Cuatro escritos (I)
"Al final del Imperio romano, que parecía ser el fin del mundo, el cristianismo trajo la buena nueva, del evangelio del amor al prójimo"
Nelson Martínez Rust:
En los días finales del mes de octubre, como a manera de despedida, el mes nos ha querido legar cuatro escritos, que, no obstante, su diverso enfoque, género literario, finalidad y diversidad de autores, el deseo de afrontar la realidad de nuestro tiempo los une y amalgama. Considero que deben ser leídos, meditados, criticados, contrastados y asumidos. Los clasifico en dos grupos teniendo presente el contenido y el enfoque de los mismos. Los dos primeros tienen como objetivo un llamado a observar la realidad desde la fe. Ellos son: El breve, hermoso y profundo discurso que pronunció la poetisa rumana Ana Blandiana en la entrega del premio de literatura “Princesa de Asturias” del presente año, y el escrito póstumo que Joseph Ratzinger/Benedicto XVI pidió se le publicara después de su muerte – “La Imagen cristiana del Hombre” -.
Ellos hacen, a su manera, un diagnóstico agudo y penetrante, que, a mi parecer, coinciden en muchos aspectos, sobre el Occidente Cristiano, para el que quiera verlo.
Los otros dos escritos tienen un carácter mucho más doctrinal y su procedencia es el del magisterio ordinario de la Iglesia Católica. Por lo tanto, requieren una mayor atención, estudio y critica. Me refiero a la “Carta Encíclica” de su santidad el Papa Francisco, “Dilexit Nos”, en donde aborda “El amor humano y Divino del Corazón de Jesucristo”. El segundo es: “Para una Iglesia sinodal: comunión, participación, misión”. (Documento final de la Segunda Sección de la XVI Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos). Ambos escritos desean presentarse como respuesta desde la Fe y como una propuesta emitida por la Iglesia Católica a la situación de defección espiritual y evaporación de la visión civilizadora actual del Occidente, señalada en los anteriores escritos. En esta entrega deseo presentar los dos primeros escritos. Es mi deseo – no pretendo otra cosa – sino mostrar algunas líneas a manera de invitación y estímulo para la lectura y reflexión de los escritos antes citados.
I.- Discurso de la Sra. Ana Blandiana
Escribe en rumano y señala la afinidad que desde tiempos remotos une a su Patria – Rumanía – con la civilización occidental nacida de la visión común que brinda la latinidad romana. Inmediatamente pasa a señalar la función vivificante que jugó la poesía entre la disidencia en los momentos horrendos en que su patria fue privada de libertad por el régimen marxismo existente:
“A falta de lápiz y papel, – escribe la Sra. Blandiana – que estaban prohibidos, todo poema necesitaba para su existencia de tres personas: la que componía, la que lo memorizaba y la que lo trasmitía a través del alfabeto morse, y a pesar de estas precarias circunstancias se compusieron miles de poemas que consiguieron pasar de celda en celda y de prisión en prisión. En sus libros de memorias o recuerdos los presos políticos describen, como un ritual sagrado, el momento de la trasmisión de los nuevos poemas, cuando un preso era trasladado de una cárcel a otra. Y luego tras la apertura de las cárceles, el primer pensamiento de los liberados era trascribir lo que habían memorizado, sin los nombres de los autores o con nombres que proponían muchas veces equivocadamente, en una verdadera sinfonía de resistencia espiritual, un intento de convertir el misterio de la poesía en un arma de defensa contra la locura. Esta es la prueba de que, en circunstancias extremas, cuando sentían peligrar su propia esencia, los hombres recurrían a la poesía como medio de salvación. Cuando en la poesía se escondían las últimas moléculas de libertad, la gente, asfixiada por la represión, las buscaba, las encontraba y las respiraba para sobrevivir. La poesía no habla de la realidad, sino que es capaz de construir otra realidad en la que podemos salvarnos. Desde el punto de vista etimológico, en griego antiguo el término “poesía” viene del verbo “poiein”, que significa “construir”.
En un pasaje posterior, con gran fineza, la Sra. Blandiana analiza los tiempos presentes. Tras la imagen del “robot”, en la que se escuda, se debe descubrir la del hombre manipulado, sin corazón, deshumanizado y carente de corazón y de norte, aunque siempre azotado por la angustia que produce la búsqueda constante de la “Verdad” y del sentido de la “Vida”, cual moderno Prometeo que no logra alcanzar la cima. Es la imagen caricaturesca del hombre moderno:
“Ahora que los robots van camino de ser superiores a los humanos, tendremos que intentar situarnos por encima de todo lo que ellos no entienden. Porque los robots podrán hacer versos, ritmos yámbicos, troqueos, dáctilos, sonetos. Redondillas, epopeyas, pero nunca comprenderán el sufrimiento y la obstinación por expresar lo inexpresable que se esconde bajo esos ropajes, puesto que el misterio no se puede definir ni vencer. Está claro que Theodor W. Adorno se equivocaba cuando escribió que “después de Auschwitz escribir poesía es barbarie”, pues no comprendía que el sufrimiento no prohíbe la poesía, sino que la realza, le otorga brillo y da significado. Un significado en donde la libertad es sólo una pequeña parte”.
Finalmente termina su discurso en el “Princesa de Asturias” con una comprobación desgarradora que recuerda el escrito lastimero de San Agustín en su obra “De Civitate Dei” al ver deshacerse el imperio romano ante sus ojos:
“Al final del Imperio romano, que parecía ser el fin del mundo, el cristianismo trajo la buena nueva, del evangelio del amor al prójimo que, a pesar de los vaivenes de la historia, ha conseguido mantenernos en equilibrio durante más de dos mil años hasta que, a partir del siglo XX, se ha impuesto el odio (de clase o de raza, entre mujeres y hombres, entre hijos y padres). La poesía moderna es la expresión desgarradora de este desequilibrio existencial”.
El escrito habla por sí solo, no necesita comentario.
II.- Escrito de Joseph Ratzinger/Benedicto XVI
Al final de sus días, el filósofo y teólogo Joseph Ratzinger, recluido en sus aposentos, no pudo dejar de pensar en “La realidad del hombre”. Su preocupación no era nueva. Diría que junto con el profundo deseo por hermanar la “Razón” y la “Fe”, el deseo por presentar la estructuración del hombre – antropología – a la luz de la Revelación, fue siempre un cometido en la vida de Benedicto XVI. Creo que toda su obra filosófica-teológica se podría sintetizar en la pregunta: ¿Qué es el hombre, visto desde Dios? Así es como nace el escrito póstumo, redactado entre la Navidad y la Epifanía del 2019-1020.
Ratzinger se sitúa en los años inmediatamente posteriores al Concilio Vaticano II. En efecto, señala lo siguiente:
“La atmosfera que se extendió ampliamente en la cristiandad tras el Concilio Vaticano II fue concebida inicialmente de manera unilateral como una demolición de los muros, como “derribar las fortalezas”, de tal manera que, en ciertos círculos, se comenzó a temer el fin del catolicismo, o incluso a esperarlo con alegría”.
Para Benedicto XVI fue la actuación de los Papas Pablo VI y Juan Pablo II, la que freno, en parte, el desmoronamiento de la Iglesia posconciliar: “La firme determinación de Pablo VI y la igualmente clara, pero alegremente abierta, de Juan Pablo II, lograron nuevamente asegurarle a la Iglesia – hablando humanamente – su propio espacio en la historia futura”.
No obstante, el esfuerzo de Juan Pablo II y el colapso de la Unión Soviética en 1989 en Rusia, el sistema marxista no declino totalmente. Con claridad lo señala Ratzinger:
“Sin embargo, se volvió cada vez más evidente que el declive de los regímenes marxistas estaba lejos de haber constituido una victoria espiritual del cristianismo. La secularización radical, al contrario, se revela cada vez más como la visión dominante autentica, privando cada vez más al cristianismo de su espacio vital”.
El Papa continúa su reflexión insinuando que el marxismo se une al liberalismo para dar origen a dos nuevos movimientos que extremaron la idea de “libertad” a límites insostenibles en la actualidad:
“Desde sus inicios, la modernidad comienza con el llamado a la libertad del hombre: desde el énfasis de Lutero en la libertad del cristiano y desde el humanismo de Erasmo de Rotterdam. Pero fue solo en la época de los trastornos históricos tras las dos guerras mundiales, cuando el marxismo y el liberalismo se extremaron dramáticamente, que surgieron dos nuevos movimientos que llevaron la idea de libertad a un radicalismo inimaginable hasta entonces”.
El Papa define con mayor exactitud el contenido de esta simbiosis:
“De hecho, ahora se niega que el hombre, como ser libre, esté de algún modo vinculado a una naturaleza que determine el espacio de su libertad. El hombre ya no tiene naturaleza, sino que “se hace” a sí mismo. Es el hombre mismo quien decide el destino de un ser que ya no proviene de las manos de un Dios creador, sino del laboratorio de invenciones humanas. La Abolición del Creador como abolición del hombre se convirtió entonces en una autentica amenaza para la fe. Este es el gran desafío que se presenta hoy a la teología. Y solo podrá enfrentarlo si el ejemplo de vida de los cristianos es más fuerte que el poder de las negaciones que nos rodean y nos prometen una falsa libertad”.
El Papa continúa su reflexión citando a los Padres de la Iglesia y mostrándonos el gran amor de Dios-Padre al facilitarnos la Iglesia y en ella los sacramentos. Es aquí en donde creo ver la novedad del escrito. Examina la Tradición y, a partir de ella, presenta la necesidad de un análisis en profundidad de la doctrina subyacente en el discurso de “Las Bienaventuranzas”.
La negación de Dios implica necesariamente la aniquilación del hombre. El escrito continúa unas líneas más. La reflexión sobre la existencia del hombre y su libertad que se inició en el Medioevo con Guillermo de Ocham, y que pasó a la iglesia con Martín Lutero en los albores de la modernidad, llegó a su culmen con Edmund Hurssel (1859-1938) y la filosofía fenomenológica para desembocar en el existencialismo metafísico de Martín Heidegger (1889-1976) y ético de Jean Paul Sartre (1905-1980), y así continuar su camino aparentemente triunfante en las primeras décadas del siglo XXI, con el desborde incontenido de una concepción de la “Libertad humana”.
La Iglesia debe y tiene que ser fermento en la masa, pero si la sal se corrompe, ¿con qué se salara? La Iglesia desde un cierto tiempo para acá busca con cierta pasión una renovación que algunos sostienen deben ser a la luz de la Tradición y de la enseñanza del Concilio Vaticano II; otros, como en su momento afirmó Benedicto XVI, haciendo “caída y mesa limpia”. Ratzinger en su escrito afirma algo que los clérigos y cristianos de ambas tendencias debieran observar y meditar si de verdad desean alcanzar la tan necesaria actualización de la Iglesia. Noto en su afirmación cierta angustia por la necesidad de su aplicación inminente: “La actual situación de la Iglesia solo podrá ser enfrentada si el ejemplo de vida de los cristianos es más fuerte que el poder de las negaciones que nos rodean”. Nuestro País no está fuera de esta aproximación. En los actuales momentos y desde hace más de veinticinco años, también sufrimos gravemente de la visión materialista del hombre.
Me pregunto: ¿Es cambiando cosas, estructuras, creando cosas nuevas, es adaptándose a las novedades transitorias que nos ofrecen las diversas tendencias como vamos a lograr una verdadera evangelización de nuestros pueblos? En Alemania, que está a la vanguardia de los cambios eclesiales, ya no existe el sacramento de la confesión. Los cristianos no quieren confesarse. Ha llegado la hora de un cambio radical. Pero, es creando un corazón nuevo y un espíritu nuevo como se va a ser presente Cristo en nuestro medio.-
(Continuará la reflexión)
Valencia. Noviembre 3; 2024