Cien años de la Arquidiócesis de Mérida
El pasado 11 de junio se cumplieron cien años de la elevación de la diócesis de Mérida a la condición de arquidiócesis, cabeza de provincia eclesiástica, la segunda en el país, lo que fue culminación de un proceso de ampliación de la estructura eclesiástica nacional
Jesús Rondón Nucete:
Introducción
// Fotografía: Catedral de una sola torre
El pasado 11 de junio se cumplieron cien años de la elevación de la diócesis de Mérida a la condición de arquidiócesis, cabeza de provincia eclesiástica, la segunda en el país, lo que fue culminación de un proceso de ampliación de la estructura eclesiástica nacional. Aquella decisión de la Santa Sede, recién elegido S.S. Pío XI (1922-1939), fue resultado de factores propicios internos y externos. De una parte, del mejoramiento de las relaciones entre la Iglesia Católica y el Estado venezolano, entonces bajo del mando del gral. Juan Vicente Gómez (1908–1935), que fueron difíciles (hasta llegar a veces al rompimiento) desde la reconstitución de la República (1830); y de la otra, de la inmensa obra cumplida por el obispo Antonio Ramón Silva (1895–1927), “uno de los grandes artífices de la organización de la Iglesia en los Andes venezolanos” – en verdad “la reserva espiritual” de la Nación – como lo calificó en su primera visita a Venezuela (1985) S.S. Juan Pablo II (1978-2005).
Influyó esencialmente en el inicio del proceso mencionado la comprensión por parte de la Santa Sede, ante las nuevas circunstancias internacionales, de la necesidad de atender mejor los asuntos de América Latina, región de mayorías católicas. Se había impuesto desde finales del siglo anterior, cuando regía la Iglesia S.S. León XIII (1878-1903). Para 1909 la situación en Venezuela era penosa. Tenía poca influencia en la vida social y su organización era muy débil: sólo existían una arquidiócesis (Caracas.1531, tr.1637, el.1803) y cinco diócesis: dos establecidas a finales de colonia, las de Mérida (1778) y Santo Tomás de Guayana (1790); y tres creadas durante la segunda mitad del siglo XIX, las de Barquisimeto (1862), Calabozo (1863) y Zulia (1897). Dos de estas últimas permanecían vacantes: Barquisimeto desde 1900 y Maracaibo desde 1904. Por lo demás, había terminado el ambiente de entendimiento – y aún de cordialidad – con el poder civil que prevaleció desde la salida de A. Guzmán Blanco hasta la primera mitad del gobierno de Cipriano Castro. En fin, no existía representación oficial del Soberano Pontífice en el país.
Es necesario señalar que las relaciones entre la Iglesia y el Estado estaban por entonces reguladas por la Ley sobre Patronato Eclesiástico. En efecto, el Congreso de Colombia, por esa ley del 28 de julio de 1824, declaró que “toca a la República el derecho de patronato, tal como los ejercieron los Reyes de España”. Conocido comúnmente como el patronato regio y universal, les había sido concedido por el papa Julio II (1503-1513) mediante la bula “Universalis Ecclesiae” del 28 de julio de 1508. De esa forma, la República naciente – por su exclusiva voluntad – se sustituía a la Corona, heredera de sus derechos y obligaciones y atribuía a su gobierno, entre otros, los privilegios de proponer la creación o modificación de las jurisdicciones eclesiásticas (diócesis, vicariatos, prefecturas) y presentar candidatos a las dignidades religiosas y, especialmente, a las sedes episcopales.
El 14 de octubre de 1830 el Congreso constituyente de Venezuela dictaminó la vigencia provisoria de la Ley mencionada en el Estado que se separaba de Colombia la Grande. Y el 21 de marzo de 1833 el Congreso declaró su vigencia definitiva. La Iglesia discutió siempre la validez de esa decisión, que estuvo en el origen de no pocos conflictos, pero, buscó fórmulas que permitieran, sin renunciar a sus posiciones, llegar a acuerdos que hicieran posible su funcionamiento para cumplir su misión. No siempre encontró comprensión en los sectores oficiales. Esa situación se mantuvo hasta la firma del convenio denominado Modus Vivendi el 6 de marzo de 1964 por los plenipotenciarios designados por el presidente Rómulo Betancourt (1959-1964), a pocos días de entregar el poder, y S.S. Paulo VI (1963-1978), quien comenzaba su pontificado. Se tiene como factor fundamental en la consecución del acuerdo mencionado la gestión de Su Eminencia el cardenal José Humberto Quintero1, arzobispo de Caracas (1960-1980) y primer purpurado venezolano (1961).
Nota:
n1. Nacido en Mucuchíes (1902) y educado en Mérida y Roma, fue ordenado sacerdote en 1926. Fue arzobispo coadjutor de Mérida (1953-1960). Intelectual de obra reconocida, fue miembro de la Academia Nacional de la Historia y de la Academia Venezolana de la Lengua. Murió en 1984.
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I EL DIFÍCIL SIGLO XIX
// Fotografías: Antonio Guzmán Blanco y Obispo Juan Hilario Bosett
Como no fueron amistosas las relaciones entre el poder público y la Iglesia, poco se hizo durante el siglo XIX para establecer la organización eclesiástica que requería el país. En verdad, desde 1830 los conflictos fueron frecuentes y provocaron largas vacancias en las sedes existentes o ausencias de los prelados obligados a abandonarlas. En 1830 fueron expatriados, por negarse a jurar la Constitución, el arzobispo Ramón Ignacio Méndez de Caracas (1828-1839) y los vicarios apostólicos de Mérida, Buenaventura Arias (1828-1831), quien murió en el exilio en San Juan de Cesar, y de Guayana, Mariano de Talavera y Garcés (1829-1842), los tres Próceres de la independencia. El sr. Méndez fue expulsado de nuevo en 1836 (por “desacato” a la Ley de Patronato) y falleció cuando se dirigía a Bogotá (1839). El obispo Juan Hilario Bosset de Mérida (1842-1873) fue desterrado en 1848 (por manifestar su desacuerdo con el “asalto” al Congreso Nacional) y nuevamente en 1873 por su carta pastoral sobre la ley del matrimonio civil promulgada por Antonio Guzmán Blanco. Murió camino de la frontera (en lugar próximo a La Grita). El arzobispo Silvestre Guevara y Lira de Caracas (1853-1876) fue extrañado en 1870 por negarse a cumplir órdenes del gobierno y sólo pudo regresar en 1877 (cuando ya había renunciado a su sede). Algunas vacancias o ausencias se prolongaron por años: en Mérida entre 1831 y 1836 y de 1873 a 1881 y en Caracas entre 1836 y 1841 y de 1870 a 1876. El primer obispo de Calabozo no se designó hasta 1881, casi dos décadas después de la creación de la diócesis.
No se habían superado los daños terribles sufridos por la Iglesia durante la guerra de independencia (desaparición de parroquias, muerte o emigración de sacerdotes, destrucción de las misiones de Guayana). Su influencia había disminuido en algunas regiones. Y no contaba con medios para atender a una población que había aumentado1 (a pesar de las guerras y las enfermedades). Además, desde mediados del siglo XIX se había impuesto un liberalismo anticlerical. En 1848 el presidente José Tadeo Monagas (1847-1851) ordenó la expulsión de los jesuitas (aunque no quedaba ninguno!) y el cierre de los conventos de hombres. Durante su hegemonía (1870-1887), el gral. A. Guzmán Blanco tomó medidas para reducir su influencia y secularizar el país: clausura de seminarios, eliminación de rentas e ingresos, supresión de conventos y comunidades, confiscación y remate de bienes, eliminación del fuero y privilegios eclesiásticos. Creó el registro y el matrimonio civiles y secularizó los cementerios. Incluso, en 1876 propuso al Congreso Nacional la separación de Roma y la creación de una iglesia nacional2.
La ausencia del Prelado en la capital de Venezuela durante los años de la transformación (1816 a 1828) causó mucho daño. Por entonces los grupos dominantes que le eran allegados desaparecieron. Surgieron nuevas figuras, jefes de fracciones, elevados al poder por sus triunfos de armas. Las oligarquías gobernantes desde la reconstitución de la República (“conservadora” hasta 1847 y “liberal” en las décadas siguientes) no estaban vinculadas a la Iglesia. No existía partidos que defendieran sus intereses (ni aún los dirigentes que se declaraban católicos). Desde mediados de siglo se manifestaron anticlericales (a veces con acciones radicales y violentas). La Iglesia, por su parte, perdida la fuerza y la influencia determinante de los tiempos coloniales y carente de prestigio, se recluyó sobre sí misma. Limitó su acción a la tarea espiritual, casi exclusivamente dentro de los templos. Era pobre, sin recursos y pocos sacerdotes, en su mayoría de escasa formación. No sucedió los mismo en los Andes, donde la acción de los obispos y el esfuerzo de los párrocos, apoyados por sus comunidades, consolidaron la obra de los fundadores3.
Por otra parte, durante la segunda mitad del siglo XIX se impuso el positivismo en los medios intelectuales (incluso, del interior del país). Era la tendencia dominante en Europa, en la formulación de Augusto Comte (1798-1857)4, y fue difundido en Venezuela por los Adolfo Ernst (1832-1899) y Rafael Villavicencio (1837-1920), a través de sus obras y cátedras universitarias en Caracas. Eran positivistas Lisandro Alvarado, Alfredo Jahn y Luis Razetti, como los pensadores del régimen gomecista, José Gil Fortoul, Laureano Vallenilla Lanz y Pedro Manuel Arcaya. Y en Mérida lo fueron Samuel Darío Maldonado y Julio César Salas. Por lo general, los positivistas eran liberales y muchos creían que sus postulados estaban reñidos con la fe católica y que habían sido condenados por la Iglesia (lo que no era exacto5).
A lo anterior debe añadirse que Venezuela fue de los últimos países en establecer relaciones con la Santa Sede (a pesar de que fue el Obispo de Mérida, Rafael Lasso de la Vega, quien, en 1821 inició, a instancias del Libertador Simón Bolívar, las gestiones para acercar las repúblicas americanas a la Santa Sede6). En 1838 el gobierno venezolano recibió a través de su Encargado de Negocios Daniel F. O´Leary la invitación a solicitar el reconocimiento de la Santa Sede, como se había hecho con México (1836) y Ecuador (1838) y se haría con Chile (1840). Colombia había sido formalmente reconocida en 1835. Las negociaciones se vieron entorpecidas por la expulsión del arzobispo de Caracas Ramón Ignacio Méndez. Roma exigía su retorno. Nada se avanzó en 1852 con el nombramiento de Francisco Michelena y Rojas, como Legado ante el Santo Padre. Durante la dictadura del gral. J. A. Páez, el arzobispo Silvestre Guevara y Lira, en visita “ad limina” en Roma, nombrado ministro plenipotenciario, firmó un Concordato con la Santa Sede el 26 de julio de 1862. Pero, el gobierno surgido de la Guerra Federal lo dejó sin efecto (aunque por mucho tiempo El Vaticano lo consideró válido).
A finales del siglo XIX la Iglesia en América Latina se enfrentaba, a problemas que debía atender con urgencia: de un lado la actitud de los gobiernos que pretendían dominarla para ponerla a su servicio y, de otro, la penetración creciente de “las sectas” (como se llamaba a otros grupos religiosos o que no le eran favorables). Miraba, además, con recelo la insurgencia de Estados Unidos como potencia mundial. La victoria en la guerra contra España (1898) colocó a Cuba y Puerto Rico (como también a Filipinas), naciones católicas, bajo su dependencia. Pero, envidiaba la “energía heroica del clero y los fieles” que hacían “florecer” en el Norte el catolicismo, lo que contrastaba con “la indiferencia y la postración moral y religiosa” en nuestros países (según escribía en 1888 Mariano Soler, Vicario General de Montevideo, al Secretario de Estado). La Santa Sede, que constataba el abandono de la Iglesia por amplios sectores sociales en Europa, comprendió la necesidad de prestar atención especial a las nuevas repúblicas hispanas para mantener allí el predominio del catolicismo.
El asunto interesó especialmente a S.S. León XIII. Nacido Gioacchino Pecci (1810), romano (de cerca) fue un gran humanista. Por eso, con él la Iglesia se acordó con su tiempo. Privada del poder temporal, pudo dedicar mayor atención a las necesidades de los hombres. Recién electo (1879), propuso (encíclica “Aeterni Patris”) inspirarse en el tomismo para dar solución a los nuevos problemas. En 1888 se refirió (encíclica “Libertas Prestatissimum”) al ejercicio de la libertad; y en el momento en que se imponían el afán de lucro y la explotación de millones de trabajadores (incluidos mujeres y niños) recordó la dignidad consustancial de todas las personas, así como sus derechos fundamentales (encíclica “Rerum novarum” de 1891, origen de la doctrina social de la Iglesia). Frente al capitalismo recomendó seguir las enseñanzas del Evangelio y condenó al socialismo, ateo y de propuestas ilusorias. Por otro lado, dio al Papado, ya sin soberanía estatal, proyección internacional. Hábil diplomático, amplió su influencia más allá de las naciones católicas y medió entre potencias que le eran ajenas. Aclaró a los fieles sus responsabilidades como integrantes de la comunidad política (encíclicas “Inmortale Dei” de 1885 y “Graves de communi re” de 1901). De espíritu ecuménico (con gestos hacia anglicanos y ortodoxos), sin embargo, impulsó las misiones, especialmente en África y animó a la Iglesia estadounidense7.
A finales de 1898, con el propósito de que “comunicándonos mutuamente nuestros pareceres” y “con los esfuerzos concertados (de todos) … la Iglesia prospere” en la región, León XIII convocó el Concilio Plenario Latino Americano. Su exitosa celebración en Roma entre mayo y septiembre del año siguiente78, provocó un espíritu renovador y fue el origen de las reuniones nacionales y décadas después de las conferencias del episcopado latinoamericano. Al mismo tiempo, la Santa Sede continuó el proceso de normalización y ampliación de las relaciones con los gobiernos de la región, iniciado en las últimas décadas del siglo. A pesar de la profesión mayoritaria fe de la población, hubo problemas entre varios de aquellos estados y la jerarquía eclesiástica, a causa de declaraciones de libertad religiosa, de la pretensión por algunos de aplicar el patronato o de la confiscación de bienes de instituciones religiosas. Desde 1861, cuando Benito Juárez (1858-1872) expulsó al delegado apostólico Luis Clementi, estaban interrumpidas con México, a pesar de los intentos de acercamiento9. Se habían reanudado con Colombia (1881), pero en la mayoría de los países las legaciones no tenían la jerarquía conveniente10. Tal era el caso de Venezuela, cuyos asuntos se atendían a comienzos del siglo XX por delegados apostólicos residentes en países vecinos.
Notas
n1. Para 1830, según los padrones oficiales, la población ascendía a 830.000 habitantes. Según el censo de 1891 ya eran 2.323.527 y conforme a estimaciones recientes (ULA,IESS) 2.760.677 para 1908.
n2. El 9 de mayo de 1876 el “Regenerador” (como se hacía llamar) propuso al Congreso un proyecto de ley para “independizar” a la Iglesia venezolana de la Santa Sede. Los fieles elegirían a los párrocos, éstos a los obispos y el Congreso al arzobispo de Caracas, “volviendo a la Iglesia primitiva”. En realidad, el objetivo era someterla a su autoridad. El proyecto quedó sin efecto, cuando Guzmán Blanco recibió oficialmente en Caracas al delegado apostólico fray Rocco Cocchia.
n3. Mientras el arzobispo Narciso Coll y Prat (1810-1822) fue llamado a la Metrópoli en 1816, para responder a las acusaciones de Pablo Morillo, el obispo Lasso de la Vega (1815-1828) se mantuvo en su diócesis y reconstruyó el seminario, que permaneció en actividad hasta 1873. Más tarde (1884), el padre Jesús Manuel Jáuregui (1848-1905) fundó en La Grita el Colegio “del Sagrado Corazón de Jesús”, al que el obispo Román Lovera (1881-1892) “concedió los privilegios de Seminario” y el gobierno “los estudios filosóficos”. Allí se formaron 54 sacerdotes y 76 bachilleres, de los cuales 32 obtuvieron títulos en las Universidades de Mérida y Caracas. Igual concesión hizo en su Sede al Colegio “del Espíritu Santo” de los pbros. Miguel Lorenzo Gi Chipía y Clemente Mejía.
n.4. Entendían que el conocimiento válido deriva de la experiencia comprobada a través de los sentidos. Es el resultado positivo (real, perceptible) de la comprensión científica, de la observación de los fenómenos mediante métodos científicos. Postulaba también la necesaria aplicación de esos métodos al estudio de los fenómenos sociales (y muy particularmente a la historia y a la realidad social). Dio origen a una ciencia de la sociedad (o sociología), que aspira ser tan exacta como cualquier otra.
n.5. La Iglesia no condenó el liberalismo como sistema político, sino como concepción materialista de la vida, negadora de Dios. Tampoco al positivismo como método científico, sino el intento de negar la validez de la fe en el plano espiritual. El padre Jáuregui y don Tulio Febres Cordero (siempre fieles al catolicismo) siguieron en sus investigaciones métodos fundados en la observación.
n.6. Aquellas gestiones culminaron con la designación de un obispo auxiliar para Mérida (1826) y luego (1827), para “proveer de remedio a esas Iglesias”, de los arzobispos de Santa Fe y Caracas, los obispos de Cuenca, Santa Marta, Quito y Antioquia (todos de Colombia la Grande) y un obispo auxiliar para Charcas (Bolivia). Se trataba de las primeras preconizaciones en la antigua América Española, sin la previa presentación real. S.S. León XII (1823-1829) hizo constar que procedía “motu proprio” en obsequio al prestigio del Libertador y a la estima por el Sr. Lasso.
n.7. Durante el pontificado de León XIII se crearon 18 diócesis en Estados Unidos, 15 de ellas en territorios incorporados tras la expansión hacia el oeste. Debe tomarse en cuenta que el país recibía entonces millones de inmigrantes.
n8. El Concilio fue convocado por León XIII (Letras Apostólicas “Cum Diuturnum” de 25 de diciembre de 1898), en atención a la propuesta formulada en 1888 por el arzobispo de Santiago de Chile, “para dictar las disposiciones más aptas para que en esas naciones … se mantenga la unidad de la disciplina eclesiástica, resplandezca la moral cristiana y florezca la Iglesia”. Se reunió en Roma del 28 de mayo al 9 de julio de 1899, con asistencia de 10 arzobispos y 43 obispos (13 eran de México, 11 de Brasil, 7 de Argentina y 6 de Colombia); y el Pontífice aprobó los decretos conciliares a través de las Letras Apostólicas “Jesu Christi Ecclesiam” (1 de enero de 1900).
n9. Desde la revolución de las reformas y nuevamente tras la revolución de 1911 la Iglesia sufrió duras persecuciones. Hubo algunos intentos de acercamiento y durante el gobierno de Porfirio Díaz, una “etapa de conciliación” (de entendimientos informales). En 1904 la Santa Sede estableció en México una Delegación Apostólica (que no funcionó de 1927 a 1951), sólo para atender asuntos eclesiásticos. Tras décadas de “ignorancia religiosa”, en 1974 el presidente Luis Echeverría visitó al papa Paulo VI; y en 1979 Juan Pablo II viajó a México en “visita privada”. En 1992 la Santa Sede y México reanudaron las relaciones diplomáticas.
n10. Permanentes y en general cordiales han sido las relaciones de la Santa Sede con Brasil (desde 1826) y Perú (desde 1859). También con Chile (desde 1840), a pesar de los problemas derivados de la guerra del Pacífico, y con Argentina (desde 1857), afectadas por enfrentamientos (1884-1899) con gobiernos de liberales oligarcas (y más tarde de peronistas). Ahora bien, la Curia Romana – recluida junto al Pontífice en los palacios vaticanos tras la unificación italiana (1870) – no siempre prestó atención a la región. Sus legaciones (algunas a cargo, por años, de la representación ante varios países), no adquirieron el rango de nunciaturas sino en el siglo XX: Brasil en 1901, Argentina y Chile en 1916, Perú y Colombia en 1917 y Ecuador y Guatemala en 1936.
II LA NUEVA ESTRUCTURA ECLESIASTICA
// Fotografías. JV Gómez y nuncio Filippo Cortesi
Dentro del proceso general mencionado, se inició la renovación de las relaciones (hasta entonces más o menos esporádicas) entre la Santa Sede y Venezuela. Con tal propósito, en ocasión de la separación del poder del gral. Cipriano Castro y el ascenso del gral. Juan Vicente Gómez (diciembre de 1908), se dispuso el nombramiento de un delegado apostólico residente en Venezuela. Desde 1851 se había confiado esa misión a quien la ejercía en la Nueva Granada (con jurisdicción en otros países americanos)1; pero esa situación duró hasta 1861 al ser expulsado el legado papal en Bogotá. Luego se la asignó al delegado apostólico en Quito o Lima para países americanos del Pacifico2, quien, sin embargo, a causa de la distancia, no podía atender asuntos urgentes (cuyo tratamiento se encomendaba a enviados especiales). Por eso, entre 1871 y 1877 y a partir de 1882, la misión se atribuyó a un delegado apostólico con sede más cercana, en el Caribe: primero al de Republica Dominicana3 y desde 1892 al de Haití4. No hubo representante alguno entre 1902 y 1909 al ser trasladado el último como nuncio a Brasil. Como se verá, la decisión de la Santa Sede que puso fin a esa ausencia mostró ser acertada y produjo en poco tiempo efectos de gran trascendencia.
Guiaba la Iglesia Universal desde 1903 S.S. Pio X (nacido Giuseppe Sarto en 1835). Pregonó la independencia de la Iglesia y condenó el laicismo y el modernismo teológico. Fomentó la Acción Católica para la participación de los laicos en la vida social. Inició la codificación del derecho canónico y mantuvo el impulso ya dado a la actividad de la Iglesia en América Latina. El 21 de octubre de 1909 Giuseppe Aversa (1862-1917), arzobispo titular de Sardes, hasta entonces destinado en Cuba y Puerto Rico, fue designado delegado apostólico en Venezuela (en realidad, el primero propiamente hablando). Días más tarde llegó a Caracas en medio de muchas expectativas y llamó la atención por su dinamismo. Duró poco (pues el 27 de febrero de 1911 fue transferido como nuncio apostólico a Brasil). No obstante, logró restablecer las relaciones con el Gobierno y proveer las diócesis vacantes (del Zulia y Barquisimeto, a cuyos prelados consagró)5. Fue como un signo de nuevos tiempos para la Iglesia venezolana. En efecto, en los catorce años siguientes la situación de minusvalía cambió totalmente. Dotada de nuevos instrumentos de acción, la Iglesia recuperó su posición como fuerza espiritual en la nación y recobró parte de su antigua influencia en la sociedad. Dentro de ese proceso se cuenta la elevación a Arquidiócesis de la Sede de Mérida.
No tardó mucho tiempo en llegar su sustituto: Carlo Pietropaoli (1857-1922), arzobispo titular de Calcide en Grecia, designado el 23 de mayo de 1913. Hombre duro (no siempre bien entendido) y tenaz, actuó con firmeza y dedicación – con absoluta lealtad a la Santa Sede – en el cumplimiento de su misión. Fue recibido con esperanzas y recelos: la Iglesia atravesaba días oscuros y en el país el anuncio de una “grave alteración del orden público” daba lugar a cambios “jurídicos” para asegurar el mantenimiento en el poder del gral. Gómez. Se suspendieron las elecciones y se elaboraron dos textos constitucionales6. Surgía otro hombre fuerte (pero muy distinto a los anteriores) que imponía un nuevo orden. El prelado recién llegado lo describió así: «hombre sagaz, reflexivo, prudente, … tardo en resolver y pronto en ejecutar». El gobierno se transformaba en dictadura que pronto se vería dotada de recursos importantes; pero, también cesaron los conflictos con la Iglesia y se entró en una etapa de entendimientos.
En sus comienzos el delegado Petropaoli debió resolver problemas de orden interno surgidos en aquellos días. Puso fin – empleando toda su autoridad – a la disputa que sostenían miembros del clero (el Deán José Clemente Mejía a la cabeza) y algunos académicos con el Obispo de Mérida (1913). Casi de inmediato impuso al obispo de Guayana (cuya salud deteriorada “le impide discernir con acierto”), tras complicado proceso (1914-1915), el nombramiento de un Provisor (Sixto Sosa, designado obispo titular de Claudiopolis y administrador apostólico)7. Y de seguidas, atendió directamente con el gral. Juan Vicente Gómez la nominación del sucesor del arzobispo de Caracas, Juan Bautista Castro, fallecido en forma repentina en agosto de 1915. Mientras el clero capitalino dividía sus simpatías entre varios nombres, discretamente el dictador, quien no aceptaba el propuesto por la Santa Sede (el Obispo de Mérida, “muy estimado por trabajador, fortaleza de ánimo y celo pastoral”), buscaba otro candidato, que fuera “grato al Santo Padre”. Consideraba que el nombramiento de aquel, cuya obra apreciaba, sería causa de muchos problemas por su independencia de criterio. Al final, se inclinó por el Vicario de San Cristóbal, Felipe Rincón González, “súbdito del Obispo de Mérida que es un sacerdote modesto, celoso, prudente y aceptado por la mayoría del Clero»8.
La diligencia de Carlo Pietropaoli fue reconocida por la Santa Sede. El 16 de junio de 1916 fue ascendido a Internuncio. Por entonces se ocupaba de un asunto de la mayor importancia: el retorno de los jesuitas a Venezuela, 148 años después de la expulsión ordenada por la Pragmática Sanción (1767) de Carlos III. Se consideraba conveniente confiarles la formación del clero en el Seminario de Caracas. Como algunos sectores manifestaban resistencia – se le atribuían todos los males y se les calificaba con todos los epítetos! – Pietropaoli trató el tema con el Benemérito; y como no se tomaba una decisión el arzobispo designado, aún no consagrado, hizo lo mismo. En prueba de la gran estimación que le tenía, el gral. Gómez autorizó la entrada de los padres: “Si, como me lo asegura, son tan buenos, que vengan‟. E informó al enviado papal: “Que vengan, pero que no hagan ruido”. Se les confió también la Iglesia de San Francisco (1919) y el Colegio “San Ignacio” (1923)9. Poco después (20 de agosto de 1917) el Internuncio presentó su dimisión y viajó a Roma. Sin duda, su presencia en Venezuela, que suscitó muchas polémicas y cuyo balance discuten los historiadores, marcó a la Iglesia local.
El 1o de abril de 1918 Francesco Marchetti-Selvaggiani (1871-1951) fue designado internuncio apostólico en Venezuela. Consagrado arzobispo titular de Seleucia de Isauria, se trasladó de inmediato al país. Contrastaba su cordialidad con las duras maneras de su antecesor: compañero de clase de Eugenio Pacelli (futuro Pío XII) era un clérigo de la Curia romana, en la que ocupó destacadísimas posiciones10. Dio continuidad a las negociaciones para mejorar la organización territorial eclesiástica. A pesar del lento crecimiento, el censo de 1920 (muy discutido) registró 2.411.952 habitantes (estimaciones posteriores calculan la cifra en 2. 2.992.468); y algunas regiones y ciudades habían adquirido mayor importancia11. Resultaba urgente, especialmente, crear estructuras eclesiásticas en el Centro y Oriente12. Otro asunto se planteó entonces: la restauración de las Misiones de Guayana propuesta por la Orden de los Capuchinos, que en una visita al lugar (1918) habían observado la presencia de misioneros provenientes de la Guayana Británica. Interesó al gobierno, preocupado por la defensa del territorio y la integración de los grupos indígenas a la nación. Los días 16 y 17 de junio de 1919, acompañado por los Prelados de Caracas y Mérida, se entrevistó en Maracay con el gral. Juan Vicente Gómez. Los “trató con modales afabilísimos y conversamos con mucha familiaridad” y los invitó conocer sus posesiones y obras. Hablaron sobre las relaciones entre el Estado y la Iglesia, que nunca había sido mejores. Habían cesado los enfrentamientos del siglo XIX y los nubarrones de los primeros años del Benemérito. El 15 de abril de 1920, poco antes de la partida del arzobispo Marchetti-Selvaggiani para Austria, se elevó el rango de la representación diplomática de Caracas a nunciatura.
El 30 de mayo de 1921 fue designado como nuevo titular de la nunciatura Filippo Cortesi (1876-1947), consagrado arzobispo titular de Siracusa. Muy pronto acudió a saludarlo el Obispo Silva. Permaneció en esa función hasta 1926, cuando fue transferido a Argentina. Dieron entonces fruto las gestiones en curso. El 21 de febrero de 1922 se firmó el convenio entre la Orden de los Frailes Menores Capuchinos y el Ministerio de Relaciones Interiores para la restauración (intentada varias veces desde 1824) de las Misiones de Guayana (desde la Gran Sabana hasta el Delta del Orinoco), posible gracias a la Resolución de Joaquín Crespo (12 de mayo de 1894) que designó aquella y otras regiones como tierras de misión y de la Ley de Misiones de 1915 (reglamentada en 1921). Para darle cumplimiento el 4 de marzo de 1922 el papa Pio XI por la bula “Quoties Romani Pontífice” creó el Vicariato Apostólico del Caroní (con sede en Upata, trasladada en 1954 a Santa Elena de Uairén)13. El 12 de octubre de 1922 el mismo Pontífice, por la constitución apostólica “Ad munus ab Unigenito” erigió las diócesis de Coro, Cumaná, San Cristóbal y Valencia. Y como culminación del proceso (con previa aprobación de la Ley nacional del 5 de mayo de 1923) el 11 de junio de 1923, por la bula Inter praecipuas, elevó la muy antigua de Mérida al rango de arquidiócesis metropolitana. Era un reconocimiento al papel jugado en la recuperación de la Iglesia, pero también al trabajo de su Pastor, Antonio Ramón Silva.
Notas:
n1. El primer Internuncio para la Nueva Granada, el obispo Cayetano Baluffi fue designado (1836) también “delegado apostólico para la jurisdicción espiritual … en todas las otras colonias españolas en América”. Por eso, se dio el título de delegado apostólico para Venezuela (el primero) a Lorenzo Barilli, ya acreditado en Bogotá, (con jurisdicción en casi toda Suramérica). Le sucedió en 1856 el conde Myeczislaw Halka Ledóchowski (con jurisdicción desde Venezuela hasta Bolivia).
n2. Fueron sucesivamente Francesco Tavani (1861-1868), Serafino Vannutelli (1869-1871) y Mario Moceni (1877-1882). El primero (que no era obispo) tenía una jurisdicción limitada (Venezuela, Ecuador, Perú y Bolivia). Los otros dos extendida a Centroamérica y el último también a Chile, precisamente cuando este país estaba en guerra con Perú, asiento de la representación desde 1871.
n3. Se dio el título en 1871 al arzobispo titular de Ácrida, fray Leopoldo Angelo Santanche, residente en Santo Domingo, donde era vicario apostólico (y también delegado apostólico en la República Dominicana y Haití). Como el gobierno de Venezuela le negó la entrada (cuando la solicitó en 1873), le tocó recibir allá al enviado del país. Le sucedió en 1874 fray Rocco Cocchia (1830-1901), obispo titular de Orope. A mediados de 1876 logró llegar a Venezuela para resolver la crisis (planteada desde los inicios de la autocracia de A. Guzmán Blanco) ya al borde del rompimiento con Roma. Luego de la renuncia del Sr. Guevara y Lira, se designó un nuevo arzobispo, José Antonio Ponce a quien el mismo consagró en Caracas. Fue aquella la primera visita de un representante papal a esa capital (14 de junio de 1876).
n4. Cumplieron la función los obispos Bernardino di Milia (1884-1890), Spiridon-Salvatore Costantino Buhadgiar (1890-1891) y Giulio Tonti (1892-1902), también administrador apostólico de Puerto Príncipe. El primero de los nombrados, en 1884 consagró en Caracas a Críspulo Benítez, sucesor de J. A. Ponte en la sede metropolitana. Y el último gestionó en Venezuela la autorización para reinstalar las misiones (1894), el nombramiento de nuevos obispos (1894) y la creación de la diócesis del Zulia (1897). Asimismo, atendió los problemas surgidos en el Cabildo Eclesiástico de Caracas a raíz de la enfermedad del Sr. Benítez (1902).
n5. Hábil diplomático, murió pronto (en 1917), poco después de ser enviado como nuncio a Baviera, posición entonces de mucha importancia. Le sucedió Eugenio María Pacelli (el futuro Pío XII).
n.6. Tal como preveían las disposiciones transitorias de la reforma constitucional de 1914, entre 1915 y 1922 J.V. Gómez – instalado con sus tropas en Maracay – fue “presidente electo” y “comandante en jefe” del ejército nacional. Pero como no asumió el primer cargo, las funciones administrativas ordinarias correspondientes las ejercía un “presidente provisional” de la república (quien debía darle cuenta puntual de todo).
n7. El delegado amenazó con sanciones eclesiásticas al obispo Antonio María Durán (en funciones desde 1891) si no procedía al nombramiento propuesto. Accedió el Prelado sólo cuando se enteró que había sido acordado por la Santa Sede. Así, Sixto Sosa, consagrado obispo en octubre de 1915, pudo asumir el gobierno de la diócesis. El Sr. Durán falleció en junio del 1917. El Sr. Sosa, que lo sucedió en forma definitiva en 1918, fue posteriormente designado (1922) primer obispo de Cumaná.
n8. Según el Cardenal José Humberto Quintero, el General Gómez no parece haber tenido amistad especial con el vicario Felipe Rincón González durante sus tiempos en el Táchira, pero, “dotado de una admirable perspicacia para conocer a los hombres, tuvo que darse cuenta de las cualidades que (lo) ornaban”.
n9. La influencia de la Compañía de Jesús desde su retorno ha sido grande, especialmente en la educación de la juventud y en el desarrollo de movimientos sociales y políticos. Los padres están en el origen de las universidades católicas (UCAB y UCAT) y del movimiento de “Fe y Alegría” (que con el tiempo se extendió a otros países).
n10. De regreso a Roma fue secretario de las Congregaciones de la Propagación de la Fe y del Santo Oficio. En 1930 fue creado cardenal y en 1932 designado Vicario General de Roma. En 1948 se convirtió en decano del Colegio de Cardenales.
n11. Se iniciaba, además, una época de gran crecimiento. En 1936 la población llegó a 3.464.993 habitantes (un millón más). Esas almas requerían atención.
n12. Los estados orientales (incluido el territorio Delta Amacuro) contaban con 451.566 habitantes (18,7%); pero, estaban todos encomendados a una sola diócesis. En los estados centrales (Aragua, Carabobo, Cojedes) vivían 303.266 personas (12,6%), lejos de su arzobispo, en Caracas, como en Falcón 128.225 lejos del suyo en Barquisimeto. Tres de las principales ciudades – Valencia (22.000 h.), San Cristóbal (21.000) y Cumaná (18.000 h.) – no eran sedes episcopales, tradicionalmente impulsoras de la cultura.
n13. El 13 de febrero de 1932, todavía durante el período gomecista, con el propósito de ampliar la actividad misionera y por decreto “Quo melius” de la Congregación para los Obispos, se creó la Prefectura Apostólica del Alto Orinoco con sede en Puerto Ayacucho, confiada a la acción misionera de la Sociedad Salesiana. El Convenio con el Estado Venezolano se firmó más tarde (20 de abril de 1937).
III. EL ARZOBISPO ANTONIO RAMÓN SILVA
//Fotografía Oficial
Para 1923 el Obispo Antonio Ramón Silva gozaba de un inmenso prestigio no sólo en su Diócesis, sino en todo el país. La gente del gobierno respetaba su obra, tanto la de carácter eclesiástico, como la de aspecto social; y los hombres de la oposición antigomecista valoraban la dignidad de su conducta ante el poder. En la Santa Sede se le apreciaba: había asistido en Roma al Concilio Plenario de América Latina en 1899 y realizado dos Visitas ad Limina en 1897 y 1914. Tenía ya 65 años edad, pero, mostraba una gran vitalidad y una salud de hierro. Era capaz de pasar meses sobre una mula recorriendo malos caminos para visitar en forma periódica los pueblos de su extensa jurisdicción. Lo haría así 9 veces hasta los 71 años.
Había nacido en Caraballeda el 26 de junio de 1850, en el seno de una distinguida familia caraqueña. Huérfano a corta edad, al cuidado de un tío materno maestro de escuela, ingresó al Seminario Tridentino de Caracas a los trece años. Después del decreto del Gral. A. Guzmán Blanco de extinción de los seminarios (de 21 de septiembre de 1872) se unió al arzobispo de Caracas, Silvestre Guevara y Lira quien se encontraba en la isla de Trinidad desde su expulsión en 18701. En la Catedral de Puerto España recibió la ordenación sacerdotal el 21 de septiembre de 1873. Por decisión del arzobispo Joachim-Hyacinthe Gonin (1863-1889), ordinario de aquella jurisdicción, ejerció el ministerio pastoral por cuatro años en misiones católicas de la isla de Grenada: primero como teniente en San Jorge y luego como párroco en La Gouyave. Como uno de los “inmigrados intransigentes” (según los ministros guzmancistas), comprobó entonces que el sacerdocio exige sacrificios (veces, el de la propia vida).
De regreso a Caracas, donde fue Auxiliar en Santa Teresa y Párroco de San Juan, así como catedrático en la Universidad (en la que obtuvo el Doctorado en Teología en 1878), participó en la fundación de “La Religión” (17 de julio de 1890). Fue preconizado Obispo de Mérida por S.S. León XIII el 21 de mayo de 1894. Después de su consagración, el 14 de enero del año siguiente, se trasladó a su Diócesis, “sin padre, sin madre, sin genealogía” para consagrarse por entero a los fieles que se les encomendaban. Llegó a Mérida el 16 de marzo de 1895, a las 9 de la mañana, precisó un periódico local. Fueron a recibirlo en Tabay delegaciones de la Iglesia, el Gobierno y la Universidad. Ya era un hombre fuerte. La vida había templado su espíritu. Hablaba con mucha franqueza y tenía un carácter duro. “Hemos venido a regir y gobernar esta diócesis, y con el auxilio de Dios, estamos dispuestos a regirla y gobernarla», señaló en su primera carta a los fieles. De conducta personal intachable, no dejó bienes a su nombre o de parientes cercanos.
Era muy pequeña la ciudad de entonces, apenas un poco más extendida que cien años antes: casi dos kilómetros desde la Cruz de Milla hasta un poco más abajo de la Iglesia del Llano, donde comenzaba el camino hacia Ejido. En su parte más ancha, desde la casa de la Universidad hasta el cementerio de El Espejo tenía cerca de 800 metros. En sus cuatro parroquias el censo de 1891 registró 4.741 habitantes, la mayoría de los cuales residía en la del Sagrario. Privilegiada, sin duda2, era capital de uno de los grandes Estados (Los Andes), sede de Obispado y asiento de Universidad. Todavía mostraba huellas de la destrucción causada por los terremotos de marzo de 1812 y abril de 1894. Porque no exhibía mayor riqueza: su comercio era menor y la producción agrícola apenas satisfacía la demanda local. Tales circunstancias no desanimaron al joven obispo, que aún no había cumplido los 45 años. De inmediato se puso al trabajo: siembra del evangelio, pastor de las almas.
Durante su largo Pontificado (33 años), Mons. Silva reorganizó la Diócesis que había sufrido mucho como resultado del anticlericalismo de Guzmán Blanco y las largas vacantes (1873 – 1882 y 1892 – 1895) que siguieron a las muertes de los obispos Juan Hilario Bosset y Román Lovera, respectivamente. Con aquel propósito, realizó ocho Visitas Pastorales (e inició otra) a la Diócesis, de inmensa extensión (comprendía el Zulia, los Andes y los Llanos Occidentales), en época de caminos difíciles y de medios de transporte muy rudimentarios. Creó Parroquias. Restauró y mejoró la Catedral, gravemente dañada por el terremoto de 1894, impulsó la construcción de templos y edificó el Palacio Episcopal, que albergó por un tiempo al Seminario. Estableció el Boletín Diocesano (1898), el más antiguo del país, fuente preciosa de información de todo tipo sobre la ciudad y la región, un taller tipográfico o Imprenta Diocesana (1905) y el Archivo Diocesano (1905), sin duda el mejor organizado del país actualmente. Recopiló y publicó los “Documentos para la Historia de la Diócesis de Mérida” y otros estudios. Fundó el periódico El Vigilante (1924), que tuvo larga evolución3, cuyo fin principal era “la exposición y defensa de la fe católica”. Y creó el Museo Diocesano (1910), para guardar y mostrar piezas de inestimable valor.
Era un humanista. Junto a su vocación religiosa, desde temprano se manifestó en él la del intelectual y hombre de letras. Fue profesor en la Universidad de Caracas y dictó conferencias en la de Mérida. Estableció instituciones de proyección cultural y escribió obra importante de consulta. Recopiló – y salvó para la posteridad – documentos valiosísimos referidos a la Diócesis, la Universidad y el país. Editó seis tomos (entre 1908 y 1927) con papeles que abarcan los episcopados de Fray Juan Ramos de Lora, Manuel Cándido de Torrijos, Antonio de Espinoza, Santiago Hernández Milanés, Rafael Lasso de la Vega y Buenaventura Arias4. Asimismo, publicó el estudio Patriotismo del clero de la Diócesis de Mérida (1911), Como buen caminante, tenía vocación de geógrafo. Y animado por el obsequio que en solemne ocasión (1898) le hiciera don Tulio Febres Cordero del manuscrito original de “Sinopsis, estadística e historia de la Diócesis de Mérida de Venezuela”, pretendió escribir una Geografía Física y Política de la Diócesis. Con tal fin, en 1910 solicitó a los párrocos información completa sobre cada localidad5. No emprendió la tarea, pero el material que recibió es fuente de gran valor. En los documentos de sus visitas pastorales hay muchas notas sobre distintos aspectos de los lugares recorridos. Muy completas son las observaciones sobre los Pueblos del Sur de Mérida en 1915. Dejó muchos textos en el “Boletín Diocesano” y otros periódicos.
En pocos años, gracias a su labor en toda la extensa jurisdicción de la diócesis, se ganó el aprecio de los fieles. Por eso, en 1898 con ocasión de cumplirse 25 años de su ordenación sacerdotal en Puerto España, organismos e instituciones dispusieron celebrar distintos actos. El gobierno del gran Estado Los Andes, presidido por el gral. Espíritu Santos Morales, dictó un decreto para fijar las festividades entre el 16 y el 26 de septiembre. En realidad, la conmemoración se convirtió en un homenaje regional al Prelado. En Mérida fueron varios los eventos: el Sr. Silva dictó una conferencia en la Iglesia de Nuestra Señora del Carmen, asistió a actos en la Sociedad del Carmen y en el Colegio del Sagrado Corazón de Jesús y dispensó una visita al hospital de Lázaros. El día 20 hubo retreta en la Plaza Bolívar y el 21, fecha central, repicaron las campanas muy temprano y a media mañana se celebró misa pontifical con “tedeum” en la catedral con asistencia de funcionarios y empleados públicos. El día 22 se instaló la Cofradía del Santo Nombre de Jesús y el 24 (dedicado a Nuestra Señora de las Mercedes) ordenó presbítero al diácono Jeremías González. El programa concluyó con misa pontifical el día 25. Todas las parroquias de la diócesis se asociaron a la celebración con diversas actividades. En la de Santiago de la Punta tuvieron lugar entonces, apuntó un cronista, las fiestas patronales.
En su ministerio merece mención aparte la reapertura del Seminario de San Buenaventura. Para salvar el decreto guzmancista de 1873, el delegado apostólico Giulio Tonti recomendó en 1894 a los Obispos de Mérida, Guayana y Calabozo estudiar la fundación de un seminario en Curaçao. Obtenida la autorización de la Santa Sede, comunicada por el cardenal Mariano Rampolla en 1895, Mons. Silva adquirió las tierras necesarias e inicio la construcción en 1896. En enero 1898 llevó allí los primeros 22 alumnos e inauguró el instituto (al que denominó Seminario de la Inmaculada de Scherpenheuvel) que confió a los padres dominicos. Por razones aún no aclaradas funcionó apenas hasta 1901. Pero, ya por decreto de diciembre del año anterior del presidente Cipriano Castro (1899-1908) había quedado sin efecto la medida de clausura. Por tanto, los seminaristas pudieron trasladarse al palacio episcopal de Mérida. En 1908 se declaró la restauración de la Casa de Fray Ramos de Lora y en 1911 (con 50 alumnos) se la organizó conforme a las disposiciones del Concilio de Trento6. Confiado en 1912 a los padres dominicos, el Seminario fue dotado de amplio local levantado (entre 1910 y 1913) “en terrenos de la catedral”, en la parte posterior de la residencia episcopal. Apenas estuvieron dos años pues estallar la Gran Guerra debieron partir por orden de sus superiores en Holanda (para servir de capellanes en el ejército). Entonces el Sr. Silva designó para dirigirlo al pbro. Enrique María Dubuc (1886-1963), del clero diocesano. Fue el suyo un período fecundo. Fue él quien propuso el envío de alumnos al Colegio Pío Latino Americano de Roma7. Al retirarse, en enero de 1926 se entregó (con 55 alumnos) a los padres Eudistas, con experiencia en la formación de sacerdotes en muchos países, como Francia, Canadá y Colombia.
Autorizó el establecimiento de la Congregación religiosa diocesana Hermanas Dominicas de Santa Rosa de Lima, que abrió casas de toda la región (y aún fuera de ella). Asimismo, propició la instalación de otras: los Padres Salesianos en Táriba en 1914, las Hermanas Betlehemitas en Rubio en 1919 y en Mérida las Franciscanas Venezolanas en 1915, los Padres Eudistas y los Misioneros Redentoristas en 1926 y los Padres Jesuitas y las Hermanas Salesianas en 1927. Impulsó la creación de nuevas diócesis: en 1897 la del Zulia y en 1922 la de San Cristóbal. El 11 de junio del año siguiente la de Mérida fue elevada al rango de Arquidiócesis. Varios de sus sacerdotes se convirtieron en obispos de otras diócesis venezolanas, como Felipe Rincón González en Caracas, Miguel Antonio Mejías en Guayana, Enrique María Dubuc en Barquisimeto y Antonio Ignacio Camargo en Calabozo. El mismo fue propuesto como arzobispo de Caracas por la Santa Sede, lo que no aceptó el gobierno de Juan Vicente Gómez: el dictador temía la independencia de criterio del obispo de Mérida. Envió los primeros alumnos al Colegio Pío Latinoamericano de Roma: de ellos, José Humberto Quintero llegaría a ser arzobispo coadjutor de Mérida, arzobispo de Caracas y cardenal de la Iglesia Universal (1961), el primero de Venezuela, y José R. Pulido Méndez obispo de Maracaibo y arzobispo de Mérida. Recibió honores de la Iglesia y de la República. Confortado con los sacramentos, rodeado de los notables y revestido de los ornamentos episcopales, murió a la media noche del domingo 31 de julio de 1927.
Notas
n1. El arzobispo Guevara y Lira intentó regresar en agosto de 1872 (y en efecto llegó al puerto de La Guaira), pero las autoridades le impidieron desembarcar. Aquel “prelado proscrito” (la expresión es de Mons. Nicolás E. Navarro) sólo pudo volver a la patria en 1877 durante la reacción alcantarina.
n2. Boconó y San Cristóbal, capitales de los distritos con mayor número de habitantes en los Andes, eran más pobladas y ricas. Y en el país (además de Caracas, Ciudad Bolívar y Barquisimeto, ya sedes episcopales), Maracaibo, Valencia, Cumaná, Puerto Cabello (todas con más de 10.000 habitantes) y otras superaban a Mérida.
n3. El primer número, impreso en los talleres de “El Vigilante” expresamente creados, circuló el 20 de abril de 1924. Era su director el pbro. José María Alegretti. Sus comienzos fueron muy irregulares: de publicación ocasional, pasó a semanario y bisemanario. Se consolidó, como diario (y con sede propia), durante el pontificado de Acacio Chacón. Su último número circuló el 16 de diciembre de 2000.
n4. Cinco de los tomos (I, II, III, IV y V) de los “Documentos …” fueron publicados en la Imprenta Diocesana, de recursos muy limitados; y el VI en la Tipografía Americana de Caracas (1922).
n5. Envió a los párrocos un formulario con las informaciones que debían suministrar sobre historia local, descripción física (límites, montañas. ríos, clima), población (nacimientos, bautizos, muertes), relación de los poblados (con croquis) y de templos, colegios, hospitales, teatros, producción (minas) y ocupación, caminos y distancias.
n6. En los años siguientes aumentó el número de alumnos, hasta 93 en 1914-1915, no todos aspirantes al sacerdocio. A partir de 1915 se abrió un libro de matrículas, con anotaciones sobre cada uno de aquellos aspirantes en el orden de su presentación.
n7. En 1926 el pbro. Dubuc fue designado obispo coadjutor de Barquisimeto, sede que asumió poco después. Renunció en 1947.
- IV. LA NUEVA ARQUIDIOCESIS DE MERIDA
// Mapa de la antigua Diócesis de Mérida
La nueva arquidiócesis no tenía las dimensiones de la antigua diócesis de Mérida de Maracaibo, erigida en 1778, por Pío VI (1775-1799). En sus inicios comprendía extensos territorios del Nuevo Reino de Granada y de las provincias de Maracaibo y Caracas. Concluida la Guerra de Independencia y separada Venezuela de Colombia la Grande, el 25 de septiembre de 1835 se creó la diócesis de la Nueva Pamplona, en los territorios neogranadinos (vicarías de Pamplona y Cúcuta). Convertida en metropolitana (1956), tiene por sufragáneas las diócesis de Cúcuta (1956), Ocaña (1963) y Tibú (1998), así como la de Arauca (1984, establecida como Prefectura Apostólica en 1915), cuyo territorio, solo en pequeña parte, perteneció a la jurisdicción de Mérida. Conviene señalar que tampoco lo fueron los de la diócesis de Bucaramanga (1952), sufragánea inicialmente de Nueva Pamplona y convertida en metropolitana (1974) ni los de sus sufragáneas: las de Socorro y San Gil, Barrancabermeja, Málaga-Soata y Vélez.
En los territorios venezolanos antiguamente dependientes de Mérida se formaron:
- La diócesis de Coro (1867, restablecida en 1922, pues la sede se había trasladado a Barquisimeto en 1869). En realidad, los territorios de la provincia civil de Coro habían pasado a depender de la diócesis de Barquisimeto desde 1863. Convertida en metropolitana (1998), tiene por sufragánea la de Punto Fijo (1997).
- La diócesis de Maracaibo (1897, llamada hasta 1953 “del Zulia”), convertida en metropolitana (1966), que tiene por sufragáneas las de Cabimas (1965), El Vigía-San Carlos (1994) y Machiques (2011, establecida como Vicariato Apostólico en 1943).
- Las diócesis de San Cristóbal (1922), Trujillo (1957), Barinas (1965) y Guasdualito (2015) sufragáneas de la arquidiócesis de Mérida.
De otro lado, las vicarías de Nutrias y San Jaime pasaron a la diócesis de Calabozo en 1863. De manera, pues, que el territorio de la arquidiócesis es mucho menor que el de la antigua diócesis, lo que ha permitido a los prelados atender mejor las necesidades espirituales de los feligreses, cuyo número ha crecido sensiblemente.
Los obispos de Mérida cumplieron con el mandato canónico de realizar las visitas pastorales a su extensa diócesis. En general, a través de esa práctica de antigua tradición (que se remonta a los Apóstoles) se pretende que los prelados cumplan tres actividades: 1º Llevar la palabra y los sacramentos a los fieles que muchas veces no tienen oportunidad de recibirlos con la frecuencia conveniente. 2º. Cuidar del buen estado de la comunidad. 3º. Preparar la relación o informe que deben presentar al Sumo Pontífice con motivo de la Visita ad Limina Apostolorum1. Pero, también, representa un instrumento de gobierno: le permite conocer la situación, escuchar a los feligreses, promover iniciativas, inspeccionar las obras (como las de templos, colegios, hospitales y otras). El fundador, Fray Juan Ramos de Lora visitó (entre 1784-1785) gran parte de su Diócesis en camino a su sede lo que le permitió conocer el estado en que se encontraba y tomar medidas para mejorar la situación. Su sucesor, Fray Manuel Cándido de Torrijos luego de su consagración en Bogotá realizó la visita pastoral (1793-1794) a los pueblos situados en el camino a Mérida. El Ilmo. Santiago Hernández Milanés llevó a cabo tres visitas pastorales a su extensa jurisdicción (estaba cerca de Coro cuando Francisco de Miranda desembarcó en La Vela en 1806). El Sr. Rafael Lasso de la Vega se declaró en visita pastoral apenas desembarcó en Maracaibo (1815). Fue la primera de las cuatro que cumplió. En una de ellas se encontró en Trujillo con el Libertador (1821). Convocó, además tres sínodos: dos en Maracaibo (1817 y 1818) y uno en Mérida (1822)
Desde 1835, el recorrido, aunque reducido a las provincias venezolanas, siguió siendo largo y difícil. El Ilmo. José Vicente de Unda realizó una visita pastoral (1839). Durante su dilatado pontificado el Sr. José Hilario Bosett llevó a cabo cuatro visitas. Asimismo, fue el primero en cumplir una Visita ad limina (1867). También asistió al Concilio Vaticano I (1869-1870). Mons. Román Lovera hizo dos visitas (en 1884 y 1891) y numerosos viajes. Igualmente cumplió una Visita ad limina (1885). Durante las visitas pastorales, además de llevar a cabo las tareas encomendadas por las normas canónicas, los Obispos de Mérida impulsaron iniciativas de beneficio para las colectividades. El Sr. Lasso creó parroquias que dieron origen a comunidades de importancia regional: La Cañada, Cabimas y Valera; y el Sr. Bosett varias en el Táchira, donde igualmente intervino en la organización de algunos pueblos como Rubio, Lobatera y Michelena. Los Sres. Hernández Milanés y Lasso se preocuparon por la formación de los jóvenes: fundaron casas de educación en Coro, Barinas y Pamplona. El último reconstruyó y amplió la casa del Seminario en Mérida destruida por el terremoto de 1812 y el Sr. Lovera apoyó el proyecto del colegio del padre Jesús Manuel Jauregui en La Grita (1884), de quien se hizo acompañar en su viaje a Europa2.
Sin embargo, fue el Sr. Silva quien estuvo más en contacto con los pueblos de la diócesis. Esa actividad, continua y prolongada, se tradujo en inmensos beneficios espirituales – los Andes se consolidaron como la “reserva espiritual de la Nación” – y aún de progreso social y cultural. Testimonio material de los mismos (aunque existen otros!) son los hermosos templos que entonces se construyeron o iniciaron en toda la geografía regional3. Se realizó a través de las visitas pastorales que fueron entonces verdaderos “encuentros” con el pueblo. Llevó a cabo ocho e inició otra que concluyó su Vicario General4.
I Visita: de junio de 1895 a febrero de 1897. Incluyó el Zulia y se alargó hasta Cúcuta y Pamplona.
II Visita: de enero de 1898 a febrero de 1901, en tiempo de mucha agitación.
III Visita: de diciembre de 1902 a mayo de 1905, con incursión al Apure
IV Visita: de enero de 1906 a mayo de 1908.
V Visita: de enero de 1909 a marzo de 1911, con celebración de las fiestas patrias.
VI Visita: de enero de 1912 a marzo de 1914.
VII Visita: de enero de 1915 a noviembre de 1917, que reflejó en interesantes crónicas.
VIII Visita: de enero de 1918 a agosto de 1920.
IX Visita: durante enero y febrero de 1921. Debió interrumpirla, visiblemente cansado. La continuó el Vicario General.
Poco antes de la ampliación de la organización eclesiástica venezolana, murió (22 de enero de 1922) el papa Benedicto XV (1854–1922), elegido en 1914. Nacido Giacomo della Chiessa y formado en la carrera diplomática, hizo esfuerzos para lograr la paz durante la Gran Guerra y ofrecer servicios humanitarios. Al mismo tiempo procuró extender la obra misionera de la Iglesia. Su sucesor, S.S. Pio XI dio rápida aprobación a las negociaciones en curso; y fijó “algunas tareas de especial urgencia” a realizar5. Mas tarde, en mensaje al episcopado venezolano manifestó que “el haber podido constituir allí, poco ha, cuatro nuevas diócesis (le había) producido gran complacencia”. Tal hecho tendría mucha repercusión en la vida nacional. Revitalizó la Iglesia y le permitió recuperar su influencia en muchos lugares, precisamente cuando se iniciaba con fuerza la actividad de las denominaciones evangélicas. En carta pastoral colectiva (16 de julio de 2022) dirigido a los fieles con motivo del centenario de la bula de creación de las diócesis los obispos señalaron hace poco la trascendencia del hecho: “el siglo XX fue fecundo para la organización eclesiástica”6.
Correspondió a S.S. Pío XI (de origen Achille Ratti, 1857-1939), elegido el 6 de febrero de 1922, establecer la Arquidiócesis de Mérida. De gran cultura, educador y diplomático gobernó la Iglesia por 17 años en un periodo de grandes transformaciones y peligros. Por entonces se consolidó el régimen comunista en la Unión Soviética (1917-1922) y se produjo el ascenso del fascismo de Benito Mussolini en Italia (1922) y del nazismo de Adolf Hitler en Alemania (1933). La Iglesia enfrentó terribles persecuciones en México (1926-1929) y España (en los años ’30). No obstante, logró el arreglo de la “cuestión romana” por el Tratado de Letrán que dio nacimiento a la Ciudad del Vaticano (1929). Para orientar a los católicos publicó, entre otras, las encíclicas “Divini illius Magistri” sobre la educación (1929), “Castii connubii” sobre el matrimonio (1930) y “Quadragésimo Anno” sobre los problemas sociales (1931). Igualmente “Mit brennender Serge” sobre el nazismo (1937) y “Divini Redemptoris” sobre el comunismo (1937). Animó a los fieles a participar en la vida política y apoyó los esfuerzos de algunos dirigentes italianos (notablemente de don Luigi Sturzo) para crear un partido político de pensamiento cristiano. Impulsó los movimientos de Acción Católica y llamó a los laicos a incorporarse a las actividades de la vida social. Entonces, adquirieron importancia en América Latina los grupos de la Juventud Católica7.
Notas:
n1. Se llama así la peregrinación que los obispos deben realizar cada cinco años a la tumba de los apóstoles Pedro y Pablo y la presentación ante el Papa para dar cuenta del estado de sus diócesis (mediante informe escrito enviado previamente) y recibir de él exhortaciones y consejos. Surgida de una costumbre de los primeros siglos, se hizo obligatoria, por lo menos, desde el siglo XI. Se la reglamentó a finales del siglo XVI. Su realización actual se rige por disposiciones recientes que toman en cuenta las realidades de una Iglesia extendida por el mundo entero.
n2. “Conságrate a la enseñanza de la juventud” le dijo el papa León XIII al padre Jauregui cuando le expuso sus proyectos en Roma; y don Juan Bosco (1815-1888) le mostró sus experiencias en Turín.
n3. Entre los templos levantados durante el tiempo del Sr. Silva se cuentan los de San Cristóbal (restauración), Táriba y la Grita en Táchira, Canaguá, Ejido y Timotes en Mérida, y Trujillo, Jajó y Escuque en Trujillo.
n4. Prestó atención especial a los pueblos del Sur en Mérida, a las parroquias de la zona central del Táchira y a las nuevas poblaciones de la zona baja de Trujillo, áreas de expansión entonces. A pesar de las dificultades en las vías de comunicación fue tres veces a Barinas.
n5. Estas eran: descubrir las vocaciones y el cultivo de los seminarios; la formación del pueblo mediante la catequesis y las escuelas parroquiales; la defensa de la santidad de la familia y el matrimonio; favorecer la justicia, la caridad y la concordia para conservar la paz y el progreso civil; y la obra de las misiones.
n6. Además de la reactivación de parroquias y el aumento en el número de sacerdotes, la creación de las diócesis se tradujo en la fundación inmediata de los seminarios de San Cristóbal y Valencia (1925), Cumaná (1927) y Coro (1933), así como de colegios e instituciones de interés social. Entre aquellos figuran los de “La Salle” de Valencia (1925), “Ntra. Señora del Carmen” de Cumaná (1930) y “María Auxiliadora” de San Cristóbal (1934).
n7. La organización de la Juventud Católica comenzó pronto en América Latina, con asesoramiento de los padres jesuitas. A finales de los años 20’ tomó fuerza en México, donde la Iglesia sufría persecución. En 1931 se celebró allí un congreso de jóvenes católicos con delegados de España, México y otros cuatro países. Al año siguiente ya funcionaban diez asociaciones nacionales. Se convocó entonces un Congreso Iberoamericano de la Juventud Católica que se celebró en Roma entre el 14 y el 28 de diciembre de 1933. Concurrieron delegados de Brasil, Chile, Colombia, Cuba, Ecuador, España, México, Perú, Puerto Rico, República Dominicana, Uruguay y Venezuela, que fueron recibidos por S.S. Pío XI. Antes de regresar a sus países, hicieron un recorrido por Italia, Alemania, Bélgica, Francia y España. En esa reunión se conocieron algunos de los futuros líderes demócrata-cristianos del nuevo continente (como Eduardo Frei y Rafael Caldera).
- LA INSTALACION DE LA ARQUIDIOCESIS
// Fotografía de la Catedral de los años veinte
El 28 de julio de 1923 el Nuncio Apostólico comunicó al Ilmo. Sr. Antonio Ramón Silva el decreto de erección canónica de la Arquidiócesis de Mérida y su promoción como primer arzobispo, así como la concesión por parte del Sumo Pontífice del “palio” de los Metropolitanos. La celebración de aquella disposición se hizo coincidir con las fiestas proyectadas para recordar los 50 años de la ordenación sacerdotal del Prelado que le fuera concedida el 21 de septiembre de 1873 por el Ilmo. Sr. Silvestre Guevara y Lira en la catedral de Puerto España. Aunque el nuevo arzobispo quería que la conmemoración de aquel hecho fuera privada, el Capítulo de la Santa Iglesia Catedral acordó la celebración de fiestas jubilares, aunque modestas. A aquella decisión adhirieron las otras instituciones eclesiásticas y las oficiales de la ciudad y de la región: la Universidad, las Municipalidades y los Gobiernos de los Estados. Se realizaron actos en muchos sitios y en Mérida revistieron gran solemnidad. Se exhortó a los vecinos, como muestra de regocijo, a adornar las casas y edificios con banderas blancas con una cruz azul en el centro (pues la patrona de la arquidiócesis es la Inmaculada Concepción).
Para participar en las fiestas jubilares, el 15 de septiembre de 1923 llegaron el arzobispo de Caracas, Felipe Rincón González y el obispo de Maracaibo, Marcos Sergio Godoy. Desembarcaron en Santa Bárbara y tomaron el ferrocarril hasta El Vigía. Una numerosa comitiva de caballeros los acompañó hasta el cruce del rio Chama donde comenzaba la carretera. Allí fueron recibidos por el presidente del Estado, el Gral. Amador Uzcátegui y el Sr. Silva y muchas personas llegadas en “todos los automóviles” de Mérida, Ejido y Lagunillas. En los pueblos del trayecto se les rindió homenajes. En los días siguientes en Mérida hubo espléndidos banquetes y cultas veladas literarias. El día 21 de aquel mes se ofició solemne misa pontifical, durante la cual el arzobispo Rincón González impuso el palio (concedido por Letras Apostólicas del 27 de julio anterior), símbolo de la comunión con el Romano Pontífice y de la plena autoridad. Es una banda estrecha tejida de lana de corderos blancos, de forma de círculo o collar, de la cual caen dos tiras cortas, una por el pecho y otra por la espalda, adornada con seis cruces bordadas en seda negra1.
El mismo 21 de septiembre tuvo lugar la recepción oficial en el Palacio de Gobierno y por la noche el acto académico de la Universidad con discurso de Roberto Picón Lares. Se recordó que el 7 de abril anterior la Academia Nacional de la Historia había elegido por unanimidad al Sr. Silva como Miembro Correspondiente. Su obra en la materia es de gran importancia. En marzo de aquel año singular había entregado a las librerías el tomo VI de los “Documentos de la Diócesis de Mérida”. Durante los días siguientes los Prelados visitantes celebraron misas pontificales, en una de las cuales 400 niños recibieron la primera comunión; y la gente disfrutó de diversas veladas literarias y retretas en la Plaza Bolívar. Por su parte, el anfitrión y homenajeado ofreció un banquete a sus invitados. El día 27 el arzobispo Rincón y el obispo Godoy se despidieron del arzobispo de Mérida y tomaron el camino de Timotes, Valera y La Ceiba y desde allí un vapor a Maracaibo. Hasta Tabay los acompañó el presidente Amador Uzcátegui.
A partir de entonces el Sr. Silva permaneció en Mérida. Apenas si viajó a Caracas a mediados de 1925 para asistir al Congreso Eucarístico Nacional y a finales de 1926 para conocer al nuevo nuncio apostólico, Fernando Cento arzobispo titular de Seleucia Pieria, quien se mantuvo en el país por más de diez años (hasta 1936)2. Dos asuntos ocuparon su tiempo en prioridad: la designación de un sucesor y la apertura de los colegios católicos en Mérida. El 10 de mayo de 1926, el papa Pio XI preconizó al vicario general Acacio Chacón como arzobispo Titular de Milevi y Coadjutor de Mérida, con derecho a sucesión. Había hecho la “visita ad limina” en 1924. El anunció causó júbilo en la Iglesia local y complacencia en toda la jurisdicción eclesiástica. Fue consagrado en la catedral de Mérida el 29 de agosto de 1926 por el ya transferido nuncio Felipe Cortesi3, el arzobispo Felipe Rincón González y el obispo de Coro, Lucas Guillermo Castillo. Estaban presentes, además del sr. Silva los Obispos de San Cristóbal, Tomás Sanmiguel y de Barquisimeto, Enrique María Dubuc.
Otro proyecto ocupaba la atención del arzobispo Silva: la apertura de colegios católicos en Mérida. Se habían creado ya algunos en su jurisdicción: los de los Salesianos en Táriba (1911) y de las Hermanas Bethelemitas en Rubio (1919), así como los anexos a las casas de las Hermanas Dominicas de Santa Rosa de Lima (1918) y de las Franciscanas Venezolanas (1924) en Mérida. Con tal objeto, en marzo de 1927 recibió al Provincial de los Jesuitas y poco después obtuvo la autorización del gral. Juan Vicente Gómez para la fundación de un colegio confiado a los padres de la Compañía. En fin, el 25 de junio llegó el padre Luis Zumalabe sj, designado primer rector del que se llamaría colegio de “San José”. Con él había acordado la apertura de las clases para el mes de septiembre siguiente. Mientras tanto se adelantaba una negociación, a través de la Nunciatura, con la Casa Central de las Hijas de María Auxiliadora en Turín. El 11 de julio de aquel mismo año el nuncio Fernando Cento comunicó al Sr. Silva por telegrama que “las Hnas. Salesianas aceptan fundación en Mérida, llegando próximo octubre”. De esa forma, sus grandes proyectos se habían realizado. Su tiempo estaba cumplido.
Notas:
n1. Como recordó Benedicto XVI en la homilía en el inicio del su ministerio petrino (24.4.2015), es un signo antiquísimo, del siglo IV, símbolo de la labor del pastor, que carga con la oveja descarriada que no puede encontrar la senda: “Cristo nos lleva a todos nosotros. Pero, al mismo tiempo, nos invita a llevarnos unos a otros”
n2. Cumplió una larga carrera diplomática en América Latina y Europa antes de ser creado Cardenal en 1958. Durante su misión en Venezuela trató de cumplir las instrucciones recibidas al momento de su designación: cultivar, “como los han hechos sus predecesores … las buenas relaciones que actualmente existen con aquel gobierno”. Sin embargo, aunque llegó a entablar amistad con el presidente J. V. Gómez, fracasó en sus intentos de lograr negociar un concordato para sustituir la Ley de patronato eclesiástico, objetivo de la Secretaría de Estado del Vaticano. Luego de su partida, meses después de la muerte del mandatario, fue criticado por sus opositores.
n3. El nuncio Filippo Cortesi tuvo una actuación destacadísima en Argentina. Figuró entre los promotores del establecimiento de la “nación católica”, pretensión surgida a comienzos de los años ’30. Animó el renacimiento religioso que culminó en la celebración del XXXII Congreso Eucarístico Internacional de octubre de 1934 en Buenos Aíres que presidió el legado papal, el cardenal Eugenio Pacelli.
- LA TRASCENDENCIA DE LA DECISION
// Fotografía de la Virgen de Coromoto
Revista Tesoros de la Fe
La creación del Vicariato Apostólico de Caroní y de las Diócesis de Coro, Cumaná, Valencia y San Cristóbal y la elevación a Arquidiócesis de la Sede de Mérida fue resultado del proceso de normalización de relaciones entre el Estado venezolano y la Iglesia Católica que se inició en 1910. Ocurrió entonces la nominación de un delegado apostólico residente en forma permanente en Caracas, lo que coincidió con el comienzo de un nuevo gobierno en el país. Ambas partes llegaron a acuerdos que les eran beneficiosos y que permitieron, además, utilizar los recursos de la Iglesia para mejorar las condiciones de vida de la población. Debieron, sin duda, renunciar a prejuicios heredados del siglo de conflictos que siguió a la independencia (y al anticlericalismo que se había extendido). No hubo en ese lapso un período más o menos largo de normalidad – menos aún de cordialidad – en las relaciones, a pesar de la adhesión mayoritaria de la población, reconocida oficialmente, a la fe católica. La constitución de 1830 (24 de septiembre) se dictó “en nombre de Dios todo poderoso, autor y supremo legislador del universo”; y la de 1864 (22 de abril) “bajo la advocación del supremo autor y legislador del Universo”, fórmulas que con ligeras variantes se utilizaron en las posteriores1.
En ese proceso de negociación jugaron papel protagónico, de una parte, el benemérito gral. Juan Vicente Gómez2 y de la otra los representantes de la Santa Sede en Venezuela (Carlo Pietropaoli, Francesco Marchetti Selvaggiani, y Filippo Cortesi) y los arzobispos de Caracas (Felipe Rincón González) y de Mérida (Antonio Ramón Silva) ¿Quién influyó en el ánimo del gobernante? Tal vez más que algún consejero en Caracas, casi todos hostiles al entendimiento con las estructuras eclesiásticas (como lo captó rápidamente el delegado Pietropaoli3), el ambiente cercano que moldeó su personalidad (con tremendas inclinaciones y no escasas virtudes). En particular, contribuyeron su formación en los Andes, región de religiosidad acendrada y de mucha influencia de la Iglesia, su permanencia por varios años en Colombia (en exilio no sólo de provecho económico, sino de atenta observación social) y, sin duda, las lecciones aprendidas durante el gobierno de su compadre Cipriano Castro (incluidos sus ruidosos errores, que también lo tocaron). Los frecuentes conflictos con distintas fuerzas impidieron al “cabito” iniciar el proceso de reorganización de la república que los hombres de la Restauración consideraban necesario emprender4. Del otro lado, unos clérigos demasiado ocupados por el ascenso en posiciones internas impedían a la Iglesia insertarse plenamente en el proceso de desarrollo del país. La situación cambió a partir de la designación del hasta entonces Vicario de San Cristóbal como arzobispo en la capital.
Debe tomarse en cuenta que por aquellas décadas – como ocurre siempre en momentos de persecución o dificultades – hubo manifestaciones especiales de religiosidad en el país. ¿Signo de los tiempos? Fueron los años de ejercicio de la medicina, entendida como un servicio a los hombres, de José Gregorio Hernández (1864-1919), de Isnotú, además de beato de la Iglesia Católica (2021), un referente de la nacionalidad5. Y también los del apostolado de las monjas María de San José (1875-1967), de Choroní, fundadora de las Hermanas Agustinas Recoletas del Corazón de Jesús (1901) y Candelaria de San José (1863-1940), de Altagracia de Orituco, fundadora de las Religiosas Carmelitas (1906-1910), ambas declaradas beatas en la Iglesia Católica (1995 y 2008, respectivamente). Por entonces desarrolló su extraordinaria actividad (en algún momento controvertida) el Padre Santiago Machado (1850-1939), de La Victoria, fundador de las Hermanitas de los Pobres (1889) y de varias obras asistenciales y educativas. En Mérida, surgió la Congregación Diocesana de Hermanas de la Caridad de Santa Rosa de Lima (1903)6 por iniciativa de Georgina Febres Cordero, de vida santa y heroica, y Julia Picón Febres, mujeres de familias acomodadas del lugar. Es una institución que ha prestado grandes servicios en la atención de los enfermos y la formación de los niños.
La creación del vicariato y de las cuatro diócesis mencionadas y la elevación de la sede merideña a arquidiócesis constituyó un hecho de gran trascendencia para la Iglesia en Venezuela. Le permitió extender su acción con eficacia a toda la geografía y comenzar la obra de nueva evangelización en regiones (como Oriente, Llanos, Coro) donde antes había florecido en abundancia su mensaje en comunidades de mucha vitalidad. Un siglo de guerras y de ausencia se reflejaba em las ruinas de los antiguos templos. Pero, la devoción popular sostuvo la fe; y la recuperación que entonces se inició también dio fuerza espiritual al país que en breve enfrentaría desafíos extraordinarios de su historia7. Designios de la Providencia: aquellas decisiones se produjeron en el momento (1914-1922) en que brotaban de la tierra – literalmente – los recursos que impulsaron las otras grandes transformaciones (económicas y sociales y más tarde políticas)8. Conciencia plena de la enorme tarea a emprender tenía la Santa Sede: “Puesto que, por este incremento de sedes episcopales, la acción de la Iglesia se ejerce más cómodamente, queremos que toméis de aquí pie para extender esa acción con más amplitud y vigor, no siendo como no son, pocas las cosas en que deseamos la ayuda de vuestra diligencia, que por lo demás Nos es harto conocida”, escribió S.S. Pío XI a los obispos venezolanos.
Es de destacar que en algunas de las regiones más alejadas de las sedes episcopales existieron desde fechas más menos tempranas devociones particulares muy arraigadas por advocaciones marianas que, en cierta manera, contribuyeron a mantener la fe en grandes sectores de la población. Ese hecho responde bien a la idea de María, la madre de Jesús, como cooperadora en la Redención. Aunque el único Redentor es su Hijo, Ella – explicaba Paulo VI, ahora santo – “está asociada por un vínculo estrecho e indisoluble” a su obra y “continúa cooperando al nacimiento y al desarrollo de la vida divina en las almas de los redimidos”. Y también a la consideración antiquísima de la Virgen como Madre espiritual de los cristianos. Sin duda, su presencia en el alma de los pueblos jugó papel de importancia en las horas difíciles de la Iglesia venezolana. Entre muchas, son de destacar las advocaciones de la Virgen del Valle en el Oriente9, de la Virgen de Coromoto en los Llanos10 y de la Virgen de Chiquinquirá en el Zulia11. En los tres casos su devoción recibió notorio impulso en los años de la restauración eclesiástica.
Notas:
n1 En la constitución de 1947 (5 de julio) se adoptó una fórmula diferente (que, salvo en 1953, se ha mantenido). El órgano constituyente actúa “en representación del pueblo soberano de Venezuela, para quien invoca la protección de Dios Todopoderoso”.
n2. La Santa Sede reconoció muy pronto la intervención positiva de J. V. Gómez en el proceso de normalización de las relaciones. El 1 de febrero de 1916, el cardenal Pietro Gasparri, Secretario de Estado (1914-1925) envió al delegado apostólico C. Pietropaoli el breve apostólico por el cual S.S. Benedicto XV confirió al entonces presidente electo de Venezuela la gran cruz de la Orden Piana (la más alta distinción dada a seglares por servicios o acciones excepcionales para la Iglesia o la sociedad).
n3. En varias oportunidades, el delegado apostólico advirtió a sus superiores en Roma sobre las malas relaciones entre Colombia y Venezuela “por razones de índole moral”, porque su gobierno es «conservador y católico» y los de aquí, «se jactan de su liberalismo francés».
n4. Con frecuencia se ignora que con los “chácharos” de C. Castro y J.V. Gómez marcharon jóvenes de las nuevas generaciones de andinos formados en las universidades de Mérida y Caracas y en el colegio de La Grita que aspiraban cambiar la situación del país. Algunos de ellos colaboraron después con el Benemérito e iniciaron obra importante.
n5. Nacido en jurisdicción de la Diócesis de Mérida, mantuvo amistad con el obispo Silva. Y en reconocimiento a la consideración que le tenía le envió en 1912 un ejemplar (especialmente dedicado) de la obra “Elementos de Filosofía” que acababa de publicar. Le pidió que la leyera, le “hiciera las indicaciones de lo que en ella hay que corregir … y si la juzga digna de ella me le diera su aprobación episcopal”,
n6. La Congregación, fundada (5 de julio de 1900) por las religiosas Georgina Febres Cordero (1861-1925) y Julia Picón Febres (1867-1923), fue canónicamente erigida por decreto del obispo Antonio Ramón Silva de 21 de febrero de 1903. Agregada a la Orden de los Predicadores (29 de mayo de 1924), fue elevada a congregación de derecho pontificio por decreto de S.S. Juan XXIII de 30 de agosto de 1961. Cuenta con comunidades en Venezuela, Colombia y Perú (entre ellas 14 colegios, 11 en Venezuela).
n7. La fuerza espiritual adquirida por la Iglesia, gracias especialmente a su obra social y cultural (sobre todo en la educación), le permitió influir decisivamente, décadas más tarde, en la construcción de la democracia. Fue notable sobre todo después de 1958. Sin aquel fortalecimiento, otro hubiera sido el sistema que se estableció entonces y que se mantuvo por cuarenta años (el más exitoso de nuestra historia).
n8. Por entonces las inmensas posibilidades de la explotación petrolera en Venezuela se vieron confirmadas con los eventos ocurridos en los pozos “Zumaque 1” del campo Mene Grande (abril de 1914) y “Barroso 2” del caserío La Rosa (diciembre de 1922), ambos en la costa oriental del Lago.
n9. La devoción a la Virgen del Valle se difundió desde la isla de Margarita. por los pueblos del Oriente desde los inicios de la colonización En 1910 S.S. Pío X concedió la coronación canónica que tuvo lugar al año siguiente.
n10. La creencia en las apariciones de la Virgen María en las cercanías de Guanare está documentada desde el siglo XVII. En 1784 el obispo de Caracas Mariano Martí (1770-1790) en visita al lugar dejó el siguiente testimonio: “En el siglo pasado se apareció Nuestra Señora en diferentes lugares de estas vezindades y en la quebrada nombrada Coromoto … En el año de 1652 se apareció esta Nuestra Señora de Coromoto …”. En 1922, el Hno. Nectario María (1888-1986), nacido en Hyelzas (Francia), llegado a Venezuela en 1913, publicó en la revista “Excelsior” (Sociedad Literaria La Salle) las primeras investigaciones sobre esas apariciones, lo que dio gran impulso a la devoción popular. En 1942 fue declarada Patrona Nacional y S.S. Pio XII (1939-1958) acordó la coronación canónica de la imagen, que tuvo lugar en 1952.
n11. La devoción a la Virgen de Chiquinquirá (“la Chinita”) surgió en Maracaibo a comienzos del siglo XVIII, pero estaba bien establecida desde mediados del anterior en Gibraltar, puerto al sur del Lago que servía a Mérida y el Nuevo Reino. La imagen que la representa fue coronada en 1942.
Pau (Francia), 11 de junio de 2023.-