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«El corazón de la sinodalidad»

El Sínodo identifica la noción de “Pueblo de Dios” o “La Iglesia” con la “Comunión de las Iglesias” dispersas por el mundo entero

 

Nelson Martínez Rust:

 

La primera parte, como muy bien lo indica el título, muestra los fundamentos teológicos sobre los cuales se fundamenta el documento sinodal. El número trece se transforma en un solemne pórtico que narra la actitud de los diversos personajes que, en aquella mañana, fueron testigos de la resurrección (Jn 20,1-18; Cf. // Mt 28,1-10; Mc 16,1-11 y Lc 24,1-11). La actitud personal de aquellos discípulos, aun cuando diversa – dada la personalidad de cada uno de ellos –, confluye en un objetivo común: “El resucitado” – Cristo resucitado es el centro de unidad -. La pecadora de antaño, María Magdalena, se convierte en “heraldo” de los discípulos. La justa y beneficiosa diversidad de los personajes es superada por el sorprendente acontecimiento de la Resurrección, y, al mismo tiempo, se crea un fuerte vínculo de unidad entre los discípulos, y así “La dependencia recíproca encarna el corazón de la sinodalidad” [13].

A continuación, el documenta lleva a cabo la puesta en escena de la Iglesia al sustituir la figura de María Magdalena en el cumplimiento del mandato dado por el Resucitado: “… Pero vete a mis hermanos y diles: Subo a mi Padre y vuestro Padre, a mi Dios y a vuestro Dios. Fue María Magdalena y les dijo a los discípulos: “He visto al Señor” y que había dicho estas palabras” (Jn 20.17-18). Esa debe ser la actitud de la Iglesia: de escucha, de conversión y de anuncio. De este pasaje evangélico se desprende la expresión sinodal: “La Iglesia existe para testimoniar al mundo el acontecimiento decisivo de la historia: la resurrección de Jesús” [14]. De esta manera, Cristo se convierte en el centro de la historia y del quehacer eclesial, ya que Él es: “… la fuente de la verdadera libertad, el fundamento de la esperanza que no defrauda, la revelación del verdadero rostro de Dios y del destino último del hombre” [14]. Pero para que esta afirmación alcance su plenitud – su realización -, el ser humano tiene la responsabilidad de asumir y cumplir con las siguientes condiciones o retos: “Los Evangelios nos narran que para entrar en la fe pascual y llegar a ser testigos (de Cristo) es necesario reconocer nuestro propio vacío interior, el escándalo del miedo, de la duda, del pecado. No obstante, aquellos que en la oscuridad de sus vidas tienen el coraje de salir de ese abismo y ponerse en actitud de búsqueda, descubren la realidad de ser buscados y llamados por su nombre, perdonados y enviados juntos con los demás hermanos y hermanas” [14].

Con este telón de fondo, el Sínodo se avoca a la presentación del misterio de la Iglesia. En una primera parte: Los números quince al veinte brindan una descripción general de la Iglesia. En una segunda parte: Los números veintiuno al veintisiete muestran la profunda relación existente entre la Iglesia y los sacramentos de la Iniciación Cristiana, para finalizar en una tercera parte con los números veintiocho al cuarenta y ocho proponiendo el tema que ha sido propio del Sínodo: Una Iglesia sinodal. Es necesario, al menos para las dos primeras partes, releer y tener presente los documentos conciliares “Lumen Gentium” y “Gaudium et Spes”.

 

I.-     DESCRIPCION DE LA IGLESIA

         La Iglesia, en cuanto que es “Pueblo de Dios”, nace del sacramento del Bautismo: “Del Bautismo en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo brota la identidad del Pueblo de Dios” [15]. Esa identidad se hace efectiva mediante una llamada a la santidad y a la misión, con la finalidad de que todos los hombres acojan el don de la salvación (Mt 28,18-19). Por consiguiente, el bautizado al ser insertado en Cristo mediante el bautismo (Jn 3,5-6; Gal 3,27), entra a formar parte de la vida trinitaria. El bautismo se realiza en nombre de un Dios trino: “Toda la vida cristiana tiene su fundamento y su horizonte en el misterio de la Trinidad, que suscita en nosotros la dimensión de la fe, de la esperanza y de la caridad” [15]. Esta es la razón por la cual el cristiano tiene delante de sí el deber ineludible de, teniendo en cuenta su propia vocación, alcanzar la santidad y el de realizar la propagación del Evangelio.

Esta singular comunión entre el bautizado y Dios Trino se realiza de manera misteriosa pero real en la celebración de la Eucaristía: “El Pueblo de Dios en camino hacia el Reino es alimentado continuamente mediante la Eucaristía, fuente de comunión y de unidad: “Porque hay un solo pan, somos, aun cuando muchos, un solo cuerpo: en efecto todos compartimos un solo pan (1 Cor 10,17). La Iglesia, alimentada por el sacramento del Cuerpo del Señor, se constituye como Su Cuerpo (LG 7): “vosotros sois Cuerpo de Cristo y, cada uno según su propia vocación, sus miembros“ (1 Cor 12,27). Vivificada por la gracia ella es Templo del Espíritu Santo (LG 4): y Él, efectivamente, la anima y la edifica, al hacer de todos nosotros unas piedras vivas de un edificio espiritual (1 Pt 2,5; LG 6)” [16].

Por el Bautismo y la Eucaristía, el Pueblo de Dios “no es solamente la simple suma de los Bautizados, sino el sujeto comunitario e histórico de la sinodalidad y de la misión, por ahora peregrinante en el tiempo y ya en comunión con la Iglesia del Cielo. En los diversos contextos en los cuales cada una de las Iglesias están radicada, el Pueblo de Dios anuncia y brinda un testimonio de la Buena Noticia de la salvación; viviendo en el mundo y para el mundo, camina en unión con todos los pueblos de la tierra, dialoga con sus creencias y sus culturas reconociendo en ellas las semillas del Verbo, avanzando hacia el Reino” [17].

En este número encuentro una explicitación más profunda del concepto de “Pueblo de Dios” con respecto al Concilio Vaticano II, en cuanto que lo presenta como “sujeto comunitario e histórico de la sinodalidad y de la misión”. El cristiano, al formar parte de él, asume también la misionalidad y la sinodalidad, pero siempre en comunión con todo el “Pueblo de Dios”.

En el numeral dieciocho, el Sínodo identifica la noción de “Pueblo de Dios” o “La Iglesia” con la “Comunión de las Iglesias” dispersas por el mundo entero, para lo cual se apoya en la afirmación de San Cipriano. Esta relación también le sirve al documento para presentar la figura de Pedro y el ejercicio pretino dentro de esa comunión de Iglesias. Considero que a este número hay que prestarle atención en función de las diversas posiciones encontradas que, en torno al papado, se presenta hoy en día. ¿Era oportuno introducir este tema en el documento? Otro tanto puede decirse de la ecuación “Pueblo de Dios” y “Comunión de las Iglesias”. ¿Cuál fue la intención de Cipriano en su afirmación? ¿Esta afirmación se sostiene sin matices? ¿Ambas realidades se puede identificar sin más? Creo que la conclusión supera el contenido de las premisas.

La opción preferencial por los pobres está implícita en la fe cristológica… La Iglesia está llamada a ser pobre con los pobres, que, muy a menudo, son la mayoría de los fieles y acogerlos, aprendiendo juntamente a reconocer los carismas que ellos reciben del Espíritu, y a considerarle sujetos de la evangelización” [19]. Me pregunto: ¿Qué significado se le da en el documento a la palabra “pobre”? ¿Tiene una connotación sociológica, económica, religiosa, etc? ¿Qué significado le da el relato evangélico al concepto de “pobre” y cómo atribuírselo a la Iglesia? Si es “sociológico”, se debe tener en cuenta la carga demagógica que acompaña hoy en día dicho término. ¿Cómo compaginar esta afirmación con la afirmación del número catorce: “La Iglesia existe para testimoniar al mundo el evento decisivo de la historia: la resurrección de Jesús”? Considero al Evangelio una llamada a todos los hombres a la conversión y a la santidad. ¿Será que este número fue redactado por un autor diferente al que redactó el número catorce?

Finalmente esta parte del documento termina recordando lo que ya había señalado con anterioridad: La Iglesia “recibe de Cristo el don y la responsabilidad de ser la eficaz alegría de los lazos, de las relaciones y de la fraternidad de la familia humana (AG 2-4), testimoniando en el mundo el sentido y la meta de su camino (GS 3 y 42)… Su vocación y su servicio profético (LG 12) consisten en el dar testimonio del proyecto de Dios, de unir en sí a toda la humanidad en la libertad y en la comunión” [20].

 

II.-    RELACION ENTRE LOS SACRAMENTOS Y LA REALIDAD DE LA IGLESIA, PUEBLO DE DIOS

A los números veintiuno a veintisiete del documento se les podría considerar como una continuación y profundización de lo que se ha venido indicando en los números anteriores. Se pasa de una generalidad [13-20] a una particularidad [21-27]. En esta particularidad observo las siguientes notas que influyen directamente en la fundamentación de la doctrina sustentada por el documento sinodal. Estas notas son:

a.- Presenta la noción del “Sensus Fidei” = “Sentido Cristiano de la Fe”. En efecto, “mediante el Bautismo el Pueblo de Dios participa de la función profética de Cristo, brindando un vivo testimonio de Él, ante todo mediante una vida de fe y de santidad (LG 12). Gracias a la acción del Espíritu recibido en el Bautismo (1 Jn 2,20.27), todos los creyentes poseen un instinto para la verdad del Evangelio, llamado “Sensus Fidei”. “Este sentido consiste en una cierta connaturalidad con la realdad divina, fundada sobre el hecho de que en el Espíritu Santo los bautizados son hechos participes de la naturaleza divina (DV 2)” [22]. Como se puede observar, este es un párrafo interesante ya que él se presenta como uno de los fundamentos de la sinodalidad. Este “sentido” se entiende a la manera de un don, de una gracia divina que el Espíritu brinda al Pueblo de Dios, por medio del cual queda habilitado para orientar su vida cristiana en conformidad con la Verdad revelada en el Evangelio.

En este “Sensus Fidei” observo una doble consecuencia 1. “Por él la Iglesia tiene la certeza de que el Pueblo Santo de Dios no puede equivocarse en el creer, cuando la totalidad de los bautizados expresa su consenso universal en materia de fe y de moral (LG 12)” [22] y 2. El “Sentido de la Fe” “está siempre unido al discernimiento de los Pastores en los diversos niveles de la vida eclesial” [22]. Considero que fue sobre esta noción en la cual se fundamentó el Sínodo de Obispos para convocar a la cantidad de seglares con voz y voto que asistió a las deliberaciones del mismo.

b.- Tanto el sacramento del Bautismo como el de la Confirmación se comprenden plenamente en el ámbito de los sacramentos de la Iniciación Cristiana [Cf. 24 y 25]. Cada uno de los tres sacramentos aporta a la unidad de la “Iniciación cristiana” su “para qué de la recepción”, capacitando a quien los reciben para un logra determinado: la santidad y la evangelización personal y comunitaria. De la Confirmación se afirma lo siguiente: “En el ámbito interno de la Iniciación Cristiana el sacramento de la Confirmación enriquece la vida de los creyentes con una particular efusión del Espíritu Santo en orden de ser testigos” [25]. El documento sinodal continúa: “… es un don de gran valor para renovar el prodigio de una Iglesia movida por el fuego de la misión, que tenga el coraje de salir por los caminos del mundo y la capacidad de darse a comprender por todos los pueblos y todas las culturas” [25]. De esta manera, por medio del sacramento de la Confirmación, se le confiere al confirmando el Espíritu de Cristo que lo impulsa a dar testimonio de su fe y de la santidad de su vida. Como se puede ver, el sacramento no debe ser entendido como un   complemento debido al Bautismo. Él tiene su dinámica propia: conceder de manera especial el Espíritu al ya bautizado con la finalidad de llevar a cabo la Evangelización fructuosa de los pueblos. En el bautismo se concede el mismo Espíritu, pero en orden a la identificación con Cristo muerto y resucitado, y a ser hijo de Dios-Padre -santidad de vida -. Todo esto lo obra el Espíritu Santo (Mt 3,13-17; Mc 1,9-11; Lc 3,21-22; Hch 2,1-13).  Este es otro de los pilares que sustenta, en el documento, el concepto y el quehacer de la Iglesia bajo el nombre de “Sinodalidad”.

c.-  El número veintiséis se centra en la Eucaristía. Después de recurrir al documento conciliar “Unitatis Redintegratio 2”, en donde se subraya que es en la Eucaristía en donde se puede observar y apreciar plenamente la unidad y, al mismo tiempo, la diversidad de toda la Iglesia debido a su variedad en la participación y en el echo de compartir el mismo pan, el Sínodo señala lo siguiente: “Por esto la Iglesia, Cuerpo de Cristo, aprende, por medio de la Eucaristía, la unidad en el misterio sacramental y la variedad en las tradiciones litúrgicas; la unidad en la celebración y la diversidad en las vocaciones, de los carismas y de los ministerios. Nada como la Eucaristía muestra que la armonía creada por el Espíritu no es uniformidad y que todo don celestial está destinado a la edificación común. Toda celebración de la Eucaristía es también expresión del deseo y del llamado a la unidad de todos los bautizados que aún no se da ahora en plenitud y visibilidad” [26}.

El Sínodo, en el numeral siguiente [27] presenta unas ideas sobre sinodalidad, liturgia y la petición de un grupo de estudio para que la liturgia sea más expresiva y llegue mejor al pueblo. Creo que el numeral está demás en un documento que, en su primera parte, se presenta como doctrinal. Eso estaría bueno, si es el caso, a manera de conclusión.-

Continuará

 

Valencia. Diciembre 1; 2024

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