Aunque tienes poca fuerza
Una promesa que arde como fuego y consuela como bálsamo: “He puesto delante de ti una puerta abierta.” ¿A quién le habla el Señor así? A los que tienen poca fuerza

Rosalía Moros de Borregales:
Cada semana investigo, pienso, oro, reflexiono, medito en lo que voy a escribir, en lo que estoy escribiendo. Es un proceso cíclico, que al cerrar, comienza de nuevo, para volver a dar un giro completo. Es un proceso que disfruto plenamente, aunque se que he escogido temas con muy poca popularidad en el mundo actual; sin embargo, nunca he buscado reconocimiento, mi única preocupación es ser fiel al mensaje, vivirlo con mi propia vida. Y, sobre todo, transmitir la palabra de Dios de la manera más íntegra posible.
A veces siento que es como lanzar miles de palabras al universo, como un polvo cósmico que se esparce, llevado de un lugar a otro por el soplo de Su aliento. Siempre, insisto en que no es un eco sin destino, ni un mensaje que se desvanece en el tiempo. Como lluvia que empapa la tierra y la hace germinar, así la Palabra de Dios cumple su propósito eterno: transformar los corazones. “… Así será mi palabra que sale de mi boca; no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero, y será prosperada en aquello para que la envié.” Isaías 55:10-11. Al hacer este análisis me siento profundamente agradecida de poder repetir este proceso cada semana.
Mi vida, al igual que la de cada mortal en esta Tierra, a veces me sorprende, otras me abruma; un día me levanta en los brazos de las experiencias más sublimes y luego, me lanza sin compasión al terreno del duelo, de la ausencia inexplicable. Un día me arranca a mi hermana, me desgarra el corazón con un dolor indecible. Otro día me convierte en abuela, y me llena el alma con un amor indescriptible. Un día me siento llena de fuerzas y al siguiente mi salud está comprometida. En fin, no debería sorprenderme, ya nuestro Señor Jesús se lo advertía a los discípulos: “Estas cosas os he hablado para que en mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero confiad, yo he vencido al mundo.” Juan 16:33. Tres aspectos demasiado importantes que deberíamos considerar. Primero, Dios nos habla para que tengamos paz en medio de cada circunstancia. Segundo, en este mundo siempre habrá algún tipo de aflicción. Tercero, debemos confiar en Él porque Él ha vencido este mundo. ¡Por medio de su cruz!
Esta semana ha sido particularmente difícil, literalmente me he sentido sin fuerzas. Y esa mengua, se parece al efecto de la onda que se produce al lanzar una piedra en aguas tranquilas; se expande mucho más allá de lo que pensamos y, de repente, su efecto abarca nuestra vida entera. No obstante, vuelvo a mi introducción, es un privilegio buscar, escudriñar, como decía mi papá, en la Palabra de Dios. Entonces, me encuentro con estas palabras: “He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.” Apocalipsis 3:8. Es el versículo clave del mensaje a la iglesia de Filadelfia; la iglesia que nos compete esta semana en esta serie sobre las 7 iglesias descritas por el discípulo amado en el libro de Apocalipsis.
La Palabra de Dios tiene la capacidad de bendecirnos la vida; nos alienta cuando estamos afligidos, nos aflige cuando somos altivos y soberbios; nos consuela cuando nos llora el corazón, nos hace llorar de puro amor cuando encontramos el consuelo tan anhelado por nuestras almas; la Palabra de Dios nos sana la herida y nos hiere para purificarnos y restaurarnos de los besos hipócritas del mundo. En el mensaje a la iglesia de Filadelfia, no hay reprensión ni reproche. Solo aliento, solo ternura. Solo una promesa que arde como fuego y consuela como bálsamo: “He puesto delante de ti una puerta abierta.”
¿A quién le habla el Señor así? A los que tienen poca fuerza. A los que han seguido amando en medio del cansancio. A los que han sostenido Su nombre sin aplausos, sin escenario, sin reconocimiento. El mensaje a Filadelfia es la carta que muchos corazones rotos necesitan leer. Es el mensaje para muchos venezolanos cansados y fatigados, agobiados y entristecidos. Es el mensaje para aquellos que se levantan cada día y deciden bendecir en vez de maldecir, agradecer en vez de quejarse, trabajar con instrumentos desgastados y seguir mirando al horizonte con los ojos clavados en Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.
“Escribe al ángel de la iglesia en Filadelfia: Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y ninguno cierra, y cierra y ninguno abre: Yo conozco tus obras; he aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre… Por cuanto has guardado la palabra de mi paciencia, yo también te guardaré de la hora de la prueba que ha de venir sobre el mundo entero… He aquí, yo vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona. Al que venciere, yo lo haré columna en el templo de mi Dios… y escribiré sobre él el nombre de mi Dios, y el nombre de la ciudad de mi Dios, la nueva Jerusalén, la cual desciende del cielo, de mi Dios, y mi nombre nuevo.” Ap. 3:7-13.
Filadelfia era una ciudad ubicada en una región sísmica de Asia Menor. La iglesia conocía perfectamente lo que era la inestabilidad terrenal, así como también habían experimentado la inestabilidad espiritual, el cansancio agotador y el dolor. La ciudad fue fundada con el propósito de ser una puerta cultural, una vía de expansión del mundo griego. Sin embargo, Dios tenía planes más altos. Allí, una pequeña iglesia, quizá sin recursos, sin poder político, sin templos majestuosos, se mantuvo fiel. Guardaron la Palabra, no negaron el nombre de Cristo, y eso fue suficiente a los ojos de Dios. Porque a los ojos del mundo podrían haber sido débiles, pero a los ojos de Dios eran dignos de recibir una llave, una puerta, una promesa y una corona.
Cristo se presenta a Filadelfia con una autoridad única: “Esto dice el Santo, el Verdadero, el que tiene la llave de David, el que abre y nadie cierra, y cierra y nadie abre.” (Ap. 3:7) La llave de David no es un simple símbolo. Es una afirmación de realeza, de gobierno divino, de autoridad para establecer el Reino de Dios. Y esa llave abre una puerta… pero no cualquier puerta. Una puerta espiritual, eterna, personal, inquebrantable. Una puerta que nadie puede cerrar porque Dios mismo la sostiene abierta con Su fidelidad.
“Aunque tienes poca fuerza…” Esas palabras me conmueven profundamente, porque no dicen “aunque eres fuerte” ni “aunque hiciste grandes cosas”. Dice: “tienes poca fuerza”. Y, sin embargo has guardado mi Palabra y no has negado mi nombre. Aquí está el corazón del mensaje: No se trata de cuánto podamos hacer. Se trata de cuánto nos aferramos a Él, incluso cuando no tenemos fuerzas. Porque Dios honra la fe sencilla, la obediencia sin espectáculo, el amor constante en medio de la aflicción. A esta sencilla y humilde iglesia, Jesús no solo le abre una puerta, también le hace esta preciosa promesa: “Te haré columna en el templo de mi Dios.”
Es como si Dios les hubiera dicho y nos dijera hoy a nosotros: Ya no vivirás el temblor de la tierra, la inestabilidad de los seres humanos que son llevados de un lado a otro por cualquier viento, sino que vivirás en la estabilidad eterna de Mi presencia. El gran Yo Soy te ofrece un nuevo nombre, una nueva identidad, una ciudadanía celestial. Te da la promesa de guardarte de la hora de la prueba, de librarte porque has amado Su nombre, porque has sido fiel. Y Dios cuida a los suyos siempre, especialmente en los tiempos difíciles y los sustenta.
Luego les dice: “Vengo pronto; retén lo que tienes, para que ninguno tome tu corona.” (Ap. 3:11) Hay tiempos en que no se trata de conquistar, sino de retener lo que ya se tiene: Tu fe, tu paz, tu integridad. Filadelfia es la iglesia de los que no brillan con luz propia, pero reflejan la luz de Cristo. Es la iglesia de los fieles, de los constantes, de los que siguen amando con el corazón herido. Es la carta que Dios escribe a los que han llorado en la intimidad y han dicho: “Señor, no tengo fuerzas, pero como dice el salmista: “Prefiero un día en tu casa que mil fuera de ella.”
Hoy, como un bálsamo, estas palabras a Filadelfia, han abrazado mi corazón y quieren abrazar el tuyo. Hoy, te pregunto: ¿Hay alguna puerta que Dios te ha abierto, pero tú no te has atrevido a cruzar? ¿Algún llamado al que has cerrado tus oídos? No temas si tienes poca fuerza. No importa si el mundo no te ve. ¡El Santo, el Verdadero, el que tiene la llave, está contigo! Y ha puesto delante de ti una puerta abierta; nadie la podrá cerrar, porque Él es el que cierra y nadie abre y el que abre y nadie cierra.
“He aquí, he puesto delante de ti una puerta abierta, la cual nadie puede cerrar; porque aunque tienes poca fuerza, has guardado mi palabra, y no has negado mi nombre.” Apocalipsis 3:8.-
Rosalía Moros de Borregales
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