Rémi Brague: «El nihilismo de las élites empuja a los inmigrantes a los brazos de los islamistas»
El filósofo francés lamenta el «talento» occidental para cortar la rama sobre la que se sienta
Rémi Brague denuncia la capacidad de Europa para autodestruirse a manos de unas élites mediáticas y políticas a las que no importa el pueblo.
Luego de nuestras entrevistas con José Ramón Ayllón, Rocco Buttiglione, Massimo Borghesi, Francisco Fernández Labastida, Higinio Marín y Vittorio Possenti es realmente un honor presentar a otro gran pensador como lo es Rémi Brague, uno de los filósofos franceses más relevantes en el debate contemporáneo.
Rémi Brague es conocido por su estilo reflexivo y accesible, incluso en temas de gran complejidad. A pesar de su enfoque académico, Brague escribe de manera que sus ideas puedan ser comprendidas tanto por filósofos como por el público general. Se trata de un extraordinario pensador que por sabiduría es humilde y comprometido con el diálogo, cualidades que se reflejan en su enfoque respetuoso de las culturas y en su disposición para debatir y reflexionar sobre puntos de vista opuestos.
Nuestro filósofo, invitado a conversar, defiende a una Europa que se ha construido a partir de la integración y reinterpretación de ideas griegas, romanas y cristianas, y de su habilidad de reconocer la validez de lo que otros han creado antes. Esta postura desafía la idea de que el progreso depende de una supremacía original europea: por el contrario, destaca la humildad intelectual que permite a una civilización crecer al recibir y enriquecer las contribuciones de otras.
Rémi Brague ha sido profesor en universidades prestigiosas como la Sorbona en París y la Universidad de Múnich, donde ha sido catedrático de filosofía medieval árabe y judía. Ha recibido numerosos premios internacionales, entre ellos el Premio Ratzinger en 2012, que destaca su contribución al diálogo entre la fe y la razón y su enfoque en los valores fundamentales de la civilización occidental.
Su obra ha sido traducida a varios idiomas, y es altamente valorada en los círculos académicos por su precisión y su enfoque riguroso y crítico de temas fundamentales de la filosofía y la cultura. Para nosotros es un honor poder presentar esta entrevista que busca presentar algunos ángulos de sus libros más relevantes.
Julio Borges fue presidente de la Asamblea Nacional de Venezuela.
-Profesor, muchas gracias por esta conversación que busca subrayar sus planteamientos en algunas de sus obras. Por ejemplo, en su libro Manicomio de Verdades usted plantea repensar la noción de la verdad en la sociedad contemporánea. ¿Cuál es, en su opinión, la relación entre la actual crisis de la democracia y la crisis de verdad que estamos viviendo? ¿Cómo podemos revertir esto?
-La democracia es un régimen político imperfecto, como todos los regímenes políticos, pero probablemente es el menos imperfecto de todos. El fondo de su pregunta se refiere al espíritu democrático, que Tocqueville ya había visto muy claro: el “democratismo”, por llamarlo de un modo concreto. Lo que quiero decir con esto es que, si cada decisión del cuerpo político se entiende que tiene la fuerza de ley, entonces será muy posible la tentación de ver en ese poder, en esa fuerza, la fuente de la verdad. En cuyo caso, se considerará como “verdad” lo que atrae el apoyo de una mayoría.
Rémi Brague, ‘Manicomio de verdades‘ (Encuentro).
»Es posible que se haya conocido, en siglos pasados, situaciones en las que lo que se entendía como “verdad” era lo que determinaba una minoría que ostentaba el poder. En el mejor de los casos, de modo simple, hemos pasado de una oligarquía a una democracia, por no decir, una oclocracia.
»Si somos menos optimistas, diremos que hemos venido de una oligarquía de gente responsable y educada en otras épocas y actualmente estamos frente a una oligarquía mediática. Esa oligarquía mediática actualmente está al servicio de una “élite” a la que poco le importa el pueblo (dēmos), que sin embargo se supone que es el sujeto activo, el protagonista de la democracia.
-Pasando a otro tópico, en su libro El reino del hombre. Génesis y fracaso del proyecto moderno analiza el empeño de la modernidad de poner al hombre en el centro de toda la realidad. En este sentido, quisiera preguntarle por la secularización, la cual, ha sido un proceso positivo y razonable en muchos aspectos; sin embargo, su radicalización ha conducido a una sociedad nihilista, deprimida, agnóstica. ¿Cómo salir de esta confusión y construir un equilibrio virtuoso entre secularización y vida humana plena de sentido?
-En esta obra intenté revelar la dialéctica autodestructiva que contiene el proyecto de un humanismo que podemos llamar exclusivo. La secularización, si la entendemos en su acepción principal como la neutralidad religiosa del Estado, no estamos haciendo otra cosa que traducir la distinción tradicional y, de origen cristiano, entre el orden temporal y el orden de lo espiritual. Eso es distinto a lo que podríamos llamar el “secularismo” que no es otra cosa que la negación explícita de lo divino en nuestros tiempos y sociedades: trátese de su figura bíblica en el caso del judaísmo y cristianismo o parabíblico en el caso del islam.
Rémi Brague, ‘El reino del hombre‘ (Encuentro).
»Si no hay nada por encima del hombre, ya sea la “Naturaleza” en el concepto antiguo-clásico o el Dios creador bajo el paradigma de la cultura bíblica, no hay nada que pueda garantizar la legitimidad del hombre o afirmar que su existencia es algo bueno en sí mismo. Salir del agua tirando de su propio cabello, sólo el barón Münchhausen pretendió lograrlo. Si el hombre es simplemente el resultado del azar y la necesidad, si sólo ha sacado el número correcto en la lotería de la evolución, como pensaba por ejemplo Jacques Monod, su dominio sobre la Tierra es una tiranía. Por ello, en nada sorprende que, muy concretamente, veamos en la conversación pública a personas que proclaman que para “salvar el planeta” el hombre debe desaparecer. De modo tímido estas ideas las encontré en el siglo XIX, por ejemplo, en el joven Flaubert. La idea ha adquirido hoy una importancia considerable. Básicamente el fondo es muy lógico, es la consecuencia rigurosa de principios absurdos.
-Hablando de esos principios absurdos, ¿cuáles son, en su opinión, los términos y objetivos de una adecuada batalla cultural?
-Gran pregunta. En última instancia, se trata de interrogantes que se relacionan, precisamente, con aquello que durante mucho tiempo hemos llamado la “metafísica”. Básicamente, se trata de conceptos que la escolástica llamó los «trascendentales«: lo Verdadero, el Bien, quizás lo Bello, como aspectos o rasgos del Ser, de todo lo que existe. Me divertí explicando en una oportunidad que de cada uno de los últimos siglos se caracterizó por uno de estos “trascendentales”. El problema central del siglo XIX fue el “Bien” contra el mal de la proletarización y la explotación de los pueblos colonizados. El del siglo XX fue el siglo de la Verdad contra las mentiras de los regímenes ideológicos. El siglo XXI podría tener ver con la lucha del Ser con el Ser mismo, es decir, la lucha contra el nihilismo. Lo que obviamente no significa que la exigencia del Bien y de la Verdad pierda toda relevancia, porque aún queda mucho por hacer.
»Pero quizá pasen a otro plano ante el problema fundamental de la supervivencia misma de la especie humana. La supervivencia humana está amenazada por una desesperanza de la condición humana en su conjunto. Finalmente, en la batalla que ahora nos toca pelear, nuestro adversario no es otro que el pecado que el mundo medieval conoció, hoy tanto más olvidado pero que se ha vuelto omnipresente como el aire que respiramos: la acedia.
-Esa acedia conduce al nihilismo, a la nada. En los próximos años, es posible que una cuarta parte de Europa sea musulmana, frente a tres cuartas partes de europeos donde reinan el agnosticismo y el nihilismo. En su libro Sobre el Islam, usted analiza las relaciones históricas de convivencia y choque entre el islam y el cristianismo. ¿Cómo ve esta dinámica incidiendo en el futuro de la identidad europea?
-El objetivo de este libro es presentar de forma amplia el islam tal como el islam mismo se entiende, citando autores anteriores al contraataque de Occidente, que obligó a muchos pensadores musulmanes a dar al islam una imagen menos inquietante, menos agresiva. El hecho capital hoy es la inmigración masiva de poblaciones procedentes de países islámicos. Estas personas tienen relaciones matizadas con el islam, que ha dominado sus respectivos países: desde la adhesión entusiasta a la indiferencia, incluso a la apostasía, pasando por el respeto a las tradiciones “culturales” o la habituación a ellas.
Rémi Brague, ‘Sobre el Islam‘ (Encuentro).
»Pero los principios de esta religión se han mantenido estables, mayoritariamente, desde el siglo IX. Adicionalmente, hay imanes o líderes religiosos por todas partes del mundo para recordar que la sharía, dictada por un Dios eterno y omnisciente, no ha perdido en nada su actualidad. El islam es más virulento en Europa que en los países musulmanes, porque funciona como principio de identidad grupal y, para algunos, como programa de venganza después de la colonización.
»Usted tiene razón de pensar juntos, en combinación, en el ascenso del islam y la decadencia intelectual y espiritual de Europa que se expresa en la frase Quos vult Júpiter perdere, prius dementiat [A quienes Júpiter quiere destruir, primero los enloquece]. En definitiva: el nihilismo teórico y práctico de las “élites” europeas empuja a los inmigrantes a los brazos de los islamistas.
»Nuestras “élites” les proporcionan, sin saberlo, argumentos poderosos haciendo leyes “sociales” que vuelven obligatorias mentiras desvergonzadas, negaciones descaradas de la realidad: un embrión no es más que un conjunto de células, un hombre puede estar embarazado, etc. Nada como esto para empujar a los musulmanes a construir alrededor de ellos una especie de cordón sanitario destinado a protegerlos del contagio. O, si quiere otra imagen, abordar una canoa mientras nuestro transatlántico se hunde. Más trágico y paradójico, si la orquesta a bordo toca: Más cerca de Ti, ¡Dios mío!
La pieza ‘Más cerca de Ti, Dios mío [Nearer, My God, to Thee]’ fue compuesta por Lowell Mason en 1856, con letra de la poetisa inglesa Sarah Flower Adams. Se dice que los músicos del Titanic la tocaron mientras el barco se hundía, ofreciendo consuelo a los pasajeros. En la imagen, la escena en la película de James Cameron de 1997.
-En su libro Tras el humanismo, usted reconstruye el concepto de humanismo a través de la historia hasta nuestros días. Michel Foucault trató de profetizar: “podemos apostar que el hombre desaparecerá, como una cara de arena al borde del mar”. ¿La noción de “hombre” está en camino a “hundirse” a desaparecer debido a fenómenos tales como, la tecnología totalizadora, la crisis de la verdad y racionalidad, la ideología de género, el globalismo?
-En efecto, en este libro yo repaso, de manera muy esquemática, las cuatro etapas a través de las cuales la noción del “humanismo” ha sido construida. Pero trato sobre todo de mostrar como la ascensión lenta y gradual del hombre al estatus de “ser supremo”, como quieren alcanzar Karl Marx o Auguste Comte, fue casi inmediatamente seguida de una caída: los escalones que habían sido dolorosamente remontados en medio milenio han sido devastados en medio siglo.
Rémi Brague, ‘Tras el humanismo‘ (Rialp).
»En este famoso pasaje del final de Las palabras y las cosas, el libro que lo hizo famoso en 1966, Michel Foucault pensaba sobre todo en el hombre como una noción, aquello que proporciona su objeto a lo que llama, sin pensarlo mucho, las “ciencias del hombre” o “ciencias humanas”. Foucault no pensó casi en fenómenos concretos como la posibilidad de una desaparición pura y simple de la especie humana. Esto podría ser el resultado de un evento repentino, de origen externo como la caída de un meteorito de esos que pudo haber provocado la muerte de los dinosaurios o el fin del hombre como una guerra atómica o bacteriológica. O por el contrario un proceso lento, “soft”, como la contaminación ambiental o extinción demográfica que el historiador Pierre Chaunu ya había planteado la posibilidad en 1975.
»Dicho esto, la desaparición concreta de la especie a través de vías bélicas, ecológicas o demográficas no es ajena a los fenómenos intelectuales, y en particular a aquellos que usted menciona. Si el hombre duda de su propia legitimidad, dedicará menos energía a luchar, incluso, para sobrevivir.
-En otro de sus libros, Las anclas en el cielo, usted busca dar vida a la noción de Ley Natural. Nuestra época es a la vez la vez la época de los derechos humanos y la de la negación de los derechos naturales ¿Cómo se fundamentan los derechos humanos sin aceptar la ley natural?
-A decir verdad, el objetivo de este pequeño libro no es solo rehabilitar las nociones, que son, además, muy diferentes entre ellas, de ley natural y del derecho natural sino también quería mostrar que la búsqueda de la aventura humana (lo cual me parece muy interesante, aunque también tiene aspectos trágicos) es imposible a largo plazo si la humanidad corta los puentes con la Trascendencia.
Rémi Brague, ‘Las anclas en el cielo‘ (Encuentro).
»El debate sobre de los “derechos humanos” es muy interesante. Navegar bajo esta bandera es enteramente honorable y, además, tan antiguo como la civilización misma: estos son principios que encontramos tanto en los Diez Mandamientos, como en el Egipto de los faraones, en la antigua Grecia, en China, etc. Pero es curioso que veamos estos principios no como mandamientos, como en la Biblia, no como virtudes, como en Grecia, sino como “derechos”.
»Es divertido que ahora hablemos menos de “derechos del hombre” y se hable más de “derechos humanos”. Por supuesto, entendemos bien por qué esta forma de hablar, de origen anglosajón, ha sido impuesta. Cuando uno comprende “hombre”, ya no en el sentido de “persona humana”, sino que lo restringimos al sentido «masculino», es importante disipar rápidamente la impresión que algunos imbéciles podrían tener, que negaríamos a las mujeres el disfrute de esos derechos… En cualquier caso, las palabras tienen su lógica inconsciente: hablar de “derechos humanos» sugiere irresistiblemente que estos derechos serían propiedades inseparables del hombre por su origen humano, como el hecho de caminar sobre dos piernas.
-Profesor, pero al final son los propios filósofos quienes se esfuerzan por acabar con la con la trascendencia y con metafísica. C.S. Lewis dice que es una especie de rebelión de las ramas contra el tronco. ¿Cuál es el estado de la metafísica en el pensamiento actual?
-Este esfuerzo destructivo no es solo de hoy. Se da como antecedentes y como legitimación de este proceso la labor crítica de Kant, a finales del siglo XVIII. A menudo olvidamos que este mismo filósofo quería migrar la metafísica del dominio teórico al dominio práctico, con el propósito de que recuperaran otro nivel la idea de Dios y la noción de la inmortalidad del alma.
»Descartes comparó la filosofía con un árbol cuyo tronco sería la metafísica y las ramas las ciencias. Esa forma de explicarlo C.S. Lewis me parece adecuada. En términos generales, y tomando prestada una imagen del mismo campo léxico de la “arboricultura”, los occidentales hoy demuestran un talento notable para serruchar la rama sobre la cual están sentados…
-Finalmente, respecto al mundo posmoderno en el que vivimos: ¿cree que el paradigma posmodernista se está agotando y que hay indicios de superar el nihilismo cotidiano?
-El paradigma del que hablas es polifacético. Quizá la principal esperanza resida en la naturaleza de lo que intentan vendernos, que es sencillamente estúpido. “El diablo», dijo una vez George Bernanos, «tiene grandes esperanzas en los tontos”. Pero es que, además, todo lo que ofrece el paradigma posmoderno es aburrido. Como suele decirse, no alimenta al hombre. En el Fedro, Platón decía que la belleza era el alimento del alma, por eso la cultural McDonald’s lo que hace es desnutrir. Quieren convertir todo arte, toda literatura, toda pintura en ser sospechosa de transmitir «clichés» sexistas o racistas y todo tipo de «fobias»; cada día se inventan nuevas. Sin embargo, lo que pretenden presentar como totalmente indemne se reconoce por su fealdad y su chatura, bastante penosas. Son propias de las producciones del Homo Festivus del que hablaba Philippe Muray. En definitiva, nos queda algo de gusto, y a pesar de la complicidad de las instituciones encargadas de subvencionar la «cultura», al final todo será escupido.-