Lo que tenemos de David
Un ciudadano en un país en quiebra no puede entregarse al desaliento, al pensamiento de que todo está perdido, que se prolongará la ignominia per sécula. No. Dios y el bien pueden perder batallas, pero no la guerra

Alicia Álamo Bartolomé:
En esta época del año, cuando ya éste trermina y se anuncia uno nuevo, solemos hacer un examen de los casi 365 días vividos y los calificamos con el lugar común de que fue un año bueno o uno malo, según nos fue; entonces enfocamos nuestro optimismo a desear y desearnos que el próximo sea mejor. Todo eso es unas ingenuidad de la cual la humanidsad no sale. Los años no son malos ni bueno, nosotros sí. En lugar de examinar la “conducta” del año, examinemos la nuestra.
¿Viví 2024 según la conciencia de mis respondabilidades? Porque todos las tenemos, las más y las menos. A unos les tocará gobernar un país, una institución, sea de servicio público, educacional, de beficencia o del mundo económico de la industria y el comercio. Lo más probable es que nosotros seamos miembros de una de esas instuciones, sea como dirigentes o como simples empleados; en cualquiera de los casos, tenemos entre las manos una misión, responsabilidades y tareas. O tal vez lo nuestro sea una actividad privada. Lo uno o lo otro, es el trabajo para subsistir y llevar adelante la familia, pero también un servicio público que, sumados y coordinados unos con otros, mantiernen el bienestar de la sociedad.
¿Nos damos cuenta de esta responsabilidad, sea cual sea la dimensión o nivel de nuestro espacio laboral? Ojalá podamos decir, en estos días últimos de 2024: He cumplido mi misión. Si no, miremos con optimismo el futuro, pensar con fe y entusiasmo que seremos mejores ciudadanos en 2025. Que así sea.
Un ciudadano en un país en quiebra no puede entregarse al desaliento, al pensamiento de que todo está perdido, que se prolongará la ignominia per sécula. No. Dios y el bien pueden perder batallas, pero no la guerra. Jamás será definito el triunfo del mal. Pero nosotros tenemos que mantenernos en pie de lucha, no bajar banderas. En cualquier caso, tenemos entre las manos una misión.
Soy una gran admiradora del gran artista del Renacimiento italiano Miguel Ángel Buonarroti. Lo seguí en sus huellas por la penísula itálica. En Florencia, un viejo guía nos mostraba los sepulcros de los Medici y el buen señor sólo atinaba a decirnos: Un grande cappolavoro! (Una gran obra maestra) Tomé la palabra, quería que mamá y mi hermana Berenice entendieran las razones de las actitudes y exptresiones de las cuatro esculturas yacentes del Día, la Noche, la Aurora y el Crepúsculo. El anciano calló y cuando terminé, me dijo: Usted sabe más que yo. Sí, había sido fomada en la Escuela de Arquitecturade la Universidad Central de Venezuela por el gran profesor italiano de arte, Edoardo Crema. Fue él quien me enamoró de Miguel Ángel.
En la pared de mi alcoba, frente al sillón bautizado Punto Fijo, porque pasó allí casi todo el día escribiendo, leyendo o viendo televisión, tengo fotografías de las tres grandes obras escultóricas de Miguel Ángel: la Piedad, el Moisés y el David. Este último, para mí, el mayor logro del artista al descubrirnos la radiante belleza del desnudo masculino. Por una ilusión óptica senil, a veces veo al David danzar. Me divierte el movimiento imaginario de sus piernas, el querer desprender del hombro izquierdo la mano correspondiente que sujeta la honda; también el despegar de su costado el brazo derecho, cuya mano esconde la piedra. Esta maravillosa escultura la llaman “El gigante de mármol”, porque lo es, pero el David bíblico era más bien un pequeño pastor de ovejas. Gigante fue su hazaña de vencer al sí gigante Goliat, adalid de los filisteos, enemigos de los hebreos. La escultura recoge el momento previo al certero disparo de la piedra a la frente de Goliat, que lo tiró al suelo y allí David lo remató cortándole la cabeza con su espada.
Como muchos de los episodios que narra el Antiguo Testamento, éste tiene su parte cruenta, primitiva, que escandaliza a muchos. Incluso a judíos. A mí me dijo uno amigo que no leía los Salmos porque eran de ese rey cruel y sanguinario: ¡David, el más grande místico veterotestamentario! Claro, fue un hombre y gran pecador. Muy oscura y cruel su historia con Betsabé, la esposa de Urías, pero era un enamorado de Dios y se arrepintió sinceramente. De esa unión adulterina nacen Salomón y la estirpe de ese Niño recostado en el pesebre cuyo nacimiento celebramos hoy.
¿Por qué me detengo en esta historia? Porque tiene una semejanza con la nuestra actual. Por un lado, la fuerza prepotente de las armas y la mentira (Goliat) y por otro, la aparente fragilidad femenina, inerme, pero revestida de la fuerza de la libertad y la verdad (David). Al segundo rey de Israel lo acompañó siempre la presencia de Dios. Creo que a nuestra líder máxima también.
No miremos nuestro futuro muy cercano, a las puertas de 2025, como una utopía, como un ansia perdida. No. El cambio está aquí. Inauguraremos una nueva etapa, esta vez, de sólida y depurada democracia. Algo debemos haber aprendido en el camino. Entre sartenejas y piso consolidado, la carretera de nuestro destino nos está llevando a la gloria.-