Lecturas recomendadas

¿Somos pecadores?

 

Rafael María de Balbín:

No es difícil darse cuenta de los defectos y errores de los demás. Más difícil es reconocer los propios defectos y pecados. Y, sin embargo, todos necesitamos de la misericordia de Dios. “Acoger la misericordia de Dios supone que reconozcamos nuestras culpas, arrepintiéndonos de nuestros pecados. Dios mismo, con su Palabra y su Espíritu, descubre nuestros pecados, sitúa nuestra conciencia en la verdad sobre sí misma y nos concede la esperanza del perdón” (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 391).

En la medida en que una persona se aleja de Dios, va dejando de dar importancia a sus pecados. Le parecen simples descuidos, ligerezas o un hacer lo que todos hacen. Sin embargo: “El pecado es «una palabra, un acto o un deseo contrarios a la Ley eterna» (San Agustín). Es una ofensa a Dios, a quien desobedecemos en vez de responder a su amor. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana. Cristo, en su Pasión, revela plenamente la gravedad del pecado y lo vence con su misericordia” ((Idem , n. 392).

Hay diversidad de pecados: para todos los gustos.” La variedad de los pecados es grande. Pueden distinguirse según su objeto o según las virtudes o los mandamientos a los que se oponen. Pueden referirse directamente a Dios, al prójimo o a nosotros mismos. Se los puede también distinguir en pecados de pensamiento, palabra, obra y omisión” (Idem, n. 393).

No todos los pecados tienen el mismo peso. “En cuanto a la gravedad, el pecado se distingue en pecado mortal y pecado venial” (Idem, n. 304).

El pecado grave es llamado también pecado mortal. “Se comete un pecado mortal cuando se dan, al mismo tiempo, materia grave, plena advertencia y deliberado consentimiento. Este pecado destruye en nosotros la caridad, nos priva de la gracia santificante y, a menos que nos arrepintamos, nos conduce a la muerte eterna del infierno. Se perdona, por vía ordinaria, mediante los sacramentos del Bautismo y de la Penitencia o Reconciliación” (Idem, n. 395).

Distintos son  los pecados leves o veniales. “El pecado venial, que se diferencia esencialmente del pecado mortal, se comete cuando la materia es leve; o bien cuando, siendo grave la materia, no se da plena advertencia o perfecto consentimiento. Este pecado no rompe la alianza con Dios. Sin embargo, debilita la caridad, entraña un afecto desordenado a los bienes creados, impide el progreso del alma en el ejercicio de las virtudes y en la práctica del bien moral y merece penas temporales de purificación” (Idem, n. 396).

El pecado crece en la medida en que hay un acostumbramiento. “El pecado prolifera en nosotros pues uno lleva a otro, y su repetición genera el vicio” (Idem, n. 397).

El pecado deja un residuo o inclinación a pecar. “Los vicios, como contrarios a las virtudes, son hábitos perversos que oscurecen la conciencia e inclinan al mal. Los vicios pueden ser referidos a los siete pecados llamados capitales: soberbia, avaricia, lujuria, ira, gula, envidia y pereza” (Idem , n. 398).

¿Somos responsables de los pecados ajenos? “Tenemos responsabilidad en los pecados de los otros cuando cooperamos culpablemente a que se comentan” (Idem , n.399).

Aunque el pecado es responsabilidad propia, hay pecados personales que contribuyen activamente a los  pecados de los demás. Por ejemplo la pornografía, el narcotráfico o la corrupción administrativa. “Las estructuras de pecado son situaciones sociales o instituciones contrarias a la ley divina, expresión y efecto de los pecados personales” (Idem,, n. 400).-

(rbalbin19@gmail.com)

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