De la brutalidad a la lógica en bruto
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Elías Farache:
Quinientos es un número llamativo. Quinientas son las empresas del Estándar and Poors 500. Un billete de quinientos es generalmente un buen monto. Quinientos van a ser los días que tienen en cautiverio los rehenes en Gaza, quinientos son los días desde el 7 de octubre de 2023. Y son quinientos días de horror y terror para todo Israel, con muy especial énfasis en los secuestrados y sus familiares. Vamos para quinientos días, y se seguirán contando. La irracionalidad y la injusticia persisten.
El conflicto que se vive por estos quinientos días está lleno de situaciones absurdas. Un evento de asesinato colectivo con tortura, seguido de un secuestro de doscientas cincuenta personas de todas las edades, es convalidado por el mundo entero. Se acepta a los secuestradores y sus intermediarios como negociadores de condiciones de rescate y otras prebendas, se legitima esta acción como mecanismo de negociación para lograr fines que no son inconfesables ni escondidos, son esgrimidos claramente.
Cuando nos acercamos a los quinientos días, no para terminar nada sino para rebasarlos solamente, Israel sigue sumido en la guerra psicológica de mayor envergadura que se tenga conocimiento, gracias a las facilidades de comunicación que nos transmiten las dificultades diarias de los involucrados. Una sociedad dividida entre negociar con quienes manifiestan su resolución de exterminarlos para lograr rescatar a sus seres queridos, y la certeza que el precio para traer de vuelta a los infelices rehenes será más sangre y sufrimiento a manos de aquellos que sean liberados a cambio en proporciones absolutamente exageradas.
Desde el principio de estos eventos, la permisividad con los secuestradores y sus aliados o simpatizantes ha sido determinante. Se viven situaciones muy poco coherentes. Israel debe proveer a su enemigo de la alimentación, medicina y combustible para que la administre y reparta a una población que controla y maneja a placer. Esto resulta en algo inaudito, pues empodera aún más a quienes perpetraron la masacre y el secuestro. Paradójicamente, nadie denuncia esto y, quienes lo hacen, son tildados de extremistas. Los organismos internacionales, encargados de velar por la buena marcha de la humanidad no han sido nada efectivos, han estado ausentes. La Cruz Roja, que no da fe de vida de ningún secuestrados, tampoco de su condición. La ONU, probablemente ocupada en alguna votación y posterior resolución de condena a Israel.
No se tiene duda de las buenas intenciones del expresidente Joe Biden cuando llegó a Israel justo a la semana del 7 de octubre. Estaba visiblemente conmovido por lo acontecido, y solidario con las víctimas del momento, las personas y la nación toda. En una sentida declaración, expresó un “don´t” que, pasados los días no parece que nadie acertó a comprender. A fin de cuentas, la presión más fuerte se ejerció sobre Israel cuando se le exigieron cuotas de ayuda humanitaria para el enemigo, cuando se le impusieron embargos de municiones y cuando se le fijaron ciertos plazos y condiciones que no estaban en su poder manejar. Las buenas intenciones, manifestadas también en la defensa del aliado de la región ante los ataques de los persas en dos ocasiones, terminan por confundir. Lo cierto del caso es que, al negociar con este tipo de contrapartes, los resultados están a la vista: hay secuestrados sin fe de vida, se tortura a ellos y sus familiares, a Israel toda, todos los días, todo el día.
Cuando se vienen a cuenta gotas los rehenes liberados gracias a unos leoninos acuerdos queda en evidencia, una vez más, la brutalidad de los captores. Sus acciones, intenciones, estrategias y maldad. Violaciones, inanición, torturas físicas y mentales, vejación. Cada evento de liberación constituye un espectáculo degradante, con unos enmascarados llevado rehenes a un escenario de mala muerte y mucho miedo, unas camionetas de la Cruz Roja que brilló siempre por su ausencia y el terror que el canje no se lleve a cabo. Agarrar, aunque sea fallo, parece ser la consigna de Israel. Y de verdad, no hay otra opción.
Cuando regresa a la escena mundial el presidente Donald Trump, una brutal dosis de lógica parece derramarse en un mundo acostumbrado a la irracionalidad y la brutalidad. Con muy poca elegancia, Trump advierte que Gaza no debe ser reconstruida porque y eso se ha hecho varias veces y siempre con el mismo resultado negativo. Además, las condiciones de vida allí son desastrosas en cualquier circunstancia. Esto es sencillamente cierto, por más molesto que sea para algunos.
Luego de participar y presionar en los últimos días de la administración Biden para forzar un acuerdo de liberación de rehenes, y después de ver los espectáculos de liberación de estos y las reacciones de sus familiares, el presidente Trump, de forma directa y seguramente poco elegante para algunos, dice que el acuerdo no es adecuado. No está bien que los rehenes no vengan todos de una vez, no es sensato que sean regresados por goteo. Pone una fecha y hora para la liberación de todos y, además, anuncia que de no hacerse se abrirán las puertas del infierno. Si bien el “don´t” de Biden era confuso, el “hell” de Trump es bastante explícito.
Hay cosas que están muy claras en este largo conflicto, antes y después de estos largos quinientos días. La primera es que el infierno se abrió para recibir a unos secuestrados, con el consiguiente infierno para sus familiares y seres queridos. También Israel vive un infierno de tensiones de todo tipo, internas y externas. Lo otro que está muy claro es que, la lógica en bruto de Donald Trump, denuncia y acosa la brutalidad que se vive.
La brutalidad y la barbarie no son susceptibles de enfrentarse y vencerse a fuerza de negociaciones y lógica. Lógico que así sea. Por más brutal que parezca.-
Elías Farache S.
16 de febrero de 2025