Iglesia Venezolana

Quito, un convento

Cardenal Baltazar Porras Cardozo:

Recibo como una gracia muy especial que el Papa Francisco me haya nombrado Legado Pontificio para el 53 Congreso Eucarístico Internacional que se celebrará en Quito en los próximos días. Desde hace muchos años escribo breves crónicas para compartir con los benévolos lectores inquietudes y esperanzas. Espero estar a la altura de las expectativas de mis queridos paisanos ecuatorianos y a los que peregrinan de los cuatro puntos cardinales del planeta. Coincide el Congreso con la peregrinación del Santo Padre a las antípodas, al extremo oriente, portador del mensaje evangélico de paz y fraternidad.

 

Rememorar en la oración y el estudio la historia del Ecuador y los vínculos que nos unen a quienes vivimos en “la casa grande”, América Latina y del Caribe, es una bocanada fresca para “comprender este momento histórico del hombre latinoamericanoo a la luz de la Palabra que es Cristo, en quien se manifiesta el misterio del hombre” (Medellín, Introducción, 1).

 

En los años alborales de la Independencia, el sueño de consolidar un gran país, con Bogotá como capital y Quito y Caracas, como lo propuso el Congreso de Cúcuta de 1821, hizo exclamar a Simón Bolívar, así lo dicen las crónicas, que “Ecuador es un convento, Colombia una universidad y Venezuela un cuartel”. Los analistas han hecho diversas lecturas de este polémico lema, pero en el marco del Congreso Eucarístico por estrenarse en Quito, la evocación religiosa al alma ecuatoriana tiene visos de realidad.

 

La magnificencia de las iglesias y conventos de la capital ecuatoriana no son simples genialidades de unos pocos superdotados. Templos como el majestuoso de “la Compañía”, el convento de San Francisco, la catedral metropolitana, el del Voto Nacional o la iglesia de Santo Domingo, por citar unas pocas no surgieron por arte de magia, aunque haya leyendas que atribuyen al pacto de Cantuña con el diablo para que lo dejara terminar el atrio de piedra de la iglesia de San Francisco. En los muros de estas edificaciones están presentes todos los tiempos, desde los albores coloniales, los inicios republicanos del siglo XIX hasta nuestros días. La fe mueve montañas y la belleza cautivante del seguimiento a Jesús se amalgamó en el arte mestizo con la mezcla de todos los estilos para darles ese sello criollo que es parte del alma cristiana ecuatoriana.

 

Santa Mariana de Jesús, patrona del Ecuador, goza de gran devoción popular y en sus hijas espirituales, las hermanas marianitas, están presentes en varios países. Y San Miguel Febres Cordero, el Hermano Miguel de las Escuelas Cristianas de la Salle, de ascendencia venezolana, presente en los Andes merideños donde hay una parroquia que lleva su nombre; y varios beatos, Beata Narcisa de Jesús Martillo Morán, Mercedes de Jesús Molina y Ayala, el Padre Julio María Matovelle, y el padre Emilio Moscoso, S.J., mártir de la eucaristía, asesinado por soldados liberales en las guerras civiles de finales del siglo 19, en el colegio jesuita San Felipe Neri en Riobamba, beatificado en noviembre del 2019, primer mártir ecuatoriano. A ellos tenemos que agregar hombres y mujeres insignes, obispos, sacerdotes, religiosos y laicos que a lo largo del tiempo fueron y son testimonio fehaciente de fe sembrada inicialmente por los intrépidos misioneros. La originalidad del ser ecuatoriano dejó perplejo al sabio alemán Alejandro Humboldt al describirlos como «seres raros y únicos: duermen tranquilos en medio de crujientes volcanes, viven pobres en medio de incomparables riquezas y se alegran con música triste”. Es lo que todavía confunde a visitantes extranjeros para quienes el bienestar lo miden con otros parámetros. De nuevo, el documento de Medellín (1968) afirma que “no podemos los cristianos dejar de presentir la presencia de Dios, activamente presente en nuestra historia, anticipo de su gesto escatológico no solo en el anhelo impaciente del hombre por su total redencio, sino también en aquellas conquistas que, como signos pronosticadores, va logrando el hombre a través de una actividad realizada en el amor”(introducción, n. 5).

 

Quito se convierte en estos días septembrinos en el mayor convento del mundo, de puertas abiertas desde la fraternidad que nos regala la eucaristía para ser constructores de la fraternidad que genera paz, alegría y esperanzas.-

31-8-24

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