Entrevistas

Mario Caponnetto: «El tomismo sigue vivo y vigoroso ante la crisis de la inteligencia y el pensamiento débil»

El periodista Javier Navascués ha entrevistado al médico y filósofo Mario Caponnetto sobre su libro «Maestro del silencio», dedicado a Santo Tomás de Aquino

Mario Caponnetto (1939). Médico por la Universidad Nacional de Buenos. Médico cardiólogo por la misma Universidad. Estudió filosofía en la Cátedra Privada del Profesor Jordán B. Genta (Buenos Aires). Autor de varias obras de su especialidad: El hombre y la Medicina (1992), Víctor Frankl, una antropología médica (1994), Santo Tomás de Aquino. Aproximación a su pensamiento (2017), Antropología Médica (2021), Maestro del silencio (2023), El filósofo y la Ciudad (en colaboración con María Lilia Genta, 2024). Dictó numerosas conferencias en su país y en el exterior. Colaborador de diversas publicaciones nacionales y extranjeras.

 

Tras su dilatada trayectoria de décadas de filiación al tomismo, ¿por qué ha considerado necesario publicar un nuevo libro sobre el Aquinate en pleno siglo XXI?

 

Ante todo, muchas gracias por esta entrevista.

 

Creo que, así como de la Santísima Virgen se ha dicho “de Maria nunquam satis” (de María nunca se ha hablado lo suficiente), salvando las enormes distancias, algo similar puede decirse de Santo Tomás: de Thoma nunquam satis. La riqueza de su doctrina es inagotable y siempre es necesario volver al Santo Doctor para hallar la luz que nos guie en nuestro camino. Pero de un modo especial en este siglo XXI en el que el extravío de la inteligencia está alcanzando niveles prácticamente inéditos aún, duele decirlo, en el seno de la misma Iglesia. Por tanto, hoy resulta más actual que nunca la invitación del Papa Pío XI: Id a Tomás. Por cierto, mi libro es solo un modesto aporte. No se trata, en realidad, de un libro unitario sino de un volumen en el que he reunido varios trabajos sobre Santo Tomás elaborados a lo largo de varios años. El último de esos trabajos, “Santo Tomás, maestro del silencio”, da título al volumen gracias a una feliz iniciativa del editor, Don Santiago García Balcarce.

 

¿Cómo le ha ayudado a este libro su doble condición de hombre de ciencia y filosofía?

 

El cultivo simultáneo de la medicina y de la filosofía ha sido siempre, en mi labor intelectual, de una enorme ayuda. Uno de los problemas más graves de la modernidad (y qué decir de la posmodernidad) es la lamentable separación de las ciencias particulares respecto de la filosofía. Esto ha dado lugar a una mentalidad científica radicalmente antifilosófica que no va más allá del simple registro de fenómenos y del dominio técnico sobre la realidad, ambas cosas muy necesarias y buenas ciertamente, pero insuficientes para una comprensión de lo real.

 

Entre las notas que integran este libro hay una dedicada al problema de la generación humana: es notable cómo la filosofía de la naturaleza del Aquinate nos permite entender en profundidad los datos que hoy aportan la embriología, la genética, etc. También sucede que muchos de los descubrimientos de las ciencias contemporáneas no hacen sino confirmar las tesis planteadas por Santo Tomás en el siglo XIII. En este sentido, las llamadas neurociencias, por poner un ejemplo, nos ofrecen un campo riquísimo de investigación e integración de las ciencias particulares con la Filosofía Perenne.

 

Su excelente libro Maestro del silencio (Editorial RocaLogos) hace hincapié en dos de los aspectos más relevantes en la obra de Santo Tomásde Aquino: la educación y la espiritualidad. ¿Qué aportaciones relevantes hizo el santo al método escolástico? ¿Repercutió dicho método en pro del perfeccionamiento de la vida espiritual?

 

Es bien sabido que Santo Tomás renovó los estudios teológicos de su tiempo como ningún otro la había hecho antes. Al respecto es muy interesante lo que refiere Guillermo de Tocco, su primer biógrafo: “En su enseñanza suscitaba nuevos temas, encontrando un modo nuevo y claro de presentarlos y aduciendo nuevas razones en su resolución; de tal modo que nadie que lo oyera enseñar novedades y resolver lo dudoso con nuevas razones, dudaría que Dios lo iluminó con rayos de nueva luz”. Es llamativa la insistencia de Tocco en señalar la novedad que representó Tomás en su tiempo.

 

Pero si Tomás fue un auténtico renovador es preciso aclarar que no intentó formular una nueva doctrina sino iluminar, sistematizar y profundizar el enorme legado de la Patrística. Sin duda, la introducción de Aristóteles, que ya había comenzado antes, fue uno de los mayores aportes si bien no el único: hay también una importante vertiente platónica que no pocas veces ha pasado desapercibida.

 

En cuanto a su contribución al perfeccionamiento de la vida espiritual no hay dudas de que la teología del Santo Doctor ha sido, como han señalado autorizados tomistas contemporáneos, no solo una theologia mentis sino, además, una theologia cordis. Tomás fue no solo el riguroso expositor de las más arduas cuestiones: fue también un místico.

 

El P. Julio Meinvielle afirmó que “la sola lectura de Santo Tomás forma la inteligencia y le da estructura”; sin embargo, matizaba a continuación que “el error de muchos consiste en creer que con una sola lectura ya entienden a Santo Tomás y no es así”. ¿Por qué puede ser contraproducente una lectura superficial del santo doctor?

 

A Tomás hay que leerlo con calma (mejor, cuando sea posible, en su lengua original); volver una y otra vez sobre sus textos y sus respectivos contextos. Esto es así por el carácter mismo de su doctrina que presenta siempre nuevos matices y nuevos ángulos de abordaje. De lo contrario se cae o en meras repeticiones o, peor aún, en serias desnaturalizaciones de sus enseñanzas. Así, no faltan quienes le hacen decir al Aquinate cosas que nunca dijo. Este es el riesgo, como bien señalaba Meinvielle, de una lectura apresurada.

 

Uno de los asuntos más sugestivos de su libro aparece al final del mismo, y es el relativo al misterioso período postrimero del santo, con el que por así decir culmina su obra: el silencio. ¿Qué profunda enseñanza aporta el santo sobre este ente de razón?

 

El silencio que selló el final de la vida del Aquinate ha dado lugar a múltiples interpretaciones. Como digo en el libro, creo que una interpretación posible es que le fue concedido en esta vida un adelanto de la visión beatífica; efectivamente, lo que le dice a Reginaldo es bien claro: “después de lo que he visto todo me parece paja”. A mi juicio este silencio nos enseña, además, algo que a menudo se olvida: la Verdad, en su fondo último, es inefable; por eso su contemplación culmina necesariamente en el silencio.

 

Las palabras apenas dan cuenta de la realidad que quieren expresar; ellas proceden de silencios profundísimos y avanzan hacia nuevos silencios colmados de plenitud de verdad y de vida.” ¿Por qué cierra con esta frase su ensayo?

 

El mismo Santo Tomás enseña que las palabras son signos de las cosas. Pero sucede que nos hallamos ante una inevitable insuficiencia de nuestro lenguaje frente a lo inagotable de lo real; por eso es que me atrevo a decir que las palabras apenas dan cuenta de la realidad que expresan. Por otra parte, toda palabra que se profiere como voz, como sonido, procede de un verbo interior que, de suyo es silente; y si es palabra verdadera ella nos permite avanzar hacia nuevos silencios, es decir, hacia ese recóndito interior del alma que al conocer se hace en cierto modo todas las cosas como ya lo había visto Aristóteles.

 

¿Por qué quien no sabe cómo hacer silencio, no sabe cómo hablar?

 

De alguna manera esta pregunta nos remite a la anterior. Si la palabra no procede de ese silente verbo interior al que me he referido, ella es mero sonido hueco y vacío. Flatus vocis.

 

¿Por qué en el fondo el libro plantea el contraste entre el hombre sensato que busca, por el camino de la virtud, conocer su identidad,- ¡conocerse a sí mismo! – y el insensato que, llevado por la corriente del pecado, se oculta de ella?

 

Aquí cabe aplicar el célebre aforismo griego que usted menciona: “conócete a ti mismo”. Sin este conocimiento no es posible avanzar hacia el conocimiento de las otras realidades. San Agustín lo ha dicho de modo insuperable: “No salgas fuera, vuelve a ti mismo; en el interior del hombre habita la verdad”. La insensatez del hombre de nuestros días consiste en esa incapacidad de interiorización, de búsqueda dentro de sí mismo, una suerte de alienación de sí que caracteriza esta cultura del ruido como muy bien señala el Cardenal Sarah. Pero este volverse hacia sí mismo supone el ejercicio de las virtudes intelectuales y morales en tanto que el pecado es un obstáculo para lograr esa interiorización. Frente a esta insensatez es necesario volver al hombre interior lo que, en definitiva, nos regresa al tema de fondo, el silencio.

 

¿Ha sido Santo Tomás el último de los grandes doctrinarios de la catolicidad? ¿Ha existido o existe en la historia contemporánea algún pensador católico no epigonal del tomismo que pueda estar al nivel de aquellos custodios del período escolástico?

 

La Escolástica como sistema (de la que Tomás de Aquino representa la cumbre) no ha sido superada. Pero esto no impide reconocer que en la historia contemporánea hay muchos y valiosos autores católicos que, en sentido estricto, no son epígonos del tomismo, como usted señala. Recordemos, a título de ejemplo, a Romano Guardini, Odo Casel, Michele Siacca (hasta cierto punto ya que en sus escritos finales se vuelve con singular agudeza a la doctrina tomista del ser). Sin embargo, se ha de destacar un hecho que Gilson ha puesto de manifiesto: toda verdad contenida en cualquier sistema, filosófico o teológico, es accesible al discípulo del Aquinate, en tanto que los demás sistemas están cerrados a las verdades del tomismo.

 

¿Hasta qué punto se podría decir que la doctrina de Santo Tomás está hoy más vigente que nunca?

 

Precisamente la nota con que se inicia el libro lleva por título “Santo Tomás, Doctor hodierno”. Allí doy algunas razones de la actualidad y vigencia de las enseñanzas del Santo Doctor. En breve síntesis, puede decirse que los grandes males de esta época comienzan en la inteligencia; por tanto, es ella, la inteligencia, la que ha de ser restaurada: como enseñaba mi maestro Genta, es necesario rehabilitar la inteligencia en el hábito metafísico.

 

A lo largo de todo el proceso de la modernidad y de la llamada posmodernidad, advertimos un doble fenómeno: el primero, la razón, la ratio naturalis, se separó de la fe en detrimento, sobre todo, de la propia razón. El segundo fenómeno podemos caracterizarlo como un progresivo angostamiento del horizonte de la razón. A partir, sobre todo, de la crítica kantiana, se perdió primero la ratio metafísica; a ella sucedió la caída de la ratio ética; hoy solo queda en pie la ratio técnica, el único modo de racionalidad admitido en los ámbitos académicos y sociales en general. La razón ha quedado, así, empobrecida, como amputada. Es fácil advertir que este proceso solo podía concluir en lo que, efectivamente, ha concluido: la grave crisis de la inteligencia hasta el extremo de proclamar la debilidad del pensamiento (el pensiero debole de Vattimo) como el paradigma de todo pensamiento.

 

Pues bien, es necesario ampliar la razón (tanto la razón especulativa como la razón práctica) devolviéndole, por así decirlo, la plenitud de su horizonte; y esto, a mi juicio, ha de preceder a cualquier intento de unir nuevamente la razón y la fe. Para esta gran tarea, para este gran desafío al que nos enfrentamos, la presencia de Santo Tomás resulta imprescindible. De ahí su indiscutible vigencia.

 

Bajo su punto de vista y tras el Aquinate, ¿quiénes serían los teólogos de lectura imprescindible para un católico?

 

Son muchos. Empecemos por casa: la Escolástica de la Escuela de Salamanca; aun cuando presenta algunas dificultades cuando se la compara con el pensamiento original del Aquinate (el caso de Francisco Suarez, por ejemplo), no hay dudas de que teólogos como Francisco de Vitoria, Domingo de Soto y el mismo Suarez, resultan de lectura imprescindible para un católico que pretenda formarse en una fe ilustrada. Más cerca en el tiempo ha de mencionarse la llamada “neo escolástica” o “neo tomismo” con figuras de la talla de Garrigou Lagrange, el Cardenal Bilot, Antonin Sertillanges, Cornelio Fabro; el mismo Maritain pese a los reparos que puedan formulársele. Apenas unos pocos ejemplos: la lista es larga.

 

Las estanterías de las librerías religiosas están plagadas de obras de corte “new age” y de apelaciones al “diálogo interreligioso”. Su nuevo y meritorio libro supone una radical refutación de estas tendencias heterodoxas. En nuestros decrépitos tiempos en donde prevalecen las pantallas y los vídeos cortos e insustanciales, ¿se sigue desarrollando algún tipo de pensamiento católico consistente?

 

Hablamos antes de la crisis de la inteligencia y de la propuesta de un pensamiento débil. Ambas cosas están afectando gravemente la vida de la Iglesia y de los católicos. El abandono de los estudios clásicos (sobre todo en los seminarios en la mayoría de los cuales Tomás ha sido desterrado), el desconocimiento de la buena filosofía y de la buena teología, nos han traído una alarmante debilidad del pensamiento católico que afecta principalmente al clero (no hay nada peor que la ignorancia del clero, suele decirse) y aún de las más altas jerarquías de la Iglesia. Esto explica lo que usted muy bien señala: el predominio creciente de corrientes heterodoxas y los malos libros que llenan los anaqueles de las librerías llamadas “católicas”.

 

Pero a pesar de este panorama desolador, a Dios gracias quedan todavía fuertes expresiones de buen pensamiento católico. El tomismo sigue vivo y vigoroso. Son numerosos los grupos y las instituciones tomistas que estudian, investigan y ofrecen obras valiosísimas que están disponibles a quien quiera consultarlas. Señalo un hecho que he constatado en los varios años que llevo estudiando y transmitiendo (dentro de mis grandes limitaciones) el pensamiento del Aquinate: la mayor parte de los jóvenes que se interesan por Santo Tomás no procede tanto de quienes estudian filosofía o teología sino, más bien, de los que estudian las diversas disciplinas que integran el universo de lo que hoy se denomina “la ciencia” o “las ciencias”. Esto es muy prometedor y alienta nuestra esperanza.

 

Javier Navascués/Infocatólica

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