La lección que dan hoy santos como Tito Brandsma y otros sacerdotes de Dachau: «No ceder al mal»
El carmelita Fernando Millán Romeral recuerda su «ánimo y fidelidad»
Fernando Millán Romeral, OCD (n. 1962), carmelita como San Tito Brandsma (1881-1942), acaba de publicar una biografía suya y de otros sacerdotes católicos que murieron en el campo de concentración nacionalsocialista de Dachau: San Tito Brandsma y los sacerdotes mártires de Dachau (Encuentro).
-¿Cuál es el mensaje central que espera transmitir a través de este libro sobre la resistencia espiritual y la fe en tiempos de persecución?
-Creo que el testimonio de los sacerdotes de Dachau es en muchos casos un aldabonazo, una llamada de atención para no sucumbir al mal. Es un mensaje, por tanto, válido para cualquier época, algo perenne. En una situación terrible, muchos de ellos fueron capaces de mantenerse firmes en la fe y en la caridad. Fue, por tanto, un verdadero martirio, en el sentido más genuino de la palabra: testimoniaron la fe que daba sentido a su vida y la hicieron vida y servicio. Muchos de ellos, más de mil, perderían su vida en el Lager.
-En Dachau fueron encarcelados unos 2.652 sacerdotes y religiosos católicos. ¿De qué nacionalidades eran? ¿Qué papel desempeñó la fe en la supervivencia de estos hombres y en su resistencia frente a las brutales condiciones del campo?
-El grupo más numeroso (por nacionalidades) fue el polaco y por congregaciones el grupo más numeroso (aparte de los miembros del clero secular de diversas diócesis) fue el de los jesuitas. La represión en Polonia fue terrible y algunos fueron encarcelados por haber predicado en polaco o por haber permitido que en la Iglesia se cantase en polaco. Otros lo fueron por motivos más directos: por haber criticado el sistema nacionalsocialista y su desprecio de la vida humana.
Fernando Millán Romeral, ‘San Tito Brandsma y los sacerdotes mártires de Dachau‘ (Encuentro).
»Para todos ellos la fe fue un ancla (como en la vieja iconografía cristiana), en medio del sinsentido, del absurdo y de la crueldad suprema. Algunos testimonios en este sentido son realmente conmovedores, como, por ejemplo, el de algunos sacerdotes polacos que, cuando se desata una terrible epidemia de tifus en los últimos meses del campo antes de la liberación, se ofrecen voluntarios para atender espiritualmente a los moribundos y administrarles los últimos sacramentos. Lógicamente, muchos de ellos se contagiaron y murieron.
»Una mención especial merece la diócesis de Włocławek (bajo los alemanes llamada Leslau), ya que fueron deportados junto a su obispo (monseñor Michaël Kozal, beatificado en 1987), numerosos sacerdotes y seminaristas de los cuales muchos murieron en el Lager.
-San Tito Brandsma es un ejemplo de santidad y coraje en medio del horror. ¿Qué aspectos de su vida y su martirio considera más relevantes para la sociedad contemporánea, y qué legado cree que deja para la Iglesia?
-Fue un hombre apasionante y polifacético: carmelita, periodista profesional, profesor de la Universidad Católica de Nimega de la que llegó a ser rector en 1932, estudioso de la espiritualidad medieval de los Países Bajos, esperantista… y un largo etcétera. Estuvo, además, muy implicado en un ecumenismo que entonces era bastante novedoso en las filas católicas. Fue arrestado porque, como representante del episcopado holandés ante la prensa católica, visitó a los directores de los periódicos católicos para informarles de que no podían publicar las consignas nazis.
Tito Brandsma, trabajando en su mesa. Fue beatificado en 1985 por Juan Pablo II y canonizado por Francisco en 2022.
»Era una misión muy difícil, y hasta algo desagradable, ya que suponía pedir estos directores (casi todos laicos) que resistieran ante la presión del gobierno de ocupación. En esas visitas fue espiado por la Gestapo y fue arrestado el 19 de enero de 1942. Tras pasar por varios campos y cárceles (donde dejó un recuerdo imborrable en muchos compañeros de presidio) llegó a Dachau donde moriría el 26 de julio de ese mismo año.
»Curiosamente esa misma mañana de julio de 1942, sería leída en todas las iglesias católicas y en algunas protestantes una dura carta del episcopado holandés (con el que Brandsma había colaborado estrechamente) frente a las políticas del gobierno de ocupación. La reacción de éste fue muy dura, ya que, como represalia, fueron detenidos los religiosos de origen judío y deportados a los campos de exterminio. Entre ellos se encontraban Edith Stein y su hermana Rosa. Ese 26 de julio une, por tanto, a estas dos grandes figuras del Carmelo del siglo XX.
-Usted describe a Dachau como un “santuario del martirio del siglo XX”. ¿Podría explicarnos cómo entiende este concepto y en qué sentido considera que estos lugares de horror pueden, al mismo tiempo, ser vistos como símbolos de fe y esperanza?
-Ciertamente, puede sonar sorprendente o como algo paradójico, pero es la paradoja misma de la cruz: en la máxima negación de Dios, en Dachau, símbolo del horror y de la barbarie, surgen testimonios que hablan de la victoria de vida. En la fragilidad, en la aparente derrota, se manifiesta la victoria de Cristo, sobre todo, en el hecho de no ceder al mal.
»Ciertamente, entre aquellos cientos de sacerdotes hubo también fragilidades humanas, deserciones, desánimo e incoherencias, pero una gran mayoría mostró en la debilidad la fuerza de la fe y el sentido de la vocación sacerdotal. Piénsese que, como es bien sabido, en el Lager se dio una ordenación sacerdotal clandestina, la del beato Carlos Leisner (ya muy enfermo de tuberculosis) el 17 de diciembre de 1944. Le ordenó Monseñor Piguet, uno de los dos obispos que estuvieron internados en Dachau.
[Lee en ReL: Leisner, un seminarista preso en Dachau, pudo ordenarse en el campo de concentración antes de morir]
»Señalaría también el testimonio ecuménico, ya que en los campos de concentración se daría un interesante impulso al ecumenismo. No se trataba sólo de caridad cristiana (que ya era mucho), sino de compartir la verdad fundamental de la fe, más allá de nuestras diferencias: el señorío de Cristo en el reino del mal, en la aparente victoria del mal. En este sentido, los testimonios de varios protestantes, compañeros de presidio de Brandsma, suponen un hermosísimo testimonio ecuménico.
Fernando Millán Romeral, carmelita, fue durante doce años prior general de la Orden del Carmen. Es doctor en Teología por la Gregoriana de Roma y profesor en la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid.
»Me trae a la mente el hermosísimo comienzo de la encíclica Ut unum sint de San Juan Pablo II: “Estos hermanos y hermanas nuestros, unidos en el ofrecimiento generoso de su vida por el Reino de Dios, son la prueba más significativa de que cada elemento de división se puede trascender y superar en la entrega total de uno mismo a la causa del Evangelio”.
-Tras la canonización de San Tito y la beatificación de otros mártires de Dachau, ¿qué importancia ve en recordar y reconocer estos testimonios de fe en un mundo que a menudo enfrenta la injusticia y el sufrimiento?
-Pues lo resumiría en dos palabras: ánimo y fidelidad. Ánimo porque en estos tiempos convulsos, de cierta confusión, de tensiones internacionales y de crispación política, el testimonio de estos mártires nos invita a confiar, es un bálsamo para las llagas que hoy sufre la humanidad. Pero, además, es una invitación a permanecer fieles, a no dejarnos vencer por el mal ni por la sutil tentación de intentar vencer al mal con el mal, porque esa sería la derrota más terrible…