Lecturas recomendadas

¿Hacia dónde vamos?

Cristo es una figura histórica. Por lo tanto, posee un “ayer” que no puede ser olvidado. Sin embargo, se le encuentra en el “hoy”, en la cotidianidad de la vida

 

Nelson Martínez Rust:

 

Si nos detenemos un momento a analizar la evolución que ha sufrido de manera determinante, continua y acelerada la civilización occidental en estos últimos cincuenta o sesenta años, hecho, por otra parte, que no es nuevo, surge una inevitable pregunta: ¿A dónde vamos?, ¿A dónde conduce toda esto?, y si somos medianamente creyentes o interesados en el hecho religioso, de inmediato saltara la segunda interrogante: y, la Iglesia ¿qué? ¿Cuál es su puesto en esta transformación? ¿Qué aporta a la novedad que está surgiendo? No responderé ahora a la primera inquietud. Trataré de buscar y encontrar una respuesta a la segunda y bien justificada pregunta.

El siglo pasado vivió un acontecimiento trascendental: el Concilio Vaticano II. Sus Constituciones, Decretos y Declaraciones contienen una riqueza extraordinaria que todavía está por explorarse y aprovecharse. Sin embargo, lo que en un primer momento se acogió como una nueva visión, preludio de una primavera eclesial, que proporcionaría a la Iglesia un porvenir pletórico en beneficios espirituales, no tardó en convertirse en motivo de preocupación y, en los tiempos que se viven, se tiene la impresión de que la Iglesia es un barco que perdió el timón y se desplaza, a la deriva, en medio de un mar proceroso. Acaso, ¿ha dejado de ser “Luz” para los pueblos (LG 1)? ¿Dónde ubicar el traspié? Es necesario indagar sobre la génesis de esta visión con el fin de alcanzar una “idea clara y distinta”.

Considero que son varios y diversos los motivos que condujeron a la situación que vive la Iglesia actualmente. Enumeraré solo algunos: a.- Una lectura sesgada del Concilio Vaticano II. Se ha querido leer el Concilio desde una perspectiva que se ha dado por llamar “El Espíritu Conciliar”, expresión que debe ser rectamente interpretada por la hermenéutica conciliar. Ciertamente que el Concilio tiene un “espíritu”, un “ideal”, una “motivación” pero ese espíritu está plasmado y profundamente ligado a una letra que son los documentos emanados del mismo evento conciliar. Ellos no son una mera idea que se acomoda al capricho de cada quien o a los criterios cambiantes de la sociedad del momento. Es, o debe ser, “Palabra de Dios” que interpela y cuestiona al hombre moderno.

En contraposición ha surgido un nuevo criterio de interpretación – hermenéutica – que enseña que el Concilio tiene que ser leído en “continuidad” con toda la Tradición eclesial, que, nacida de los Evangelios, ha sido trasmitida por los Apóstoles y ha llegado hasta nosotros por la predicación y celebración. Ya lo he señalado: El Concilio no inventó nada, no dijo nada nuevo, solo trató, con la ayuda del Espíritu Santo, poner la Verdad Eterna del Evangelio al alcance y en diálogo con el hombre de hoy. b.- La indebida inherencia de las ideologías – de derecha e izquierda – que se han infiltrado en el quehacer teológico sirviendo de instrumento no adecuado para la predicación del Evangelio. Ciertamente que desde los Padres de la Iglesia hasta nuestros días la filosofía ha servido de instrumento de expresión de la “Verdad Revelada”, pero eso ha surgido después de una centenaria purificación filosófica y de un diálogo constante. Lamentablemente, no ha sucedido así en nuestro tiempo. c.- Una deficiente cristología. En los últimos años se ha asistido a una meritoria y laboriosa investigación sobre el “Jesús histórico”. Sin embargo, dicha investigación ha terminado por vaciar a Cristo del misterio “Hombre-Dios” en la búsqueda del conocimiento del hombre-Jesús, y ¿qué se ha conseguido? Muy poco o nada del hombre-Jesús. A Cristo se le entiende, se le conoce, se le sigue y se le ama desde su misterio. El que solo quiere ver a Cristo en el “ayer”, no lo encuentra, y el que solo quiere tenerlo en el “hoy” tampoco lo encuentra. Cristo abarca las tres dimensiones del tiempo: pasado, presente y futuro. Él es desde el principio y ha permanecido como el que fue, es y vendrá. El cristiano tiene que asumir la realidad de las tres dimensiones del tiempo aplicadas a Cristo ya que en ellas se fundamenta las virtudes teologales de “Fe”, “Esperanza” y “Caridad”. Cristo, como viviente, siempre es el que viene. Finalmente, d.- Un desmedido énfasis en una antropología que ha llegado a poner a Dios en un segundo o tercer lugar. El concepto de “hombre” se ha desbocado, llegando, en algunos casos, a ocupar el sitial de Dios, convirtiéndose en la medida de todo lo que le circunda. Consecuencia de esta visión distorsionada de la antropología: el egocentrismo y la deshumanización creciente en nuestras sociedades. En la sociedad moderna se predica el bienestar que consiste en un tener sin fin, y la libertad que se ha constituido en la diosa del Olimpo en el mundo moderno, pero que, al mismo tiempo, en su nombre, se conculca impunemente la dignidad humana como nunca antes. Mientras que en las Iglesias se predica “La Caridad”, en la sociedad que se llama “cristiana” y, muchas veces, en la misma Iglesia está ausente, no se la vive. Es que no se puede esperar ni exigir más de una visión de “cristiandad” y “no-cristiana” del mundo, en donde la Iglesia busca su acomodo y su cuota en el entramado social que la rodea. No se debe olvidar que el hombre fundamenta su grandeza, valor y dignidad en la realidad divina. Es la enseñanza de los Padres de la Iglesia. De faltar Dios o de estar ausente, la realidad del hombre es un “sin sentido” y sería un gran y verdadero “absurdo” – la palabra la tomo del filósofo Jean Paul Sartre -. Es la apariencia que brinda el mundo occidental actual, sometido a observación.

¿Qué solución propongo? En la década de los sesenta y años posteriores al Concilio, surgió lo que se dio por llamar “La Teología de la Liberación”. Se pensó que podía ser una teología que facilitaría la inclusión del mensaje del Evangelio en el mundo contemporáneo, y, de esta manera, se podría lograr el profundo y verdadero cambio estructural, propuesto por el Vaticano II. Proyecto, en parte, fallido.

Para responder a la interrogante, debo plantearme primero la siguiente cuestión: ¿cuáles deben ser los criterios en los cuales me apoyare? Me remito a la historia. Cristo es una figura histórica. Por lo tanto, posee un “ayer” que no puede ser olvidado. Sin embargo, se le encuentra en el “hoy”, en la cotidianidad de la vida. Además, Cristo dirige su mensaje a los hombres de “hoy”, al llamarlos a participar en el “Reino de los cielos”. De esta manera sobre pasa los límites del tiempo para prolongarse en la “eternidad”. Pero, surge otra inquietud: ¿qué rasgos de la persona de Cristo deben ser destacados? La palabra “hoy” me proporciona una respuesta. Ciertamente que “La Teología de la Liberación” ha perdido vigencia, pero perdura su alerta, su llamada de atención. Al indagar en el anhelo del ser humano moderno, encuentro un deseo insaciable de “liberación integral” que perdura y lo impulsa a buscar mucho más allá de una mera liberación socio-política. El segundo elemento que me proporcionó una respuesta fue “Opción por los pobres”. En un mundo de violencia, sufrimiento y muerte, la humanidad clama por “la vida” y la “Vida” debe ser la opción de la Iglesia y debe ubicarse en ella. Cristo pobre y sufriente es la opción de Dios en persona. Así pues, estos tres elementos – “El Reino de los cielos”, “La Liberación integral” y “La Opción por los pobres (vida)” – serán los criterios a seguir.

Pero si Cristo se hace presente en el “hoy” de la historia, entonces, es necesario preguntarme por la relación que guardan estos tres elementos con la persona bíblica de Jesús – el “ayer” -. Al buscar dicha relación hice memoria de la trilogía de títulos que recoge San Juan y que coinciden con la triada moderna ya establecida, aunque no de manera total: “Yo soy el Camino, la Verdad y La Vida” (Jn 14,6). La relación más fácil de establecer es mediante el vocablo “Vida”. Solo es suficiente preguntarnos por la relación entre la demanda moderna de “vida” con la idea de “Vida” que Jesús predica: ¿Qué “Vida” promete? ¿Cómo responde Jesús a mi pregunta? ¿Cómo puede llegar a ser Jesús vida para mí?

Una segunda conexión se origina meditando en la narrativa del Éxodo. El libro del Éxodo narra el camino que va de la esclavitud a la libertad. Ciertamente el término “camino” en Juan está referido a temas que no tienen que ver directamente con el Éxodo. Sin embargo, es un tema incluido en la idea central de su Evangelio. Cuando Jesús se presenta como “el camino” está coincidiendo con “La Teología de la Liberación”, y al mismo tiempo, Él se considera el verdadero Moisés, superior al del Antiguo Testamento, puesto que Jesús no solo “es guía”, sino que es por, sobre todo, El camino. Por lo tanto, el hecho de reflexionar en la idea del “camino” debe conducir al núcleo de una teología neotestamentaria genuinamente de “De La Liberación”, sin los aditivos o añadidos nacidos de ideologías, ya que el error fundamental en “La Teología de la Liberación” fue el haber leído la historia del Éxodo de manera retrospectiva. Es decir, en lugar de avanzar, dentro de la historia de la liberación narrada por la Biblia, hacia adelante – desde Moisés a Cristo y con Cristo a la conquista del “Reino de los cielos” -, ha caminado en la dirección contraria – de Cristo a Moisés – sometiendo a Cristo a criterios meramente políticos y sociales, y, de esta manera, hasta la misma persona de Moisés queda desdibujada.

No me ha sido difícil establecer la relación existente entre los temas del “Camino” y la “Liberación”. Lo mismo me ha sucedido con el tema de la “Vida” ya que es de gran interés en el momento actual; pero no veía clara la conexión entre la “Verdad” y la “Pobreza”. Sin embargo, en la medida que analizaba la problemática fui dándome cuenta de que sí existía un fuerte nexo y, por lo tanto, la posibilidad de alcanzar el tema de la “Verdad” partiendo del tema de la “Pobreza”. En efecto, el tema de la “Verdad” había quedado muy mal parado en la historia debido a la alianza con el “Poder”, sufriendo una lamentable degradación. Cristo reivindicó la “Verdad” mediante su predicación al implantarla en el mundo sin valerse del “Poder”, solo en la pobreza de la predicación – Cf.: las diatribas tenidas con los fariseos y publicanos -. De esta manera conseguí una vinculación muy estrecha entre “Camino”, “Verdad” y “Vida” – Cristo – y la trilogía “Libertad”, “Pobreza” y “Vida” – anhelo del hombre -.

Posibles consecuencias.

La primera imagen en donde Cristo se manifiesta es en el “hoy”. Más en concreto, en el “camino” que la historia de Israel llama Éxodo: es un camino de libertad y de apertura. En él se expresa la conciencia de no vivir en libertad, de no estar en el elemento para el cual el hombre ha sido creado. El Éxodo muestra la figura del mundo actual, que no se apoya en la solidaridad reciproca sino en un sistema de beneficios y de poder, que produce dependencia y necesidad. Paradójicamente, los países y los hombres que disponen de bienes suntuosos y posibilidades de progreso, claman con especial fuerza por una liberación, por un nuevo éxodo a un país en donde puedan encontrar la verdadera liberación. Es que el hombre no está en donde debía de estar. Entonces, ¿dónde está el camino? ¿cómo se puede recorrer? Jesús nos responde: “Le dice Tomás: “Señor, no sabemos a dónde vas, ¿cómo podemos saber el camino”? Le dice Jesús: “Yo soy el camino, la verdad y la vida. Nadie va al Padre sino por mí” (Jn 14,5-6). Un Éxodo que no conduzca a Cristo mediante su pasión, muerte, resurrección y ascensión, no conduce a la “Alianza” del Sinaí, no encuentra la tierra prometida y, en definitiva, no es un verdadero éxodo. Es puro engaño. Por consiguiente, es necesario revisar en profundidad la cristología que subyace en los escritos eclesiales y tomas de posiciones, liberándonos de un sociologismo y politiquismo reduccionista y asfixiante.

En cada ser humano late el ansia de libertad y de liberación; pero en cada etapa que alcanza se percata de que era solo una etapa y que nada de lo alcanzado responde a sus existenciales exigencias. El ansia de libertad es la voz de la imagen y semejanza de Dios en cada hombre; es el anhelo de “sentarse a la derecha de Dios”, de ser “como Dios”. ¿Qué antropología fundamenta los escritos de la Iglesia? ¿Qué visión del hombre se predica consciente o inconscientemente? ¿Es una visión centrada en el confort material? Es necesario dejar las ideologías. Un “libertador” – una Iglesia – que merezca este nombre debe abrir las puertas en esta dirección – cristológica -, y todas las formas empíricas de libertad deben medirse por ella.

Este es el gran aporte que la Iglesia debería brindar al mundo moderno. En la humildad, sencillez y búsqueda insaciable de la “Verdad” siendo fiel al Evangelio y sin componendas. Siendo ella la primera en testificar que hay un Dios, Padre de todos. Es su razón de ser. ¿Será capaz?

La segunda consecuencia es la necesaria y urgente conciencia que debe tener la Iglesia de que su poder no está en la estima, b9ienes y honorificencias materiales o sociales, nacidos del poder, sino en la fuerza que nace en Cristo y en la predicación de Cristo, no en la búsqueda de bienes materiales u honorificencias.-

 

Valencia. Septiembre 29; 2024

 

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