Entrevistas

Cardenal Baltazar Porras: «El derecho a emigrar es sagrado, pero detrás de ese derecho hay que preguntarse por la fuente que lo genera»

Entrevista que le realizó la Revista del Carmelo

 

D. Baltazar, hace pocos días despedíamos al Papa Francisco. Le hemos visto, por una parte, sufrir el dolor de una enfermedad. Por otra parte, él quiso estar junto al pueblo el día de la Pascua.

El Papa Francisco a lo largo de su vida como Obispo de Roma habló más con los gestos que con las palabras. Seguir a Jesús hasta lo último sin tomar en cuenta su propio estado de salud es indicativo de la entrega total al servicio del prójimo. La coincidencia de la Pascua y de su muerte es signo de vida trascendente y el impacto que ha causado en todo el mundo sobrepasa el mundo de los católicos y los creyentes. Francisco se metió en el corazón de la humanidad pidiendo por los más pobres y excluidos, por el cese de la guerra, por el respeto a la vida, a la libertad, a la justicia. Y todo con transparencia y verdad.

El Papa Francisco fue el primer papa procedente de América Latina. ¿Qué ha supuesto este dato para ustedes?

El vigor de la fe sencilla del pueblo católico latinoamericano tuvo en Francisco el mejor testigo de una realidad: vivir la alegría del evangelio con esperanza en medio de la pobreza y la falta de tantas cosas y valores. El mundo más desarrollado vive al día, con una especie de cansancio porque el bienestar no es privilegio de unos pocos. La generosidad de nuestro pueblo, el abrirse al otro sin distinción es el anhelo de la fe de nuestro continente. Eso fue lo que nos sembraron nuestros mayores y Francisco lo dio, a nombre de todos, sin reservarse nada para sí. Qué ejemplo más hermoso que el primer papa latinoamericano sea un místico, un “loco” de amor por todos sin distinción. No nos queda sino seguir su ejemplo y asumir el desafío de darle vida y razones para superar las pobrezas porque las periferias nos enseñan más y mejor que los mensajes de los poderosos. Para la Iglesia LA en general es un espaldarazo para dar desde nuestras pobrezas sin complejos, algo muy necesario ante las muchas carencias de nuestra gente.

Uno de los temas más importantes de la vida y el pontificado del Papa Francisco ha sido su cercanía o su sensibilidad hacia los pobres y los descartados. Ha sido una actitud ya que lo vivía en Argentina.

Vivir las estrecheces de una familia inmigrante que se abrió paso poco a poco para darle razón de ser a sus hijos, hizo que Jorge Mario en sus diálogos con su abuela recibiera las sencillas lecciones de los mayores que lo hizo amar más y mejor a sus padres y hermanos. Descubrir su vocación cristiana, sacerdotal y religiosa lo llevó a empaparse de la espiritualidad ignaciana que marcó más aún toda su vida. En las buenas y en las malas, en los éxitos y en los días negros de las dictaduras y de las incomprensiones. Ser relegado a Córdoba fue un desierto purificador. El Cardenal Quarracino descubrió en él a un insigne colaborador y lo pidió como obispo auxiliar, más tarde como coadjutor y sucesor de él en la sede primada bonaerense. Algo más hondo le vio Quarracino y acertó dándole a la iglesia un pastor con olor a oveja que trascendió las fronteras de su patria. El eslabón final, cuando parecía que iba a concluir su vida activa, lo llevó a ser electo por sus pares cardenales sucesor de Benedicto XVI. Ha sido una primavera para la Iglesia y el mundo, sus doce años al frente del obispado de Roma confortando a todos, los de casa y los de la acera de enfrente, teniendo por centro no el poder sino el servicio desde los excluidos. Su vida fue un canto a la sencillez, al amor a lo pequeño, al consuelo para los que sufrían y para darnos esa bocanada de abrir puertas y ventanas para asumir los retos de un mundo en cambio y señalar, las lacras internas y externas, buscando en la verdad y la transparencia el bien de todos. Es la mejor herencia que le deja al mundo entero y el reto a los seguidores de Jesús resucitado.

Los Papas nos regalan un magisterio que responde a las necesidades de los hombres y mujeres de hoy. El magisterio ilumina los pasos del pueblo de Dios. ¿Cree usted que las enseñanzas del Papa Francisco han llegado calado en el pueblo no solo creyente sino de todo el pueblo? Lo digo porque a veces nos quedamos solo con la figura, en este caso, del Papa.

El magisterio de Francisco tiene dos caras. El primero, su testimonio de humildad y sencillez, pidió primero la bendición antes de darla a los demás. Esos gestos, a veces incomprendidos eran la mejor señal de estar en la senda de lo que hizo Jesús en su vida. Su magisterio escrito abre puertas, a la reforma de la Iglesia, a la centralidad del mensaje evangélico, al asumir el bien del otro ante que el suyo propio; sin distingos, dirigiéndose primero a los olvidados. La paz y la guerra, la emigración como una lacra inadmisible, el cuidado de la casa común, la revisión de tantas cosas que parecían intocables, como el acercarse al pecador y abrirle las puertas de la Iglesia, el diálogo interreligioso y con los poderes fácticos políticos, económicos, religiosos y filosóficos; la guerra justa sin cabida en la moral actual de la Iglesia, qué hacer con los temas de los abusos, de la homosexualidad, de los divorciados, etc. Fueron temas abordados sin tapujos y sin imposiciones. Pero con la convicción del bien común, de la vida por encima de cualquier otro postulado. Por eso, los proyectos inconclusos de Francisco son desafíos a darle continuidad porque son los caminos de la esperanza de la humanidad… Ahora es cuando queda tela por cortar para darnos cuenta que el Espíritu Santo nos regaló el Papa que hacía falta en este cambio de época.

Otro de los temas sensibles para el Papa Francisco ha sido la migración. Usted, como venezolano, ha podido ver, en primera persona, la magnitud de este problema mundial. ¿Cómo podemos vivir los cristianos ese llamado de Francisco hacia las personas migrantes?

La primera visita de Francisco fue a Lampedusa para decirle a los poderosos que aprobar leyes y comunicados sobre la igualdad no pueden ser letra muerta, pues es fácil decirlos pero no cumplirlos. El derecho a emigrar es sagrado, pero detrás de ese derecho hay que preguntarse por la fuente que lo genera. Allí está el mal que hay que atacar de raíz. Por eso el pensamiento social de Francisco está atravesado por la misericordia, el perdón y la solidaridad que exige actitud samaritana, además de darnos cuenta que sin conversión del corazón no vale

Durante los últimos años estamos asistiendo, en palabras de Francisco, a una “tercera guerra mundial a pedazos”. Nos preocupa mucho la falta de paz en el mundo. Muy cerca de nosotros, en Ucrania o en Gaza, estamos asistiendo a conflictos que están generando, además de muchas víctimas, mucho odio entre los pueblos.

La sensibilidad de Francisco ante el tema de la paz fue permanente. A su sensibilidad religiosa ante el tema se une la experiencia vivida en su patria en tiempos de dictadura. Sin respeto a la vida no hay paz posible. Si bien lo que más aparece es el conflicto Ucrania-Rusia y Gaza con su doble componente palestino-Hamas e Israel, no se debe perder de vista los muchos conflictos bélicos presentes en Asia y en África. Desenmascarar el doble lenguaje: documentos muy bellos sobre la paz, unido a una escalada del lucrativo negocio de las armas, con el peligro inminente para todo el planeta de las nuevas tecnologías bélicas que pueden destruir lo inimaginable. León XIV ha retomado el tema de su predecesor pues en su primera aparición el llamado a la paz va en la misma línea.

Entrando ya en un plano personal del Papa. Usted que le ha tratado muy de cerca, ¿podría compartirnos cómo era Francisco en un ámbito, digamos, más personal?

Bergoglio fue siempre un hombre sencillo sin ínfulas de superioridad sobre nadie. Su elevación al episcopado, al cardenalato y al obispado de Roma no alteraron en nada su talante personal de ser servidor y no magnate al que hay que rendirle tributo. Tuve la dicha de compartir con él, antes y después de ser Pontífice, y siempre me admiró su sencillez y preocupación por atender al interlocutor antes que a sí mismo. Esto lo expresó de mil maneras con su testimonio que le ganó el aprecio de la mayoría sin faltar quienes se quejaban de que no se daba su puesto, es decir, de exigir y tener privilegios. Cuando devolvió la visita al presidente italiano quiso ir en su pequeño vehículo. Salió antes de tiempo para no tener que aprovecharse y pasar los semáforos en rojo. Los titulares de la prensa ante esta visita lo pintan de cuerpo entero: “el Papa llegó al Quirinal como una persona corriente”. Su lema, primero los excluidos, lo llevó a atenderlos a ellos primero. Basta con repasar los lugares que visitó, las personas a las que se les acercó, las muchas veces que la mano izquierda no supo el bien que hacía con la derecha.

Usted, D. Baltazar, conoce bien a los carmelitas descalzos de Venezuela. Desde La Obra Máxima colaboramos mucho con nuestros hermanos que hacen una gran labor espiritual, social y educativa con familias necesitadas. Ellos, también, leen esta revista. ¿Qué mensaje les trasmitiría?

Mi contacto directo con los carmelitas viene de atrás. El estudio de la teología espiritual en Salamanca de manos del P. Efrén de la Madre de Dios, me abrió a la rica espiritualidad carmelitana y a entrar en contacto con varias instituciones masculinas y femeninas en España. Jocosamente en Salamanca llamábamos al P. Efrén “el abuelo de María”, pues era el “padre de la madre de Dios”. En mis años caraqueños como formador en los seminarios de la capital, facilitó el contacto tanto con la doctrina y tradición carmelitana en las cátedras de teología y en las jornadas de espiritualidad, unida al contacto con las obras en las zonas populares del oeste caraqueño. Se acrecentó al llegar a Mérida, pues su casa en la vía a Jají fue siempre un hogar de paz y oración seguido por numerosos laicos y en la atención a las hermanas carmelitas del cenobio cercano. En el lenguaje de la gente sencilla distinguían ir a visitar a “los carmelitos” o a “las carmelitas”, pues ambas casas, en el barrio “El Salado” están a un paso la una de la otra. Lástima que hayan tenido que cerrar la casa merideña a la espera de un retorno anhelado por muchos. Pasan por mi mente muchos recuerdos de carmelitas españoles y criollos con quienes compartí en muchas ocasiones. El carisma carmelitano es, sin duda, una de las fuentes más ricas y necesarias para ir en la senda de San Juan de la Cruz y de tantos otros, hombres y mujeres que han bebido en ese pozo de vivencia cristiana. Tengo la convicción de que su labor espiritual, social y educativa es el mejor testimonio para que jóvenes de ambos sexos encuentren en dicha espiritualidad el camino del crecimiento personal, espiritual y humano, siguiendo a Jesús en el rostro de los más humildes.-

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