessagggio-plenaria-pcc.html
[ii] Ibidem.
[iii] Jacques Maritain: “Humanismo cristiano”. Consultado el 16 de mayo de 2024 en https://www.jacquesmaritain.com/pdf/08_HUM/13_H_HumCrist.pdf
[iv] Jean Ládriere: “El humanismo contemporáneo”. La Foi chrétienne et le destin de la raison. Editions du Cerf, París, 2004, p. 17-33. Traducción de Nazario Vivero facilitada al autor de este trabajo.
[v] Publio Virgilio Marón: Eneida, 1, 462. Virgilio en verso castellano. Bucólicas, Geórgicas, Eneida. Traducción de Aurelio Espinosa Pólit. Editorial Jus, México, 1961, p.223.
[vi] Ibid, v.463.
[vii] María Zambrano: “Una metáfora de la esperanza: Las Ruinas”. Lyceum. Vol. VIII, no.26, La Habana, mayo, 1951, p.11.