Mérida hace cuarenta años
Cardenal Baltazar Porras Cardozo:
Son numerosos y variados los personajes que a lo largo de cuatro siglos largos han visitado estos parajes paradisíacos. Pero nadie disentirá que el más singular y trascendente de todos ha sido el Papa Juan Pablo II. Transcurría el último trimestre del año 84. En la agenda-borrador del primer viaje papal a Venezuela solo aparecían como indiscutidas las visitas a Caracas y Maracaibo. Fue a comienzos de octubre cuando tomar carta de ciudadanía Puerto Ordaz y Mérida.
A los indiscutidos argumentos de su solera cristiana, universitaria y campesina, cabeza del según obispado colonial, hubo que vencer algunos escollos de la inexistente conciencia regional, y las dificultades técnicas, aéreas y terrestres, esgrimidas por especialistas aeronáuticos y logísticos. Lo es que la mañana del 28 de enero de 1995, procedentes de Maracaibo, tocamos tierra en el avión de Aeropostal, “el falconiano”, en el nunca bien ponderado y necesario aeropuerto Alberto Carrnevali. La gente hizo vigilia en el frío valle de La Hechicera, en terrenos de la Universidad de los Andes. No hubo mayor afluencia por las estrictas medidas de seguridad y las desmedidas proyecciones logísticas. Si estas hubieran sido más racionales, la multitud calculada en unas doscientas mil personas, más que los habitantes de la ciudad, hubiera sido aún mayor.
Pero, naturaleza y población, en armoniosa junta, unida a una magnífica trasmisión de TV en trabajo conjunto de todas las televisoras nacionales y locales, dieron el incomparable espectáculo que sirvió de marco para la celebración de la Misa y la homilía del papa polaco que conserva toda su vigencia. Las veces que tuve la bendición de reencontrarme con Juan Pablo II después de aquel día, sirvió para que el Sumo Pontífice me llamara por el nombre de “Mérida” y acotara a continuación, ¡qué montañas tan bellas! En su corazón estuvo viva esa experiencia de fe a pesar de más de un centenar de viajes internacionales. La catedral y el palacio arzobispal fueron mudos testigos que cantan con sus piedras hermosas la presencia de tan singular huésped.
A ello hubo que sumara el gesto simbólico de la siembra de un árbol, llamada constante a la sensibilidad ecológico que debe acompañar a todo ser humano, máxime si es creyente. Lo más singular, es que este gesto se incluyó por iniciativa de un pastor evangélico, celoso guardián de sus retoños, el entrañable amigo, D. Pedro Nicolás Tablante Garrido.
Mérida se ha apreciado de ser guardián de su propia memoria histórica. Dos bustos, uno en el aeropuerto y otro en La Hechicera, el árbol sembrado en La Hechicera, la Parroquia Universitaria, la espiritual y la arquitectónica, y la cátedra Juan Pablo II, adscrita a la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas, son monumentos perennes a la memoria de la visita del conductor espiritual de la cristiandad por casi tres décadas. Pasado el mediodía, de nuevo el Papa viajero tomó el avión para los actos que le esperaban en la tarde de ese lunes en la capital de la república. Fue la única jornada en tres ciudades: Maracaibo, Mérida y Caracas.-