Beatriz Briceño Picón:
Era el 8 de diciembre de 1954, centenario del dogma de la Inmaculada Concepción. Don Mario fue a Misa en el Monasterio de la Jerónimas en la Calle Velázquez de Madrid. Hacía poco tiempo que habíamos llegado, por segunda vez a la capital española, durante el exilio. Nuestro viaje a Italia para consultar con médicos en Bolonia, nos trajo de vuelta a Madrid, a pesar de que el clima no era el mejor para mi padre. Sin embargo, el ambiente de esa ciudad, cargada de historia y de añoranzas, resultaba el mejor para amainar la lejanía de la patria y facilitar el trabajo intelectual del desterrado.
La mañana era fresca y don Mario apenas tenía que cruzar la calle para estar en el templo. En fecha de tanta importancia mariana, quizá recordaría él su hogar caraqueño, de Cristo a Isleños, del que no pudo despedirse después de las elecciones para la Constituyente en diciembre de 1952, por la persecución de un régimen que desconoció el triunfo del pueblo venezolano e implantó una dictadura que le obligó a asilarse en la Embajada del Brasil y de allí salir a Costa Rica, sin rumbo definido, para después de unos meses tomar vuelo con destino a España. Apenas dos años más tarde “la fuerza funesta, no encontró camino más hacedero que el camino del crimen. Para callarme se consideró necesario quitarme la vida o anularme la facultad de pensar. No sé quién haya sido el instrumento humano utilizado para aniquilarme (texto escrito por MBI a pocos días de los hechos) Un hombre fuerte y armado de una manera de bate atlético, se abalanzó sobre mí, cuando, con los lentos pasos que me permite mi vieja lesión cardiovascular, caminaba hacia la misa mañanera del Monasterio de las Jerónimas”.
Don Mario desde el año anterior iba con cierta frecuencia a ese templo donde estaba enterrada Beatriz Galindo, la llamada Latina, de quien escribió una columna que tituló Doña Beatriz Galindo, Madrina de América, por haber sido la preceptora de doña Isabel de Castilla, y la que puso en sus manos la llave mágica del nuevo mundo humanista. Con el latín la había llevado a los secretos de la sabiduría antigua que facilitó el ánimo de la reina para enlazar con los sueños de Colón.
“El bárbaro agresor comenzó por lanzarme sobre el lóbulo frontal el primer golpe. Después ya no me fue fácil defenderme. Si no hubiera llevado un sombrero de fieltro doble y alta copa, los otros cuatro golpes dirigidos sobre mi cabeza me habrían dejado sin vida. Uno de los agresores fue detenido en su empeño de matarme, y yo vine a darme cuenta de mí mismo cuando, recostado a la puerta del templo, dos piadosas mujeres secaban la sangre que teñía mi rostro”. En ese momento, estábamos, en Madrid, solo mamá y yo, que precisamente salía para la Misa cuando esto ocurría. Fueron momentos de mucha turbación y angustia para las dos, y luego de mucho agradecimiento a la Madre de Dios porque en fecha tan señalada había protegido la vida de un venezolano que vivió por amor a la patria y la sirvió hasta derramar su sangre, perdonando de inmediato, por amor a Dios, a sus agresores.
“Sobre la frente ostentaré para el futuro una cicatriz honrosa, más brillante que las cruces y las bandas con que suelen adornarse los verdugos de los pueblos. Ella, también, me hará recordar con más viveza la necesidad de luchar porque en mi pueblo y en América se mida la calidad de los gobiernos por el respeto y las garantías que ofrezcan al derecho de los hombres y no por las vanas y vistosas obras de cemento y de ladrillo con que fingen celo de progreso y al amparo de cuyos cálculos alegres pasan a la cuenta personal de los favorecidos los dineros del pueblo. No se mide el progreso de las naciones por la amplitud y comodidad de los cuarteles, sino por el vacío y abandono de sus cárceles. No se deduce la holgura de los pueblos por la fiesta y el derroche de los cortesanos, sino por la paz y abundancia que gocen los hombres humildes (…) La sangre que empurpuró mi rostro a la puerta de un templo de Madrid, es testimonio a larga distancia de la dolorosa barbarie que regimenta a Venezuela. Esa sangre, en cambio, me hace sentir hoy aún más la fuerza insobornable del espíritu”.
Habría mucho que escribir en relación a ese doloroso suceso nunca investigado. Considero que no es malgastar el tiempo sino hacer justicia a un hispanista que soñó siempre en dar continuidad a los Tapices de historia patria, que por los años 1934 dieron un giro a la enseñanza de nuestro pasado colonial y al modo de saltar el hiato que separaba nuestra historia de la colonia a la independencia.
Las primeras noticias alrededor del atentado, mostraron que el gobierno español había sido confundido por su representante en Venezuela quien había divulgado que Don Mario era un exilado peligroso, de las filas comunistas. Pero luego, al constatar la falsedad, recordó a su representante diplomático que los asilados venezolanos eran sagrados en España. De ese modo se evitó que a don Mario se le secuestrara y arrojara desde un avión al mar Cantábrico, como era aparentemente el plan original, según apareció en los archivos de la Seguridad Nacional, en Caracas.
Miguel Ángel Burelli Rivas, su único yerno y gran amigo, ha escrito muchos textos sobre el exilio de papá. El amor por su hija María le hizo pasar de ser su mentorado, a ser su hijo político y compañero de los últimos años de su vida. Los Riberas, retablo novelado de historia de la Venezuela de los años 1920 al 40, lo escribió mi padre teniendo a Miguel Ángel como testigo diario, en el apartamento de la calle Castelló 86. También ese trujillano de la Puerta, tuvo que exilarse, con su esposa María y su hijita Guadalupe, cuando ejercía la dirección de Cultura de la Universidad de los Andes a la mitad de los años 50.
Del final del prólogo a las obras completas de don Mario, editadas por el Congreso de la República, tomo unas muy sentidas palabras de Miguel Ángel Burelli, con las que quiero cerrar esta memoria de los 70 años de un atentado criminal en Madrid, el 8 de diciembre de 1954. El perdón de mi padre a los esbirros de la dictadura y la justicia divina, dieron el cierre a un acontecimiento que pasó sin más ruido a los anales de la historia.
“Dudo que nadie próximo a su quehacer, al cálido laboratorio de su pensamiento, a la ternura de sus sentimientos, a la rectitud de su vida, pueda quedar imparcial. Su consistente celo por las cosas entrañables de Venezuela, su militante catolicismo, su amistad prodigada con cortés delicadeza rompían la imparcialidad de cualquiera”.-
Beatriz Briceño Picón
Humanista y Periodista
UCV – CNP
beatriz.beamer@gmail.com